Las recientes elecciones del 26 de octubre ganan un significado que trasciende la coyuntura histórica y no se relaciona directamente con los candidatos o los partidos ganadores, ni tampoco con los nombres que puedan comenzar a discutirse para las próximas elecciones presidenciales. Cuenta la concreción de ciertos aspectos del juego democrático que consolidan las instituciones, y crean un marco adecuado para una discusión amplia de todos los argentinos en la construcción del bien común.

 

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Desde 1983, tanto en los niveles nacional como provincial se sucedieron -mediante elecciones- gobiernos de distinto signo partidario. Al mismo tiempo, se fue afianzando el respeto por las libertades políticas básicas que hacen a la vida republicana (expresión, información, asociación). Sin embargo, a partir de 1989 el escenario político fue adquiriendo carácter hegemónico. Los amplios y sucesivos triunfos del justicialismo se sostenían en exitosas políticas económicas y daban lugar a determinadas tácticas en el manejo gubernamental. La fuerza de los partidos de oposición no llegaba a generar una amenaza atendible para el justicia-lismo, en términos de competencia electoral, y ofrecer así la posibilidad de una alternativa cierta. La fuerza dominante del justicialismo llevaba, una vez más, a que las discusiones y debates intrapartidarios se transformaran en temas nacionales y cuestiones de Estado.

 

En este contexto, ¿cómo mejorar la justicia, combatir la corrupción, disminuir la desocupación? El manejo de ciertos mecanismos institucionales (quórum propio en Diputados, amplia mayoría en el Senado), una actitud dominante del justicialismo y la ausencia de una oposición con capacidad efectiva de influir sobre las decisiones, creaba una sensación de estrechez de posibilidades y limitación de horizontes en lo que respecta a la solución de esos temas. En la historia política de las naciones esta percepción de ausencia de alternativas y de impotencia frente a la posibilidad de percibir cambios ha jugado de manera decisiva contra el desarrollo y el fortalecimiento de las instituciones democráticas.

 

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La excelente performance de la Alianza UCR-Frepaso en las recientes elecciones se vincula con este aspecto de nuestro desarrollo institucional. Aun si sólo se computaran los números obtenidos por la Alianza (sin sumar los registrados para el radicalismo y el frepasismo separadamente, con lo que quedaría detrás del justicialismo por escaso margen), la importancia del resultado tiene una consecuencia anterior y fundamental. Ha equilibrado la relación de fuerzas partidarias mediante la conformación de una alternativa cierta y efectiva al actual gobierno. La sociedad percibe la posibilidad real de que aquellas preferencias no satisfechas por el actual gobierno puedan ser efectivamente canalizadas, debatidas y eventualmente llevadas a la práctica por un gobierno de signo distinto.

 

Paradójicamente, esta alternancia se realiza sobre una coincidencia que se ha gestado en estas elecciones. Cualquiera sea la alternancia posible, los partidos han acordado finalmente y de manera explícita la aceptación de ciertos principios económicos básicos y han rechazado la posibilidad de hacer campaña electoral con cuestiones que han costado y cuestan mucho sacrificio a todos los argentinos. Los criterios mínimos de racionalidad económica no excluyen las discusiones técnicas y hasta los sesgos ideológicos partidarios sobre los distintos modos de encarar la solución de importantes problemas pendientes. Pero suponen ese punto de partida y se construyen sobre él.

 

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Entre los datos singulares de esta elección, se han destacado dos: por un lado, es la primera vez que el justicialismo es derrotado en una elección siendo gobierno; y, por otro, los años que van de 1983 a esta parte conforman la sucesión de períodos constitucionales más largo después del iniciado por la ley Sáenz Peña.

 

También merece subrayarse la votación para la primera Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Además de su significación histórica, le cabe un desafío circunstancial no menos importante, esto es: revertir la lamentable imagen del último Concejo de la ciudad, que concluyera su existencia en medio de escándalos que superaron las fronteras partidarias. Se abre así una nueva instancia institucional para la vida de la capital de la nación.

 

La oposición

 

Una de las mayores novedades de las recientes elecciones está relacionada con la actuación de la Alianza como fuerza emergente en el escenario político del país. Ella se construye a partir de la confluencia de dos fuerzas con características muy distintas: el radicalismo, un partido tradicional y con una estructura partidaria consolidada a lo largo del país, y el Frepaso, un sector con mayor sesgo movimientista y con una significativa incorporación de simpatizantes y dirigentes justicialistas inicialmente de la Capital, y luego de la provincia de Buenos Aires. Más allá de las conveniencias partidarias que motivaron tal confluencia, debe destacarse el esfuerzo de sus dirigentes por mantener un discurso lo más homogéneo posible y aunar intereses claramente diferenciados. En un país donde el diálogo ha sido fácilmente interpretado como traición y las uniones rápidamente catalogadas como contubernios, tal esfuerzo no es pequeño.

