El cristianismo en la guerra de armas y de ideas*

Este año, las proféticas palabras del papa Francisco se han verificado: no estamos viviendo sólo en una era de cambio, sino en un cambio de época. Francisco ha hablado mucho de nuestro tiempo como una Tercera Guerra Mundial “a pedazos”. Ahora incluso el vocero de Putin está hablando del hecho de que la Tercera Guerra Mundial ha comenzado, y ésta puede ser su única declaración verdadera.

Un nuevo mapa geopolítico del mundo está tomando forma, un nuevo orden mundial, un nuevo clima moral en política internacional, economía y relaciones culturales. Enfrentamos la necesidad de adoptar un nuevo y más modesto estilo de vida. Un nuevo capítulo de la historia está comenzando.

Desde el inicio de este milenio, el orden del Occidente democrático ha sufrido una serie de pruebas cada vez más difíciles para su resiliencia, durabilidad y credibilidad: el ataque terrorista en Manhattan, la crisis financiera, el Brexit, la administración populista de Donald Trump, la pandemia global del coronavirus, y ahora la agresión rusa, la cínica destrucción del sistema jurídico internacional construido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

La ceguera y la ingenuidad de los políticos europeos, guiados sólo por intereses económicos, ha contribuido al crecimiento de Rusia como un Estado terrorista que se ha excluido a sí mismo del mundo civilizado con la ocupación de Crimea y el actual genocidio en Ucrania, y ahora extorsiona y amenaza con ello. Todavía no sabemos cómo el aislamiento internacional, la pobreza y la humillación afectarán la sociedad rusa. No sabemos si alentará una débil oposición democrática o si, por el contrario, despertará un movimiento fanático nacional-fascista, como sucedió en Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Lo único cierto es que, incluso después del fin de la guerra “caliente” en Ucrania, el mundo no volverá a la forma que tenía en el comienzo de este año.

El frente decisivo en esta guerra es la opinión pública rusa, que está privada de libertad de información, sujeta a un intenso lavado de cerebro a través de una propaganda de mentiras, alimentada por la nostalgia del Imperio soviético. El más importante aliado del régimen de Putin y su ideología imperialista-nacionalista es el analfabetismo político de la mayor parte de la población rusa, la carencia de una experiencia positiva de democracia y, sobre todo, la ausencia de una sociedad civil.

En muchos países post-comunistas, algunos miembros de las elites de los regímenes comunistas políticamente derrotados –especialmente su componente más capaz, la policía política– fueron los más rápidos para abordar el ascensor de la globalización hacia la cumbre del poder y la riqueza; ellos, en la práctica, estuvieron preparados para las trasformaciones en el capital de dinero, contactos e información. Vladimir Putin es un ejemplo especial de esas viejas elites.

El primer signo del despertar de la sociedad civil en el Este de Europa fueron las “revoluciones de color”; la principal razón para la agresión de Putin es el miedo a que la chispa del revivir de la sociedad civil se esparza a Rusia. El final definitivo de la era de Putin en Rusia no será un eventual golpe de palacio por oligarcas o generales, sino el despertar de la sociedad civil, como ha sucedido ahora en Ucrania.

Si Occidente no desea o no puede ayudar a Ucrania suficientemente como para frenar la agresión rusa y defender su independencia nacional, si Occidente sacrifica Ucrania sobre la base de la falsa ilusión de que así va a salvar la paz mundial –como sucedió en el caso de Checoeslovaquia en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial−, se convertirá en un estímulo no sólo para una ulterior expansión rusa, sino para todos los dictadores y agresores alrededor del mundo. Putin está tan interesado en la rendición de Ucrania porque sabe muy bien que demostraría la debilidad de Occidente al mundo entero y sería una capitulación de facto de todo el sistema de la democracia liberal. Después de todo, este sistema se sostiene o cae con el capital de confianza que la gente tiene en la efectividad de las instituciones democráticas; una ulterior violación a la ya vapuleada confianza podría tener consecuencias fatales.

Vladimir Putin ha triunfado –contra su voluntad− en crear en Ucrania una nación política determinada y unida para la cual pertenecer a Europa no es ya una frase retórica barata, sino un valor por el cual miles de personas están ofrendando su vida. Ucrania está firmando su solicitud de ingreso a la Unión Europea con su sangre. Ucrania es ahora más “europea” que muchos de los países del “corazón” de Europa.

Ucrania hoy enseña a todo el mundo una valiosa lección: incluso los planes de una superpotencia nuclear pueden fallar si son enfrentados por el coraje y la fuerza moral, movilizados por un líder con credibilidad personal, una disposición a realizar un extremo sacrificio de sí mismos, y el arte de la comunicación persuasiva. ¿Tiene Occidente hoy algún líder político que pueda movilizar la fuerza moral como Zelensky?

