El mismo director y la misma empresa que hicieron Eva Perón, ahora hacen la biografía del Che Guevara, en el trigésimo aniversario de su muerte. Hay diferencias: aquella era una obra sobre un personaje más polémico, con un elenco de veteranos impresionante, una protagonista vibrante y un guión decididamente político del militante peronista José Pablo Feinmann. Ésta, en cambio, tiene menos tela para discutir (curiosamente todo el mundo –salvo algunos conservadores que se quedaron en el ’66- coincide en expresar admiración por alguien “que murió por sus ideales, aunque eran equivocados”), y, como película, también tiene menos elenco, y un protagonista que da la talla, pero no el volumen. Como guionista, un argentino residente en Hollywood, Martín Solinas. Y hay parecidos: ambas películas fueron hechas de apuro, una para enfrentar el operativo madónnico/mastodóntico,y otra para llegar en fecha.

 

Aun con el apuro, es una película digna. Salvo algunos defectos menores, y varios huecos informativos imposibles de llenar en la duración (para este caso, breve) de cien minutos, los responsables han hecho una biografía llevadera, entretenida, y que porta de modo claro el pensamiento básico guevariano. Esto es, la defensa de los estímulos morales por sobre los materiales, la crítica a los países que cambiaron de sistemas económicos pero no de valores, el reclamo de compromiso solidario, el valor del ejemplo (“la semilla del ejemplo”) por sobre las circunstanciales derrotas y la entereza rayana en la locura de sostener las palabras con los hechos.

 

Una iconografía cristiana –espinas, vía crucis, los hombres atados al madero- y dos tomas aéreas (una sobre campos verdes, otra sobre tierra seca), junto a algunas palabras de Guevara, otorgan el necesario lirismo al retrato de quien fue algo más que una foto para estampar en las remeras, y que hoy es también algo más que una bandera partidista. El tiempo ha limado diferencias y lo esencial de la persona está más a la vista, en el patrimonio común de nuestra historia (la escena en que la última guerrilla camina entre las piedras de la puna, recuerda incluso a las últimas fuerzas del general Lavalle, en ese gesto de nobles derrotados protegiendo el cuerpo de su jefe. Tampoco nadie hablaría hoy terminantemente en contra de Lavalle, aunque en su tiempo haya causado tormentas, divisiones, y también, aunque no lo quisiera, lágrimas).

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