El legítimo pluralismo, la práctica del discernimiento y una conciencia formada son temas ineludibles toda vez que se reflexiona sobre los laicos en el ámbito eclesial.A medio siglo del extraordinario Concilio Vaticano II (1959-1965), convocado por Juan XXIII y llevado a término por Pablo VI, el tema de los laicos sigue siendo una cuestión de debate en el ámbito católico. El lugar de los laicos en la Iglesia no se define hoy negativamente (quienes no son clérigos) sino, ante todo, de un modo positivo. “A los laicos –se afirma en la constitución dogmática Lumen gentium– pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios, tratando y ordenando según Dios los asuntos temporales”. La consagración del mundo a través de su actividad es entonces la vocación propia de los laicos, su competencia originaria, es decir, no delegada por la jerarquía eclesiástica, sino surgida directamente de su condición de bautizados.

Pero el hecho de que los laicos actúen en el mundo inspirados por la misma fe, no necesariamente se traduce en uniformidad en el nivel de las opciones prácticas. En efecto, la fe única puede llevar a visiones y compromisos diferentes. La actuación de los laicos da lugar, por lo tanto, a un legítimo pluralismo, análogo al de la sociedad civil democrática, aunque con un factor de unidad mucho más consistente, constituido por la comunión en la fe y la enseñanza de la Iglesia.
Para ello debe poseer una “conciencia formada” que le permita ver y juzgar la realidad a la luz del evangelio, de la enseñanza de la Iglesia y de la propia experiencia de vida cristiana. Pero también debe contar con un componente cognoscitivo que es específico de su misión: su competencia “profesional”, su conocimiento y pericia en el ámbito de las ciencias humanas. Este conocimiento tiene un carácter insustituible: no puede ser soslayado ni suplido por la fe, respecto de la cual goza de una “legítima autonomía”, como recuerda la constitución pastoral Gaudium et spes.

La jerarquía de la Iglesia, por su parte, tiene en el ámbito de las realidades temporales, y específicamente en el de la acción social y política, un rol principalmente “indirecto”, que consiste en iluminar la conciencia de los fieles con la luz del evangelio, para permitirles desempeñar adecuadamente su propia vocación, integrando en una síntesis coherente la fe y la acción en el mundo. Sólo excepcionalmente y a título de suplencia los pastores pueden asumir dicha acción de modo directo.

Sin embargo, en la relación entre carismas y funciones de los laicos y de los pastores, surgen distintos problemas. En la línea de lo ya expresado, una dificultad de los pastores es confundir a veces la iluminación de la conciencia de los fieles con la inculcación de directivas unívocas, que excluyen de antemano todo espacio para el discernimiento y la pluralidad de opciones. La formación se acerca así peligrosamente al adoctrinamiento.

Los laicos, por su parte, a veces se tornan demasiado dependientes de la jerarquía si carecen de una conciencia clara de la propia vocación y responsabilidad. En este sentido, ya los exhortaba el Concilio Vaticano II: “(los laicos) no piensen que sus pastores están siempre en condiciones de poder darles inmediatamente solución concreta en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplen más bien los laicos su propia función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio” (Gaudiun et spes).

Ambas situaciones (adoctrinamiento y dependencia) ilustran, por contraste, la necesidad de un laicado maduro, cuya capacidad de discernimiento sea permanentemente estimulada y respetada por sus pastores. Sólo así podrán dejarse atrás los vestigios preconciliares de la “sociedad desigual y jerárquica” y avanzar, en la línea del Concilio, hacia una nueva visibilización de la Iglesia como Pueblo de Dios.

¿Cómo se orienta el laico en ese marco plural en el cual raramente existe una “opción cristiana” única? Pablo VI responde a este interrogante en su carta apostólica Octogesima adveniens, dando un lugar central al tema del “discernimiento”. Es el laico mismo, en ejercicio de su responsabilidad como bautizado, quien debe practicar un prudente  discernimiento acerca de la coherencia de las distintas opciones posibles con su compromiso de fe.

