El año que comienza será testigo de elecciones presidenciales y de otras autoridades nacionales, provinciales y municipales. Por séptima vez consecutiva, la ciudadanía concurrirá a las urnas para elegir a su Presidente: un record nada despreciable para la historia argentina. Quizá sea oportuno reflexionar, en el umbral de este nuevo ejercicio electoral, sobre nuestro sistema democrático y la representación política, no sólo como sistema de designación de funcionarios para que ejerzan cargos de gobierno en sus distintos niveles, sino como elemento sustancial de la calidad democrática en una república. La calidad de esta representación (tanto desde el punto de vista de los representantes como de los representados: electores y elegidos) es la que puede degradar un régimen político democrático hacia una oligarquía plebiscitaria, tal como señala Osvaldo Guariglia en La república y la ética: una relación conflictiva en Argentina 2010, Entre la frustración y la esperanza.

La representación política puede ser analizada en dos niveles. Desde una perspectiva formal, se constituye siguiendo las normas que regulan el acceso a los cargos electivos. Sin duda, en este sentido la representatividad de quienes son elegidos tiene un marcado carácter de ficción política y jurídica. No obstante, para pasar al segundo nivel de análisis, este vínculo debe asumir en grado suficiente el carácter de una representación real. Esta última no es ya una construcción jurídica sino un fenómeno de carácter mucho más complejo y profundo.

La representación política real es, en sí misma, neutra desde el punto de vista valorativo. Expresa dinámicas virtuosas o destructivas, da origen a un poder que puede ser utilizado para el bien o para el mal, puede elevar al conjunto de la sociedad o entregarla a sus propios fantasmas. Así, por ejemplo, escribía Juan Bautista Alberdi en Fragmento Preliminar al estudio del derecho (1837), refiriéndose a Rosas: “Hemos pedido, pues, a la filosofía una explicación del vigor gigantesco del poder actual: la hemos encontrado en su carácter altamente representativo”. Rosas fue realmente representativo, como lo fueron los caudillos, pero por sí mismo no constituye mérito alguno. Gozaron de representación real tanto Winston Churchill como Adolf Hitler: el primero salvó a su país, el segundo lo hundió en el abismo.

De esto se sigue que el objetivo de limitar el poder, propio de las instituciones políticas liberales, si bien es indispensable, no resulta suficiente. Es necesario indagar las condiciones para una  representación política real y al mismo tiempo virtuosa, caso contrario, la representación será formalmente válida, a través de plebiscitos periódicos, pero en su sustancia estará tiznada por esquemas de poder oligárquicos, que podrían intentar cristalizar la sociedad para enquistarse en el poder. Esta necesidad está avalada en Occidente por una tradición plurisecular. ¿Cuáles serían las notas necesarias para que la articulación entre representantes y representados sea beneficiosa para el conjunto de la comunidad política?

Este análisis asume que la república democrática que la Argentina tomó como sistema de gobierno (plasmado en la Constitución Nacional), requiere de compromiso tanto en los gobernantes como en los gobernados. Caso contrario, la democracia de representación se torna democracia de delegación, siguiendo el concepto de Guillermo O’Donnell. La delegación encuentra su molde en sistemas  institucionales lábiles, que por diversas razones fueron cediendo su función de control y equilibrio, hacia modelos de concentración de poder o, en palabras de Carlos Nino, sistemas hiperpresidencialistas.

Una representación real resulta positiva cuando está fundada en convicciones, es decir, en principios y valores enraizados en representantes y representados. Las convicciones son el anclaje moral de la actividad política, sin el cual ésta degenera inevitablemente en una técnica de construcción de poder. Estas convicciones, si son reales y no meramente declamatorias, deben estar referidas no sólo a los fines últimos, sino a los medios que se emplean. Muchas veces, por ejemplo, los gobernantes  proceden de una manera que ellos mismos no podrían nunca aceptar si estuvieran en el llano. Aunque se manifieste en simples hechos cotidianos de la política, el significado de esta actitud es mayúsculo desde el punto de vista moral: se trata de la renuncia a la “Regla de Oro” (“No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”), que es la base de la vida moral en su conjunto.

