Reencontrar sobre un escenario a un personaje entrañable de la literatura es siempre, para chicos y grandes, una experiencia plena de misterio y de magia. Tanto más si Las mil y una noches es el punto de partida y el Grupo Libertablas el responsable de la propuesta. Este prestigioso conjunto de actores titiriteros, que se inició trabajando en el teatro Gral. San Martín, hace ya quince años que viene realizando adaptaciones de clásicos infantiles, la última de las cuales Gulliver (CRITERIO nº 2198)- alcanzó, merecidamente, una notable repercusión de público.
Luis Rivera López, adaptador y director de la puesta en escena, eligió dos de los relatos más célebres de la compilación Aladino y Simbad el marino pero aprovechó, y multiplicó además, para hacerla funcionar como elemento estructurante de esta versión, la propuesta de cuento enmarcado que el texto en su conjunto ofrece. Esto le permitió entrecruzar constantemente los distintos planos de ficción y realidad, con personajes que pasan de un cuento al otro, para mostrar dinámicamente los borrosos límites entre ambas. Otro logro de la adaptación es el efectivo manejo del humor que se obtiene a partir de las réplicas de los diálogos y del sesgo caricaturesco impreso a ciertos personajes como la madre y el geniecillo menor que se agrega en esta versión.
Personajes principales y secundarios se reparten entre actores y títeres. En este último aspecto resultan admirables los mecanismos titiriteros que se despliegan para dar vida al inmenso genio, al hombrecito en su alfombra o a la caverna parlante. Esmerado y visualmente impactante es el trabajo de Magda Banach, responsable de diseño del vestuario, la escenografía y los propios títeres. La música y la coreografía son un soporte fundamental del movimiento escénico, especialmente en el primer relato, más dinámico y complejo que el segundo. La propuesta de Libertablas vale no solo como lograda recreación del universo mágico de Las mil y una noches, sino también -y por sobre todo- como reivindicación de la eterna y suprema magia que genera el mismo acto de narrar.
También en el nuevo espectáculo del equipo de titiriteros dirigidos por Adelaida Mangani se hace presente el prodigio bajo la forma de ese árbol que crece desmesuradamente en medio de la ciudad y que cobija a familias enteras bajo sus ramas. El texto adaptado por la propia autora para su puesta en escena transita por la crítica social, con frecuentes guiños para el espectador adulto, para llegar a un final ejemplificador.
Más allá del asombro provocado por el despliegue del gigantesco árbol en escena, producto de un destacado trabajo escenográfico, El árbol no alcanza a crear el clima necesario para que se dé la empatía esperada entre el público y los numerosos personajes. Estos están a cargo del títeres cuyo diseño no resulta demasiado atractivo y cuyas intervenciones en los diálogos resultan difíciles de identificar. La fragmentación de la historia en múltiples núcleos y el carácter cíclico de la acción tampoco contribuyen a quebrar el distanciamiento ya señalado.