El premio Nobel concedido a Mario Vargas Llosa puede ser una buena ocasión para revisar una obra fundamental en la literatura latinoamericana. Aquí nos detendremos en Conversación en La Catedral, la novela que se señala como la cima de su trabajo.Mario Vargas Llosa elige abrir Conversación en La Catedral con un epígrafe de Balzac: Il faut avoir fouillé toute la vie sociale pour être un vrai romancier, vu que le roman est l’historie privée des nations1. La cita tomada del autor de la Comedia Humana es significativa. Hay en este libro algún eco del afán balzaciano de aprehender la totalidad de lo social. Como ha señalado César Aira, “Conversación en La Catedral es uno de los ejemplos más cabales de la ‘novela fresco’ de una sociedad”.

A través de las trayectorias de Santiago Zavala, un niño bien que reniega de su clase, y de Ambrosio, un zambo de origen humilde, entrecruzadas con una plétora de personajes secundarios, Vargas Llosa logra plasmar un panorama de la vida social del Perú de mediados del siglo XX, que incluye desde la corrupción política y la militancia universitaria hasta las estructuras familiares y las prácticas sexuales.

Sin embargo, el autor pone al servicio de este proyecto realista “decimonónico” un repertorio de técnicas de vanguardia. La linealidad temporal se rompe, el relato se fragmenta en múltiples voces y perspectivas. En el primer capítulo, narrado en presente, Zavalita y Ambrosio se reencuentran y conversan en un bar “de pobres”. Asistimos a los preliminares y el desenlace de ese encuentro, incluso al regreso a casa de Santiago. Pero la materia de este diálogo sólo se nos irá revelando a lo largo de los sucesivos capítulos. En estos, las historias de los personajes se despliegan y entrecruzan, escandidas por líneas de diálogo que intempestivamente nos devuelven al momento de la conversación en La Catedral. La narración del pasado está así atravesada por las reflexiones desde el presente y las voces de los interlocutores se interrumpen y superponen. De este modo, el ritmo de la novela está dado por el fluir digresivo y rizomático del discurso coloquial.

Uno de los grandes méritos de Vargas Llosa es que esta arriesgada apuesta formal no da como resultado un libro ininteligible. La estructura es impecable y está trabajada con precisión de relojería. Es en esta novela en donde el autor ha alcanzado, a nuestro juicio, el mejor equilibrio entre la experimentación técnica y la fluidez narrativa. Quizás está síntesis entre vanguardismo y realismo sea lo que mejor caracteriza al Vargas Llosa de los años sesenta y setenta. Si la novela es, en la conocida definición de Stendhal, el espejo en medio del camino, Conversación… es un espejo astillado y deformante, que busca un lector activo, capaz de reconstituir el todo desde los fragmentos

Las ilusiones perdidas

La ya famosa pregunta que formula Santiago Zavala en las primeras líneas, “¿En qué momento se había jodido el Perú?” puede leerse como una cifra de toda la obra. La crítica social tiene aquí profundas implicancias personales. Dicho de otro modo: además de un retrato de la corrupción del país durante la dictadura del general Manuel Odría (1948-1956), el texto es una interrogación acerca de la pérdida o el fracaso de los ideales de juventud.

La trayectoria de Zavalita, más allá de ciertas referencias veladamente autobiográficas (la Universidad de San Marcos, el matrimonio a espaldas de la familia, la dedicación al periodismo para ganarse la vida), puede tener resonancias en muchos de los lectores de Vargas Llosa. El ingreso a la universidad y el deslumbramiento con un mundo nuevo, las charlas interminables en los cafés, la lectura apasionada de ciertos libros, los primeros amores, las discusiones políticas, la esperanza de una revolución… pero después la desilusión, el desencanto de un presente cínico y sin ideales. ¿Cómo, cuándo, por qué se echó todo a perder?, se interroga obsesivamente Zavalita. Repasa su vida buscando la respuesta, en una conversación en un bar de mala muerte, con un zambo que hace años que no ve y que apenas conocía. Pero entre los litros de cerveza, el humo y el olor a encierro de La Catedral (el nombre no deja de ser irónicamente significativo) no lo aguarda ninguna revelación. No hay epifanía para Zavalita, que termina viendo caer desde “un retazo de cielo casi oscuro […] la miserable garúa de siempre”.  Santiago no encuentra su lugar porque no consigue creer en nada, no acepta  dogmatismos religiosos ni políticos. Eso lo aleja primero de su familia y de “los curas”, y luego de sus compañeros de militancia. Sin embargo, en un momento parece insinuarse una salida. Mientras Zavalita se lamenta de su falta de fe, uno de sus amigos le reprocha: “Debiste dedicarte a la literatura y no a la revolución”. La literatura entonces aparece como el espacio de las interrogaciones, del pensamiento

crítico, como el lugar de los que no tienen certezas absolutas. Pero también como un horizonte posible de sentido, algo a que “dedicar” la vida. Zavalita no eligió ese camino. Para fortuna de todos sus lectores, más allá de alguna fallida candidatura presidencial, Vargas Llosa sí.

Una novela larga

Este texto quiere ser ante todo una invitación a la lectura del libro, valga entonces una última anotación. Conversación en La Catedral trabaja sobre la “larga duración”, en más de un sentido. No sólo porque su autor ha proclamado que le tomó años concluirla y por el amplio arco temporal que abarcan los hechos narrados. Más concreta y materialmente, porque se trata de una novela voluminosa (son cerca de 700 páginas, lo que llevó a dividirla en dos volúmenes en su primera edición). Entendemos que hay aquí una apuesta estética. Los cuentos breves y los poemas requieren del lector un máximo de concentración, durante un período acotado. Una novela extensa exige un tipo de lectura muy distinta, la cual es ilustrada magistralmente por Julio Cortázar en “Continuidad de los parques”. Conversación en La Catedral nos obliga a convivir largo tiempo con sus personajes, a irnos interesando gradualmente por sus destinos, a acostumbrarnos al peculiar ritmo de la narración y, quizás, a permitir que algunas de las preguntas de Zavalita irrumpan súbitamente en nuestra propia vida y nos sacudan mientras leemos recostados cómodamente en el sillón.

 

1.“Es necesario haber explorado toda la vida social para ser un verdadero novelista, ya que la novela es la historia privada de las naciones”

 

El autor es profesor en letras por la UBA.

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