Una antología representa siempre la voluntad de reunir en un volumen páginas que desean rescatarse del olvido o de la inevitable dispersión, para que nuevos (o renovados) lectores puedan disfrutarlas. Asimismo, sirve a la transmisión de la palabra poética para que ésta continúe resonando, situada ya en la extemporaneidad de la gran literatura o, como quería Mallarmé, dueña ineludible del futuro.

 

A Olga Orozco se la ubica dentro de lo que se ha dado en llamar la generación del cuarenta, y se la vincula con el neorromanticismo y con el surrealismo, tal vez por la emoción, la profusión de imágenes y su recurrencia a elementos mágicos u oníricos que ella entrama en lo cotidiano, a modo de presagios o fetiches capaces de contener en sí nuestro destino. Pero la poesía, si es tal, escapa a cualquier contingencia, porque la poiesis sucede en ese salto al vacío entre la lógica de lo contingente y lo previsible de la argumentación, es decir, la forma con que se elige mencionarlo, sea ésta imagen o metáfora. La poesía siempre trasciende eso que nombra, evoca e invoca, y es esa conjunción de sentido la que habrá de devenir misteriosamente en otra significación. Abstracción e imagen fluyen y se sostienen a través del ensalmo: la voz poética se enraiza en la vida, surge de sus entrañas y estalla libre, incontenible, ya vuelta “escándalo milagroso”.

 

Es de celebrar la reciente aparición de Relámpagos de lo invisible 1, con poemas y relatos de Olga Orozco, seleccionados por Horacio Zabaljáuregui, que ofrece un vasto espectro de su obra publicada hasta hoy.

 

“A través de una docena de libros, Olga Orozco ha construido una de las constelaciones poéticas más originales de nuestra lengua cuyos rasgos distintivos exceden las clasificaciones a las que son tan proclives los críticos literarios”, escribe Zabaljáuregui en el prólogo, situándose así en el lugar de un lúcido lector que prefiere poner de relieve la significación poética a sofocarla bajo el peso de una teoría aplicada sagazmente para lucimiento del exégeta. Si alguna utilidad tienen los prólogos es la de abrir el camino, aportando datos que enriquezcan la lectura, como pequeños, sabrosos detalles capaces de anticipar pero también de retardar el placer.

 

Desde tal perspectiva, este prológo es no sólo útil sino también bello, si entendemos por belleza una escritura apasionada y reflexiva, que analiza las diversas facetas de la obra, casi como si fueran anotaciones al margen.

 

“….Yo me pregunto, entonces:/más tarde o más temprano, mirando desde arriba,/ ¿cuál es el recuento final, el verdadero, intocable destino?/¿El que quiere y no fue? ¿el que no quiere y fue?/Madre, madre,/vuelve a erigir la casa y bordemos la historia./Vuelve a contar mi vida.” (de Les jeux son faits).

 

Ésa es la voz del exilio interior (la única posible en poesía) de quien acepta el desafío de ser voz de sí y de los otros para descifrar el mundo y desenmarañar las huellas de una existencia mortal. Es la voz de quien, al reconocer, acepta. Y consagra su vida a la revelación, hecha de preguntas y de sombras, de estupor y certidumbres.

 

“Alguien marcó en mis manos,/tal vez hasta en las sombras de mis manos,/el signo avieso de los elegidos por los sicarios de la desventura./Su tienda es mi morada./Envuelta estoy en la sombría lona de unas alas que caen y que caen/llevando la distancia donde quiera que vaya,/sin acertar jamás con ningún paraíso, a la medida de mis tentaciones,/con ningún episodio que se asemeje a mi aventura…” (La mala suerte). Voz esencial, en tanto “impregne de esta tierra provisoria y perecedera tan profundamente nuestro espíritu, con tanta pasión y paciencia, que su esencia resucite en nosotros invisibles”, según el pensamiento de Rilke citado en el prólogo. Esta voz convoca a los misterios de la existencia y los transforma en vivencias (¿o debería decir invoca a la existencia y le confiere su misteriosa ontología?). Esta voz no es pagana, porque no es idólatra; es religiosa, en tanto celebra la creación; es inasible y luminosa como un relámpago; tan inapresable como sólo puede serlo la singularidad de la voz del artista, intérprete a su vez de la voz humana a través del tiempo y del espacio.

 

En Alrededor de la creación poética, Olga Orozco se pregunta y nos responde acerca de la esencia de la poesía: “…¿Cuál es la imagen verdadera de este inagotable caleidoscopio? La más libre, la más trascendente sin retóricas, la no convencional, la que está entretejida con la sustancia misma de la vida llevada hasta sus últimas consecuencias. Es decir, la que no hace nacer fantasmas sonoros o conceptuales para encerrarlos en las palabras, sino que hace estallar aun los fantasmas que las palabras encierran en sí mismas…”

 

Eso es, en verdad, su poesía, fuera y por encima de cualquier corriente con la que han intentado identificarla. Demasiado libre para ser sujetada, demasiado honda para reducirla a mera expresión de una época, atraviesa el límite de la experiencia particular y lo trasciende, convertida en sustancia de la paradójica condición de la existencia. Inapresable; por eso mismo irreductible, la mirada y la voz del artista no se complacen en mimetizar la realidad: convocan al drama del mundo, lo ponen en escena, lo recrean, lo perpetúan, lo consagran.

 

El volumen incluye bellísimos relatos de sus dos libros de cuentos: La oscuridad es otro sol (1967) y También la luz es un abismo (1995). En ellos confluyen el candor y la truculencia propias de la infancia, con sus rituales de iniciación en el aprendizaje. La casa natal en el campo (la autora nació en Toay, provincia de La Pampa) se mitifica como paraíso perdido, ese ámbito por donde transcurren deliciosos personajes a los que se suma la sonoridad de sus nombres, coreados en los juegos-conjuros infantiles, o recordados a través de los ojos de una chica inmersa en la mágica y desgarradora aventura de crecer.

 

Enriquecen esta edición diversas fotografías, iniciativa feliz e infrecuente en nuestro medio, tan proclive a retacear los homenajes, que siempre se destinan póstumos. Ellas conforman en sí mismas otros relatos y, aunque ilustran anécdotas de una biografía, también expresan una etapa de la vida literaria argentina, cuando los escritores se sentían protagonistas –en singular– de la cultura de su tiempo. Hoy, cuando la buena literatura pareciera un menester pretérito, dichas fotografías evocan épocas no tan lejanas de voces individuales en las que podíamos reconocer el sentido de nuestra travesía en el desierto. Imposible sustraerse a la nostalgia. Felizmente, está la poesía de Olga Orozco. Todavía fresca. Todavía viva. En tanto haya quienes apuesten, como en este caso, a la celebración de la esperanza.

 

 

 


1. Relámpagos de lo invisible. Antología Olga Orozco. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1998, 312 páginas.

 

 


Señora tomando sopa

 

Detrás del vaho blanco está la orden, la invitación o el ruego,

cada uno encendiendo sus señales,

centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.

Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,

por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.

Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:

rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.

Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:

se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,

y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos

y donde no es posible encontrar la salida.

Ahora que no hay nadie,

pienso que las cucharas quizás se hicieron remos para llegar muy lejos.

Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno,

hasta el último invierno, hasta la otra orilla.

Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido,

la que traga este fuego,

esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,

nada más que por puro acatamiento,

para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,

como si fuera tiempo todavía,

como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.

Olga Orozco

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?