Se suele reprochar a Abelardo Castillo los largos períodos que pasa sin publicar. Las maquinarias de la noche, su anterior serie de cuentos es de 1992. La alegría por la aparición de este nuevo volumen no se debe solamente al hecho del reencuentro con el autor después de un lapso tan prolongado, sino a la certeza de que, más de cuarenta años después de su inicio como cuentista en 1961 con Las otras puertas, siguen intactos el rigor y la riqueza entrañables de su producción, que retoma la mejor tradición de otros argentinos: Arlt, Borges, Quiroga, Cortázar.
El espejo que tiembla lleva la misma hermosa dedicatoria que el resto de los volúmenes de Los mundos reales (título que comparten todos sus libros de cuentos, a partir de la colección publicada en 1972) en la que el autor declara que todos sus cuentos, los ya escritos y los que aún quedan por escribir pertenecen a un solo libro incesante, idea que reitera de distintos modos, pero sobre todo en la práctica de una escritura que da cuenta de la íntima vinculación que se establece entre toda su obra.
En el centro del libro, compuesto por once cuentos, Ondina se convierte también en un texto central para abordarlo. En una de las tantas entrevistas en las que se pide a los escritores que seleccionen su cuento favorito, Castillo mencionó La sirenita, de Andersen. Ella es uno de los personajes del cuento, la que está allá en el mar, pero hay otra, la de acá: ambas conviven en su diversidad con el narrador. Ya señaló el autor esta posibilidad de cruce en el Posfacio a Las panteras y el templo: Hace años vengo sintiendo que, realistas o fantásticos, mis cuentos pertenecen a un solo libro. Y la literatura, a un solo y entrecruzado universo, el real, hecho de muchos mundos.
Este espacio inestable es el que recorren los cuentos: el primero, La cosa, nos pone en contacto con lo otro, que acompaña y vigila al narrador, y se va convirtiendo en algo acechante y siniestro como si derivara poco a poco hacia otra cosa, más amenazadora. En La que espera, último relato del volumen, se cruza lo francamente inexplicable, aun dentro de lo que podría catalogarse como mundo real: un hombre desaparece durante tres años, después de un accidente; su hermana lo espera cambiando las sábanas de su cama y tendiendo su mesa rigurosamente, apuesta a lo imposible que se cortará de golpe cuando el hombre reaparezca en el pueblo.
A este ambiente de irrealidad, en el que el lector no sabe con certeza de qué lado del espejo se encuentra, contribuye en gran medida el clima nocturno que predomina en los cuentos. La oscuridad hace que todo se confunda en ese espacio sin referencias: como en Cita en cualquier lugar, las sombras pueden borrar los bordes entre los mundos reales y los soñados.
Si en toda la producción de Castillo se marca una definida voluntad de elegir a sus precursores, esta voluntad se hace explícita en El espejo que tiembla. Más allá de la mención concreta a Poe en Fordham, 1994 (título y texto que, además, no pueden dejar de remitir a Borges), está Horacio Quiroga en Pava, que evoca, en espejo, a La gallina degollada; en el encuentro de dos tiempos que vive Villari en La casa de la calle Victoria están los pasajes de Cortázar, para mencionar solamente algunas de las muchas alusiones que se van encontrando en la lectura.
Castillo nos invita en este libro a revisitar a sus autores más preciados. En Ser escritor, una serie de reflexiones acerca de la escritura, anota: Un hombre que escribe grandes cuentos es fatalmente un gran escritor: Poe, Chéjov, Borges, Cheever, Akutagawa, Cortázar. A esta lista, sin duda, debe sumarse Castillo; su nuevo libro vuelve a confirmarlo.
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Quisiera saber si tienen una manera directa para conectarse con Abelardo Castillo ( mail, sitio), ya que tiene admiradoras en el mundo, quienes desearían comentarles de manera directa sus sentimientos sobre sus obras.
Muchas Gracias !!
“LAS MAQUINARIAS DE LA NOCHE” DE ABELARDO CASTILLO
No quiero seguir leyendo. Con “Carpe diem” basta y sobra. “Carpe diem” es el primer cuento de “Las maquinarias de la noche”. Es imposible que “Carpe diem” no sea el primer cuento de Abelardo Castillo.
Y ni siquiera el primer cuento: con las seis primeras páginas de ese primer cuento me conformo.
Para qué más: pedir más es pedirle peras al olmo. Pero claro, la poesía es eso. Por supuesto, es mucho, es infinitamente más que todo eso. Y, sin embargo, es eso, nada más que eso: la yapa.
Casi digo, y entonces lo repito, grappa en lugar de yapa, yeta en lugar de jeta, cara, coro, o cola de la papa, del querosén, del barrilete o rata, rito, mito, crisol de razas, hito. Antes de los coreanos y de los chinos, antes pero después de los aerolitos, para nosotros un japonés era un hiroito, tuñón era un gran poeta, y césar, el hijo de baldomero, un poeta que se murió más tarde y que para enterrarlo hay que leer.
No quiero que me disculpen, quisiera que me dejaran seguir leyendo lo que para recomendarlo de antemano tengo la obligación de terminar.
Un deber es un haber que es una deuda. Tengo tantas respuestas que no pido nada. Como un mendigo, pido respuestas. Pedir es poseer, tener es repartir, repartir es pensar, soñar es compartir, compartir es amar, hablar, odiar, jugar, buscar, perder, hallar, callar, volver, partir, inventar, recuperar, y olvidar.
Si su Faulkner es Borges, estas páginas me empujan a sus novelas: “El que tiene sed” y “Crónica de un iniciado”. Me prometo leerlas, no puedo prometerles mis aburridos comentarios.
Para que lo sepan, Abelardo Castillo me ganó una sola partida de ajedrez. A los envidiosos, a los que prefieren recordar que no jugamos otras, les informo que no les guardo rencor. Por otra parte, que Abelardo Castillo me haya ganado al ajedrez no quiere decir nada. Por ejemplo, ni siquiera quiere decir que no pueda hasta darse el lujo de escribir una notita sobre Vargas Llosa que da risa y pena.
Resumiendo: cuando acabe de leer este libro, “Las maquinarias de la noche”, voy a ponerme a escribir su comentario, que es éste que íntegramente les anticipo.
constantino mpolás andreadis