Putin ha triunfado hasta cierto punto en unir Occidente a pesar de sí mismo. En el caso de Occidente, sin embargo, resta una tarea difícil: transformar la unidad contra un enemigo común en una unidad más profunda y positiva. Para que el proceso de la integración europea pueda continuar en un espíritu democrático –que no sólo es deseable sino también necesario− un demos europeo debe tomar forma, una comunidad de valores por los cuales los europeos estén dispuestos a sacrificar muchas cosas, lo cual es sobre todo una tarea cultural, moral y espiritual.

Después del ataque contra Manhattan, la recientemente fallecida Madelaine Allbright subrayó que la “guerra contra el terror” no puede ser sólo una guerra de armas, sino que debe ser también una batalla de ideas.

El lenguaje secular se ha mostrado incapaz de expresar fuertes emociones cuando éstas salen a la luz –como sucede siempre en situaciones de crisis. En el lenguaje de los políticos –aun aquellos que están muy lejos de la fe personal o la ética religiosa− términos religiosos aparecen espontáneamente, evocando sugestivas imágenes del “inconsciente colectivo”. La sociedad secular ha subestimado el poder del lenguaje religioso, los símbolos y los rituales. Esas fuerzas pueden ser usadas tanto en modos constructivos como destructivos. Los extremistas islámicos han triunfado en la manipulación del potencial de la energía religiosa para sus propios propósitos. ¿Qué potencial espiritual posee el Occidente secular? ¿Qué rol juega y puede jugar el cristianismo en Occidente?

Las iglesias cristianas todavía no se han recuperado suficientemente de las revelaciones de la pandemia del abuso sexual, esta última ola de secularización (o más precisamente de-eclesialización) de las sociedades occidentales.

Desde la experiencia de teólogos en la Primera Guerra Mundial –como Teilhard de Chardin y Paul Tillich− una nueva teología emergió, una nueva concepción de Dios y de la relación entre Dios y el mundo. ¿Emergerá de esta guerra, que marcará todo nuestro mundo con sus consecuencias, una nueva energía espiritual, nuevas visiones inspiradoras para la futura forma del mundo?

La relación entre religión y política está cambiando

Parece que tenemos que retomar la pregunta sobre la relación entre política y religión.

Algunos dictadores y líderes de regímenes autoritarios deliberadamente instrumentalizan políticamente la religión. Cuando Stalin cayó en la cuenta de que los pueblos del Imperio soviético (especialmente Ucrania) no estaban preparados para luchar por el comunismo cuando invadieron las tropas de Hitler, él redefinió el conflicto como “la Gran Guerra Patriótica”, en la cual los sacerdotes ortodoxos con íconos en sus manos marchaban al frente de las tropas de la Armada Roja. Putin, un gran admirador de Stalin, también ha reconocido que la “Gran Rusia” que busca necesita un impulso espiritual y está tratando de instrumentalizar la Iglesia Ortodoxa Rusa. Después de todo, muchos de sus líderes son sus antiguos colegas de la KGB. La industria propagandística rusa apunta específicamente a los cristianos conservadores y busca retratar a Putin como el nuevo Emperador Constantino que salvará la Cristiandad de la corrosiva influencia del “protestantismo y el liberalismo occidental”.

Viktor Orbán y algunos líderes de la actual Polonia también se han retratado a sí mismos como “salvadores de la cultura cristiana” en su crítica a la Unión Europea. El primer ministro húngaro proclama (e implementa) un modelo de “democracia iliberal” que es cercano al de la “democracia dirigida” de Putin; en realidad, es un nombre que encubre un Estado autoritario. En Polonia, la alianza de políticos populistas-nacionalistas con ciertos círculos de la conducción de la Iglesia, junto con la revelación de un impactante nivel de abuso sexual, psicológico y espiritual por parte del clero, ha desembocado hoy en la dramática pérdida de confianza en la Iglesia, especialmente en la generación más joven. Esta alianza entre el ala conservadora de la religión y el nacionalismo desacredita el cristianismo y daña a la Iglesia más que medio siglo de persecución comunista; Polonia está sufriendo ahora el más veloz proceso de secularización en Europa.

¿Hay alguna forma de cristianismo en el mundo de hoy que pudiera ser una fuente de inspiración moral para una cultura de la libertad y la democracia? Me he estado haciendo a mí mismo esta pregunta por muchos años. Tenemos que buscar una forma que no sea una imitación nostálgica del pasado y que respete el hecho de que nuestro mundo no es y no será monocromático en lo religioso y cultural, sino radicalmente pluralista.

Al concepto de religión (religio) tradicionalmente se lo considera derivado del verbo latino religare (re-unir). La religión era entendida como una fuerza integradora de la sociedad. Este rol era ampliamente desempeñado por el cristianismo pre-moderno en la “Christianitas” medieval.

Pero este capítulo en la historia del cristianismo ha concluido. Fue seguido por la época de la modernidad, que forzó al cristianismo a transformarse en una más de las “cosmovisiones”. El cristianismo era considerado como una religión dividida en diferentes denominaciones representadas por diferentes iglesias. Hoy, esta forma de cristianismo está en una seria crisis.

