De escritura musical ecléctica, Gian Carlo Menotti fue autor de composiciones para ballet, cantatas, piezas teatrales, instrumentales e incluso guiones para cine. Humanista y dramaturgo de raigambre popular, gran parte de su obra interroga sobre la conflictiva relación del hombre con el poder. En la temporada musical porteña tuvo lugar la excelente Amelia al ballo y La solterona y el ladrón, por Juventus Lyrica en julio, y se verá El Cónsul, por Buenos Aires Lírica en septiembre. Pero evocarlo retrotrae inevitablemente el calendario a una fecha dorada para los argentinos, cuando hace exactamente diez años el Teatro Colón estaba abierto y un hombrecito ligeramente encorvado por el paso de los años recibía en ese escenario una larga ovación. A los 88 años, por primera vez, el reconocido Gian Carlo Menotti pisaba suelo argentino para tener a su cargo la régie de El Cónsul, cuya música y libro había escrito en 1950 y que –entre 1953 y 1967– se había ofrecido allí en cuatro oportunidades, luego de su estreno sudamericano en el SODRE de Montevideo, en 1951.
Seguramente ésa sea su labor cumbre, y también su descarnada visión sobre la burocracia del poder y la inevitable tensión que deviene en esperanza para el perseguido que espera un salvoconducto. El Cónsul, tal como señaló en varias oportunidades su autor, es una obra sobre la desesperación humana. En la historia, la casa de los Sorel es allanada por la policía secreta en busca de John, que se encuentra oculto en una habitación contigua. Magda, su esposa, acude al consulado a pedir ayuda para poder salir del país. Pero se da cuenta que el trámite no es sencillo y las historias de angustia se repiten por miles. A la burocracia, que se acrecienta con el correr del relato, le corresponde en paralelo la desazón de los Sorel. Amén del contrapunto final, de notable resolución melodramática (donde la única salida posible es la muerte), un momento de gran impacto tiene lugar en el final del cuadro segundo del segundo acto, cuando Magda implora a la secretaria y consigue la promesa de concederle lugar para una entrevista con el Cónsul, cuando éste termine su reunión con un conocido. Después de unos minutos de espera, la puerta del despacho del Cónsul se abrirá, para despedir al amigo que no es otro que el agente de la policía secreta que los persigue.
Así pues, El Cónsul permite indagar en la repercusión social y política del poder y en sus invisibles fronteras que se materializan, de acuerdo con el análisis foucaultiano, gracias a este desenmascaramiento que sólo podrá otorgarle, al decir del filósofo, plena libertad al hombre. La idea surgió en un vuelo que hizo Menotti de Europa a los Estados Unidos en 1947, al ser testigo del duro interrogatorio al que fue sometida una anciana campesina italiana, cuyas preguntas no entendía y, por ende, no podía responder.
Hacía casi veinte años que el compositor se encontraba afincado en los Estados Unidos, donde llegó en compañía materna tras la muerte de su padre. Sus estudios musicales cursados en el Instituto Curtis de Filadelfia, lo colocan como alumno de Rosario Scalero, y –finalizado su aprendizaje– a partir de 1934, se instala definitivamente en Nueva York. En parte eso explica obras potentes que encuentran su tradición dentro del verismo italiano pero con notables influencias del dodecafonismo y del jazz norteamericano. De sus años en el Instituto trabaría amistad con Samuel Barber, compañero en vida y trabajo, y para el que realizó el libreto de Vanessa, la ópera más famosa de Barber, estrenada en 1958.
Fue en un viaje a Viena realizado junto a aquel, cuando Menotti tuvo la idea que influyó en su primera ópera de la edad adulta (La muerte de Pierrot y La Sirenita las compuso con tan sólo 11 años), y cuyo éxito lo obligó a repensar el futuro de su carrera. Amelia al ballo, inspirada en Un ballo in maschera de G. Verdi, que se estrenó el 1º de abril de 1937 en la Academy of Music de Filadelfia, le otorgó al compositor temprana proyección internacional. El hospedaje en la casa de una baronesa checa que les contaba anécdotas de sus años dorados de juventud fueron al parecer determinantes en el momento de crear el retrato de la hermosa Amelia, que se prepara para ir al baile, cuando su marido descubre que tiene un amante. Dentro de las características de la ópera buffa, la mirada agria a las instituciones también está presente: es el comisario quien resuelve de manera rápida y poco ortodoxa el conflicto de la tríada marido-mujer-amante, quien se ofrece a acompañarla al anhelado baile, mientras el coro exclama: “Si la mujer quiere ir la baile, al baile irá”.
