Es muy difícil hablar de quien nos ha dejado después de varias décadas de estrecha amistad. Me sucede ahora, cuando intento recomponer mis recuerdos de tantos años compartidos con Horacio Reggini en las más diversas circunstancias. Prefiero no escribir una cronología de su admirable vida como marido y padre, ingeniero y escritor, pionero en informática y ciudadano ilustre, y remitirme a algunos eventos que vivimos juntos, y que, hoy más que nunca, surgen en mi memoria a cada momento. 

Unos pocos años mayor que yo, en todo momento fue mi maestro, me enseñó a pensar lo imposible y a realizar juntos lo que muchos consideraban un delirio. Nunca se detuvo a defender sus ideas, simplemente las ponía en práctica, contra viento y marea. Para él no había fronteras entre los conocimientos y las disciplinas más complejas, tampoco entre empresas de avanzada y países apartados, menos aún entre personas de diferente nivel social, talentosos, discapacitados, varones y mujeres. 

Con su socio Hilario Fernández Long, otra luminaria de las ciencias, fueron de los primeros en introducir los recursos informáticos en nuestro país y nos permitieron avanzar antes que otros lo hicieran, en los más diversos campos. A mí me tocó colaborar en las aplicaciones de la informática en la educación, y en especial con aquellos más carenciados por falta de recursos, discapacidades varias, algunas muy severas y, también en ambientes sociales y políticos muy variados, en diferentes países de América. En algunos casos, Horacio llegó a adelantarse a instituciones extranjeras de enorme prestigio, como el MIT (Masachusetts Institute of Technology), donde nuestros colegas y amigos Seymour Papert y Marvin Minsky estaban abriendo el mundo entero a la informática. Seymour, por ejemplo, había desarrollado el LOGO, un software muy apto para programar por los niños desde las escuelas primarias en adelante. Horacio, desde Buenos Aires, le agregó a ese LOGO la posibilidad de diseñar en tres dimensiones, un salto cualitativo en programación Ideas y Formas. Explorando el espacio en Logo (Galápago, 1986). 

Put a brain in your camera: non-standard computer images, fue el título que dio a su brillante presentación en el quinto seminario (2010) que organizamos con mi colega Kurt Fischer de Harvard, sobre “Aprender, arte y  cerebro”, con la invaluable programación de Lourdes Majdalani, en la Escuela Internacional de Mente, Cerebro y Educación, en el célebre Ettore Majorana Foundation and Centre for Scientific Culture, del bellísimo pueblo de Erice, en Sicilia, fundado por Antonino Zichichi, eminente físico italiano y querido colega en la Pontificia Academia de Ciencias. Allí visitamos sitios clásicos, templos griegos y paisajes inolvidables sobre el mar. Nunca olvidaré los encuentros con Horacio en tantos países, donde su obra a favor de la educación marcó un cambio radical en la forma de enseñar y de aprender.

En la Argentina su obra educativa comenzó en los colegios Bayard y San Martín de Tours de Buenos Aires y se expresó en libros de gran impacto como Alas para la mente (Galápago 1982) y Computadoras, ¿creatividad o automatismo? (Galápago, 1988). Horacio nos permitió dar un impulso decisivo al Instituto Oral Modelo, donde se había reemplazado el lenguaje de señas y se enseñaba a hablar a los niños con hipoacusia y sordera. Allí, con Percival Denham, joven ingeniero, logramos poner las computadoras en manos de los alumnos sordos y publicamos un libro (Discomunicaciones, Computación y niños sordos, Fundación Navarro Viola, 1989), que inspiró iniciativas semejantes en otros países. Su libro El Futuro sigue sin ser lo que era (Academia Nacional de Educación, 2011) es profético.

Horacio falleció el 27 de junio, a los 89 años. Sigue con nosotros, en brazos de nuestro Padre. Rezamos por él, y por su esposa Mónica y su hija Natalia, con quienes formaron un ejemplo admirable de familia unida. 

Mi propósito es transmitir mi agradecimiento por todo lo compartido. El Señor sabrá cómo retribuirle por todo el bien que ha hecho…y que sigue haciendo. Ciencia es amistad.

Antonio M. Battro es Doctor en Medicina y en Psicología. Miembro de la Pontificia Academia de Ciencias. 

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