Desorientada en medio de profundos y vertiginosos cambios culturales, la universidad se debate en la lucha por encontrar su significación social. Posiblemente el núcleo del problema consista en definir si la institución se convertirá irremediablemente en un servicio más, una usina formadora de individuos más o menos capacitados para hacer algún trabajo específico. O si, en cambio, conservará el papel que tácitamente se le asigna desde hace siglos de formadora de personas completas dotadas de una cierta visión del mundo y de las herramientas intelectuales para construir alternativas. Aunque pocas veces haya cumplido con esa misión, al menos era lo que se esperaba que hiciera. Lo grave es que aparentemente esa tarea culturizadora va dejando explícitamente de ser prioritaria y que la universidad intenta adaptarse al mundo de los negocios e integrarse a él, a lo que hoy se conoce como “la vida real”.

 

Por eso, uno de los interrogantes centrales que hoy se nos plantean es establecer si hay que confundirse con la cultura moderna o hay que intentar culturizar la modernidad. Como sostiene Edgard Morin, la universidad es una institución de “ideas”: es el lugar de las ideas, la concreción del poder institucionalizado de la idea. De allí que al perderse la trascendencia social de las ideas, la universidad decaiga como espacio que las representa. Como vivimos en un mundo que cada día es más de cosas que de ideas, posiblemente una de las funciones de la universidad que justifique su existencia sea el seguir constituyendo el ámbito del respeto y del espacio de la idea. Debería proponerse contribuir a crear una cultura que supere lo inmediato, proporcionando las herramientas intelectuales que permitan trascender el mundo de inmediatez en el que vivimos.

 

En una admirable síntesis de la naturaleza de la experiencia universitaria, dice la escritora mexicana Esther Orozco: “Pasar por la universidad significa asomarse al pasado e imaginar y hasta inventar el porvenir. Otear la obra que la humanidad ha hecho durante millones de años en su incansable caminar por los milenios. Significa participar en el trazo del rumbo del ser humano hacia los tiempos que vienen, y restablecer un lazo de solidaridad y reconocimiento con quienes han construido lo que hay sobre el planeta por medio del esfuerzo, la inteligencia, las ideas y los sentimientos acumulados sobre los siglos. Pasar por la universidad no significa sólo aprender el oficio de biólogo, químico, médico o abogado. Es un espacio para aprehender la vida, la que fue, la que está siendo y la que podemos prever que será”.

 

Si es eso lo que esperamos que sea una universidad, preciso es reconocer que hoy no lo es y, lo que es peor, no va en camino de serlo. Lograrlo implicará emprender las modificaciones profundas que permitan lograr en la práctica que al pasar por la universidad los jóvenes adviertan las infinitas posibilidades de lo humano.

1 Readers Commented

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  1. gonzalo lalinde on 26 enero, 2010

    ester
    qué pueden hacer los adultos mayores con experiencia, por la U a que pertenecieron para potencializar ese cambio. En mi país el adulto mayor termina comprando la leche y sacando el perro al parque; además es el peor cliente para una entidad de salud o el mejor del bar de la esquina o del nuevo centro de juegos de azar de la ciudad y el único que lo escucha es el perro y su compañero de exclusion por parte del estado y la sociedad.
    juan gonzalo lalinde
    el poder de los mayores
    medellin colombia

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