9 Readers Commented

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  1. Graciela Moranchel on 2 octubre, 2011

    La delimitación de funciones del laicado señalados por la constitución dogmática «Lumen gentium» al ámbito de los «asuntos temporales» inhibe de raíz la importante misión de todo bautizado también en el ámbito «intra eclesial». Este espacio, que siempre estuvo reservado para el accionar del clero, se delimita aún más según aquello de que sólo la jerarquía eclesiástica es la que debe «iluminar la conciencia de los fieles con la luz del Evangelio».
    Me parece que el hecho de no fomentar la «clericalización» del laicado ni permitir que los mismos se transformen en «cristianos de sacristía», de ningún modo puede significar negarles la posibilidad de accionar como cristianos comprometidos y activos, con voz y voto, «dentro» de sus comunidades, con la multiplicidad de funciones que los mismos pueden cumplir, y que no se pueden limitar a servicios de suplencia por falta de sacerdotes.
    Aún no existe una reflexión profunda sobre la misión del laicado en la Iglesia. Pero las importantes intuiciones de Yves Congar, en el sentido de dar relieve a la participación de todos los bautizados en la triple misión de Cristo (sacerdotal, profética y real) abre un horizonte amplísimo para pensar otros caminos de acción «dentro» de la Iglesia, y no sólo en la esfera civil.
    El limitar el círculo de influencia de los bautizados sólo al «mundo», empobrece sensiblemente la vida de las comunidades, concentrando las decisiones pastorales y un desarrollo adecuado de las iglesias sólo en el clero, con la consiguiente falta de visión, de creatividad y de intercambio productivos para el bien de todos.
    «Iluminar la conciencia con la luz del Evangelio» es además una misión de toda la Iglesia, no sólo de los sacerdotes. El Espíritu sopla donde quiere, también en el laicado. Abrir ¡de una vez por todas! las puertas de la Iglesia a la participación «plena» de todos los bautizados es tarea pendiente aún, tanto del clero como de los cristianos, que muchas veces prefieren mantener relaciones de dependencia con la jerarquía (como bien marca el artículo) que asumir su propia misión.
    Hay mucho todavía por reflexionar y por hacer en nuestra Iglesia. Que Dios nos ayude a poner manos a la obra. La Iglesia lo está necesitando.
    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

  2. Juan Carlos Lafosse on 3 octubre, 2011

    Totalmente de acuerdo con el comentario de Graciela Moranchel.

