La muerte del director, actor y escritor René Mugica ocupó muy poco espacio en los medios. Afortunadamente, él alcanzó a recibir numerosos homenajes en vida. La gente de cine lo quería, era prácticamente un héroe y un modelo, que supo hacer lo suyo y nunca se dejó manosear.
De sus comienzos recordaba especialmente El cura gaucho, donde debió aprender la diferencia entre cine y teatro. Estaba diciendo su parlamento, cuando el director Lucas Demare lo interrumpió: «¡Cámara acá! ¡Usted, repita!»; y es que la escena estaba dividida en cinco tomas, pero había una sola cámara, de modo que Mugica debía repetirse cinco veces, para ser registrado desde cinco ángulos distintos. Demare tenía el montaje en su cabeza, pero el actor salió todo confundido.
«Ese día vi en el suelo un pedazo de película, más de cinco fotogramas no eran. Lo miré a la luz y vi la columna de campesinos que van con sus herramientas a abrir la represa, una escena que está al final de la película. Y me impresionó, porque ese plano así fijo y chiquito tenía una fuerza, como si fuera un grito. Para mí, esa imagen aturdía». A partir de ahí, siguió yendo al rodaje, como curioso, y terminó como ayudante. A poco, participó en la fundación de Artistas Argentinos Asociados, junto a Demare, Hugo Fregonese (que después se fue a Hollywood), Homero Manzi, Petit de Murat, Enrique Muiño, Ángel Magaña, Francisco Petrone, Rubén Cavallotti, Ralph Pappier, el fotógrafo Bob Roberts, y otros. «Ellos eran amplísimos. Con Cavallotti, que solo éramos ayudantes, asistíamos a las lecturas de los proyectos y ellos nos hacían parte del equipo que decidía. Opinábamos, y si no lo hacíamos nos preguntaban. Así participábamos desde la idea hasta la noche del estreno, cuando la película pasaba a pertenecerle al público».
Así, por ejemplo, intervino en La guerra gaucha, Su mejor alumno, Pampa bárbara, Donde mueren las palabras, y otras películas. Y también aparecía en pequeños papeles, que con el tiempo dejaron de ser apariciones, para convertirse en cameos de técnico disfrazado de gaucho, nazi, mayordomo, policía o lo que hiciera falta. Pero él quería dirigir. «Yo empecé a hace cine por Lucas Demare. No porque él me patrocinara, sino porque lo que yo quería era hacer lo que él estaba haciendo. ¡Me lo pedía el cuerpo!»
Su primera película como realizador iba a ser el drama rural Donde haya Dios, ambientado en el desierto mendocino. «En 1958 teníamos el crédito, el equipo, y encontramos todo, hasta un monte quemado que necesitábamos, y comenzamos a levantar decorados. Pero justo unos días antes de empezar el rodaje se mató el garante del crédito, en un accidente automovilístico
». Por suerte el veterano productor Olegario Ferrando le ofreció llevar al cine la pieza teatral El centroforward murió al amanecer, lo que le significó un debut que lo llevaría hasta Cannes, con buen suceso.
La obra se abre y cierra con un vagabundo y su pájaro. Para estos personajes, se acudió a un ave de gran inteligencia, llamada Rafael, y a su dueño, un otorrinolaringólogo llamado León Elkin. Hubo que convencer al doctor Elkin para que interpretara al vagabundo, ya que era la única manera de hacer actuar al pájaro. Pero todavía restaba una dificultad, por cierto inesperada. Según la adaptación original, en el final Rafael debía huir hacia la libertad. Pero el pájaro, que sabía hacer tantas cosas, no sabía volar. «Criado en una libertad limitada, sus alas no estaban hechas para el vuelo pleno, largo, sino para pequeños vuelos intermitentes. Hoy, a la distancia, no puedo menos que pensar en el hombre actual, que vive, como ese pájaro, sometido a una libertad aparente».
Después vino su película más famosa, Hombre de la esquina rosada, basada en el conocido cuento de Jorge Luis Borges. El mismo Borges, cuando le preguntaban sobre las adaptaciones que había sufrido, aclaraba siempre: «Hay una película de un señor Mugica, que es mejor que el cuento mío en que se basa».
Siguieron, con variado suceso, La murga, El reñidero y otros filmes, algunos de ellos definitivamente perdidos. En 1967 se inició como docente en la Universidad de La Plata. Recuerda el curador Octavio Fabiano que un juego de algunos alumnos obsesivos, consistía en descubrir a su profesor en aquellas viejas películas. «¡Ahí está René!», decíamos. Se podrá pensar que nos divertíamos barato, pero una consecuencia de ese juego fue una importante impresión de familiaridad. Lo veíamos en la Universidad, lo veíamos en las películas, y de pronto desaparecían todas las distancias con un cine que hasta entonces habíamos sentido un poco lejano».
Como docente del INC, en abril de 1969, hubo otra experiencia. Para los trabajos prácticos, repartió a sus alumnos algunos artículos de la Constitución, que ellos debían ilustrar en un corto. Juan José Stagnaro recuerda que a él le tocó aquello de El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes. Pero no tuvo tiempo de hacer el trabajo, porque en mayo el coronel Adolfo Ridruejo cambió los temas, y Mugica renunció.
De su última película, Bajo el signo de la Patria, cabe recordar una anécdota muy significativa, cuando desde la SIDE se objetó que un judío escribiera sobre la bandera y la patria. Respondí que, si bien no iba a renegar de mis ancestros, resulta que yo soy católico. En cuanto al coguionista, Isaac Aisemberg, pasó a figurar como Ismael Montaña
Gestor de la Comisión Permanente por la Libertad de Expresión, y del Comité de Defensa y Promoción del Cine Argentino, autor de tres libros de cuentos concisos y crueles, y de un ensayo sobre el derecho del director como autor de la obra cinematográfica, En el principio fue la imagen, René Mugica fue tentado en 1989 para dirigir el INC. Pensaron que iba a ser el viejito del acordeón, y que iban a usar su nombre, prestigioso y querido, refiere Salvador Sammaritano. Pero enseguida empezó a preguntar qué hacían tantos ñoquis y acomodados. Preguntaba: Y este tipo, ¿de qué es asesor?, etc, empezó a rescindir contratos y empezaron a frenarlo. Y él dijo que si no tenía autoridad para ser el director, entonces, no era el director. Renunció en menos de un mes, como corresponde a un hombre de bien. Y vivió casi diez años más, y murió verdaderamente querido y admirado.