Pero pocas obras, luego de El Cónsul, refieren al poder con la contundencia de La Médium, estrenada en 1946. Aquí, la controvertida voluntad de la verdad y la manifestación de una supra-realidad irracional que moldea, desde un plano simbólico, lo reprimido y racional de nuestros modelos sociales, toma carnadura en el personaje de Madame Flora, como la mujer que mediante el engaño cree brindarle a sus clientes la felicidad de una respuesta esperada, aunque ella misma sea presa del remordimiento. La violencia será el corolario de tanta locura y falsedad, y también la advertencia sobre los límites racionales del poder. En todo caso, estos personajes manifiestan de manera unívoca la desilusión sobre las instituciones y el sujeto social, en una acción que indistintamente como el fiel de la balanza, se inclina entre la liberación y la dominación, propias de la dialéctica de la ilustración de Horkheimer-Adorno. O, como señalan estos dos autores: “la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un nuevo género de barbarie».
Interesado en la exploración de los diferentes modos de comunicación, La solterona y el ladrón (1941) fue la primera obra en su tipo realizada expresamente para la radio, y estrenada por ese medio a través de la NBC. También compuso un ballet, Sebastian, fundó el Festival de los dos Mundos en Spoleto, Italia, y su par en territorio norteamericano; escribió una obra de teatro (The Leper); la cantata The Death of the Bishop of Brindisi (1963); guiones cinematográficos para la Metro Goldwyn Mayer que no llegaron a filmarse, y tuvo a su cargo la dirección de la versión cinematográfica de La Médium, nominada al Oscar como mejor partitura original en 1952. En aquel año compitieron por la estatuilla Walter Scharf, por Hans Christian-Andersen y la bailarina; Ray Heidorf y Max Steiner por El Canto de Jazz (no la homónima que inauguró el cine sonoro, sino otra versión con dirección de Michael Curtiz); Lennie Hayton por Cantando bajo la lluvia; y Alfred Newman por Cuando el alma sufre, que se adjudicó el premio. Todas a excepción de La Médium, tuvieron estreno porteño. Por aquellos años, el trabajo cinematográfico de Menotti también era reconocido y galardonado por el Festival de Cine de Cannes.
En 1982, estrena en la catedral de San Mateo de Washington la cantata Muero porque no muero, basada en textos de Santa Teresa de Jesús, dentro del marco conmemorativo del cuarto centenario de la muerte de la religiosa carmelita. ¿Cuál era entonces su relación con la espiritualidad? En 2004, en diálogo con Eduardo Muñoz Bayo para El Cultural de España, y ante la pregunta sobre si el paso de los años aumenta o mitiga las dudas de fe, Menotti respondía: “Aumenta la fe y las dudas. Yo no soy practicante regular, nunca lo he sido. Pero rezo, creo en el poder de la oración, me parece que es la única vía que Dios nos ha dado para comunicarnos individualmente con él. Y eso es un regalo, imagínate que no existiese. Cualesquiera que sean mis dudas, yo rezo por fe. Y soy consciente de ese poder, el poder de la fe, el acceso directo a Dios como un poder creativo”. Síntesis de la crítica a los poderes transitorios frente a aquellos de naturaleza permanente, pocos se han referido con tanta claridad al miedo, la desconfianza y las arbitrariedades de la dominación. Con un gran aporte a la música contemporánea y fundamental con relación a la acción dramática, la labor de Gian Carlo Menotti cobra indudables y significativas resonancias ante un mundo que continúa viviendo la opresión como forma natural de desenvolvimiento humano.
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Join discussionLa ópera La Médium se estrenó en el Teatro porteño El Vitral, allá por los tempranos ochenta, protagonizado por la Mezzosoprano Laura Cáceres, hosy destacada cantante del Elenco Estable del Teatro Colón. En aquél momento, disfruté su versión, ya que éramos jóvenes estudiantes de canto lírico, compañeros del Conservatorio. Fue una magnífica puesta, y tuvo crítica especializada.