  3. María Teresa Rearte on 6 octubre, 2011

    El tema del laicado en la Iglesia reconoce una doble vertiente: hacia dentro y hacia fuera de la misma.
    1º Es obvio que se debe estar formados como cristianos. Y para el caso de que corresponda, también profesionalmente.
    2º La realidad es que, lamentablemente, la Iglesia es en muchos casos clericalista y sexista, usando un término vulgar, machista. Y los sacerdotes se extralimitan. En el caso concreto de las instituciones educativas católicas, hay casos en los que se da una buena relación entre sacerdotes y laicos, por ejemplo mujeres. Y en otros es imposible trabajar. Lo he vivivo y al cabo de muchos años acabé renunciando, cuando vino como superior en mi ámbito de trabajo un sacerdote, que había sido mi alumno en el seminario, que para colmo era muy ambicioso y estaba buscando un cargo aún mayor. Lo malo es que frente al sacerdote, la palabra de un laico, peor si es mujer, carece de valor. Se lo escucha a él y se le cree. Pero esto sucede en otros lugares también donde el sacerdote actúa así. Lo sé por otras diócesis.
    3º Los sacerdotes se extralimitan incluso en relación a la vida secular y de la ciudad terrena. Se dio entre nosotros, en ocasión de las últimas elecciones, donde el sacerdote no sólo predicaba, sino que dejaba de lado, a estar por las quejas de los fieles que alcanzaron estado público, dejaba de lado repito el evangelio, o los temas propios de una homilía, y entraba al tema político, diciendo a quien votar y a quien no, de una manera muy concreta, directa. No había asistido a esa celebración, pero escribí una nota periodística sobre esa situación, a partir de la dignidad de la conciencia moral de los fieles y el discernimiento que a ellos les corresponde hacer.
    4º Parte de responsabilidad es también de los fieles. No todo lo que parece virtud es tal: Y algunos cristianos y cristianas, adoptan una actitud pasiva esperando que el sacerdote les diga qué y cómo hacer. No es así. Se llegó a decir, una señora, que «la fe se expresa en las urnas», como si en la complicada situación electoral que vivimos hubiera un partido oficialmente cristiano. Lo que ocurre es que a veces también el sacerdote se identifica él con las ideas de un candidato. Y tiene prejuicios injustificados, hasta por ignorancia o desinterés para informarse, con relación a otros..
    5º Hay situaciones en las que interesadamente algunos laicos desenvuelven su vida en torno al sacerdote, porque les permite acceder a puestos de trabajo. Otro tanto hacen ubicándose en cercanía del obispo, por interés. Son los laicos que menos hacen, o no hacen nada, por la fe de cara al mundo o en la vida secular. Porque su proximidad con los sacerdotes o el obispo es como dije interesada. Somos otros, que vivimos diría en el «llano» y porque tenemos una formación sólida, e incluso tenemos valor, los que asumismos y sostenemos los valores de la fe. Además, no sólo es que a veces carecen de capacidad, sino que no hacen nada que no sea rentado. Y hacer periodismo, publicar, sólo por vocación de servicio, por interés en determinados temas, como es en estos días la promoción y defensa de la vida, sin cobrar un peso lo hace el que tiene convicciones. Los otros no, pero son los amigos de los sacerdotes. O del obispo. Lo mismo ocurre en las parroquias, que las tareas o funciones humildes las hacen las personas que son generosas, serviciales, en tanto otros se reservan aquellos roles, o ministerios laicales que signifique cierto lucimiento personal..
    6º Una consideración más: ¿qué hace la «acción católica»? Donde yo vivo no veo siquiera una publicación que fije posición con relación a temas de actualidad, sobre los que los cristianos debemos expresarnos. Pero eso sí, en la acción católica no faltan los cargos que cada uno ocupa. Pero por lo menos donde yo vivo ni los profesionales se expresan. Se limitan a ser un grupo de amigos. Un debate aparte merecería el tema de la «acción católica» y su participación y sus roles, incluso en la vida nacional.
    7º Está bien que nosotros los laicos tengamos nuestro ideario político. E incluso si lo queremos pertenecer a un partido político, aunque éstos estén tan destruidos en estos momentos. Pero lo que no hay que hacer es ideologizar la fe. Y esto vale también para los sacerdotes.
    Gracias. Un atento saludo.
    Prof. María Teresa Rearte

  4. María Teresa Rearte on 6 octubre, 2011

    Está bien sobre todo en el actual momento lo de la Octogesima adveniens y el discernimiento en la vida soco-política. Pero también en discernimiento, que es un tema de la teología paulina, en la vida cristiana en general, porque hay que madurar. Está bien que se pida asesoramiento, o un poco de guía a los sacerdotes. Pero también hay que tener presente que Dios nos dotó de inteligencia y voluntad. Y hay que poner en práctica el juicio de nuestra conciencia y hacernos responsables. El crecimiento no sólo es de cada uno. También la Iglesia necesita modificar ciertos comportamientos que le hacen daño. Gracias.
    María Teresa Rearte

  5. Alfredo on 7 octubre, 2011

    Es notable como todavía hoy se pueda discutir o dudar del papel de los laicos en la Iglesia. Iglesia somos todos, laicos – consagrados o no – jerarquía, monjes y monjas, etc. Ya en los años veinte, el preclaro Tomás Casares inicia – casi revolucionariamente – los Cursos de Cultura Católica precisamente con la intención de suplir el déficit de protagonismo de los laicos de fines del XIX. La intención fue la de rescatar el valor de una vida de laicos profesionalmente formados e insertados en el mundo pero formados y enriquecidos por el conocimiento de su fe. Y, en el mismo sentido, descubrir que el laico no era un minusválido o alguien incompleto al no ser clérigo, como lo definía el El Código de Derecho Canónico pre-conciliar.
    A fines de esa década nace el Opus Dei para manifestar claramente su propuesta a la santidad desde el lugar que cada uno ocupa en la sociedad: el llamado a la santidad personal en medio del mundo. El concepto de Iglesia original y al mismo tiempo novedoso para ese momento de que no hay atajos hacia la santidad por ser clérigos o jerarquía. Luego el orden sagrado o la vida consagrada vienen a ser un matiz, importante y necesario en el cuerpo de la Iglesia, pero no determinante del universal llamado a la santidad del Evangelio. Para decir también que no existe una dicotomía mundo-claustro ni que por llevar el cartel de católico al cuello es garantía de excelencia. Luego el laico es parte constitutiva de la Iglesia y apóstol con el testimonio de su vida. También la Acción Católica vino a ocupar un lugar en la promoción de este espíritu vivificador, aunque por definición, supeditada y dirigida por la jerarquía.Y finalmente algo no menor, que puede ocupar por derecho propio funciones de dirección y gobierno de la Iglesia y sus instituciones sin hipotecar su libertad – ni su responsabilidad – ni hacer depender sus decisiones de la aprobación o no del clero, actitud nefasta del clericalismo del siglo XIX.

