barros-camusHace 50 años moría Albert Camus en un absurdo accidente automovilístico. Nuestra recordación con uno de sus textos* se une con la Navidad, que se ofrece como un momento oportuno.

barros-camus-diarioEl día de su muerte, Camus llevaba con él el manuscrito de El primer hombre, de fuerte anclaje autobiográfico, que no llegó a concluir. No es el único texto memorable en una extensa lista de obras de ficción, integrada casi totalmente por novelas y obras teatrales: sólo escribió un libro de cuentos. Este artículo busca recuperar a Camus cuentista; no por abordar su aspecto menos recordado, sino para invitar a la lectura de una obra que nos conmueve. Si en Camus siempre está presente una profunda reflexión sobre lo humano, en este libro roza el umbral de lo sagrado.

En 1957 –el mismo año en que fue distinguido con el Premio Nobel– Camus publicó su único volumen de cuentos, El exilio y el reino, integrado por seis relatos. Entre todos ellos, el primero –La mujer adúltera– y el último –La piedra que crece–, destacados por su ubicación textual, dan inicio y cierre a una mirada de profunda comunión con el mundo.

“Sus ojos se abrieron al fin sobre los espacios de la noche”

La mujer adúltera se inicia con un viaje por la “zona” camusiana. Janine, la protagonista, y su marido, la atraviesan en autocar por un asunto de negocios. Desde el comienzo, la mujer mira: encerrada en el vehículo lleno de árabes, casi no distingue el exterior; el viento que “poco a poco había tapado la inmensa llanura” no se lo permite. Como el resto de los pasajeros, sólo puede “navegar en silencio por una especie de noche blanca”; este aislamiento la lleva a volver la mirada hacia sí misma, hacia los veinticinco años de su matrimonio “que habían pasado en aquella penumbra que mantenían con los postigos cerrados”. Con su marido no son más que dos soledades juntas, sin hijos, sin el abrigo de la esperanza. A Janine la rodean, afuera, el frío y el desierto, ese paisaje árido que la hace sentirse tan extranjera como “aquella lengua que ella había oído toda su vida sin entenderla nunca”. Al final de ese viaje fantasmal, llegan a la primera ciudad de su recorrido. Una honda sensación de esperar, sin saber qué, la conmueve.

Ya en el lugar, el viento se calma. La luz –un elemento de honda significación en Camus– es ahora “fría y brillante”; el cielo se va despejando. Después de una breve salida, Janine no desea volver al hotel; recuerda que el dueño le ha aconsejado una visita a la terraza del fortín para contemplar el desierto. Al llegar al lugar, el cielo es “de un azul malva” y van ascendiendo “en medio de una luz  cada vez más vasta, fría y seca… El aire iluminado parecía vibrar a su alrededor…” La mujer, desde la altura, puede observar el horizonte sin límites: “de este a oeste, su mirada podía desplazarse sin encontrar un solo obstáculo…” El marido, ajeno a la experiencia que comienza a transitar Janine, se inquieta, no entiende qué es lo que hay que ver, pero ella no puede arrancarse de allí, y mientras la luz declina, siente que en su corazón “se iban desatando todos los nudos de los años, de la costumbre y del hastío, que hasta entonces la habían mantenido apresada”. Ha sentido, por primera vez, la presencia de “aquel reino que le había sido prometido”.

De regreso en el hotel, la mujer se duerme, pero despierta poco después. Sola, en silencio, sin avisarle a su marido, un impulso la lleva al fortín “medio a ciegas, en la oscuridad”. Y de nuevo en la terraza, “sus ojos se abrieron al fin sobre los espacios de la noche”. Ve las estrellas que “se formaban sin tregua en el espesor de la noche”, que despiden “brillantes carámbanos”; su mirada no puede desprenderse de esas luces. Por fin, en la noche iluminada, siente que recupera sus raíces, lo más íntimo y profundo: “Janine empezó a llenarse con el agua de la noche… Un instante después el cielo entero se desplegaba sobre ella, tendida sobre la tierra fría”. En intensa comunión con el universo, la mujer se reconoce. Después de esa experiencia, ya no es más la misma.

