1
Con los ojos cerrados
piensa en el campo
de su niñez. En qué tenía
ese círculo ardiente de árboles y vientos
para casi anegarlo en su delicia.
Abre
los ojos
y aquí, de nuevo, el aire
construye una gran rosa, un infinito ramo.
Una masa blancuzca,
algo que fue caballo o gloria, se deshace
entre los pastos y hay un pájaro
-aunque no se distingue
bien-
sobre la testa ya sin arrogancia
ni olfato
de una luz salada.
¿Habrá siempre un vacío
en el centro? Dos muchachos
cruzan el campo en bicicleta, sin levantar polvo,
como si no pesaran.
Y el hombre mira
el campo.
2
No comprendés por qué te emocionaba
la luz, el horizonte o el idioma
de algún camino, otoños,
los loros chilladores balanceándose.
Vos fuiste como un potro. Tu corazón
fue siempre libre, casi
arrogante oh campo. Campo
de tu niñez, hundido
en la firmeza con que tu mano aprieta ahora
otra mano.
3
Así, si te tendías boca arriba,
giraba el cielo, igual
que ahora gira el día. Los caballos
quietos, galopan en inmóvil rosa
su libertad de nube relinchada.
Los loros atronaban las altísimas
copas con su color de ruido.
Tus ojos lo bebieron.
Ya no podrás negar esa evidencia. Y siempre
serás sólo un mendigo.