El arzobispo Jorge María Mejía, nacido en Buenos Aires hace 74 años, actual secretario de la Congregación para los Obispos en la Curia Romana y también secretario del Colegio Cardenalicio, fue director de CRITERIO durante dos décadas: desde la muerte de monseñor Gustavo Franceschi (Montevideo, 1957) hasta Navidad de 1977, cuando fuera nombrado secretario de la Comisión para las relaciones con el Judaísmo en la Santa Sede. En la dirección de la revista lo sucedió entonces Rafael Braun.

 

En ocasión de los 50 años de CRITERIO, precisamente en aquella Navidad que recordábamos, Mejía sintetizaba en tres etapas la historia de la publicación. La primera -protagonizada por «hombres y mujeres conscientes de dar voz a una cultura religiosa que no tenía demasiada presencia pública»- encuentra alrededor de la figura de Atilio Dell’Oro Maini una manifestación múltiple e inteligente. Vienen después -segunda etapa- los largos años de Gustavo Franceschi, donde la revista preserva su autonomía si bien se identifica casi con aquella «figura gigantesca» de la vida cultural, social y religiosa. Mejía habla con humildad de la tercera etapa, la suya, conmovido ante la desaparición de su predecesor. Pero es menester señalar que fue la época en que CRITERIO se convirtió en la revista del Concilio Vaticano II para los argentinos. Y también de la reflexión política independiente de Floria, Botana y muchos otros.

 

En su reciente visita a Buenos Aires, con su voz y su tono tan característicos, Mejía recordó algunos momentos de CRITERIO. Sintetizando su gestión, habló del esfuerzo por preservar el contenido y la independencia que caracterizaron siempre a la revista.

 

 


 

 

-¿Qué recuerdo deja en su vida el largo trato que mantuvo con Franceschi?

-Franceschi tenía una antigua relación con mi familia. Siempre demostró un interés especial por lo que yo hacía, cuando estaba estudiando en Europa me llevaba libros. El primero que me regaló fue el de los manuscritos del Mar Muerto, que acababan de ser descubiertos. Cuando llegamos a la gran crisis del ’54-’55 a él se le ocurrió que yo lo ayudara en CRITERIO, porque Luis Capriotti tenía que irse de la Argentina dado que estaba perseguido. Cuando me entrevisté con Franceschi yo había resuelto decirle que no aceptaba, porque de periodismo no entendía absolutamente nada, yo era profesor de Biblia. Cuando llegué, en la capilla del Carmen, lo encontré frente a un escritorio lleno de papeles. Me habló como si yo hubiera aceptado; él no había considerado siquiera la posibilidad de una negativa de mi parte.

 

-¿Cómo lo definiría desde el punto de vista intelectual?

-Era un hombre de una cultura extraordinaria, yo admiraba entonces su amplitud y la vastedad de temas que abarcaba. Había descubierto, gracias a León XIII y Pío XI, la dimensión social de la fe. Eso acá fue extremadamente importante en los años de su juventud. También era muy buen escritor. Además de tener una obra de biología, donde escribía sobre un extraño molusco patagónico, y de sus intervenciones en la Academia de Ciencias. Era una personalidad extraordinariamente completa, como no he conocido otra en el país. Enseñaba en el Seminario de Buenos Aires, donde dictaba un curso de sociología cristiana, que era el término que usaba Pío XI. Recuerdo con provecho ese curso semanal, aunque era irregular debido a sus viajes: iba todos los años a Europa. Siento mucho que no me hayan informado del homenaje a los cuarenta años de su muerte, me enteré por CRITERIO cuando ya había pasado, de modo que no pude adherirme. Yo lo seguí mucho a través de la revista, pero lo seguí muy personalmente cuando era una persona enferma que declinaba. Y cuando fue a Uruguay para la última conferencia, me quedé bastante inquieto, él estaba mal y de hecho ahí sufrió su última crisis. Fui llamado por el padre Pedro Richards que había organizado el encuentro y lo atendí en Montevideo.

 

-Usted lo trató también a Dell’Oro Maini, ¿qué recuerdo conserva de él?

-El de una personalidad de gran relieve. Yo lo conocí sobre todo cuando era representante de la Argentina en la UNESCO y después como miembro del Consejo. Era un hombre de gran estatura intelectual, muy personal y muy especial en su manera de ser pero con mucho valor. Significaba algo importante en la Argentina. Conmigo tenía una relación muy cordial.

 

-¿Cómo fueron sus años de dirección y cómo era su visión de CRITERIO en ese momento?

-Quisiera decir tres cosas: la primera preocupación mía era que la estabilidad conseguida por la revista no fuera dañada por una persona que, como yo, no tenía la menor experiencia administrativa. Esa era mi primera preocupación, que la cosa no fracasara por un agrietamiento de la estructura. El segundo problema era que la herencia en sí, es decir, el contenido que monseñor Franceschi le había dado, no sufriera menoscabo. La tercera cosa, nada fácil, era mantener la revista en su tradicional independencia. Yo era un joven sacerdote en aquel entonces y no podía tener la pretensión del mismo estatuto social y, si se quiere, canónico que poseía Franceschi. Ese período no fue fácil para mí, era un momento de gran cambio en todo y yo necesitaba la ayuda intelectual de otras personas. Cuando entraron los temas socio-políticos, en la época del primer gobierno electo, el de Frondizi, había que tratar de encontrar cómo mantener a la vez una distancia de las diversas posturas y decir algo que valiera la pena con la mayor libertad. Carlos Floria me ayudó mucho. El primer editorial, el del número de marzo del ’58, fue escrito por él. De ahí en adelante la cosa siguió bastante bien.

