“Este oficio de arreglar guitarras”, dice un par de veces el protagonista de este documental. Sólo una vez se le oye decir que también las construye. Guitarras criollas, por encargo de la gente de campo como él. Las hace con madera de algarrobo, botones viejos para la parte de nácar, y hueso de la pata de vaca para el puente. Las hace –y no es un detalle menor– sentado en su silla de ruedas.

 

Pepe Núñez tenía sólo cuatro años cuando contrajo poliomielitis. Ocho años, cuando el padre se resignó a que el hijo nunca más iba a caminar, le hizo unas muletas, y le enseñó a usarlas para subir y bajar del caballo. Así el chico pudo ir a la escuela. Y a partir de ahí aprendió a manejar las manos, haciendo trompos, labores de hojalatería, cuchillería, esculturas, y “este oficio”. Nosotros vemos cómo va haciendo un instrumento, mientras explica algo de su trabajo, instruye a un joven aprendiz y cuenta su vida (esto último, escenificado en blanco y negro). Vemos también la presentación breve y en primera persona de sus parientes, y de algún amigo, toda gente ya de cincuenta años, o algo más. Y a uno de los sobrinos, matar una víbora con la pala como si tal cosa, y enterrarla. Cuentan sobre don Pepe, cómo de muchacho jugaba de arquero tirado en el suelo, atajando la pelota a los bolsazos. Cómo se las ingeniaba para andar en sulky, ir a cazar y hasta salir de serenatas. Y cuentan también cosas del pueblo, Lafinur, provincia de San Luis.

 

Por ahí se oye cantar a dúo una vieja tonada, de esas de autor olvidado. Algo así como “Tire a matar, cazador/ no demuestre fantasías,/ ponga su ojo en la mira/ y apúntele al corazón”. Más tarde cantará el que encargó la guitarra que vimos construir, el que la va a comprar, cuando se la entreguen en una reunión que más que trámite comercial se siente como una reunión de paisanos amigos, donde también habrá alguna copa de vino, y acompañantes para la música. Y luego, una escena sin palabras: a la noche, sentado a la mesa del patio cubierto, Pepe Núñez oye un chamamé por la radio, y mira al gato que se ha sentado en la silla de ruedas. Le hubiera gustado saber tocar el acordeón, contó casi al comienzo, y, por supuesto, le gustaría que esa no fuera su silla. El gato anda por sí mismo, él no. Atendemos sus reflexiones sobre los límites del tiempo y de la vista, que ya va perdiendo. Apreciamos el trabajo de irse a acostar, y también el empuje de energía que tiene al día siguiente.

 

“A veces reniego de Dios, pero son fugaces momentos”, dice. Al contrario, agradece poder ser útil a los demás. Frases que quedan: “A mí no me discriminan. Yo me discrimino”, “La procesión va por dentro”. Cuando le muestran el video de lo grabado hasta ese día, tiene palabras de elogio, pero agrega “a donde me veo yo, me tengo lástima”. Él no tuvo mujer, por miedo al rechazo, confiesa. “Miedo tenemos todos”, se oye la voz del documentalista. “Cortá ahí”, dice Núñez. Pero todavía hay espacio para registrar lo mucho que el pueblo lo quiere, al punto que tiempo atrás hasta lo hicieron intendente. Lo veremos luego yendo por los caminos de tierra, él solo, en su auto viejo, mientras suena como de antojo un viejo tema mexicano. También como de antojo surge el sonido de Juanjo Domínguez. Que usa una guitarra de concierto, de otro luthier, pero no desentona con el sonido más primitivo de la guitarra criolla de este hombre, ni mucho menos con su alma, sufrida, límpida y generosa.

 

Digno discípulo de Jorge Prelorán, Fermín Rivera se llama el autor de este documental, que dedicó todo el tiempo que fue necesario para hacerlo, sin apuro, con sencillez, empatía y simpatía. Ciertamente, Rivera hizo un buen trabajo. Buen retrato, además, de una Argentina profunda, esa que rara vez sale en los noticieros.

1 Readers Commented

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  1. ricardo moyano on 4 noviembre, 2012

    bravo.

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