de-vita-cars-of-dreamsLa 63º edición del Festival internacional de cine de Berlín incluyó una impactante retrospectiva dedicada a analizar el séptimo arte alemán producido durante la República de Weimar, y su posterior influencia en el cine del mundo. de-vita-confesiones-de-un-espia-nazi Con una temperatura bajo cero y un cielo gris plomizo se desarrolló el Festival internacional de cine de Berlín, la popularmente conocida Berlinale que, desde 1950, cuando inauguró con Rebecca, de Alfred Hithcock, convoca a los grandes nombres del arte cinematográfico contemporáneo.

Como es habitual desde hace más de veinte años, en esta misma edición el lector puede compartir el balance general del Festival que con sapiencia y buen gusto entrega la habitué María Elena de las Carreras de Kuntz.

Con un pie en la rica historia del país y otro en la memoria del fundamental cine alemán, las retrospectivas organizadas por la Deutsche Kinemathek revisten siempre un carácter de excepción. Eso ocurre también con la selección de 33 películas presentadas en El toque Weimar, esto es, la influencia del cine producido durante la República semipresidencialista, que rigió los destinos del país luego del fin de la Primera Guerra Mundial hasta el ascenso de Adolf Hitler, gracias a la democratización de las artes e inclusive a posteriori de la llegada del nazismo.

Con los nazis en el poder, algunas películas producidas durante la época de Weimar llegaron a estrenarse pero, prontamente, los férreos mecanismos de control y de censura forzaron al exilio a más de dos mil técnicos de la industria del cine. Su diáspora en los Estados Unidos o en otros territorios europeos aún libres de la influencia nazi serían determinantes para entender parámetros narrativos y estéticos presentes en otras cinematografías.

El director artístico de la cinemateca alemana y curador de la sección, Rainer Rother, explica: “Como ya sugiere el título de la retrospectiva, puede rastrearse la influencia del cine de Weimar en la industria cinematográfica internacional. También se presentan ejemplos de la continuación de esta tradición durante los primeros tiempos del nacionalsocialismo. Hubo un par de películas en las que sus características típicas estaban todavía presentes, como Víctor y Victoria (1933). Sin embargo, el enfoque radica definitivamente en la obra de los cineastas que emigraron. Los aspectos y las formas de Weimar en el cine se descubre a través de esas obras”.

El toque Weimar también se explica en ese lenguaje en las sombras que permitió tal amalgama en títulos de otras latitudes, comenzando por uno de los grandes clásicos del cine norteamericano como Casablanca (1942), de Michael Curtiz, protagonizado casi exclusivamente por actores europeos y con el tema de la emigración dentro de sus líneas de relato; también la característica iluminación de ¡Que verde era mi valle! (1940) dirigida por John Ford; o incluso la mirada al nazismo en la lente de Fritz Lang en Los verdugos también mueren (1943), rodada por el director de Metrópolis en su exilio estadounidense.

La selección, presentada en cinco capítulos temáticos, también permitió rastrear los orígenes del cine de animación germano de la mano de Lotte Reiniger, con un documental que explica su obra –conocida en la Argentina gracias a la notable labor de la cinemateca del Goethe Institut–; las realizaciones en el extranjero de Fritz Lang, Max Reinhardt y Max Ophüls, entre otros, e incluso las influencias en el cine galo de Henri-Georges Clouzot, Julien Duvivier y Jacques Tourneur.

No es casual que el clásico libro de Siegfried Kracauer se titule De Caligari a Hitler, al analizar uno de los momentos más apasionantes de la historia del cine mundial. De ese mismo grupo de textos extraemos el siempre delicioso La pantalla demoníaca de Lotte Eisner y una reflexión: “Antes del mandato de Hitler, los alemanes declaraban que sólo habían tenido grandes poetas –tales como Goethe o Schiller– en épocas de miseria nacional. ¿Se ha tratado acaso, tras la derrota de 1918, de una repetición de ese fenómeno, y esta vez en beneficio del arte cinematográfico? En Alemania, el caos y la desesperación parecen ser a menudo propicios a la creación. Ese desarrollo del arte del film, después de la primera guerra mundial, que se reduce, como ya hemos visto, a algunas obras excepcionales, no se ha renovado después de la segunda derrota”. La República de Weimar sucumbió ante la crisis política y económica con una sociedad que convirtió al ocio en clave de su escapismo social.

Cuando se inauguró el festival en 1950, con Joan Fontaine presentado el film de Hitchcock, Berlín era una ruina. Hoy, deslumbra en cada nueva aproximación, pese a que la moderna urbe no olvida las marcas de la historia. La misma que esta edición de la Berlinale dedica a los clásicos de aquél cine que fue distintivo previo a la noche más oscura de los tiempos.

El autor es diseñador de Imagen y Sonido (UBA) con posgrado en gestión cultural, patrimonio y turismo de la Fundación Ortega y Gasset y Universidad Complutense de Madrid. Cubrió también la 58º edición de la Berlinale.

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