Pero esto no es suficiente. La experiencia muestra que las convicciones llevadas a su extremo pueden ser destructivas. Es el caso de los “santos locos”, que en su celo por el absoluto (religioso o no), suelen provocar más daño que los “egoístas razonables”. Las convicciones, para tener un efecto virtuoso en el orden personal o social, no deben consistir en un solo valor que se afirma en desmedro de los demás: deben tener un carácter inclusivo, de modo que lo que llamamos hoy normalmente “ser de derecha” o “ser de izquierda” se refiera a los acentos, a los distintos modos de pensar. Y como correlato debe existir una conciencia de la complejidad de la realidad en que deben realizarse, de manera que huyendo tanto del cinismo como de las simplificaciones, el representante pueda ejercitar de un modo sensato el compromiso, esencial para la construcción de la comunidad política y el diseño de verdaderas políticas de Estado.

El representante dotado de convicciones así definidas será capaz de proponer una visión, un horizonte de realización para su comunidad suficientemente amplio en el espacio y en el tiempo como para trascender y dar sentido a los objetivos inmediatos y coyunturales. Esto es lo que caracteriza a una clase especial de político: el estadista. Pero esta visión carecería de eficacia práctica si el representante no fuera al mismo tiempo capaz de operar la mediación entre aquella y las aspiraciones de sus representados.

Aquí se pone de manifiesto uno de los aspectos más delicados de esta función. Por un lado, el representante debe reflejar en cierto modo a sus representados. Pero no debe adoptar un carácter meramente especular. Esta última es precisamente la característica que cultivan hasta la exasperación los populismos. El líder populista es “uno como nosotros” sin residuo, o es capaz de generar esa ilusión. Pero, en esa misma medida, se constituye en el reflejo de las virtudes y los defectos, las fortalezas y debilidades, los ideales nobles y las fantasías inmaduras de sus representados, en un juego de espejos, una dinámica circular, que encierra fatalmente a la sociedad sobre sí misma.

La representación de tinte “populista” tiende a concentrarse en el presente a costa del futuro, otorgando quizá a determinados sectores soluciones circunstanciales, con carencia de proyecciones en el largo plazo. La respuesta a sectores más desprotegidos a veces intenta subsanar políticas endémicas que se arrastran cual rémoras, de desprotección sistemática de los más vulnerables. No obstante, mediante soluciones de corto plazo, se construye la oligarquía plebiscitaria de la que hablamos antes.

La representación positiva se funda no sólo en la percepción de lo que un pueblo es de hecho, sino en la de lo que está llamado a ser. No es un simple espejo en el cual mirarse. Es también una instancia crítica. Pero no en virtud de imperativos extrínsecos sino cuestionando desde adentro los hábitos mentales de los representados. La representación positiva desafía e incorpora un factor de tensión: no en el sentido de confrontar un sector social con otro sino en cuanto confronta al conjunto de la sociedad consigo misma, con sus carencias y sus posibilidades. Para ello, debe cultivar una vocación de universalidad, a través de una visión amplia y articulada, que trasciende los intereses y las visiones particulares, lo que le permite desempeñar una función arquitectónica, de composición de intereses, de mediación en las pujas sectoriales, que evite líneas divisorias entre amigos y enemigos. De esa manera llega a convertirse en un catalizador de las energías sociales en la dirección correcta.

La historia, y en especial la nuestra, demuestra que las instituciones y los mecanismos formales son condiciones necesarias (diríamos imprescindibles), pero no suficientes, para garantizar el bien común. La representación real resulta indispensable. Pero al mismo tiempo no siempre está disponible. No se la puede inventar, no se la puede procurar de modo directo; es un acontecer misterioso que sólo se puede esperar. Eso sí, es posible esforzarse por generar el ambiente adecuado para que, en algún momento, ejemplos de este fenómeno tan esquivo florezcan. Dichas condiciones tienen que ver con el cultivo de las virtudes ciudadanas: convicciones inclusivas, visiones amplias, capacidad crítica, sentido de la amistad cívica. Fernando Henrique Cardoso dice que “la democracia significa más que la suma de instituciones y procedimientos. La democracia, para ser sustantiva, necesita estar enraizada en la sociedad y obtener su alimento de una sociedad civil que disponga de una cultura cívica de participación, responsabilidad y debate”.

El año que comienza ofrece una nueva oportunidad para pensar en estos temas. Los representados somos corresponsables con nuestros representantes en construir esta representación real, en el marco de una democracia sustantiva. Cuando se delega esta tarea se construye la base de la oligarquía plebiscitaria, con todo su bagaje de corrupción, clientelismo, unitarismo e instituciones débiles.