 

-Usted se integró a CRITERIO en una época particularmente conflictiva y difícil de la vida nacional y dejó la revista en otro momento político-social muy conflictivo del país…

-Yo había tratado de llevar adelante la redacción con Carlos Floria, Rafael Braun, Natalio Botana, Alberto Petrecolla y otros. En el ’76 dijimos lo que todo el mundo sabe y está citado, conseguimos mantener la equidistancia. Tomamos nuestros compromisos, fuimos cuestionados y hasta amenazados. Ese año la situación llegó a una extrema tensión, fue el año del asesinato de Mujica, del asesinato de los padres y seminaristas Palotinos. Yo viajé a Roma a fines del ’77, la amenaza de muerte me llegó en los últimos meses del ’76, se publicó en el exterior y el secretario del CELAM me envió un pasaje para que yo pudiera viajar.

 

-¿Cómo ve CRITERIO hoy, sobre todo en el marco de esa tradición independiente que no es tan común, y en el diálogo entre fe y cultura al que usted se dedicó con pasión?

-Yo hoy la veo mejor a la revista. A mí me costó un tremendo esfuerzo en dos planos: por lo pronto en el de mi vida personal, tenía que enseñar Sagradas Escrituras y tenía también otras obligaciones como sacerdote que me llevaban mucho tiempo. El otro problema era el papel de la revista en ese momento de gran conflicto y también de cambio en la Iglesia. Teníamos que encontrar un camino que no siempre era fácil, y hubo problemas y conflictos. Ahora que la veo de lejos, encuentro que el trabajo está bien hecho, pero es más fácil. Tampoco quiero decir que me convence todo lo que se publica. Sigo la revista con mucho interés, a veces se me escapa algún número porque no tengo tiempo, pero trato de leer todo.

 

-Algunos observan que en el ámbito católico argentino CRITERIO es vista con respeto y distancia al mismo tiempo…

-Con respecto a la distancia, creo que la hay en algunos. Y en otros hay afinidad. Eso ha sido así y será así, es un poco la suerte de toda publicación; tiene un carácter de independencia y una tradición de altura, de categoría periodística. La revista tiene un prestigio que se mantiene. Algunos estarán más contentos y otros menos, pero la revista significa una presencia, un nombre y una tradición. Y no veo que decline. La sustancia y la actitud están.

 

-Días atrás, en un simposio, usted hablaba de las coordenadas necesarias de la justicia: espacio y tiempo…

-El tema está dentro del marco del coloquio sobre la justicia como función propia del Estado. La justicia tiene que llegar a todos. Una pregunta del obispo de San Isidro fue: ¿Cómo hace la gente que no tiene un fácil acceso a la justicia, porque aunque no padezca una injusticia directa, aunque no sea víctima de una violación u opresión inmediata de sus derechos, se encuentra sin embargo en un contexto en el cual los derechos de un cierto número de personas no tienen toda la realización que deberían tener? Él se refería especialmente a los pobres, a la gente que no tiene voz. La justicia debe llegar a todos y todos deben tener acceso a ella. Por lo tanto, teniendo presente la enseñanza bíblica, señalé las tres expresiones que aparecen siempre a propósito de la justicia en ese sentido, a partir del Deuteronomio en adelante: que son el huérfano, la viuda y el peregrino (extranjero). La segunda cosa era la categoría temporal, porque los procesos de justicia tienden a extenderse en el tiempo a veces indefinidamente, no sólo acá. Entonces, para que una justicia sea verdaderamente tal y para que la gente encuentre la dimensión de sus derechos, eso tiene que hacerse dentro de un marco razonable de tiempo. A mí se me ocurrió citar el aforismo jurídico inglés que todos conocemos, es decir, que la justicia que se atrasa equivale a una injusticia.

 

-Usted se ocupó en el nivel internacional de las relaciones judeo-cristianas y siempre fue sensible a ellas desde las páginas de CRITERIO, ¿cómo considera el estado actual de las mismas?