La relación entre religión y política ha sido vista hasta ahora primariamente como relación entre la Iglesia y el Estado. En el curso de la globalización, sin embargo, las Iglesias han perdido su monopolio sobre la religión y los Estados nacionales su monopolio sobre la política. El principal competidor no es hoy el ateísmo o el humanismo secular, sino la espiritualidad no eclesial por un lado y la religión como ideología política por el otro. En el curso de la secularización, la religión no ha desaparecido, pero ha sufrido una profunda transformación. Su rol en la sociedad y en la vida de la gente está cambiando.

El rol de «religio» (la fuerza integradora de la sociedad) ha sido asumida por otro fenómeno social en el proceso de globalización de la modernidad tardía, especialmente por el mercado global de bienes e información (incluyendo los medios de comunicación). Hoy, el proceso de globalización y el orden político y económico existente están siendo sometidos a profundas convulsiones y cambios. No hay una fuerza global unificadora. Si la actual unidad de Occidente estuviera basada sólo en la defensa contra Rusia, no perduraría.

Después de la caída del comunismo y del mundo bipolar, Francis Fukuyama expresó su esperanza de que el “fin de la historia” estuviera viniendo en la forma de una victoria global de la democracia y el capitalismo de estilo occidental. El radicalismo islámico y ahora la Rusia de Putin han respondido a esta visión con pánico, odio y violencia.

Si el proceso de unificación del mundo ha de continuar, no podemos confiar en la sola dimensión económica de la globalización. La sanación del mundo presupone una fuerza espiritual inspiradora.

Curar las heridas del mundo

El papa Francisco promueve la visión de la Iglesia como un “hospital de campaña”: una Iglesia que no permanece en un “espléndido aislamiento” del mundo contemporáneo, ni lleva adelante dentro de él “guerras culturales” perdidas de antemano. Si la Iglesia ha de ser un “hospital de campaña”, entonces su ministerio terapéutico también presupone la capacidad de diagnosticar de modo competente el estado de nuestro mundo.

Sospecho que la religión en el futuro será más afín al significado del verbo re-legere, volver a leer. Ofrecerá una “relectura”, una nueva hermenéutica, una capacidad de “lectura espiritual” y una más profunda interpretación tanto de sus propias fuentes (en el caso del cristianismo, la Biblia y la tradición) y de los “signos de los tiempos”: acontecimientos en la sociedad y la cultura. Las visiones de los medios, los políticos y los economistas necesitan ser complementadas por una aproximación contemplativa a nuestro mundo. Yo veo una valiosa inspiración para hoy y mañana en las enseñanzas sociales del papa Francisco. Estoy convencido de que la encíclica Fratelli tutti (incluyendo los capítulos sobre la nueva cultura de la política) puede tener una relevancia para el siglo XXI similar a la que tuvo la Declaración de los Derechos Humanos para el siglo XX.

El teólogo protestante checo Jan Amos Comenský escribió su Consultatio Catholica De Rerum Humanarum Emendatione (Consulta General sobre la Mejora de los Asuntos Humanos) en anticipación al Concilio Ecuménico durante las guerras religiosas del siglo XVII. Hoy, veo de un modo similar el llamado de Francisco a transformar la Iglesia de una institución rígida y clerical en un camino dinámico y comunitario. Así como la democratización de la Iglesia durante la Reforma contribuyó entonces a la democratización de la sociedad, del mismo modo el principio de sinodalidad (syn-hodos, camino común) puede ser una inspiración no sólo para que la Iglesia católica ejerza la apertura a la cooperación ecuménica, interreligiosa e intercultural, sino también para una cultura política de coexistencia en un mundo pluralista. Ahora el mundo está en guerra, pero debemos pensar en el mundo de la post-guerra. No deberíamos repetir los viejos errores y subestimar la energía espiritual de las religiones del mundo.

A través de la historia, Europa ha sido la madre de las revoluciones y las reformas, el foco de las guerras mundiales y de los procesos de globalización, ha enviado impulsos de desarrollo cultural, científico económico y tecnológico en todo el mundo, y ha dejado huellas significativas de luz y sombra en la historia mundial. Hoy, el sueño de una Europa unida “respirando por los dos pulmones” es amenazada por los peligrosos tumores del nacionalismo, el populismo y el fundamentalismo. El potencial terapéutico, no destructivo, de la religión debe ser desarrollado. Un tiempo de crisis es también un tiempo de nuevos desafíos y oportunidades.

Tomáš Halík es Profesor de Sociología, presidente de la Academia Cristiana Checa y capellán universitario. Fue galardonado con el Premio Templeton y con un doctorado Honoris Causa de la Universidad de Oxford.

Traducción de Gustavo Irrazábal

*Publicado en la edición de mayo de la revista jesuita América www.americamagazine.org/

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