teatro-burguesComentario de El burgués gentilhombre de Molière, que se presenta en el Teatro Gral. San Martín.

teatro-burgues-gentil_2De la mano de Willy Landin –quien dirigió Las mujeres sabias en 2008– llega nuevamente a la sala mayor del Teatro San Martín el genio de Molière. En este caso es El burgués gentilhombre el texto que le permite al experimentado y osado régisseur, director, escenógrafo y adaptador, desplegar su creatividad con todo brillo. Parte integrante del grupo de las grandes comedias, esta obra subordina una intriga sumamente elemental y reiterada –matrimonio contrariado por los padres de la joven– a la pintura de los vicios y defectos del protagonista: un hombre rico obsesionado por el ascenso y la figuración social. Precisamente es esta una comedia ballet, género que apasionaba a Molière, dada su estructura sumamente laxa, en la que se van adicionando escenas que incorporan la danza y la música para ridiculizar el afán de Jourdan por acceder a los usos y saberes de la nobleza.

El espectáculo se inicia con un ocurrente anacronismo que es uno de los rasgos característicos de las recreaciones de Landin: a la ejecución en vivo de música de época, le sigue el canto de un contratenor con el habitual pedido de desconexión de teléfonos celulares. Dentro de los anacronismos musicales que se insertan funcionan muy bien el tango Niño bien y la adaptación de la letra de un aria del criado Leporello del Don Juan de Mozart a la situación de Nicolasa, la criada del burgués. Los anacronismos se potencian por el uso de las nuevas tecnologías que hace el director valiéndose de tres paneles colgantes en el fondo del escenario que se transforman en pantallas y cinco pequeñas cámaras. Mediante dos de ellas se proyecta la escenografía tal como surge de las dos maquetas que se sitúan a cada lado de un escenario casi despojado.

Las otras tres lo enfrentan para reproducir lo que allí sucede y, en ocasiones y de manera simultánea, lo que ha sucedido fuera de la escena. El público está pues sometido a un estímulo múltiple: la escena real y la virtual dividida en tres partes, que no siempre corresponden a la misma situación. Aunque a tono con el bombardeo visual y fragmentario al que estamos expuestos diariamente, esta técnica, sin dejar de ser impactante, dificulta la concentración del espectador. En el caso de los actores, su accionar se ve condicionado por las cámaras fijas que los registran y de las que dependen para acceder a la realidad virtual.

Un nutrido y homogéneo elenco da vida a los múltiples personajes que sostienen el texto de Molière. Enrique Pinti, en el rol protagónico, despliega su reconocido histrionismo –aunque con un caudal de voz algo menguado– para dar vida a ese nuevo rico más preocupado por el título que ansía adquirir que por cultivarse con sensatez. Son de destacar las actuaciones de Lucrecia Capello y Liliana Pécora como la sensata esposa del burgués y la criada, respectivamente. Se lucen también Mariano Mazzei como el novio, Pacha Rosso –su ingenioso criado–, Gustavo Garzón como el inescrupuloso conde Dorante, y Hernán Jiménez como el maestro de baile. Impecables el diseño del vestuario y las coreografías, especialmente en el rutilante final “a la turca”.

 

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