La Puerta
Ábrenos ya la puerta y veremos los vergeles,
Beberemos de sus aguas frías que aún conservan la huella de la luna.
El largo camino arde hostil a los extraños.
A ciegas erramos sin encontrar el lugar.
Agobiados por la sed, queremos ver las flores.
Esperando y sufriendo, henos por fin aquí delante de la puerta.
A golpes la abatiremos, si es preciso.
Golpeamos y empujamos, pero es demasiado firme.
Sólo nos queda languidecer, esperar y mirar en vano.
Contemplamos la puerta, cerrada, inconmovible.
Fijamos en ella nuestros ojos, llorando bajo el tormento;
Sin dejar de mirar la puerta, el peso del tiempo nos abruma.
La puerta está ante nosotros; ¿de qué nos sirve querer?
Mejor marcharse y abandonar toda esperanza.
No entraremos jamás. Cansados estamos de verla…
La puerta, al abrirse, dejó pasar tanto silencio…
Ni flores ni jardines suntuosos;
Tan sólo el espacio inmenso donde están el vacío y la luz,
Se hizo de súbito presente y colmó el corazón,
Lavando los ojos casi ciegos por el polvo.
Simone Weil
Ya alguna vez compartimos textos de Simone Weil, filósofa francesa de gran compromiso social que, nacida judía, se acercó a la intimidad de Cristo con su pensamiento, su compromiso y su oración. Si bien decidió no bautizarse, habitó en el centro de la espiritualidad cristiana alcanzando grados ejemplares de misticismo. Teniendo en cuenta que su vida transcurrió durante la primera mitad del siglo XX, podemos afirmar que lo contemporáneo de su aporte puede resultarnos ejemplar.
No puedo permanecer neutral ni desapasionado ante la fuerza de su poema “La Puerta”. Es ni más, ni menos, que la exaltación de un espíritu exquisito; uno puede o no acordar con ella, compartir o no sus convicciones, pero si lo leemos detenidamente no podemos menos que vibrar y estremecernos al contemplar la “existencia” a las puertas del Ser.
Ábrenos ya la puerta y veremos los vergeles…
Después de un agotador camino nos encontramos ante la Puerta que se encuentra cerrada aún, veremos que está desesperadamente cerrada, cerrada e impasible, indiferente al apuro y a los deseos de los viandantes. Esta cerrada desde adentro, hermética e imperturbable.
Los viajeros acuden a ella con la esperanza de suntuosos vergeles, maravillas sin fin, aguas reconfortantes que “aún conservan la huella de la luna”, es decir figuras familiares, conocimientos y experiencias del mundo en que hemos vivido. Aguas frescas con resabios de luna. A la puerta, nuestra esperanza está vinculada a nuestras experiencias, a nuestros sentidos, eso que conocemos elevado a la enésima potencia es lo que confiados esperamos.
Nos cansa estar ante la puerta imperturbable, nos cansa esperar lo que se muestra inconmovible. Bronca, apuro, decepción. ¡La tiraremos abajo de ser necesario! ¡Insensatos por usar categorías ajenas a la Puerta, ajenas a lo que guarda la puerta!
Una vez más nos acosa la desesperación, queremos abandonar esa empresa y todas las empresas. ¡No vale la pena, es una pérdida de tiempo, es inútil! La puerta no se abre. Entre llantos defraudados e insultos despechados, comenzamos a darle la espalda a la puerta, esta vez definitivamente.
Quizás era necesario un tiempo, mejor olvidarse del tiempo. En un instante, para nosotros ya postrero, la puerta se abrió. Y al abrirse dejó pasar lo que menos esperábamos, el silencio. Nada de algarabías ni festejos, silencio. Primero, como siempre, el Silencio salió ya por la hendija para incitarnos a entrar, llevándonos.
Ni flores ni jardines suntuosos…
Nada de lo esperado, nada de lo conocido. Recordamos aquello de que “ni ojo vio, ni oído oyó…” Tan sólo una esencia que valoramos como inmensa, desproporcionada para nuestra estatura, un ámbito –otra palabra no tengo para expresar un no lugar– lleno de vacío y de luz. ¡Parece paradójico! Estoy absolutamente deslumbrado, esa novedad inconmensurable colmó mi corazón y me deja sin juicios, sin palabras. Súbitamente todo es presente, no hay nada para esperar, allí está todo y me colma colmándome sin parar.
Mis ojos son lavados del polvo del pasado que los ciega. Mi cuerpo es sanado de las llagas que lo afean e invalidan, mis pies sucios y agotados, renacen para nuevos y desconocidos propósitos.
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