Ana Benda, nacida en Buenos Aires, es doctora en Letras y especialista en Literatura Española del Barroco. Pero sus inquietudes intelectuales la han llevado a cultivar también otros intereses: ha publicado estudios sobre la obra de Federico Peltzer y ha realizado trabajos sobre el sentido y la semiótica del discurso político del presidente checo Václav Havel. Razón callada es su primer libro de poesía.
Los poemas de Ana Benda son breves, concisos, muy cuidados, y consiguen construir una lírica a la vez intensa y sobria, que revela un oficio preocupado por trabajar, desde pocas y escogidas imágenes, una forma humana, carnal, apta para decir lo inasible del espíritu: Tu silencio me encontró / para decirse.
El libro tiene dos partes que se reclaman la una a la otra. La primera, El arraigo que no cesa (frase que oficia de verso en un poema de la segunda parte), está encabezada por una cita de Juan Ramón Jiménez: Como no me ves, no soy visto de nadie. La segunda, más extensa, titulada Tiempo de mirada, empieza con un texto de Salinas: Y de tanto mirarte, nos salvemos. Ambas citas son una toma de posición poética. Hay una mirada que sostiene a las otras; hay un lugar desde el cual es posible ver realmente, y si no me ves, si ese lugar se retrae, sobreviene el destierro: no soy visto de nadie, porque carezco de luz que me haga visible; también los otros quedan en sombras. Pero es justamente por esto que, aunque ser visto tiene precedencia, hay que hacer el esfuerzo por llegar a ver juntos esa mirada primigenia: Y de tanto mirarte, nos salvemos. Y ya que la búsqueda de aquellos ojos se hace muchas veces en el silencio del desierto y en la orfandad de la intemperie, la mirada que busca la salvación se torna comunitaria: nos salvemos.
Es interesante que el primer poema de cada una de las dos partes del libro comience con la afirmación de la mirada: Sé como nadie tu nombre, / a quién miras cuando cantas…, dice Ana Benda en el poema con el que inaugura el libro. Y anota en la primera poesía de la segunda parte: Tu mirada me inventa / sobre la arena de la orilla….
La mirada a la que la poeta hace referencia es, en primer lugar, física, la mirada de los ojos, que es acompañada por todos los sentidos: Te fundé con la boca y las manos, / con los ojos, / la palabra, / y las flores rojas que me engalanaron. Todo pensamiento o arrebato del espíritu comienza con los sentidos que alertarán al corazón. Paul Claudel había dicho en La Ciudad: Necesitas otra ciencia para entender lo que digo. Y para adquirirla, olvidando razonamientos profanos, te basta abrir los ojos a lo que existe. Y Pessoa, en el segundo canto de El cuidador de rebaños: El mundo no se hizo para que pensemos en él / (pensar es estar enfermo de los ojos) / sino para que lo miremos y estemos de acuerdo con él. No se trata de renunciar al pensamiento, sino de entrar en la difícil síntesis de inteligencia y cordialidad a la que llamamos sensibilidad. Para la poeta Ana Benda, esta es la razón callada, estar de acuerdo: Lo sé. Vivo de tu razón callada. / Dios no le pide al abeto / vuelo ni canto. Los sentidos físicos pueden educar a los sentidos espirituales hasta permitirle al poeta la libertad de prescindir de los primeros porque esa libertad se le ha hecho memoria y esperanza, sensibilidad permanente: Tu mirada me inventa / sobre la arena de la orilla, / y en ella respiro, / la camino. / Me alarga el talle / en vertical de vuelo, / me roza y quiebra la cintura, / y cuando deja de mirarme, / más me crea. Hay un vacío que se hace, por el amor, posibilidad de apertura a la plenitud: ¿Qué herida me curó tu boca / si la vida aún es cántaro?
Este proceso que va y que viene desde los sentidos físicos hasta los espirituales, y que habla de un amor humano en el que tercia otro Amor, inscribe a la poesía de Ana Benda en lo que en un sentido amplio podríamos llamar poesía mística; y esto desde un enfoque cristiano: Te he fundado / y no me perteneces… / Mi propia carne / ya no me pertenece: / te he fundado. Y también: El amor, una certeza dolida / y coronada de espinas.
Y esta dimensión mística aparece de manera femenina, en una poesía sobriamente erótica, desde donde se alza una sabiduría de lo entrañable: La mujer se alza desde mi entraña. y las flores rojas que me engalanaron. Acaricio tu soledad primera / y la entibio / entre mi pechos. Aprendiendo mi nombre / en el eco de tu pecho / y olvidándolo en tu silencio. Siempre hay una doble lectura en estos poemas que expresan, a la vez, la necesidad del amante y la de Dios: Soy tan sólo / lo que acertaré a decir mañana, / un puñado de nombres / que elijo, a tu lado, / para la memoria / de la última palabra. No en vano en el poema titulado Romance de la gratuidad (el único de todo el libro escrito en octosílabos) la poeta cita expresamente la decimotercera parte de las Canciones de san Juan de la Cruz: y sienta que voy de vuelo / por mar de gracia inhabitada.
Orilla, playa, umbral; se afirman los límites en los que se tensa el anhelo. También el amplio deambular de la búsqueda: mar, desierto, intemperie. Pero raíz, puerto y ancla son voces en las que Benda se instala también para elevar su canto y su deseo de plegaria que ofrece palabras a la celebración: No sé si eres más que el puerto / donde toda mi sed / echa el ancla. Bendigo tu mirada, / el manto en el que recogiste mi voz, / la duna blanda de tu silencio. / Postrada y suplicante en la playa, / canto.
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Mi nombre es Macki Paritsis