de-dioses-y-hombres3De pura casualidad aparecimos unos días en París (¡qué hermosa es en primavera!, ¡con razón tantos la elogian!), y casi de pura casualidad, gracias a Unifrance, pudimos charlar un ratito con Etienne Comar, el productor y guionista de una obra inmensa, De hombres y de dioses, sobre los monjes cistercienses del Tibhirine, secuestrados y asesinados en 1996, durante los conflictos argelinos de esa época. Ellos conocían el riesgo, pero eligieron quedarse. Ésta es la charla, más breve de lo deseado.

 – ¿Cómo decidió hacer la historia de estos monjes?

– Cuando ocurrieron los hechos yo estaba preparando mi primera película como productor, Mektoub, de Nadil Ayouch, una aventura en Marruecos donde se relacionan dos personas de culturas muy diferentes, una francesa y un magrebí. Con ese mismo director después hicimos Alí Zaoua, prince de la rue, sobre los niños de la calle. Y entre medio hice comedias, aventuras, dramas, lo habitual. Bien, en ese momento me impresionó la noticia. Se hablaba muchísimo y no entendía el porqué de ese sacrificio. Los monjes hubieran podido escapar, y eligieron no hacerlo. En 2006, en el décimo aniversario, aparecieron algunos libros especulando sobre lo ocurrido, pero muy pocos estudiaban el contexto en profundidad. Ahí comprendí que la gente no conocía el motivo por el cual ellos habían decidido ir allí y quedarse. Y entreví la posibilidad de una película de intriga capaz de plantear también algunos problemas religiosos y políticos, y la relación con el mundo contemporáneo.

 

– ¿La intriga resuelve quiénes fueron los asesinos?

– En la actualidad se ha abierto una investigación sobre los verdaderos responsables de cada hecho. Es muy posible que los autores del secuestro no sean necesariamente los del asesinato, o sí, pero no sabemos siquiera quiénes fueron, y si tal vez se hicieron pasar por otros. Por eso, tras pensarlo detenidamente, dejamos eso de lado, simplemente mostramos ambas fuerzas, es decir los grupos fundamentalistas y el Ejército, y dejamos abierta la posibilidad de un final abierto. Lo importante a esa altura ya era otra cosa: la dedicación de los monjes. La película está hecha desde la mirada de los monjes, y ellos siempre quisieron mantener la neutralidad. A los fundamentalistas sublevados en grupos guerrilleros los llamaban “nuestros hermanos de la montaña” y a los miembros del Ejército los llamaban “nuestros hermanos de la llanura”. Ellos quisieron ser ajenos a esas luchas, su propósito sólo era el de seguir siendo una ayuda para el diálogo de los cristianos con el islam.

 

– Pero fueron advertidos del peligro.

– Repetidas veces. El Vaticano, la propia orden (en ese momento conducida por el argentino Bernardo Olivera) y sus propios familiares les pedían que se fueran, el obispo de Argel deseaba que se quedaran, ellos tuvieron la libertad de elegir. Eso es lo más interesante. Toda la película gira alrededor de la libertad individual y la responsabilidad colectiva. No estaban obligados a nada. El prior del monasterio sabía que no podía oponerse a la decisión de cada uno, por eso periódicamente les preguntaba si eran conscientes del peligro y les ofrecía la posibilidad de irse. Creo que tomaron la decisión de quedarse colectivamente a pesar de dudas individuales. Algunos temían morir, otros no. Hay una valentía enorme, podemos hablar de sacrificio también, todo entremezclado.

 

– ¿Por qué cree que no se fueron?

– Ellos, al momento de ordenarse, y al momento de elegir ese monasterio, el del Notre-Dame del Atlas, “ya le dieron su vida a Dios”. Fueron allí a dar testimonio de fe. Y sabían que la vida que habían decidido asumir era la de la Pasión de Cristo. Por otra parte, sí, también pueden haber entrado algunos motivos personales. Creo que el prior, que era un verdadero líder, tenía una especie de ambición que pudo acercarlo al sacrificio por un motivo personal, que nosotros no contamos en la película, pero conocemos. Ocurre que él, cuando joven, fue testigo de la guerra de independencia de Argelia, fue víctima del odio, por su origen francés, recibió graves amenazas del Frente de Liberación Nacional, y en cierta ocasión un policía musulmán lo salvó de ser asesinado. Al policía lo degollaron, y él siempre se sintió en deuda de haber sido salvado por un musulmán que dio su vida por él.

 

– ¿No pusieron esa anécdota para no abundar en el tema del colonialismo?

– Puedo decir que directamente descontextualizamos ese tema, porque la historia de los monjes no dependía de eso. Además el monasterio se originó bajo la colonia pero la presencia cristiana en esos pueblos era muy anterior, ya había cristianos antes de la llegada de los musulmanes, y los hubo en número importante incluso antes del siglo XIX. Sin dudas las heridas del colonialismo incidieron en el episodio que contamos, pero preferimos universalizar el tema, asociarlo mejor a lo que podría ocurrirles a los monjes del Tibet bajo el régimen chino, a voluntarios en África, o curas de Latinoamérica, es decir, a todo aquel que asuma un compromiso semejante. Se nos puede reprochar eso, pero lo asumimos.

 

– Y acaso allí resida, paradójicamente, una de las razones del enorme suceso que ha tenido esta película en Francia y muchos otros países.

– Supongo que hay varios motivos. Uno es la calidad del film, su capacidad de interesar al espectador. Paralelo a eso, el mensaje de los monjes, porque en Francia hace mucho que se intenta el mensaje de conciliación entre ambas religiones. Lo usual es oponerlas. Por eso una de las cosas que emocionó es ese encuentro de monjes franceses y hermanos musulmanes, el intento de construir algo en común. Y el ejemplo de vida, por supuesto, ese testimonio de mártires que parece incomprensible para nuestra mente cotidiana.

 

– ¿La orden colaboró en la realización?

– No directamente. Los actores fueron a un monasterio para hacer un retiro espiritual y aprender cómo es la orden por dentro. Algunos monjes de allí habían leído el guión, y hubo conversaciones. Luego, durante el rodaje, tuvimos como consejero a un ex monje.

 

– Suerte que era ex, porque dicen que los monjes son tremendamente callados.

– Sí, hablan muy poco. En nuestro relato hablan algo más porque es una comunidad muy pequeña y están en una situación muy particular. Pero lo hacen en el momento que corresponde. Precisamente, a lo largo de la vida monacal hay algo que se vuelve evidente: las palabras inducen a error, por eso corresponde usarlas de manera mesurada.

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