Había bastantes esperanzas -no muchas, pero una cuantas- para el cine argentino de este año. En 1996 se había dado un buen repunte, y además 1997 era el año del Centenario. Correspondía festejar debidamente los cien años de cine argentino. Si embargo, ni la temporada fue demasiado relevante, ni el festejo se hizo debidamente. Lo primero no es tan lamentable, ya que toda cosecha está sujeta a imprevistos ajenos a la voluntad de sus responsables. Pero lo otro, que pudo y debió organizarse bien, es casi imperdonable.
Desde 1995, año del Centenario del Cine Mundial, se venía observando esta fecha. Lo mismo sucedió en julio de 1996, cuando el Centenario del Cine en la Argentina. Sin embargo, el Centenario del Cine Argentino, los cien años de expresión propia, pasaron prácticamente inadvertidos. Otros países aprovecharon sus efemérides para rescatar copias únicas, editar numerosos trabajos de investigación, impulsar ciclos por todo el mundo. Aquí, sólo cabe mencionar el acto de Cronistas evocando La bandera argentina (nuestra primera película, supuestamente filmada en mayo o junio de 1897), el trabajo de Filmoteca Buenos Aires, un grupo de coleccionistas particulares que terminaron la restauración de Mateo iniciada por Víctor Iturralde hace varios años, y la edición de un libro de adorno, con abundantes fotografías, por parte de Manrique Zago, libro que el INCAA puede regalar con todo orgullo a sus allegados e invitados especiales. Pero nada más, aunque se sabe que el INCAA recibió varios proyectos de entrevistas a veteranos, documentales, y una serie didáctica.
Calladamente, Cinemateca Argentina está haciendo un poco más, dentro de sus posibilidades, que seguramente habrán de aumentar, ahora que amplía sus instalaciones. Ojalá algo similar podamos decir pronto del Museo Municipal del Cine, que nunca tuvo presupuestos ni apoyo efectivo para restaurar, conservar y acrecentar debidamente nuestro patrimonio.
¿Y qué hubo de nuevo esta temporada? Lo más destacado fue, sin dudas, la multiplicación de salas y la decidida participación de los canales comerciales de tevé en la industria cinematográfica. Esto nos causa una alegría relativa. Es muy buena la política del INCAA de apoyar la reapertura de viejas salas provinciales, o propiciar nuevas, y es una enorme satisfacción la reapertura del Cosmos, glorioso bastión de la cultura cinematográfica, que por diez años estuvo cerrado. En cambio, la mayoría de los multiplex, que aumentan el número de copias de las mismas películas, en vez de favorecer la diversidad de ofertas, sólo sirven al monopolio de las grandes compañías, y a la cultura del pochoclo azucarado y el ruido estéreo. Y la participación de los canales comerciales, si bien aumentó el número de espectadores, lo hizo a favor de sus productos, que no por ser los más publicitados y vistos son los mejores. Ahora, para colmo, los independientes deberán redoblar gastos de copiado y publicidad para difundir sus obras, y aún así, sus cifras, menguadas frente a los megaéxitos comerciales, parecerán fracasos vergonzantes. Hay que alertar sobre esta distorsión del mercado, que puede transformarse en distorsión del arte.