No creen en Dios
los mentirosos, los «truchos», los que se hacen pasar por lo que no son.
No creen en Dios los que se apresuran a cosechar sin haber sembrado.
No creen en Dios los que con tal de figurar son capaces de los peores excesos, aun a costa de su propia dignidad -¡y para qué decir de la dignidad ajena!-
No creen en Dios los violadores de la ley en beneficio propio.
No creen en Dios los cobardes, que prefieren callar y hacer la vista gorda ante las peores atrocidades.
No creen en Dios quienes manipulan la opinión, mintiendo a sabiendas, por móviles de lucro.
No creen en Dios los que no creen en la justicia divina, que se cumple inexorablemente -a la corta o a la larga- pero que llegado el momento pone orden -un orden sin el cual este planeta estallaría por una indignación cósmica-.