Desde los inicios de su gobierno pastoral en Buenos Aires, el cardenal Quarracino ha insistido en exaltar el recuerdo de algunas figuras paradigmáticas de la cultura católica de la primera mitad del siglo. Una de ellas es la de Mons. Gustavo Franceschi, honrado con una placa, últimamente con un busto en la que fuera su capilla (hoy parroquia) del Carmen, y ahora con una antología, publicada por AICA.

 

La tarea -no ya la de emprender la publicación de cuanto Franceschi escribiera- sino la de plasmar una antología, es de por sí difícil y por ello mismo meritoria. Semana tras semana este sacerdote, corso de origen, marcó con sus editoriales la revista CRITERIO, que para los lectores mayores se identifica aún con él. Pero, como escritor y como orador, su palabra fue reconocida también en otros ámbitos eclesiales e intelectuales en los que se destacó.

 

La antología comprende tres editoriales titulados: «Democracia real y democracia verbal», otros sobre temas de Doctrina Social de la Iglesia, dos sobre el comunismo, uno con motivo del asesinato del conde Folke Bernadotte en Jerusalén en 1948. Aún hoy se leen los lúcidos editoriales titulados: «Tradición y evolución en la Iglesia» y «Lo permanente y lo mudable en la Iglesia», que anticipan respuestas sabias a problemas que se plantearán años después, cuando, en lugar de disminuirse el ayuno eucarístico (lo que provocaba las quejas de los rigoristas, a los que sale a contestar Franceschi), se traduzca la liturgia a la lengua vernácula o se permita recibir la comunión en la mano.

 

Difícilmente exista un testimonio más fuerte y cuestionador que el doloroso editorial escrito cuando aún no se habían apagado los incendios de la noche del 16 de junio de 1955 en que «fueron quemados los edificios más antiguos de la ciudad: San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio y La Merced, los archivos que contenían documentos irreemplazables de nuestro pasado». Frente a esta tragedia, Franceschi no cae en acusaciones casi obvias sino que invita a examinarse, a sacerdotes y cristianos, empezando por sí mismo, y recuerda que Cristo reina desde la Cruz, y la Iglesia allí con él.

 

Finalmente, la desgrabación de la última conferencia de Franceschi, a horas de su muerte, en Montevideo. En ella enfocaba la misión del laico, y, quizás consciente de estar al final de su existencia, su mensaje es conmovedor y sin concesiones. Constata allí la vigorosa transformación del laicado, comparándolo con el de principios de siglo. A sus oyentes les exige: «hay una tarea inmensa que realizar»; aunque él ya no puede hablar más :»quisiera pero no puedo, tolerad mi enfermedad, mi debilidad, la buena voluntad mía». Ve al laico inmerso en el mundo, testigo del amor, transformador de la sociedad. Nuevamente, es el Concilio Vaticano II que se preanuncia, como ocurriera con otras figuras que prepararon el camino aunque no llegaran a ver el aggiornamento al que contribuyeron.

 

El cardenal Quarracino sintetiza en una página de presentación el sentido de esta antología que pretende -y logra- ser sobre todo un agradecido recuerdo.

 

La extensa semblanza inicial se debe a la pluma del P. Hernán Benítez, escrita en 1945 para el primer volumen de las obras completas de Franceschi, tarea inconclusa que inició la Academia de Letras de la que fue miembro. Hombre profundamente culto, Benítez analiza la personalidad humana, sacerdotal y literaria de su biografiado y, a través de él, de la Argentina del 900. Cabría observar únicamente que todos los artículos y editoriales publicados en la antología son posteriores a 1945, año que significó también un giro en la existencia del propio Benítez, cuya proximidad con el peronismo, sobre todo con Eva Perón, quizás lo distanciara de la línea seguida por Franceschi. La homilía en la misa exequial por Mons. Manuel Moledo, figura eminente y querida por tantos, es el más apropiado colofón y la mejor síntesis: «Era su sacerdocio el que arrebataba la reverencia y la admiración de cuantos pasamos junto a él».

 

Para los lectores «mayores», releer a Franceschi en esta antología será renovar un gozo espiritual e intelectual. Para el vasto público que de Franceschi apenas conoce el nombre, la antología brinda la posibilidad de conocer páginas características de su estilo y escuchar lecciones que no han perdido vigencia.

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