Góndolas y palacios.
Y palomas.
Y un gato.
Pero quién puede, entonces, tomarse en serio
tanto esplendor siniestro y tanto dogo.
Venecia es eso. Pero también
el melancólico pianista de San Marcos
tocando para nadie
y para mí, sin saberlo
La vida es rosa.
La vida es rosa porque mi marido dice:
Es temprano acá y los chicos todavía duermen, y en qué anda
que la extrañamos mucho.
Y yo no quería tener que cortarle el teléfono.
Y el mar por todos lados.
Y una belleza que te desorienta el alma.
Y la misa. Que es la misma misa
en cualquier parte.
La soledad se desvanece
y el corazón se anima a aventurarse, de nuevo.
Me gusta muchísimo Modigliani
ahora que lo pienso,
y la Venus de Botticelli
y el gueto,
que en Venecia empieza
inesperadamente
detrás de un abrupto restaurante
en el que acabo de verme
fugazmente, al pasar.
Una mujer menuda, pero de alguna manera
que me tranquiliza, insobornable.