-El tema de las relaciones con el judaísmo empieza en CRITERIO con Franceschi, de él heredé el interés por el mundo judío. Cuando estudiaba Sagradas Escrituras en Roma, monseñor Franceschi se interesaba muchísimo por mis estudios. Él había ido a Israel y en aquel entonces ya tenía una relación con el mundo judío. Me impulsaba a que siguiera con esa relación. Hoy en día muchas cosas han cambiado. Hay que tener presente que el mismo judaísmo con el cual se dialoga, es un judaísmo muy plural, no es monolítico; lejos de ello: está muy fragmentado. Es difícil encontrar interlocutores para todo y siempre. La Santa Sede, en general, debe tener en cuenta ese amplísimo horizonte, y en ese horizonte judío hay toda clase de matices. Naturalmente las relaciones de la Santa Sede con el Estado de Israel, que datan del ’93, cambiaron bastante las cosas, en el sentido de que se ha unido en torno de ello la mayor parte del arco del judaísmo. Pero queda siempre una franja ultra-ortodoxa que se opone al Estado, que lo mira con desconfianza. Antes de ello, otro gesto muy significativo, en un plano más local, fue la visita del Papa a la Sinagoga de Roma. Fue una iniciativa personal del Papa y me envió a mí a ver si se podía llevar a cabo. Por otra parte, los palestinos también tienen un representante permanente ante la Santa Sede y, además, están los otros Estados árabes con los cuales hay relaciones. Se debe considerar también el propósito expresado por el Papa de ir a Tierra Santa para el 2000. Además, creo que llega el momento de encarar las cuestiones teológicas o doctrinales en ciertas cosas comunes, como la Biblia. Y en tercer lugar, hay una hidra de muchas cabezas, estas hordas de antisemitismo y xenofobia, que a veces nacen y cobran formas, como acá con los dos atentados. Yo creo que la relación con el judaísmo, como en cierta medida también con las otras religiones no cristianas, ha sido marcada por el Papa y no se puede ni se debe volver atrás. Está el encuentro de Asís, por ejemplo. Una de esas intuiciones geniales que tiene el Papa.

 

-En años anteriores usted ha estudiado y escrito sobre justicia social, deuda externa, solidaridad…

-La solidaridad, como todos sabemos, es una virtud; y creo que eso significa que pertenece al organismo de la vida cristiana personal y comunitaria. Hay que defenderla constantemente contra las tentaciones y engaños que se presentan. Para que sea una verdadera solidaridad cristiana tiene que depender de la fe, en ejercicio de la justicia. Yo creo que la solidaridad es una parte de la justicia y está signada por la caridad. En el plano de la deuda externa, el documento de la Iglesia siempre tiene valor. Me tocó a mí presentarlo en el Banco Mundial con muy buen resultado y ellos -Banco Mundial y FMI- tienen muy en cuenta a las partes que están en deuda. Habría que distinguir los diversos tipos de deuda, que no son con el Banco ni con el Fondo, son con países y con bancos, todo eso diversifica las cosas. Hay que tener cuidado de no utilizar un esquema común un poco apriorístico y, sobre todo, no demonizar las cosas. Yo he encontrado siempre, cuando me ha tocado representar a la Santa Sede en las Naciones Unidas, disponibilidad de parte de los Estados para resolver el problema, de parte del Club de París, del Club de Londres. Ellos dicen que deben tener en cuenta a las personas que aportan capitales y un banco no es una institución de bien público necesariamente. Todavía queda mucho camino por hacer. Ojalá que para el 2000 se llegue a una cierta división de las aguas.

 

-Usted puso mucho énfasis en estos días en la pluralidad de los elementos para considerar un problema y en el hecho de saber situarlo en el mundo, en el nivel planetario.

-Desde siempre para mí la universalidad fue un horizonte necesario; personalmente no puedo pensar de otro modo. Pero, además, me parece que la reciente evolución de los acontecimientos históricos en la Iglesia y fuera de ella va en ese camino. La dimensión de los sínodos nos ha internacionalizado mucho, o sea, los obispos se han dado cuenta de los problemas y supongo que la gente también. Éstos no se pueden resolver dentro de un plano local. La Iglesia universal precede a las Iglesias locales, y en el plano de la evolución de las cosas está la globalización, incluso la globalización de la economía que encierra infinitas dificultades, peligros y errores, pero que no se puede pretender que no suceda. La globalización es un hecho y, más allá de todo, la considero positiva.

 

-¿Cuáles son las tareas pendientes que tiene y cuáles los desafíos más importantes para los próximos años?

-Desde mi posición en la Santa Sede, creo que es muy importante respetar la diversidad dentro de la unidad. Mantener las relaciones con 1670 diócesis es una tarea difícil y al mismo tiempo muy gratificante. Uno se encuentra en medio de un riquísimo intercambio.

Otro enorme desafío es mantener la tradición más sana de la Iglesia de poner al frente de las diócesis personas que estén a la altura de esa tremenda responsabilidad. No es nada fácil ser obispo ahora, y uno tiene que ayudar a que los nombres que se le presenten al Papa sean lo mejor posibles y luego ayudarlos. Está África, donde la Iglesia crece impresionantemente. Por otra parte, dentro de los grandes desafíos, está la relación de la Iglesia católica con las demás grandes Religiones. Las relaciones ecuménicas, con las otras comunidades cristianas, no pueden dejarse de lado. Yo creo que son más difíciles que hace 20 años, pero hay que seguir y la Iglesia debe realizar estos diálogos. A su vez, esto nos enseña que todo depende mucho menos de los esfuerzos humanos y de los diálogos teológicos y otros que no del Espíritu Santo. Pero hay una tercera cosa que es la presencia de la Iglesia en el mundo, que siempre se plantea de una manera nueva.

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