En Narrar o describir, un ensayo que escribió en 1936 a propósito del realismo y el naturalismo, Georg Lukacs sostiene que “solamente la práctica humana puede mostrar correctamente la naturaleza de los individuos. Y solamente por esto resultan los individuos interesantes unos para otros y por esto son merecedores de que se los plasme poéticamente”. La vida del escritor Ariel Dorfman es una muestra cabal de ello: es una vida que merece ser contada. Y es por eso que Rumbo al sur, deseando el norte se constituye en un relato épico contemporáneo fascinante, pero al mismo tiempo es una revisión sumamente crítica de un período en la historia de un continente y de la generación que lo protagonizó.

 

Este libro es una autobiografía, pero para su autor también es “un texto de autoayuda escrito para mí, para intentar responderme a mí mismo cómo llegué a lo que soy”. Y es que el camino que siguió en sus 56 años este hombre nacido argentino, chileno por adopción y residente estadounidense, es de una complejidad tan increíble que por momentos uno llega a dudar sobre la veracidad del relato. Pero en el tren de íntimas confesiones que Dorfman hará a lo largo de las casi cuatrocientas páginas de estas memorias, se despeja toda sospecha. El relato está fuertemente marcado por un punto de inflexión en la historia personal de Dorfman, pero también en la Historia: el derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973. Y se estructura, a partir del golpe de Pinochet, en diecisiete capítulos que, alternados, se acercan y se alejan de esa mañana de primavera en Santiago de Chile. El resultado, accesorio tal vez sobre la impresión final del libro, es un interesante procedimiento que mantiene la atención del lector de manera admirable.

 

En cuanto a la narración en sí, es la historia de un hombre –casi signado por un estigma familiar– que se debate entre una búsqueda voluntaria de su lugar (no sólo físico) y una serie de exilios tan involuntarios como dolorosos. Así, Dorfman recordará sus orígenes como hijo de inmigrantes judíos, las sendas huidas de su madre de Kishiniov (hoy Moldavia) y de su padre de Ucrania, y la reunión de ambos en Buenos Aires, donde él nació. A partir de allí, comenzará un periplo que lo llevará hacia el norte odiando el sur, hacia el sur añorando el norte, hacia el norte pensando en el sur, otra vez hacia el sur (pero ahora desdeñando el norte) y, cuando la travesía parecía tener fin, nuevamente hacia el norte, expulsado de su tierra por la dictadura de Pinochet.

 

En ese viaje que parece eterno, Dorfman reseña con inteligencia -y desde una posición ideológica muy clara- los últimos cincuenta años de historia del continente americano: guerra fría, the american dream, la caza de brujas contra los comunistas, el hippismo, la revolución socialista planteada por Allende, las dictaduras militares latinoamericanas de la década del 70, los desaparecidos, la globalización. Pero este libro le sirve también a su autor, un comprometido militante de izquierda que colaboró como asesor de Allende, y que escribió en 1971 un polémico texto sobre la colonización política estadounidense a través de la industria cultural (Para leer al Pato Donald, junto al sociólogo Armand Mattelart) además de vastos ensayos, novelas, textos de poesía y obras teatrales, para dar explicaciones sobre algunos aspectos de su vida personal relacionados con su actividad política que podrían resultar controvertidos. Tal vez aquí resida la única debilidad del libro, en esas excesivas justificaciones en las que es posible leer un dejo de culpabilidad por haber sobrevivido mientras que muchos de sus compañeros hoy integran la lista de desaparecidos del otro lado de los Andes. Por otra parte, Dorfman asume una crítica lúcida a las posiciones partidarias de las que él mismo tomó parte hace ya casi una treintena de años y plantea realizar un análisis en la propia militancia de izquierda chilena para hallar sus responsabilidades en el fracaso del proceso de transformación política y social que, sostenía, iba a ser señero en el mundo.

 

Rumbo al sur, deseando el norte tiene otro aspecto no menos llamativo e importante: Dorfman escribió primero en inglés y luego lo tradujo él mismo al castellano, como síntesis superadora de una lingüística en la que se debatió durante gran parte de su vida. En esa relación conflictiva entre el inglés que decidió adoptar en Nueva York, cuando tenía apenas dos años, y ese castellano que lo vio nacer en Buenos Aires y que lo cautivó en Chile, su patria por elección, están resumidas las tensiones políticas, económicas y culturales entre Estados Unidos y Latinoamérica. Y, tanto el bilingüismo como el multiculturalismo que Dorfman ahora acepta y profesa, son un reflejo del pensamiento actual del escritor: más allá de los países (y especialmente de sus gobiernos), hay personas que sufren, aman y luchan, sea en el sur como en el norte, en el este como en el oeste.

