Quizá la característica que mejor defina a Joan Manuel Serrat sea su sencillez, ceñida a la humildad y coherencia con que siempre ha trabajado en su profesión. Al menos, es lo que viene oyéndose en sus discos, a lo largo de treinta años. Quizá porque sus canciones reflejan esas virtudes, sus versos guardan un significado profundo y su repertorio ya tiene su lugar en el acerbo de la música popular hispanoamericana. Para más datos, escuchar nuevamente “Aquellas pequeñas cosas”, ésas que nos tienen tan a su merced como a hojas muertas / que el viento arrastra allá o aquí. O, también, la emotiva “De vez en cuando la vida”. Dos antojadizos ejemplos que pueden servir de muestra.

 

Así, Serrat ha presentado, en todos estos años de cantor, entrañables historias de amor, de amigos, de lugares, aromas y sabores. Algunas románticas, otras melancólicas, y también románticas y melancólicas. Ha dado muestras, además, de su compromiso social: “Disculpe el señor” o “Niño Silvestre” dan cuenta de su posición; versos concisos pegan hondo, no por ser románticos o melancólicos, sino por la acertada percepción de estos (críticos) tiempos modernos. “Diría que soy un tipo pesimista” –expresó Serrat en una entrevista al diario El País de Madrid, que reprodujo aquí La Nación–, por el “duro pesimismo de la realidad”, al que considera un motor de bajo rendimiento. Podríamos decir nosotros que Serrat es dueño de una sensibilidad particular que lo hace reconocerse así y, desde ese temperamento singular, da cuerpo y forma característicos a sus temas.

 

En ese ir y venir de viejas y nuevas canciones ocupan un lugar importante sus seguidores, que en Argentina no son pocos. Están los de siempre, que hoy alcanzan los cincuenta, y también los más jóvenes que por casualidad escuchan alguna joyita (“No hago otra cosa que pensar en ti”, podría ser) y se acercan a su repertorio. Varias generaciones, innumerable cantidad de canciones y el artista, tres partes que forman el todo a través de un nexo común: la música, que conmueve los sentidos.

 

Sombras de la China, su nuevo trabajo, llega al público luego de cuatro años de no grabar un disco en estudio (el último había sido Nadie es perfecto de 1994). En ese tiempo participó en El gusto es nuestro, el espectáculo que recorrió España y varios países de Latinoamérica -Argentina incluida- junto a Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos cantando temas propios y ajenos de la música popular.

 

Después de la gira, se puso a trabajar en el CD que aquí comentamos: once nuevas canciones que traen, una vez más, el contenido poético que le es propio a Serrat. Allí están “Los macarras de la moral”, que al ritmo de la rumba critica a los supuestos moralistas, “Secreta mujer”, que escribió en compañía del uruguayo Eduardo Galeano, “Me gusta todo de ti (pero tú no)”, o “Buenos tiempos”, lo mejor del CD: “Corren buenos tiempos / para la bandada / de los que se amoldan a todo / con tal que no les falte de nada.” La canción gusta por su letra y también por su melodía.

 

Casualmente, a este disco le falta mayor vida en sus melodías. Pese a que fue grabado por talentosos músicos (Rubén Juárez aporta su bandoneón) y que suena muy bien, con arreglos sutiles y de buen gusto, el CD encuentra a un Serrat apagado, que pareciera estar más concentrado en su pluma que en sus acordes, más interesado en que sus palabras encuentren destinatario en tanto la música queda en un segundo plano.

 

Acaso deba escucharse este discreto disco con tiempo, reposadamente, porque así lo requiere su estilo. En ese ambiente se pueden encontrar entonces los buenos pasajes (que los tiene, desde ya) de Sombras de la China.

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