Nuestra vida política no necesita héroes ni milagros, precisa líderes reales, que encarnen las virtudes necesarias para enraizar el imperio de la ley en un proyecto común. Por otra parte, será representante virtuoso quien mejor diseñe los sistemas electorales, al margen de las trampas que defiende buena  parte de la clase dirigente.

 

 

 

 

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  1. Juan Carlos Lafosse on 6 enero, 2011

    Leyendo los editoriales de este número de Criterio, me vino a la memoria una anécdota de la primavera pasada.

    Volviendo a casa, en el tren, le dije a un vecino que lo veía cansado. Su respuesta fue muy impactante: «No es eso, es que todo es un desastre». ¿¿Todo?? pregunté. «Si, TODO. ¡No hay nada que ande bien, TODO es un desastre!».

    Yo metí la pata. Le dije que no creía que absolutamente todo fuera «un desastre», que algunas cosas me parecía que andaban más o menos bien. Aclaro que no dije nada más, hubiera sido imposible intercalar alguna idea adicional.

    No tardó en llegar a su conclusión: «No puedo creer que alguien que parecía inteligente esté a favor…a menos que esté metido con este gobierno… «.

    Ante la disyuntiva de ser un imbécil confirmado o un corrupto en evidencia, se acabó la conversación. La tarde estaba demasiado linda para pavadas.
    Contado así, parece un chiste pero es verídico y textual. Lo que me preocupa sinceramente es que me recuerda demasiado a Criterio.

    Es evidente que Criterio es opositor del gobierno actual. Por supuesto que no solo está en su derecho sino que es más que razonable que se disienta con medidas y líneas de acción, aportando ideas y propuestas diferentes. Esto es algo positivo y necesario, es una vía importante para el crecimiento y la madurez de los argentinos.

    Lo que no es razonable – y tampoco ético – es tener una mirada sesgada que inexorablemente castiga al gobierno pero nunca ve errores en ninguno de los demás participantes del quehacer de nuestra nación.
    Políticos, empresarios, periodistas y sindicalistas no aparecen ni son criticados si son opositores, no importa si han chicaneado, mentido, espiado, evadido, coimeado, torturado o esclavizado. Cumplida esta única condición, son todos ciudadanos modelo. Incluso algunos son prácticamente héroes que se oponen al “poder satánico”, según un funcionario de la Iglesia que todavía debe lamentar su sincericidio. Cristo llamó hipócritas a aquellos que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

    Peor aún, en muchos de sus artículos, firmados y editoriales, se usa un lenguaje sumamente despectivo e irónico, con un tono y una actitud de pretendida superioridad intelectual y moral. Sin ninguna duda esto no es un valor cristiano. Y suele ser síntoma de falta de argumentos sólidos y razones valederas.

    Graciela Moranchel, en su comentario a «El mundo en el que queremos vivir», decía que la Iglesia debería preguntarse seriamente porqué ha dejado de ser el espacio donde encuentra su cauce el deseo de Dios de los pueblos de América Latina.
    ¿Será posible que esta visión y la actitud – tan clasemediera asustada – que yo veo reflejada en Criterio tenga algo que ver con el abandono de la Iglesia católica por quienes no se sienten representados ni acogidos por ella?

    En el editorial “Ni milagros ni héroes, líderes”, un artículo lleno de generalidades muy discutibles, el Consejo Editorial retoma la tarea de desacreditar la legitimidad y logros de un gobierno que efectivamente ha logrado “catalizar energías sociales” en una dirección que, aunque no comparta, tampoco explicita.

    Hay – no podía faltar – una mención crítica del “populismo”, acusado de “encerrar fatalmente a la sociedad sobre sí misma” y de cortoplacismo. Pero no se mencionan las gravísimas consecuencias – denunciadas por Papas y algunos obispos – de las políticas neoliberales, orientadas a un estado “gestor de la economía”, que profundiza cada vez más la brecha entre los seres humanos como nunca antes en la historia. Llevaron al país al descalabro y la miseria liderados por oligarquías que ni siquiera fueron todas «plebiscitarias».

    El editorial muestra una visión limitada de la realidad, se predican valores formales, “la calidad”, “el orden”, “las convicciones”, “el imperio de la ley” y se desconocen realidades históricas y sociales de muchísimo mayor impacto. Por ejemplo, la raíz presidencialista de nuestra Constitución, las décadas de dominio de las oligarquías por el fraude, las proscripciones y la violencia. O la exclusión social provocada por la creciente concentración de la riqueza, la mediatización rampante de la oposición y la apelación a la xenofobia y el racismo.

