La banda de Kim Gordon y Thurston Moore generó a principios de los 80 la movida noise o sónica.
Con guitarras baratas, pintadas de negro y afinadas de maneras irregulares, más un par de efectos, Sonic Youth generó canciones durísimas, con prolongados trances improvisados a partir de la exploración de posibilidades tímbricas y la extrema distorsión de sus instrumentos.
Desarrollaron así una idea iniciada por los brillantes Velvet Underground (canciones de Lou Reed, más el vuelo de John Cale, la rara seducción de la cantante Nico y la producción de Warhol). Sonic Youth abrió el camino para lo que después sería la música llamada alternativa, influyendo a los míticos Pixies y, en una visión limitada, a Nirvana y los Smashing Pumpkins.
Los dos últimos trabajos de la banda (sin contar dos maxis improvisados, de circulación escasa) Experimental Jet Set, Trash and No Star y Washing Machine mostraron un quiebre llamativo en el grupo. Sonic Youth se volvió camarístico, con un fino trabajo de timbres, texturas, forma, manejo del tiempo e intensidades (silencios incluidos). Resultaron ser dos de los discos de la década, y más también. Logros pocas veces vistos en lo que hace a extremar los alcances de una canción básicamente simple y directa, sin pretensiones ajenas a la esencia de la identidad de una banda y un lenguaje, que aquí es elaborado y aun joven, intuitivo y callejero.
A Thousand Leaves propone una vuelta de tuerca sobre este esquema. El trabajo presenta algunas canciones más simples de lo acostumbrado y abundan los tiempos medios. Los viajes sónicos son pocos, aunque prolongados y efectivos. La sensación es la de traslado en una larga ruta, de escaso movimiento, con algún oportuno sobresalto.
El aporte del disco reside, en primer lugar, en esquivar la inercia al lugar que se esperaba después de los dos últimos trabajos. A Thousand… no es más raro como algún snob seguramente pedía. Lejos está de ver limitados sus alcances creativos. Su deambular rutero es logradísimo y la profundidad alcanzada a partir del sexto tema, French Tickler, hacia el final, merece especial atención.
Más desinteresados que nihilistas, y duros críticos sociales, los Sonic ya crían hijos y muestran en este trabajo nuevos signos del sutil y permanente crescendo creativo que los caracteriza.