  6. María Teresa Rearte on 8 octubre, 2011

    Lo que observo, e incluso lo he sostenido cuando he tenido oportunidad de hacerlo, es que el sacerdote asume roles que son también competencia del laicado. Por ej. no les alcanza el tiempo para las tareas pastorales. Pero es porque asumen tareas como la enseñanza, que perfectamente pueden ser desempeñadas por los laicos, que son desplazados. Tienen derecho y les resulta gratificante. Pero antes está lo propio de su ministerio.
    La cuestión pasa también porque los laicos, aunque no puedan desempeñar ciertos roles, no dejen de hacer oir su voz. Hay distintos medios para ser presencia y voz cristiana laical. Lo afirmo por propia experiencia. Uno a veces es la única voz laical, por añadidura femenina, que se hace oir por ej. a través de un medio. Entonces, a veces no se nos otorga ese espacio; pero se lo toma y se lo ejerce sin otro motivo que ser pensamiento, voz, cristiana. Incluso para marcar diferencias, sin salirse de la ortodoxia de la fe; pero sí eludir límites injustos. Por supuesto es que hay que tener fortaleza para sostenerse cuando uno expresa su pensamiento públicamente. Pero depende de qué especialidad se ha sido docente. Y se ha habituado a exponer, debatir, etc. El saldo no es desalentador, cuando uno encuentra que tiene audiencia, incluso entre los sacerdotes, y el público, cristiano o no. Por supuesto que hay mezquindades que afrontar. Pero la vida en general es así. Y estoy hablando de una tarea sin ningún tipo de gratificación económica; pero sostenida como una forma de ser, pese a las dificultades, presencia cristiana, laical, femenina. Creo que hay que hacerlo.
    Punto y aparte para decir que Criterio alguna vez tendría que plantear el rol de la «acción católica», actualmente. Y ahí sí sería interesante la voz de un historiador, para referir el desempeño que han tenido algunos miembros de la acción católica y con qué ideologías se han vinculado.
    Gracias.
    María Teresa Rearte

  7. Roberto O'Connor on 10 octubre, 2011

    Me resulta muy interesante el tema puesto a debate, y me surge alguna pregunta que a mi me parece previa ya que si vamos a preguntarnos por el lugar del laico en la iglesia, antes me pregunto cuál es el lugar de la iglesia, su misión su lugar en el mundo o en relación al mundo.
    Estimo que esta mirada es el marco desde el cual actuamos, después, los laicos y los clérigos.
    Esta respuesta no me parece tan sencilla.

  8. Opino que uno de los grandes desafíos de los miembros del clero católico consiste en llevar a la práctica en forma constante y coherente lo establecido en la «Lumen Gentium» en cuanto a cómo deben proceder con los laicos, especialmente en cuanto a los siguientes conceptos: «reconozcan y promuevan la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Hagan uso gustosamente de sus prudentes consejos, encárguenles, con confianza, tareas en servicio de la Iglesia y déjenles libertad y campo de acción, e incluso denles ánimo para que ellos espontáneamente, asuman tareas propias. Consideren atentamente en Cristo, con afecto paterno (cfr. 1 Tes. 5,19; 1 Jn. 4,1) las iniciativas, las peticiones y los deseos propuestos por los laicos» (LG, IV. «Los Laicos», 37. «Relaciones con la jerarquía» en Vaticano II, «Documentos Conciliares», Bs. As.: Paulinas, 1981, pág. 63). Y creo que la clave está en que todos los cristianos nos dejemos guiar por la enseñanza que encontramos en Efesios 5:21: «Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo» («El Libro del Pueblo de Dios») y que recordemos el lugar que Pablo le asigna a los líderes de la iglesia de Filipos cuando identifica a sus destinatarios: «a todos los santos en Cristo Jesús, que se encuentran en Filipos, así como también a los que presiden la comunidad y a los diáconos» (Filipenses 1:1b, igual versión).

