El 4 de noviembre de 1995, en la plaza principal de Tel Aviv, el primer ministro israelí, Ytzak Rabin, premio Nobel de la Paz, fue asesinado por la espalda por un extremista judío, cuando finalizaba un acto multitudinario en favor de la paz.
La trayectoria pública de Rabin, primero como militar y luego como dirigente político, es bien conocida. Él mismo había publicado ya sus memorias en 1979. Protagonista primerísimo de la historia del joven Estado de Israel, su nombre figura necesariamente en todas las obras de historia de las relaciones internacionales contemporáneas, no sólo en aquellas que tienen por objeto específico la cuestión del Medio Oriente.
Estos antecedentes podrían haber desanimado a quien se propusiera escribir una nueva biografía de Rabin. Sin embargo, su viuda, Leah Rabin, consideró que la empresa era necesaria para poner el acento en algunos aspectos de la misión emprendida por su marido, misión que sus asesinos quisieron obstruir. Este aspecto, sumado a algunas agudas observaciones de su autora, confieren al libro un interés y una actualidad notables.
La factura del libro es un adecuado balance entre distintos componentes. Por una parte se brinda el testimonio inteligente y el recuerdo personal, trasmitidos con sobriedad, desde la perspectiva única de quien fuera la esposa de Ytzak Rabin, ella misma una militante. Por la otra, se intercalan en el texto pasajes de discursos, elegidos cuidadosamente entre los pronunciados por el mismo Rabin o por otros dirigentes israelíes, antes o después del asesinato.
A lo largo del libro se suman anécdotas de la vida del Rabin: miembro de la Palmach (organización defensiva de los kibbutzim antes de la creación de las Fuerzas de Defensa Israelíes); militar y jefe del Estado Mayor; embajador en Washington; dirigente político del Partido Laborista, ministro de Defensa y dos veces jefe de Gobierno.
La trayectoria de Rabin se confunde con la de los grandes nombres de la intensa historia de cincuenta años del Estado de Israel. En todos ellos se muestra, aún con las discrepancias propias de una sociedad altamente politizada como la israelí, la noción de que un Estado, no importa cuán pequeño sea en su geografía, tiene una política exterior propia, con intereses definidos que promover incluso respecto de sus aliados más importantes.
En más de una ocasión, Leah Rabin vuelca juicios políticos de valor no solamente histórico, como cuando afirma que la Intifada hizo ver con claridad a su marido que Israel no podría gobernar a otro pueblo. La autora nos recuerda que Rabin no fue guerrero primero y pacifista después, sino que siempre estuvo en favor de la paz. Para probarlo aporta citas de cartas personales inéditas.
Una idea central campea en el libro: la denuncia del clima de opinión enrarecido que hace que en una democracia sea posible un crimen político y, paralelamente, la queja por la actitud de una mayoría que es tan silenciosa que abandona las calles en manos de las voces de la violencia y el odio.