“Sintió subir en él una marea jubilosa…”

La piedra que crece comienza también con un viaje: D´Arrast, un ingeniero europeo, atraviesa la selva brasileña, en medio de la oscuridad de la noche, hacia la pequeña ciudad en la que va a construir un dique para evitar inundaciones. A pesar de la pobreza, allí se respira alegría; es la víspera de la fiesta del Buen Jesús: se recuerda el encuentro de su estatua y el milagro de la piedra que crece.

Como le sucede a la protagonista de La mujer adúltera, D´Arrast se siente ante la inminencia de una revelación: “… sin saber qué… no había dejado de esperar… desde que había llegado a aquel país… como si el trabajo por el que había acudido allí no fuera más que un pretexto, el motivo de una sorpresa, o de un encuentro que no podía imaginar, pero que le estaba esperando pacientemente en aquel fin del mundo”. Conoce a un hombre que va a cumplir la promesa que le hizo al Buen Jesús, si lo salvaba en un naufragio: llevar en procesión una piedra de cincuenta kilos en la cabeza. Sin entender muy bien por qué, D´Arrast lo acompaña, deja de lado una comida con los “notables” de la ciudad y en cambio acepta la invitación del promesante para ir a la ceremonia de los bailes en el barrio de los pobres. Allí él, “un señor sin iglesia, sin nada”, se va involucrando cada vez más en el rito, hasta que percibe que también “hacía un rato que bailaba con todo su peso sin desplazar los pies”.

Al día siguiente, en la procesión de penitentes de la fiesta del Buen Jesús, ve al hombre que lleva la piedra en la cabeza. Un sentimiento confuso lo inquieta: el deseo de huir de aquella tierra, y un inexplicable compromiso con el promesante. En un momento deja de verlo: “Obedeciendo a un único impulso…”, sale a buscarlo; lo encuentra “visiblemente extenuado”. Le llega la escueta  información: “Ya se ha caído”. “Sin saber cómo, D´Arrast se encontró a su derecha. Puso sobre la espalda del cocinero una mano ligera, y caminó junto a él…”. En ese Vía Crucis, no se limita a darle ánimo: le limpia “el hombro manchado de polvo y sangre”, lo toma en brazos y lo carga como “si se hubiera tratado de un niño”, para luego ocupar su lugar y cumplir la promesa1. Cargado con la piedra, no sigue el camino esperado hacia la iglesia, sino que se dirige “con pasos prudentes, pero todavía firmes”, hasta el barrio de los más pobres. Y allí, en el mismo lugar en el que la noche anterior participó en otro rito, arroja la piedra, “irguiendo toda su estatura, repentinamente enorme, (y) aspirando… el olor de miseria y de cenizas que ahora reconocía, sintió subir en él una marea jubilosa y jadeante que no sabía nombrar”.

En un momento del cuento, D´Arrast confiesa “no encontré mi sitio, por eso me fui”. La invitación fraterna que cierra el texto: “Siéntate con nosotros”, que le hacen señalando un lugar libre en la rueda, confirma que por fin lo ha descubierto. A través de este breve recorrido por los dos cuentos, se hacen evidentes tanto las reiteradas alusiones evangélicas que contienen como las simetrías que presentan. Quisiera señalar, sin embargo, la diferencia que plantean ambos finales. En el primero, la mujer vive una experiencia inexpresable: cuando su marido le pregunta el motivo de su llanto, solamente puede responder “Nada”. El último cuento se cierra con una mirada esperanzada, patente en la invitación de honda resonancia evangélica a compartir la mesa. La misma que late en el  discurso del Nobel, en el que Camus exhorta a “restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza”.

 

* No es esta la primera vez en que un texto de Camus se convierte en motivo de reflexión en el número de Navidad de la revista. En el nº 2257 (diciembre 2000), en su artículo Los discípulos los reñían, Ignacio J. Navarro hace un lúcido desarrollo del tema de la santidad en La peste.

1. Camus aborda en varias ocasiones el tema de la “sustitución vicaria”; el texto que lo despliega más acabadamente es la novela La caída.

1 Readers Commented

Join discussion
  1. VIOLETA CERRATO on 7 diciembre, 2010

    No conozco a Camus aún, pero se que su literatura me va dar las respuestas a las necesidades de paz interiror que busco.

    Gracias por poner estos fragmentos de su obra.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?