¿Se puede enseñar y aprender ética? ¿Podríamos no enseñarla? Inevitablemente, de manera explícita o implícita, con el ejemplo contenido en nuestras acciones enseñamos ética. De esta convicción profunda nacen las motivaciones principales de este libro.
Aprendemos y enseñamos ética, en principio, mediante los valores implícitos en nuestras acciones. Es la más antigua forma de enseñanza. La tradición mítica y literaria contribuye a ello. Se trata de mantener vivos en la memoria los modelos que merecen ser imitados. Se va gestando así el cuño ético de cada comunidad, de cada pueblo, su ethos. El ejemplo exige y promueve mímesis, pero también provoca violencia. En el mismo acto, ritual o mítico, fundante de lo sagrado, convergen la posibilidad de construcción y de destrucción de la comunidad. La lucha entre hermanos, que va desde Caín y Abel, pasando por Esaú y Jacob, y por Eteocles y Polinices, y de ellos hasta los ejemplos más dolorosos de la historia y de nuestra historia, nos permiten pensar que la ética comienza cuando evidenciamos que un hermano puede matar a otro hermano.
Aprender ética es, dicho esto desde el seno mismo de la familia, aprender a convivir.
La segunda pregunta que a partir de aquí se nos plantea es: ¿Todo ejemplo merece ser imitado, repetido en su totalidad? Entonces, ¿cómo separar, distinguir, el bien que debe ser imitado de aquello que provoca los celos, las envidias, la violencia, el crimen? ¿Cómo podemos saber qué es lo que merece ser imitado, y lo que no, del modelo, del arquetipo, del ejemplo? Para responder a las exigencias que nos plantean estas preguntas, contamos con la vasta tradición reflexiva, filosófica.
Estas dos modalidades de enseñar ética no opuestas, sino complementarias aparecen entrecruzadas en el libro de María Alicia Brunero. Y entrecruzadas quiere decir que hay algo más. A lo largo del libro se tocan temas como derechos humanos, educación sexual, justicia y libertad, consumismo, amistad. Y se los aborda mediante reflexiones acompañadas por extensas citas, filosóficas, literarias, poéticas, y también con las letras de las canciones que los jóvenes escuchan a diario.
Conversaciones sobre ética con Cristian se suma a la línea abierta por la Ética a Nicómaco y retomada últimamente por Fernando Savater, con su Ética para Amador. Claro está, introduciendo variantes y diferencias. En principio, como resulta obvio por el nombre de la autora, se rompe la tradición masculina, cosa que no ocurre con Cristian, a quien va dirigida, que sigue el mismo destino de Nicómano y Amador. Pero las tres están sostenidas por la misma idea: la ética radica en la transmisión de la experiencia de una generación mayor a otra más joven.
Se traza un rumbo en la tradición. Se enseña el saber que es fruto de nuestra experiencia. El saber de la vida vivida y de los libros leídos.
Pero la ética no es un saber resuelto, sino abierto por preguntas que nos llegan de todas partes. Donde las respuestas sembradas se abren en un ramillete de preguntas que interrogan tanto a adultos como a adolescentes. En este sentido la enseñanza de la ética no debe impedir que la vida nos interrogue sino, por el contrario, alentar a plantearnos sus preguntas.
Ello implica aprender a escuchar. Darle lugar a la palabra de jóvenes y adolescentes, para pensar con ellos lo que ellos nos dicen, lo que nos preguntan y, principalmente, lo que a ellos los interroga.
En este sentido sería interesante aprovechar la experiencia de este libro de Brunero, para animarnos a escribir una ética con jóvenes y adolescentes, y no sólo desde el diálogo que mantenemos con ellos.