La kinesis, el movimiento de los cuerpos en el espacio, el efecto causado en la retina humana, las formas de la percepción y su correspondencia con la realidad. Fenómenos pertenecientes a la física y a la geometría que han logrado desvelar al artista venezolano Jesús Rafael Soto, nacido en 1923 en Ciudad Bolívar, un poblado rodeado por la incipiente selva amazónica, en la frontera con Brasil. Su obra, actualmente expuesta en el Museo Nacional de Bellas Artes, nos habla de la principal preocupación de su creador: encontrar la cuarta dimensión y traducirla en términos estéticos. Descubrió así que aquellas intuiciones kantianas del conocimiento, el espacio y el tiempo, hallaban su máxima expresión en el movimiento. Su tarea fue llevar esta dimensión a la pintura, estudiando con obsesión todo lo referente a las leyes de la óptica. Tanto es así que en sus primeras obras geométricas se explicitan recursos matemáticos tales como la repetición y la progresión, la idea de continuum, del infinito demostrado en el álgebra y en el arte. Comenzó luego a trabajar con los movimientos internos de la imagen, con las vibraciones, para lo cual utilizó la superposición visual de fondos estriados a través de soportes transparentes (“Metamorphose” 1954). De estos estudios surgió la idea de materializar el vacío, de cautivar el espacio y conformarlo en obra: “el espacio es una entidad, viva, elástica y está llena de posibilidades”. Creó de esta manera una suerte de arte virtual, jugando con la idea de  desmaterialización de la línea, construyendo y destruyendo, transformando la materia, originando traslaciones por medio de las interrelaciones de colores y de formas, desplazamientos de cuadrados emergiendo de su contexto. Una esfera que existe y no existe, según quién la vea y desde dónde (“Shére Concorde” 1996). La alquimia de un precursor, un verdadero prestidigitador del espacio.

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