    En “A favor de una Argentina menos agitada”, C. Helbling – uno de los ideólogos que en su momento pretendieron justificar la dictadura militar – reitera un mito desgraciadamente frecuente en Criterio: “la visible declinación de la Argentina”. Un artículo absurdo, que solo merece integrar la colección de apocalipsis, agorerías y pronósticos fallidos de los operadores del partido mediático opositor.

    Cito a Joseph Stiglitz: “la Argentina ha tenido años de crecimiento del PBI extraordinariamente rápido, de casi el 9 por ciento por término medio de 2003 a 2007. En 2009, la renta nacional era el doble que en el peor momento de la crisis, en 2002, y más del 75 por ciento más que en el momento mejor del período anterior a la crisis. Asimismo, la tasa de pobreza de la Argentina se ha reducido en unas tres cuartas partes en relación con el momento peor de su crisis y este país capeó la crisis financiera mundial mucho mejor que los EE.UU.: el desempleo es elevado, pero, aun así, no supera el 8 por ciento.”
    Un premio Nobel opina que no existe una “visible declinación de la Argentina”, lo que no evitará que se siga machacando esta fantasía con el único fin de desgastar al gobierno.

    Sin ninguna duda la Argentina tiene problemas graves que debe enfrentar con decisión y urgencia. Los peores no son ni nuevos ni sencillos de resolver. Por eso es una bajeza ignorar y negar avances concretos, como haber incorporado en la sociedad la idea de la necesidad de lograr una justa redistribución de la riqueza y, además, haber mejorado significativamente este parámetro, medido con el coeficiente de Gini. Hacerlo sin violencia institucional no es un éxito menor en cualquier país del mundo y es más destacable aún en Argentina.

    Insisto, yo espero de Criterio un nivel de análisis y equilibrio mucho mejores.

  2. Gustavo Irrazábal on 28 enero, 2011

    Estimado Sr. Lafosse. Del mismo modo que su vecino del tren no podía comprender cómo se puede estar a favor de este gobierno sin estar “metido” en él, Ud. no puede comprender cómo se puede estar en contra sin ser (en sus términos) un “clasemediero asustado”. Ud. sólo podría diferenciarse del juicio de su vecino admitiendo que también se puede ser crítico de la actual gestión en base a convicciones políticas. ¿Cuáles son esas convicciones? Las opuestas a las que Ud. expresa cuando dice que el “imperio de la ley”, la “calidad” institucional, y el “orden” de la vida civil son valores puramente “formales”. No es de extrañar que pensando de este modo, muchas de las actitudes de las presentes autoridades, que a mí y a otras muchas personas nos preocupan seriamente, a Ud. puedan parecerle, en el peor de los casos, faltas veniales, perfectamente excusables a la vista de los prometedores resultados de la actual política del gobierno en el plano económico y social.
    Por mi parte, además de pensar que no hay desarrollo sostenible en el tiempo sin un auténtico imperio de la ley, lamento no compartir del todo su optimismo sobre la situación actual porque, entre otros motivos, descreo de ciertos datos oficiales, por razones al menos tan atendibles como las que imagino Ud. tendrá para creer en ellos. Pero, en cuanto a este diagnóstico, hay algo en lo que seguramente los dos estamos de acuerdo: ambos deseamos profundamente que sea Ud. quien tiene razón y que sea yo quien está equivocado.

  3. Juan Carlos Lafosse on 2 febrero, 2011

    Estimado Sr. Irrazabal,
    Le agradezco su comentario y la franqueza con que expone su punto de vista. Quiero hacer algunas precisiones sobre lo que escribí, no tanto como respuesta sino más bien para poner lo escrito en contexto.

    Por de pronto, yo no estoy ni a favor ni en contra de este gobierno, no soy ni oficialista ni opositor, solamente me esfuerzo por tener una opinión informada. Tengo – como cualquiera que observa la política y la sociedad y sobre todo tiene memoria – cosas que criticar y cosas que alabar de este gobierno. Critico cuando creo que comete errores y veo que hay mucho por hacer pero cuando hay avances los reconozco y aplaudo. De ahí a decir que “todo es un desastre” hay un abismo de desmemoria, desinformación y de simple observación del mundo que nos rodea.

