por Grupo Farrell. Ediciones La Crujía, Buenos Aires, 2010, 240 páginas.El Grupo Pensamiento Social de la Iglesia – Monseñor Gerardo Farell reúne a un calificado conjunto de especialistas (teólogos, filósofos, sociólogos, economistas, politólogos) que desarrollan un notable trabajo interdisciplinario, que han producido numerosas obras de interés. El nombre de Gerardo Farrell –muerto prematuramente en el año 2000 siendo obispo coadjutor de Quilmes–, es un merecido homenaje a quien fue durante muchos años secretario de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, promotor, junto con monseñor Justo Laguna, de las Semanas Sociales, y autor de una importante obra de Doctrina Social de la Iglesia. Con el sugestivo título ¿Hacia dónde? Debates, consensos y estrategias para la Argentina bicentenaria, el Grupo presenta sus reflexiones y propuestas. Floreal Forni, Juan Carlos Scannone, Luis Di Pietro y Eloy Mealla desarrollan la primera parte: “Historia y debates en torno al Bicentenario”; Daniel García Delgado, Ignacio Chojo Ortiz y Sergio De Piero analizan en la segunda, “Estrategias político-económicas y los actores sociales en el Bicentenario”;y en la tercera, Ana Cambours de Donini, Susana Nuin Núñez y Jorge Seibold hacen lo propio respecto de “Educación, comunicación y derechos en el Bicentenario”.

Por limitaciones de espacio, sólo comentaré el texto de García Delgado sobre “Crisis global, modelo de desarrollo y Bicentenario: la construcción de un rumbo”. Comparto las líneas generales de este análisis y fundamentalmente los esbozos de alternativas y propuestas que plantea. El autor sitúa el origen de la crisis actual –que no es sólo coyuntural ni financiera– en el agotamiento de “varias teorías económicas”, sobre todo la relativa a la “autorregulación de los mercados”. Frente a las teorías del neoliberalismo, propone el desarrollo productivo inclusivo, sobre la base del bien de la sociedad, del desarrollo del conjunto, del Bien Común. Junto al cuestionamiento del capitalismo financiero –y teniendo en cuenta las relaciones de las naciones entre sí–, señala la necesidad de un “nuevo orden económico global” (tan reclamado por los últimos pontífices) y recuerda al economista italiano Ricardo Petrella, miembro de

la Comisión de la Unión Europea y fundador del “Grupo de Lisboa”, que ya a comienzos de los ‘90 pronosticaba la crisis del neoliberalismo, de la financiarización de la economía y de la nueva versión del capitalismo globalizado. García Delgado aborda tres aspectos en el origen de la crisis, y propone en cada caso rumbos para superarla.

En primer lugar, señala el estallido de la burbuja financiera, resultado de “ingresos salariales congelados con costos financieros crecientes”. “Se promovió un tipo de capitalismo que generó gran concentración económica con impacto sobre la desigualdad y la pobreza que impidió un crecimiento sustentable”. En este aspecto, una enseñanza fundamental es la necesidad de una mayor regulación de los mercados financieros para que el crecimiento sea más racional y pueda orientarse hacia el desarrollo de la economía real, y tenga en cuenta la inclusión social, la justa distribución de los beneficios y la  imprescindible sustentabilidad ecológica. La crisis también puso de relieve la falacia de la capacidad del mercado como mecanismo autorregulador eficiente.

El autor propone como alternativa (refiriéndose particularmente a la crisis en nuestro país) nuevas formas de “desarrollo productivista” con énfasis en el mercado interno, destacando la importancia del trabajo, la promoción del empleo y la integración social.

En el ámbito geopolítico la crisis puso de manifiesto el fracaso de una visión hegemónica que la potencia dominante trató de mantener a través de un mundo ordenado según sus propios intereses, a través de los grupos financieros, las grandes corporaciones multinacionales y una visión ortodoxa del “libre mercado”. Frente a ello, el avance de un mundo multipolar –sobre todo el nuevo rol de los países emergentes y en particular del BRIC (Brasil, Rusia, India y China)– con modelos de desarrollo basados en premisas distintas del libre mercado y con mayor intervención del Estado, plantean la construcción de nuevas formas de desarrollo y la necesidad de configurar un nuevo orden económico global. Y en este aspecto, las resistencias al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) o a los tratados de libre comercio (TLC), y las opciones de una mayor integración regional (Mercosur Productivo y Social y creación de la Unasur) parecen indicar el camino correcto. Asimismo, analiza la importancia del G20 y el rol posible de nuestro país en esa instancia. Al analizar las diferentes crisis –particularmente la nuestra de 2001/2002, y la internacional de 2008–, señala la importancia de ciertos activos a nuestro favor, que constituyen a la vez, oportunidades y desafíos: a) Apostar a la acumulación y no a la desacumulación (como ha sucedido con crisis cíclicas y recurrentes en nuestro país). Esto implica evitar situaciones de ingobernabilidad y crisis con enormes costos sociales e impulsar un Estado “activo”, presente en políticas públicas. b) La crisis desnudó una forma de dominación mundial y la falsa concepción del “pensamiento único”; que ha producido un cambio de mentalidad e importantes alternativas que buscan pensar el mundo desde nuestros intereses e identidad, lo que requiere un debate ético sobre el desarrollo, complementario con los países vecinos. c) Debemos alcanzar un consenso estratégico (tal vez la tarea más urgente), racionalizar y armonizar los diferentes canales productivos, y a la vez asegurar la mejora de la distribución del ingreso, que todavía es injusta y regresiva. d) Hay que profundizar la importancia de la región para su

inserción en un mundo multipolar. El Mercosur, la Unasur y la alianza estratégica con Brasil siguen siendo claves para nuestro propio desarrollo.

A la tarea económica, político-estatal y geopolítica, el autor agrega una dimensión fundamental: la ética-cultural. Señala: “…Para ello contamos con valores de nuestra cultura sobre el tipo de sociedad deseable: el valor del trabajo y del empleo de calidad; el hombre como centro de la economía; la importancia de la educación y capacitación para la movilidad ascendente; de la familia y de la dignidad de las personas…”.

Finaliza García Delgado con una referencia al Bicentenario “con un sentido esperanzador, que implica profundizar los activos y posibilidades de un país que produzca con mayor valor agregado, distribuya mejor su riqueza y sepa configurar un consenso estratégico de mediano plazo”. Lo que está en juego es “la construcción de un rumbo, de un modelo de desarrollo productivo-inclusivo como síntesis del bien común”.

Felicito a todos los autores por esta obra que aporta ideas, propuestas y, sobre todo, esperanzas renovadas a quienes deseamos una Argentina realizada con justicia social y solidaridad. Recomiendo vivamente la lectura de este trabajo colectivo.

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