 

Por otra parte, la actuación de la Alianza parece apoyarse en el voto de dos tipos de electorado: el propio de cada una de las fuerzas que la constituyen y el independiente, que ha mudado votos del justicialismo a la oposición. Sobre la motivación de este segundo grupo se han tejido numerosas explicaciones, en especial para la provincia de Buenos Aires, donde resultaba difícil prever el resultado final. En este sentido, uno de los datos más significativos se relaciona con la composición socioeconómica del voto que se mudó del justicialismo. Éste sería el caso de algunos sectores medios empobrecidos, como así también de grupos de extrema carencia, con lo cual la Alianza habría penetrado también en sectores generalmente más afines al partido de gobierno.

 

En cualquier caso, esto confirma la creciente presencia de un electorado, que se mueve independientemente en cada circunstancia electoral. Este es un dato que adquiere positiva significación en el análisis final. Por un lado, implica un votante capaz de juzgar y analizar críticamente las propuestas de los candidatos. En algunos casos sobresalientes, como el de San Miguel, en la provincia de Buenos Aires, la independencia llevó, mediante el corte de boleta, a la elección, como intendente y diputados, de candidatos de espectros ideológicos casi opuestos, pero que mostraban evidentemente una respuesta específica ante la necesidad de los votantes. También cabe citar los triunfos del Frente Partido Nuevo en Corrientes, del Demócrata en Mendoza, del Frepaso en Neuquén y de Fuerza Republicana en Tucumán.

 

Por otra parte, la incertidumbre que genera en los partidos políticos la existencia de este voto independiente puede obligarlos a una mayor atención y cuidado.

 

Tampoco puede afirmarse que el gobierno liderado por el presidente Menem haya comenzado una suerte de decadencia o agotamiento que habrá de culminar con la derrota del justicialismo en las próximas elecciones. Más allá de los acuerdos o desacuerdos que suscite la gestión del presidente, ha demostrado una singular capacidad para decidir y promover cambios estructurales, controlar situaciones y sortear los obstáculos más diversos. Si a ello se suma su eventual deseo de postularse en el 2003, sería de esperar que dirija muchos de sus esfuerzos a completar en los próximos años una gestión que pueda ser recordada de manera favorable.

 

El otro rostro

 

Si existen buenos motivos para considerar que la sociedad política argentina se retira fortalecida de las últimas elecciones, en cuanto a su proceso institucional, también los hay para pensar que el tiempo que resta hasta las próximas será particularmente difícil.

 

Los temas pendientes de debate y resolución no son sencillos ni de logros inmediatos. Se refieren a la desocupación, la administración de justicia, la corrupción, planteados de manera intensa por la oposición durante la campaña electoral. Una Cámara de Diputados renovada, a la que ingresarán destacadas figuras, será el lugar para el tratamiento de algunos de ellos. Los partidos provinciales asumirán allí nuevamente un rol preponderante dada la importancia de sus votos para arribar a decisiones finales.

 

Esto crea un clima propicio para el debate y la negociación por parte de los distintos bloques, que podrá ser beneficioso para la sociedad y las instituciones. Pero tal actitud se verá al mismo tiempo limitada, por los lógicos afanes de ambos partidos principales para mostrar su capacidad de decisión y gobernabilidad. En este sentido un deseo extremo de los representantes por exhibir sus respectivas fuerzas y posibilidades en camino al ’99 puede entrar en conflicto con la disposición (y conveniencia institucional) al intercambio y al consenso.

 

Más aún, otro factor que seguramente pesará en una dirección similar son las disputas internas que pueden surgir en cada uno de los partidos. En el caso del justicialismo, es posible prever distintos debates: algunos, de corto plazo, sobre los motivos y protagonistas de las derrotas; otros, por cierto más importantes, tienen que ver con las políticas implementadas por el gobierno. A lo largo de estos años el justicialismo adoptó una política de transformaciones estructurales que, en la medida en que fueron acompañadas por triunfos electorales, callaron voces que podían considerarlas ajenas a la tradición del justicialismo. El resultado de estas elecciones quizá se transforme en el dato que retrotraiga a aquellas diferencias no resueltas y puede ser fuente de serias controversias en el partido gobernante.

 

De manera similar, la Alianza también soportará dificultades. La lógica sensación de triunfo puede llevar a la UCR y al Frepaso a juegos de poder, tanto por candidaturas como por decisiones sobre políticas particulares. La inmediatez de las elecciones obró de manera positiva uniendo u ocultando diferencias que siguen latentes en la coalición. Además de las realidades provinciales, en muchas de las cuales no se logró todavía aunar posiciones, también hay opiniones encontradas sobre temas específicos. En este caso, las ambiciones personales y partidarias pueden jugar un rol decisivo en la resolución final de tales tensiones.

 

Se abre una instancia propicia para la construcción institucional pero que depende, en última instancia, de la grandeza de los mismos representantes políticos. Son ellos quienes determinarán finalmente cuál es su disposición a generar nuevos resultados. La gran enseñanza de estas elecciones, sin embargo, deberá recordarles de modo permanente que sus períodos de gobierno son limitados, y que la ciudadanía ha aprendido progresivamente que es su voto, precisamente, el medio más eficaz para mantenerlos virtuosos.

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