1 Readers Commented

Join discussion
  1. Alejandro Gudesblat on 14 octubre, 2010

    En 1972, la literatura política latinoamericana alcanzó ribetes de epopeya con una aguerrida lectura ideológica comunista aparecida, precisamente, en el crispado y radicalizado Chile del marxista Salvador Allende. La obra en cuestión, por increíble que parezca, lleva como título «Para leer al pato Donald,» al que le sigue un subtítulo algo menos rimbombante: comunicación de masa y colonialismo. Un recoradtorio, sin duda, de que las acciones tienes conecuencias. Incluso las malas.
    ¿Y de qùé se trata? Los chilenos Ariel Dorfman y Armand Mattelart se proponen encontrar el oculto mensaje imperial y capitalista que encierran los personajes de historietas. Estos intrépidos autores quieren desenmascararlos a toda costa, demostrar las sinuosas intenciones que esconden y denunciar ante los pueblos del orbe la silenciosa infiltración que efectúa el imperialismo en sus tierras. Donald, Mickey, Pluto y compañía no son lo que parecen . Son agentes encubiertos de la reacción conserva-derechosa para asegurar una relación de dominio entre la metrópoli yanki y sus colonias. Disneylandia es un símbolo del capitalismo y metáfora del propio Estados Unidos con el que se inclina a los niños a cultivar el egoísmo más crudo y materialista en favor de los intereses de Wall Street. Obsérvese: «Disney expulsa lo productivo y lo histórico del mundo, tal como el imperialismo ha prohibido lo productivo y lo histórico en el mundo del subdesarrollo.» No se trata de las divertidas peripecias de un pato malhumorado. «Disney construye su fantasía imitando subconscientemente el modo en que el sistema capitalista mundial construyó la realidad y tal como desea seguir armándola. » No se trata de un dibujante que hace su trabajo. «Pato Donald al poder es esa promoción del subdesarrollo y de las desgarraduras cotidianas del Hombre del Tercer Mundo en objeto del goce permanente en el reino utópico de la libertad burguesa… Leer Disneylandia es tragar y digerir su condición de explotado.»
    Semejante delirio tuvo nada menos que treinta ediciones en veinte años. ¿Por qué? Porque está escrito en clave paranoica, y justifica así la tendencia (muy humana, por cierto) de atribuir a un tercero las culpas por las propias fallas, en este caso, el subdesarrollo y la postergación de las naciones de América Latina. Los paladines de la semiótica, Dorfman y Mattelart, gritan a los cuatro vientos para todo aquel que quiera oir, que la historia es una conspiración de malos contra buenos en que los segundos llevan invariablemente las de perder. En su audaz sobre-análisis, se ven a sí mismos como el objeto de la intriga universal que intenta sojuzgarlos.
    Ahora bien, ¿hacia dónde conduce esa manera de pensar y de ver las cosas? Absolutamente a ninguna parte, salvo a seguir ahondando en la decadencia. Y a justificarlo todo por medio de argumentos dialécticos, desde los menos delirantes (después de todo, en país de ciegos el tuerto es rey) hasta los más increíbles alardes de demencia y de delirio producto de la mente alucinada de algún esquizofrénico sobremedicado, como este dúo dinámico (o no dinámico). Los Terence Hill y Bud Spencer de la semiología tercermundista que juntos son dinamita (o no dinamita). Dorfman y Mattelart no son los únicos autores setentistas, pero esto ya es demasiado. Estos «profundos ensayistas» deberían dejar en paz al pobre pato Donald y, en cambio, comunicar a los lectores de su «tratado superior» que las miserias que azotan a los pueblos se deben a las políticas estatistas e intervencionistas realizads por sus respectivos gobiernos año tras año, generación tras generación, y que los países que alcanzaron los máximos grados de desarrollo lo han hecho porque, sin excepción, han adoptado una economía de mercado. Y que la verdadera dominación que somete al hombre es la ignorancia, ya que como decía Mariano Moreno, si los pueblos no se ilustran cambiarán de tirano pero no de tiranía.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?