Tras un fracasado estreno en 1896, el rotundo éxito alcanzado por La gaviota según la puesta en escena de Stanislavsky en el Teatro de Arte de Moscú, lleva a Chejov a escribir, especialmente para dicho Teatro, otras tres obras extensas que consolidarán su fama como dramaturgo. La primera de ellas, El tío Vania, se estrena en 1900, año en que el autor es elegido miembro de honor de la Academia de Ciencias de Moscú.
Considerada por la crítica como el texto que más plena y despojadamente expresa las preocupaciones esenciales del autor, quizás sea la que encierra la visión más sombría, no sólo de la Rusia de fines del siglo diecinueve sino también de la condición humana y su posibilidad de acceder en vida a una existencia plena.
Todos los sectores sociales representados o aludidos en la obra los terratenientes, los intelectuales y los mujiks son igualmente fustigados ya sea por su inercia, por su falta de comprensión o por su ignorancia. El fracaso de una vida inútil, falsa o cobarde, admitido o no, signa por igual a todos los personajes, inclusive a aquellos aparentemente exitosos o admirados como el viejo profesor y su bella esposa. La percepción de un futuro feliz pero lejano y ajeno, para el cual siente que está oscuramente desbrozando el camino, mitiga en el médico Astrov, aunque no el desprecio por una vida mediocre y sucia, sí el dolor y la desesperación que, en cambio, dominan al tío Vania y lo impulsan como no sucede con ningún otro personaje chejoviano a un frustrado suicidio. En cuanto a Sonia, es su fe, que le permite esperar acceder con la muerte a una vida definitivamente plena, la que explica su sufrida resignación y su heroica resistencia a una desdicha irreversible.
La irrupción de Serebriakov y su esposa funciona como catalizador del mínimo conflicto dramático, en la medida en que desencauza la angustia vital por los sueños fracasados, contenida en la atmósfera asfixiante de la hacienda familiar, para convertirla en el tema constante de reflexión de los personajes. Falta en el texto ese toque humorístico, ya sea en situaciones o personajes, que suele caracterizar al teatro chejoviano en consonancia con su deseo de quebrar los límites entre la comicidad y la angustia. Apenas si se registran tonos burlescos en algunas intervenciones zumbonas de tío Vania, que adopta la pose de bufón como una forma más de enmascarar su sufrimiento.
Raúl Serrano, responsable de la puesta en escena, sólo realizó algunos recortes menores en el texto. En su marcación del personaje de Vania, a cargo de Ricardo Díaz Mourelle, hizo primar la veta farsesca con lo cual pierde complejidad su interpretación. Raúl Rizzo encarna con matizada expresividad al médico Astrov, lúcido observador de cuantos lo rodean y el único personaje cuyo compromiso con la vida expresado a través de los árboles que defiende lo distancia, de esa vida aburrida, tonta y sucia que detesta. Destacable también resulta el trabajo de Alejandra Rubio en el rol de Sonia y correcto el de Patricia Echegoyen como Elena. Juan Carlos Galván, en cambio, compone al profesor con un fraseo artificioso que desentona con la estética realista de la obra. El diseño escenográfico de Silvana de la Torre procura combinar, en un escenario reducido y con una ambientación profusa, dos espacios bastante disímiles: el salón y el dormitorio-despacho de Vania. El resultado es poco convincente.