Dos visiones sobre la guerra

José Juan Lanza del Vasto, literariamente Lanza del Vasto y espiritualmente Shantidas, es decir Servidor de Paz –nombre que le puso el Mahatma Gandhi, su maestro de la no-violencia– no fue un monje, ni un sacerdote, ni practicante de algún culto misterioso. Fue un laico casado, de fe católica, nacido en Sicilia a principios del siglo XX. De padre italiano y madre belga, criado en un hogar colmado de bienes materiales, decide abandonar las riquezas e inicia un peregrinaje que lo lleva a conocer a Gandhi en la India.

Victoria Ocampo lo conoció y apreció tanto que lo invitaba a la Argentina y le editaba sus libros. En 1962, Lanza del Vasto escribió en Francia un artículo sobre ella. Comienza preguntándose: ¿Quién es Victoria Ocampo? Y responde: es la generosidad de la inteligencia. A continuación describe dos tipos de inteligencia: la que alumbra, guía, contempla, abre los ojos a la verdad, la justicia y la belleza e irradia como la luz, donde la generosidad no conoce sino esta inteligencia que posee Victoria. La otra inteligencia disimula, seduce, engaña, combina astucias, busca el provecho y todo lo trae a sí. De esta inteligencia –concluye– proviene uno de los peores males que sufre la humanidad: la guerra.

Para Lanza del Vasto la guerra se muestra como una exaltación del espíritu justiciero. Cada uno de los que toman las armas parece tener razón. “Los dos –agrega– están convencidos de obrar por la justicia; pero obra en ambos la <<justicia>> de devolver mal por mal”. ¿Cómo defendernos si la patria es atacada? Él dice: “La no-violencia no consiste en no hacer nada ante el malvado, sino que no opongamos a su maldad nuestra maldad. No es abandonar la defensa, sino renunciar a duplicar el mal que genera una cadena del mal, cuyo último eslabón es la muerte. La lucha, que no debo eludir, buscará no vencer sino convencer. Debo lograr, con amor, el movimiento del corazón que se llama conversión. Debo llevar a mi adversario a la razón, a iluminar su conciencia, a convertirlo. Las armas del que combate por la justicia, deben ser distintas de las de los injustos. Con qué lógica puedo considerar bueno hacer lo mismo. Cómo llamar bien al mal devuelto”.

Adolfo Fernández de Obieta, hijo de Macedonio Fernández, fue el principal representante en la Argentina de la Comunidad del Arca que creó Lanza del Vasto en Francia. Tuvo frecuentes encuentros con él en el país. Obieta indicaba que no podemos pretender que las relaciones internacionales sean otra cosa que lo que somos nosotros mismos. Si cuesta experimentar la unidad de la familia universal, es porque nos cuesta la experiencia de unidad de la familia-nación, y aún antes, la unidad de cada uno de nosotros. Si cada ser humano no es cooperativo, ¿cómo las relaciones intranacionales o internacionales van a serlo? Si ese ser, ese ciudadano, es agresivo, practica el talión, da para que le den o espera que le den para dar, ¿su nación puede ser distinta? Y si otras naciones son semejantes, ¿puede construirse una comunidad internacional pacífica?

Ante estos interrogantes, Obieta indica que nos gustaría empezar por la paz universal, elaborada por lejanos estadistas del mundo, a quienes culpamos por no establecerla. Pero ellos, sostiene, paradójicamente son a nuestra imagen y semejanza. Por esa razón recomienda que, para ayudar a establecer la paz, debemos comenzar por dar testimonio de nuestra paz personal, familiar y social como nación. También, concluye, debemos trabajar con ideas y propuestas, reducir al mínimo nuestra connivencia activa o pasiva con instituciones políticas, jurídicas o económicas injustas, y todo ello hacerlo con oración.

Arturo Prins es Director Ejecutivo de la Fundación Sales

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