  9. Completamente de acuerdo en este Editorial. Pienso que en estos tiempos es difícil hablar de estos temas sin caer en extremismos que limitan, también me parece oportuno que cada uno realice su reflexión sobre la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo de acuerdo a su propia experiencia en ambos ámbitos.
    El Concilio Vaticano II, coincido con lo dicho, fue un acontecimiento extraordinario y punto de partida de innumerables documentos del Magisterio, cartas pastorales y demás.
    En primer lugar la Iglesia fundada por Jesucristo tiene un alcance universal y no distingue un dentro o fuera de ella, el llamado, que es para todos y especialmente para los bautizados, del Papa para abajo, pero en ella se distinguen funciones o misiones para las cuales es necesario discernir en primer lugar la propia vocación: ¿a qué y dónde nos llama el Señor a realizar una misión en su Iglesia?.
    Los clérigos, religiosos y consagrados tienen su misión particular y los laicos la nuestra,constituyendo todos el cuerpo de Cristo que es mucho más que la Iglesia institución y donde cada uno, según sus dones y carismas, realiza una única misión eclesial en comunión con los pastores.
    De hecho que hay – dentro de los diversos ministerios eclesiales que podemos realizar los laicos- algunos más específicos como la catequesis que requieren una sólida formación en el hacer, pero sobre todo en el ser de lo contrario,es mucho mayor el mal que el bien que podamos hacer a niños y/o adultos que la vida nos ponga en el camino.
    Hoy no es fácil responder a los desafíos que la vida nos propone y que representan una interpelación a nuestra fe. Durante muchos años desempeñé una misión de catequista para grupos diversos y la gente llega con prejuicios sobre la Iglesia, se remiten siempre a las épocas del oscurantismo…no sería fácil tener el discernimiento para respetar tiempos, lenguajes, prejuicios sin estar preparados o mejor dicho en camino porque nunca estamos acabadamente formados. Pero para sintetizar y no extenderme demasiado, quisiera expresar que realizar una misión dentro de la Iglesia no es sencillo aún para los que dedicamos parte de nuestra vida a formarnos para ello porque,cuanto más formados estamos, más vemos las falencias, el clericalismo (aún de laicos) y la poca formación que a veces poseen muchos sacerdotes en temas específicos como por ejemplo matrimonio, familia, aborto etc y que poco pueden aportarle a los creyentes desde la Palabra de Dios, el Magisterio de la Iglesia y el testimonio de vida. Nos necesitamos mutuamente, laicos y sacerdotes pero para eso se necesita un espíritu abierto sin ser complaciente en todo, dar razones pero dejar a Dios hacer la parte que le toca en la vida de cada uno.
    Es común también que se mezcle fe con ideología política haciendo difícil la convivencia y alejando a mucha gente de lo esencial. El Espíritu Santo sopla donde quiere, el Concilio Vat. II como otros acontecimientos – Aparecida por ejemplo – son momentos clave para renovar el discernimiento vocacional de todos los creyentes y de los bautizados en particular. Decidir qué hacer dentro y/o fuera de la institución eclesial es una opción de vida personal para la cual tenemos que tener la responsabilidad de ofrecer lo mejor de nosotros iluminados por la luz de Cristo sacerdote, profeta y rey y el conocimiento que podamos adquirir a nivel intelectual. No estoy de acuerdo con que los humildes son los más sabios per se, lo son porque Dios les da a algunos el don de la sabiduría que no se adquiere con libros, la sabiduría del sentido común y de los valores que les hace discernir entre lo bueno y lo malo, lo conveniente o inconveniente, lo importante de lo accesorio. Todos tenemos un lugar para construir el Reinado de Dios que comienza en este mundo, la Iglesia es uno de esos lugares pero la familia es otro muy importante porque de su misión como iglesia doméstica depende el futuro de la humanidad. (Cfr. Juan Pablo II Familiaris Consortio)

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