    Lo esencial de mi comentario es resaltar que no es ético ver defectos o virtudes solo del lado del gobierno e ignorar sistemática y deliberadamente los de la oposición, de toda la oposición y sus personajes. La decisión editorial de repetir con tono despectivo los mismos flacos argumentos que se pueden ver en los canales de televisión del grupo es lamentable y, por su tono, anticristiana. No es solo este artículo, en números anteriores hay algunos otros realmente vergonzosos. Lo repito: Cristo llamó hipócritas a aquellos que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

    Además, yo comprendo muy bien porqué mi vecino tuvo una respuesta tan agresiva. Estas actitudes son frecuentes en quienes se informan exclusivamente a través de los mismos medios. Les ofrecen una visión del país deprimente, permanentemente negativa, que los hace sentir muy inseguros. De ahí lo de “asustado” frente a los cambios de la sociedad y el mundo, que no alcanza a comprender, desinformado e incapaz de ver las aristas de una realidad compleja. Por supuesto que se puede ser opositor sin ser “clasemediero asustado”, pero cuando aparece la agresión, la descalificación y el tono soberbio, son signos inequívocos de miedo al cambio y falta de razones.

    Ud. tiene razón cuando dice que el “orden”, el “imperio de la ley” y la “calidad institucional” no son valores puramente formales. Sin embargo también es verdad que en este periodo de nuestra historia la ley se cumple bastante mejor que en otras anteriores, recientes y no tanto. Más importante aún, el Estado no es violento, no reprime indiscriminadamente ni mata. Las chicanas y maniobras políticas se reparten más o menos parejamente, como en todos lados. Compare el congreso de EEUU con el nuestro! Francamente, no vi tanta preocupación por el imperio de la ley ni la calidad institucional en tiempos del ex comisario Nazareno en la presidencia de la Corte Suprema, por ejemplo, cuando la seguridad jurídica estaba garantizada al mejor postor.

    No es nuevo que los medios de comunicación tomen partido, es lógico y deseable que lo hagan. La novedad es la enorme concentración de los grupos mediáticos – que no sería legal en EEUU por ejemplo – y su inmensa capacidad de fabricar e imponer una “realidad” a la medida de sus fines. También el nivel de mentira y agresión que utilizan. Hoy realmente son los líderes de la “oposición” y quienes usan y manejan a un grupo lamentable de personajes de la política para lograr sus objetivos económicos. Pero nunca se los critica en los editoriales de Criterio.

    Comprendo sus razones para desconfiar de los datos oficiales – pocas acciones de este gobierno han sido tan mal manejadas – pero son mucho más creíbles Stiglitz y Krugman que personajes como Redrado, Broda, Melconian o Blejer que no pegaron ni un pronóstico en la última década, lo que no impide que sigan apareciendo en los medios del poder económico derramando sus agorerías y opiniones antiK. Ni hablar de ex presidentes y rubias apocalípticas.
    Para que un país tenga, como Ud. y yo deseamos, un desarrollo sostenible en el tiempo es necesario tener varias áreas industriales que sean competitivas en el mundo y un mercado interno importante. No existe ningún país que haya avanzado en este camino sin una intervención activa del Estado y cuando “el mercado” tuvo las manos desatadas la Argentina se hundió en la miseria. Vea las historias de EEUU y Canadá y de dónde salieron los recursos para su industrialización.

    Ahora, las condiciones de la industrialización sustitutiva de importaciones ya no existen y Argentina no debería repetir los errores de la generación de 1880 ni los de 1976 y 1990. En esta economía global el insumo que más se necesita es la capacitación y manejo de tecnologías complejas. Por eso nunca tuvimos un presupuesto educativo ni un esfuerzo semejante desde Sarmiento. También nuestros científicos están volviendo gracias a una política que lo promueve y no precisamente a lavar los platos, como quería un ministro que tanto daño hizo a la Argentina y, crease o no, todavía es noticia en los medios hegemónicos.

    Yo espero de una revista como Criterio un mayor equilibrio. Un análisis sólido, objetivo, que no use hasta las mismas palabras y expresiones deprimentes que se leen en Clarín y La Nación. Puede partir de ideas diferentes, criticar y oponerse, pero debe proponer alternativas serias para ser honesto. Y no mirar con un solo ojo los errores y faltas de la Argentina.

