Editada con el patrocinio de la Fundación que lleva el nombre de quien por primera vez en América llevara al gobierno a la Democracia Cristiana (auspicio reforzado con el apoyo económico de la entidad alemana homóloga que honra el recuerdo de Konrad Adenauer), la lectura de esta obra no dejará de turbar la memoria de cuantos de este lado de la cordillera no supieron o no quisieron mantener vivo al PDC, criatura nacida con fórceps en vísperas del derrocamiento de Perón en 1955 y que nunca llegó a ponerse los pantalones largos.
Eduardo Frei Montalva fue figura prominente de la historia política chilena durante medio siglo y entre las múltiples facetas de una personalidad avasalladora brilló en él la fidelidad a sus ideas y el tesón inclaudicable con que supo llevarlas adelante. En 1931 integró el grupo de jóvenes universitarios que se deslumbró ante lo que él mismo denominara la visión luminosa del humanismo cristiano. Aquella pléyade juvenil, requerida por su compromiso de fe, juzgó necesario abrir cauce a una opción política inspirada por el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia. Por entonces, él y sus amigos, miembros de la Juventud Católica, decidieron transplantarse al viejo tronco pelucón el Partido Conservador aunque con la idea de cambiar su fisonomía, pues él mismo, si bien estaba erigido como representante exclusivo de los católicos en el mundo político chileno (con la bendición de la Iglesia), era liberal en su concepción de la economía y tradicionalista en lo cultural, posturas que los recién incorporados no aceptaban. Así, dentro ya de dicha comunidad, se constituyeron en la Falange Nacional, un nombre de horrenda resonancia. Luego de la guerra española Maritain los influenció para bien y olvidaron los delirios corporativistas, aunque no cambiarían de nombre hasta mucho más adelante. La crisis entre la cúpula dirigente y la juventud falangista se gestaba desde mediados de 1937 y llevó a una pronta ruptura. La vida independiente de la Falange comenzó en circunstancias difíciles que se habrían de prolongar por casi veinte años. La derecha y en particular los conservadores se convirtieron en sus enemigos implacables, la izquierda continuó mirándola con recelo, sin tomar en serio su afán de renovación y justicia social. Incluso buena parte del Episcopado le era hostil y continuaba, por tradición y afinidad, su centenario apoyo al Partido Conservador. Tal identificación no era casual: en el episcopado trasandino los apellidos fueron mayoritariamente una mera prolongación de la guía social. Acaso entre nosotros, pero por razones inversas, la Iglesia apoyará al peronismo desde el vamos (salvo cuando el enigmático episodio de la quema de los templos forzara un cambio de actitud), de quien siempre recibió favores y prebendas, un toma y daca que para bien de todos parece estar en vías de ser corregido, aunque tardíamente, en los umbrales del tercer milenio.
Para Frei, presidente de la agrupación, cada comicio fue un fracaso personal doloroso, y en su depresión subsiguiente a la tercera derrota consecutiva, llegó a pensar seriamente en abandonar la partida. Elegido finalmente, a los 38 años, senador para el período 1949-1957, con la nueva investidura pública se le abrieron otras posibilidades, desde una activa vida internacional hasta descollar en la cámara alta como temido analista y crítico de los equipos económicos gubernamentales. Paralelamente desarrollaba con pluma incisiva su condición de ensayista social a través de libros doctrinarios (La política y el espíritu, La verdad tiene su hora) y colaboraciones periodísticas.
Por acuerdo entre los conservadores socialcristianos y los falangistas nació en 1957 el PDC, que iba a convertirse en una de las dos fuerzas de alternativa para lograr una profunda transformación de las estructuras sociales. La otra sería la izquierda marxista.
Ocupan la primera parte del libro esta protohistoria de la DC chilena, los preparativos para postular la candidatura presidencial de Frei, su aplastante victoria del ´64 que lo llevó al poder con más del 56% de los votos, un sucinto análisis de su gobierno, el posterior traspaso del mismo a la Unidad Popular en la persona de Salvador Allende, su oposición al régimen socialista tras observar cómo se imponía la línea dura de la revolución violenta y colapsaba la economía, hasta desembocar en el cruento golpe de las fuerzas armadas. La segunda parte, mucho más extensa, es una recopilación de escritos y discursos de quien, en plena dictadura desafió infructuosamente a Pinochet (quien lo motejara de Kerensky chileno) a un debate público televisivo sobre el plebiscito convocado en 1980 para aprobar una Constitución que bajo la fórmula de una democracia protegida facultaba al general para seguir gobernando hasta 1997.
Eduardo Frei falleció a principios del ´82 sin vislumbrar siquiera el restablecimiento de la democracia, a la cual había consagrado su vida. En un país sin caudillos, él y Allende lo fueron, cada uno a su manera, cada uno con sus propósitos y con un camino bien delimitado. Pablo Neruda, colega de ambos en el senado de la república, retrató así a Frei en sus Memorias: Es un hombre curioso, sumamente premeditado, muy alejado de la espontaneidad allendista. No obstante, estalla a menudo en risas violentas, en carcajadas estridentes. A mí me gusta la gente que se ríe a carcajadas (yo no tengo ese don). Pero hay carcajadas y carcajadas. Las de Frei se le caen como piedras de la boca y salen de un rostro preocupado, serio, vigilante de la aguja con que cose su hilo político vital. Es una risa súbita que asusta un poco, como el graznido de ciertas aves nocturnas. Por lo demás, su conducta suele ser parsimoniosa y fríamente cordial. Quizás esas mismas carcajadas persigan al poeta en el más allá por haber lechuceado el futuro de la DC chilena con voz apocalíptica, no exenta de mala fe: Después del triunfo de Allende, Frei, un político ambicioso y frío, creyó indispensable una alianza reaccionaria suya para retornar al poder. Era una mera ilusión, el sueño congelado de una araña política. Su tela sobrevivirá, de nada le valdrá el golpe de estado que ha propiciado. Hoy, en Chile, existe un gobierno de coalición que bajo las mismas banderas de Frei encabeza su hijo Eduardo Frei Ruiz-Tagle, sucesor del que ejerciera Patricio Aylwin tras el restablecimiento democrático. ¿Mañana?… Hablarán las urnas.
Un apéndice con 32 fotografías ilustra el tránsito del biografiado por este mundo, desde las faldas maternas hasta su sepelio multitudinario.