Resulta inevitable, sobre todo en lo que suele denominarse “música popular”, el preguntarse sobre la relación entre una manifestación sonora y el medio, el lugar en donde ésta se genera. Por lo general esta relación suele ser más limitante que liberadora, cuando se presenta como una postura intelectual anterior al hecho creativo mismo. Y uno percibe cómo tanto jazz, tanto tango, tanto rock o lo que sea, se vale de los clichés del género para responder a aquella demanda de identidad (o comercial en los peores casos), en lugar de crear alimentando los lenguajes o, lo que es más importante, nuestras capacidades de abstracción y comunicación genuina.

 

Dino Saluzzi se tutea con lo profundo y lo inconsciente de su cultura salteña y porteña de manera privilegiada y a partir de allí todo lo que haga sonará inmensamente verdadero. También tiene la espiritualidad y la técnica que le permiten comprender y dar forma al misterio.

 

Cité de la Musique es su sexto disco como líder en el importante sello alemán ECM, vinculado con lo más alto de un jazz habitualmente descripto como “impresionista” desde hace más de 25 años (Keith Jarrett, Jan Garbarek, Ralph Towner, Louis Sclavis, Egberto Gismonti con artista del sello). El bandoneón de Saluzzi ha generado allí algunas obras maestras como los discos Andina y Once upon a time-Far away in the south, ensamblándose en algunos casos con el contrabajo de Charlie Haden o la trompeta de Palle Mikkelborg. Algunas de estas grabaciones han sido utilizadas por Jean-Luc Godard en su film Nouvelle Vague.

 

En esta oportunidad acompañan a Saluzzi su hijo José, en guitarra, y Marc Johnson, quien fuera contrabajista junto al mítico Bill Evans, el guitarrista John Abercrombie, y también líder y compositor en grupos como Bass Desires, junto a Bill Frisell.

 

Cité… es un disco eminentemente sereno, menos dramático que Andina, menos salvaje que Kultrum, menos para afuera que Mojotoro.

 

Es tal vez el más simple de escuchar. Pleno de silencios y nostalgia, de dinámica escasamente alterada, el trabajo parece un deambular sobre un mismo atemporal estado del alma, con su punto más alto en “Gorrión” (solo dedicado a Godard) y una participación destacable de Marc Johnson, por profundidad y comprensión vital del asunto.

 

El arte es seguramente un encuentro con el otro y con uno mismo, pero no se puede dejar de notar que está resultando arduo encontrar artistas que nos hablen desde lo más íntimo de este sitio, de su esencia colectiva.

 

Mirando más allá de Cité… (e incluyéndolo) debemos decir que la obra de Saluzzi hace un aporte sustancial en este aspecto.

 

Así como lo hacen los maestros Horacio Salgán y Juan José Mosalini (este último radicado en Francia) con un lenguaje más estrictamente tanguero, Saluzzi va más allá de lo dicho por Piazzolla. En estos trabajos se libera rítmicamente, abre el espectro tímbrico generando agrupaciones variadísimas, se adentra circunstancialmente en sonoridades más duras en lo armónico y desarrolla la improvisación en el nivel creativo de los grandes maestros del jazz contemporáneo. En lo expresivo podría decirse que lo suyo incluye lo ciudadano y rioplatense así como lo norteño pero ya en el marco de lo reminiscente; más que tocar en estilos Saluzzi genera desde el espíritu, el recuerdo y la creación. Allí concurre lo identitario, pero no como una más de las tantas fusiones estériles y citas livianas de la world music.

 

Saluzzi suena así porque su música es él mismo, y ocurre que parece tener un contacto privilegiado con el alma de este lugar.

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