Aquel tremendo recuerdo aún lo guardo, doloroso e indeleble. En la edad de la inocencia acompañaba a mis abuelos durante una visita al santuario de Luján. Era verano y la hora, de siesta. Por una de las calles transversales a la basílica los peregrinos transitaban el último tramo de su extenuante y piadosa caminata. Tiempo de gozos y hosannas. De repente lo impensado: se abrieron las persianas tras un balcón bajo y un hombre en camiseta, vencido del sueño, el rostro desencajado, profirió una horrible blasfemia.

 

No lo supe entonces, ni tampoco después hasta instruirme con esta obra del jesuita uruguayo Horacio Bojorge: tan irritable sujeto podía adscribirse a quienes pecan de acedia. “La civilización de la acedia” subtitula su libro el autor, dándonos a entender la extensión de este mal en la vida moderna. ¿Qué es, pues, la acedia? En principio algo de lo que no se suele hablar. Difícilmente se encontrará su nombre fuera de los manuales y diccionarios de moral. Muchos son los fieles, religiosos y catequistas incluidos, que nunca o rarísima vez la oyeron nombrar, y pocos sabrán ni podrán explicar en qué consiste. El Catecismo de la Iglesia Católica la nombra -acentuando la í: acedía- entre los pecados contra el amor de Dios y la define como “pereza espiritual que llega a rechazar el gozo venido de Dios y a sentir horror por el bien divino” (CIC 2094). Dicho de otro modo: pereza para creer y para los actos de piedad y de las virtudes teologales.

 

San Gregorio enseña que la malicia de la acedia le viene de ser “tristeza por el bien de Dios y por los bienes espirituales que están relacionados con el bien que es Dios”. El Catecismo, empero, que no se detiene a señalar esta relación con la tristeza, tampoco la vincula con la envidia, de la que es propiamente una forma particular.

 

Las Sagradas Escrituras nos ofrecen una galería de retratos de la acedia en todas sus formas, desde la indiferencia al odio. Y nos dan también pistas para comprender su naturaleza. Pistas que podrán orientarnos luego para reconocerla en sus formas históricas y actuales, y encaminarnos hacia el mejor entendimiento de su mecanismo espiritual. En los casos clínicos bíblicos, se aprende una semiología de la acedia y también mucho acerca de su etiología, dos aspectos que el autor desarrollará a lo largo de su ensayo.

 

Los casos escogidos tienen miga de sobra. Por ejemplo: la unción en Betania, cuando ante el gesto gozoso y gratuito de María, la hermana de Lázaro, Judas Iscariote graznó: ¿Por qué no se ha vendido ese perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres? (Jn 12,4-5). “La objeción de Judas -explica Bojorge- se opone hipócrita y sofísticamente a la misericordia en nombre de la misericordia. Al discípulo avinagrado, las muestras de amor a Jesús le dan bronca”. Sin duda, el disfraz de un perfecto tartufo, muy anterior a Molière.

 

Cuando Mikal, esposa del rey David, ciega para el sentido religioso y gozoso del danzar de su marido delante del Arca, signo visible de la presencia del Señor en medio de su Pueblo, le endilga descubrirse ante su servidumbre como un cualquiera, sólo muestra el desprecio de quienes miran impávidos desde su ventana, ajenos al fervor religioso. David, hombre de Dios, nos enseña con su ejemplo la actitud de firmeza que ha de tener el creyente ante situaciones parecidas: ignorar a los que ignoran. También detrás de las burlas a personas, a sus nombres, a palabras, signos y símbolos sagrados, está la acedia: tristeza e irritación por los bienes que se escarnecen. Esa burla, hija de la acedia, sigue acompañando hoy a la Iglesia como forma de persecución, aunque ya no se oiga gritar “¡Cuervo!”, al paso de una sotana. “Dichoso el hombre que no se sienta en el corrillo de los burlones”, cantará el salmista (Sal 1,1).

 

Teólogo por la Facultad Canisiarum (Maastricht, Holanda) y licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico (Roma), el P. Bojorge nos entrega con este ensayo de teología espiritual y pastoral, que tiene, por eso, también mucho de teología de la historia y de interpretación profética del presente, una valiosa herramienta para enfrentar mejor los desafíos de una fe militante.

1 Readers Commented

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  1. leonor on 5 noviembre, 2010

    Un libro que parece promete, aborda unos temas importantisimos en la viada espiritual, de los que ya no se habla en el mundo moderno del bienestar. Gracis por su valor al escribirlo.

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