Sus buenos años le dedicó Tristán Bauer a esta producción, la más grande que se ha hecho en torno a la Guerra de Malvinas. En diciembre pasado, en el festival de cine de Pinamar, mostró al periodismo un adelanto de diez minutos de la obra. Diez minutos impactantes: los soldaditos batiéndose en retirada bajo el fuego enemigo, la angustia de buscar a un compañero herido, la llegada a Puerto Argentino, la extraña visión de una kelper vestida de negro, llevando a sus hijitos de la mano, y a contramano de la corriente de muchachitos asustados y agotados, vestidos de verde, casi fantasmales unos para otros, y al mismo tiempo tan concretos. Y luego las rápidas tomas de la enfermería, cámara en mano, afiebrantes. Y el descanso junto a un baldío, donde alguien encuentra una pelota y enseguida arman un picadito, ponen los cascos como arcos, vuelven a ser chicos.

 

Bauer, el ex combatiente Edgardo Esteban, en cuyas memorias se inspira la película, y Gastón Pauls, que lo representa, contaron entonces la emoción, y hasta la conmoción, que les causó reproducir varias escenas, y, sobre todo, filmar algunas de ellas en las propias Islas Malvinas. Allí también estaba Virginia Innocenti, que juega el papel de esposa de un ex combatiente que, años más tarde, quiere suicidarse. Hoy el número de veteranos que se han suicidado ya casi supera al número de los caídos en las islas. No es ajena al hecho, la sensación de sacrificio inútil que muchos sienten por un país de “compatriotas” desagradecidos, aprovechadores y falsos.

 

Ahora vimos la película completa. Lo que habíamos visto en anticipo, representaba el final de la batalla de Monte Longdon, ya en pleno día. Pero esa batalla había comenzado en medio de la noche. Impresiona ver su escenificación, con la cámara deslizándose desde un caballo agonizando junto a unos cuerpos amontonados, que no sabemos si es de gente viva o muerta, hasta levantarse en una panorámica que permite ver toda la extensión del campo, con los grupos que se desplazan en medio de la confusión, los zumbidos constantes de las balas, que pasan como fuegos artificiales mal orientados, y los gritos desgarradores de los heridos y los acobardados, totalmente iluminados por las bengalas del enemigo y los disparos de sus propias armas. Esa gente tenía, como promedio, 18 años de edad.

 

Hemos hablado con algunos veteranos de esa noche. La reproducción es exacta, nos dijeron. Hay que agradecer el esfuerzo de Bauer, su gente, y sus productores (la Universidad Nacional de San Martín, el Incaa, la provincia de San Luis, el Canal Plus de España), y también, entre otros apoyos, el premio Signis Cine en Construcción, otorgado hace un año precisamente para ayudar en la postproducción de efectos visuales y de sonido. Recordemos además nuestra falta de tradición en el género bélico. Hasta ahora, como momentos de gran despliegue histórico, sólo podían mencionarse las breves panorámicas de Su mejor alumno y Argentino hasta la muerte (ambas sobre la Guerra de la Triple Alianza), y el humo y los fogonazos también breves de Los chicos de la guerra. Son escenas muy costosas y trabajosas. Pero necesarias, para que el público pueda hacerse una idea del horror.

 

Cabe, sin embargo, un par de reproches. También algunos más, pero son menores. Lo que aquí lamentamos, y que también lamentaron los veteranos consultados, es la ausencia, en el film, de dos elementos que también figuran en el libro de Edgardo Esteban: la religiosidad y la valentía de muchos militares. Así como Esteban denuncia el maltrato, la incapacidad, y la pequeñez moral de unos cuantos, también menciona varias veces el ejemplar comportamiento de algunos militares de carrera, y el arrojo entusiasta de por lo menos un soldado, y habla bastante del sentimiento de religiosidad que empezó a sentir en esas circunstancias, y que todavía lo acompaña. Dedica incluso casi una página, llena de cariño y agradecimiento, para el rosario de plástico celeste que entregaban entonces en el Ejercito, y que él pidió expresamente y aún conserva. La adaptación ha olvidado ese aspecto, aunque un plástico, aunque sea uno, bien pudo haberse incorporado sin mayor gasto al vestuario. Lo otro, en cambio, se ve como una negación deliberada. Coincide con la actitud antimilitarista de, por lo menos, uno de los adaptadores, el sobreviviente de la ESMA Miguel Bonasso, hoy miembro sin cartera del actual gobierno nacional. Así es como la canción final termina mezclando los tantos, de un modo comprensible, pero mezquino.

 

Para equilibrar esa mirada, conviene atender el muy buen documental de Julio Cardoso Locos de la bandera, producido por la Asociación de Familiares de caídos en las Malvinas.

 

Y para equilibrar ambas miradas, otro documental, No tan nuestras, de Ramiro Longo, relato de un ex combatiente de esa misma batalla, aportando en sus recuerdos ese humorismo (ese sí, tan nuestro) que nos permite sobrevivir riéndonos de nuestras desgracias. Como bien dicen, “otra no queda”.

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