la-vidade Pedro Calderón de la Barca. Versión de Calixto Bieito. Teatro San Martín.

A once años de la última reposición a cargo de Daniel Suárez Marzal, el propio Teatro San Martín convocó a Calixto Bieito, el más internacional de los directores españoles actuales, para un nuevo montaje de este clásico. Bieito repuso, con actores argentinos, la versión estrenada en inglés en 1998 en Londres y llevada luego en gira, en su versión castellana, por toda España.

Si Lope representa el momento creador y juvenil del teatro español del Siglo de Oro, Calderón significa la sistematización y la madurez, la simplificación y la estilización. La vida es sueño es uno de los primeros textos y más acabados modelos de su segunda época, en la que alejándose de la actitud realista, construye comedias poéticas y simbólicas con una clara intención ideológica y doctrinal. Aunque parte de variadas fuentes, este drama filosófico logra imbricar acabadamente dos temas centrales de la problemática del Barroco: la “duda metódica” sobre el valor de la vida humana y su consistencia y la afirmación del libre albedrío frente a la predicciones fatalistas de los astros. Sólo la respuesta de la fe le permite al protagonista –y con él al autor– superar el pesimismo radical de descubrir que los sentidos ofrecen ilusorias certezas y que la fugacidad y la inconsistencia identifican al sueño con la vida.

En este escepticismo atemperado que atraviesa la obra, encuentra Bieito un punto de contacto con el hombre del nuevo milenio y en esa oscilación entre el creer y el descreer la fuente de su apasionamiento por un texto que en las últimas décadas, a pesar de su importancia, no ha sido en España demasiado transitado o revisitado, según la jerga en uso.

El director ha optado para su puesta por una de las dos versiones existentes de la obra: la no legitimada por el propio autor al publicar sus obras en Madrid y que, según especula la crítica, provendría de un manuscrito utilizado por actores para una representación concreta, entre cuyos deslizamientos figura –según Bieito– un tratamiento más vulgar de la figura del gracioso, encarnada por Clarín, personaje al que

ahora se le concede mayor protagonismo como contrafigura de Segismundo.

Esta elección –que no es un dato menor– explica la procacidad que asoma en varios momentos de la acción, no sólo a cargo de Clarín sino también del propio Segismundo. A ello se suma la impronta lúdica e interactiva, que el director rescata como características del teatro del Siglo de Oro, y de Calderón en especial, y que traslada a su propuesta, a pesar de que cuesta asimilar ambos rasgos a este drama filosófico.

La impronta payasesca que despliega Clarín se irradia por momentos, ya sea a través de la gestualidad o del movimiento, a algunos de los demás personajes –Astolfo, Estrella– y al aspecto del propio Segismundo que aparece, desde el final de la segunda jornada, con la boca y el mentón pintados,  producto de un equívoco gesto entre él y Clarín, ajeno al texto.

El verso fluye, por momentos vertiginosamente, tal como se lo propuso el director, pero la complejidad del discurso barroco, en especial si es un drama de ideas, exige mayor lentitud y expresividad que la que exhiben personajes como Astolfo y, en especial, Clotaldo, cuya conflictiva situación –debatirse entre la lealtad al rey y la lealtad a su hija– queda, por este motivo, bastante opacada. Muriel Santa Ana compone una vigorosa y matizada Rosaura y Ana Yovino –con las salvedades anotadas– se mueve con solvencia en su papel de Estrella.

Patricio Contreras y Pacha Rosso, como Basilio y Clarín respectivamente, logran destacados trabajos mientras que Joaquín Furriel, muestra estar a la altura de las exigencias que su personaje y el director le proponen –gran despliegue físico y expresividad–, aunque la marcación impuesta diluya a veces el tono angustioso de sus reflexiones para provocar la inesperada risa de los espectadores en un momento clave como es su liberación de la torre, por iniciativa de los soldados que lo proclaman heredero del rey.

El diseño escenográfico, que el director comparte con Carles Pujol, reproduce de manera austera pero efectiva ideas clave del texto: el juego entre apariencia y realidad –un inmenso espejo colgante y móvil–, la vida como áspero camino de descubrimiento y autolimitación –el piso de grava gris– y el poder –un sillón de madera–. El canto flamenco entonado en vivo retoma versos del texto y potencia su belleza al sosegar el ritmo de este “thriller filosófico”, calificación con la que el propio Bieito confirma su particular acercamiento a la obra y su fama de director rebelde.

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