  4. antonio marco on 7 marzo, 2011

    Seremos castigados por séptima vez. Cada nuevo paso de esta » mal llamada democracia» nos va quitando jirones de natualeza: El divorcio comenzó lacerando de muerte el matrimonio, la aprobación del rejunte homoexual lo puso al borde del Knock out; y ya vendrá la ley del aborto, y luego vendran los swingers, las poligamias, etc. Ah, pero eso sí tenemos viento de cola, nos entra mucha plata porque tenemos comodities (aunque haya gente que se muere de hambre y se arrastre en la miseria). Las arcas llenas , la naturaleza vacía .Esto no es democracia, esto no es el régimen de gobierno en el cual cualquier idóneo, con buen sentido de la justicia y respeto de la naturaleza, puede presentarse a elecciones y acceder al gobierno. Este es el momento de las bandas y runflas de civiles que con, voracidad oligárquica, pretende vivir su hora de placer y sensualidad, y quiere el poder, como el extinto Kirchner, para mandar y ser adulado . Aquí no hay servicio o ministerio sino uso y abuso de una forma de gobierno para cohonestar las rabietas de nuestros Marios y Silas.

  5. María Teresa Rearte on 24 octubre, 2011

    Leí en su momento esta nota, aunque no había trasladado mi comentario a esta página. Coincido en que necesitamos líderes, pero pienso que en la práctica política se confunden líderes con candidatos, así como se confunde la democracia con un sistema sólo electoralista. En mi opinión la nuestra es una democracia delegativa, según la distinción realizada por O’Donnell, a partir de sus observaciones en las democracias débiles de América Latina.
    Se busca sumar votos. Y se hacen alianzas rechazadas por propios y extraños, como ocurrió con con Ricardo Alfonsin y F. De Narváez. A la par de ese caso, me permito mencionar un político al que le interesa la calidad institucional: el Dr. Hermes Binner. «Hay sumas que restan», sostenía. Y no aceptó el segundo lugar al que lo relegaba el radicalismo, en una hipotética fórmula con Ricardo ALfonsin, aliado a F.De Narváez para «juntar» votos. H.Binner promovió la boleta única en SFe, no reformó la constitución provincial para asegurarse la re-elección, llevó a cabo una campaña despojada de agresiones, no obstante la hostilidad de que fue blanco. Pero la campaña de Binner es coherente con su gestión, que concedió un rol como nunca tuvo a la educación, que dio muestras de interés por la cultura y la promoción de la salud, no obstante las dificultades financieras de una provincia con la cual el gobierno nacional mantiene una elevada deuda.Está pagando el 82% a los jubilados. Se ha autolimitado en algunas de sus facultades para asegurar la independencia de los poderes del Estado. Etc.
    Se desconfía de él porque es socialista. En SFe, Binner concurrió a la Mesa del Diálogo convocada por el arzobispo local. Concurre a los tedéums celebrados en la Catedral con motivo de las fiestas patrias, no porque sea creyente porque no lo es. Sino por su formación cívica. Pero quiero dar un dato de particular interés: el gobernador socialista se preocupó por la edición de las obras del P.Florián Paucke, un jesuíta que evangelizó estas tierras, y dejó un legado de gran valor para el conocimiento histórico, de la fauna, flora, etc. de la provincia.
    Quienes lo venimos votando, sin ser afiliados al Partido Socialista, lo hicimos por convicciones ético-políticas. Recuerdo mis conversaciones con otros cristianos, porque cuando Binner ganó la gobernación «decían» que le iba a recortar los aportes a la educación privada católica. Nada de eso ocurrió. Una religiosa, directora de una institución educativa católica, me decía no hace tanto tiempo, que ningún gobierno trató tan bien a la educación privada como éste. Y me ponderaba a la Sra. Ministra de Educación, hoy diputada nacional electa.
    Quiero recordar al Papa Pablo VI cuando, en la Octogesima Adveniens, consideraba la necesidad del discernimiento referido a estas situaciones políticas. Y a quien tomé como orientación en mis decisiones, y como tema de consideración en mis conversaciones con amigos católicos.
    Pienso que hay que saber leer cuidadosamente la realidad nacional. Elegir y actuar con prudencia, pero abriendo camino a las ideas. Recuerdo haber escrito incluso, en un medio local, a propósito de la dignidad humana y la conciencia moral, fundamentándome en la Gaudium se Spes, para formular nuestro propio juicio práctico. Y refiriéndome a la necesidad de no incurrir en el error en que derivó el agustinismo político, que acabó distorsionando las ideas de san Agustin.
    De acuerdo, representantes y representados somos responsables de la marcha del país, cada uno según nuestras capacidades y responsabilidades. Gracias por este momento de reflexión e intercambio.
    Prof. María Teresa Rearte

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