 En el Presidente Alvear se presenta la tragedia shakespeariana en la versión del prestigioso director Juan Carlos Gené.
En el Presidente Alvear se presenta la tragedia shakespeariana en la versión del prestigioso director Juan Carlos Gené. Junto con Julio César, Hamlet pertenece al inicio del denominado período trágico de Shakespeare y comparte algunos rasgos que las distinguen de las restantes grandes tragedias. “Tragedia del pensamiento” la denominó Schlegel así como otros la han calificado de “tragedia de la procrastinación” y, efectivamente, su protagonista, intelectual por naturaleza y reflexivo por hábito, no sucumbe por estar dominado por una pasión arrolladora sino por su vacilación frente al deber impuesto que, en ocasiones, se contrapone a una emotividad desbordada que lleva a actuar impulsivamente.
Junto con Julio César, Hamlet pertenece al inicio del denominado período trágico de Shakespeare y comparte algunos rasgos que las distinguen de las restantes grandes tragedias. “Tragedia del pensamiento” la denominó Schlegel así como otros la han calificado de “tragedia de la procrastinación” y, efectivamente, su protagonista, intelectual por naturaleza y reflexivo por hábito, no sucumbe por estar dominado por una pasión arrolladora sino por su vacilación frente al deber impuesto que, en ocasiones, se contrapone a una emotividad desbordada que lleva a actuar impulsivamente.
Tampoco hay en esta obra una indagación de la naturaleza del mal: su centro de interés reside en los vanos esfuerzos del príncipe por cumplir con el mandato paterno, fracaso que determinará no sólo su propia muerte sino la de siete de sus familiares y allegados. En las múltiples y complejas causas de su pasividad reside la irresistible atracción que ha venido generando este texto a lo largo de los siglos en estudiosos, actores y directores y que, en Buenos Aires, se manifiesta en las distintas puestas y versiones que se ofrecen en forma simultánea en esta temporada.
Juan Carlos Gené también reconoce su veneración por esta obra, a la que ha trabajado en sucesivos talleres sin imaginarse que habría de montarla en un escenario. El misterio que irradia el protagonista lo vuelve, para él, incomprensible, y lo induce a asociarlo con el hombre moderno que ha perdido el sentido de su existencia, y con la eterna rebeldía juvenil que confronta a un mundo adulto corrupto.
Por cierto, el sentido no se agota en esa lectura y el director espera que cada espectador encare la suya. La musicalidad del verso se rescata en la traducción de Luis Gregorich, aunque el uso del voseo introduce una nota discordante con el registro poético.
Los inevitables recortes sufridos por el texto, para no superar las dos horas de función, fueron realizados con prudencia aunque no se entiende el desplazamiento del emblemático monólogo que, dos meses más tarde del inicio de la acción, muestra un Hamlet igualmente abatido por la vida.
Aunque en otro registro, Mike Amigorena exhibe la misma ductilidad expresiva en el manejo del verso que desplegó en El niño argentino, interpretación que indujo a Gené a concederle el rol protagónico. Sin estridencias ni desbordes, Amigorena hace suyas las contradicciones de Hamlet, personaje que, como en ninguna otra tragedia del autor inglés, excede el argumento en tanto que la realidad sólo cobra consistencia a partir de su interiorización.
Resulta algo discordante con el misterio que cifra al personaje, la marcación de la escena del teatro dentro del teatro donde su vestimenta femenina apunta de manera manifiesta a su ambigüedad sexual. Lo secundan de manera notable Horacio Peña como el obsecuente Polonio, Edward Nutkiewicz como el rey Claudio y el rey asesinado, y Francisco Cocuzza y Pablo Lambarri en roles menores.
Tanto Esmeralda Mitre como Luisa Kuliok, Ofelia y la reina respectivamente, construyen con expresiva solidez sus personajes. Ajustado y visualmente impactante resulta el movimiento escénico de la decena de actores que conforman la corte.
El diseño escenográfico de Carlos Di Pasquo crea con escasos elementos un doble ámbito oscuro, laberíntico y cerrado, dominado por la muerte, que se hace presente en los túmulos funerarios que se adaptan a múltiples usos. A instancias del director, el diseño del vestuario masculino de la corte –trajes negros y bombines– está inspirado en la pintura del surrealista René Magritte, y se conjuga con la iluminación y la música de Luis María Serra para generar la atmósfera ominosa de una realidad atravesada por la irrealidad de los sueños y la simulación.
 
    





















