foto-cesar-debe-morir-4-465Dirección: Paolo y Vittorio Taviani. Italia, 2012. Género: Documental. Duración: 76 minutosfoto-cesar-debe-morir-8-979Paolo Taviani ya va para 81 años. Su hermano Vittorio tiene 83 largos. Otros a su edad apenas estarían jugando a las bochas y se cuidarían muy bien de salir si hay gente sospechosa en la vereda. Ellos, en cambio, siguen jugando con la cámara y se alegran de entrar a donde vive gente más que sospechosa. Gente directamente condenada. Han filmado su nueva película en una cárcel de máxima seguridad, la de Rebibbia, en el Lazio.

Ahí el nene más bueno está cumpliendo 15 de condena por “afiliado a la camorra”, como decía el tango. Otros tienen 20, 26, perpetua. Homicidas, narcos, “uomini d’ onore”. Y casi todos son grandotes macizos como jugadores de rugby. Pero ahí fueron los viejitos. Sucede que un amigo también de cierta edad, Fabio Cavalli, actor, dramaturgo, director artístico del Centro Studi Enrico Maria Salerno, conduce un taller de teatro para los internos. El arte sirve de catarsis, reeducación, tal vez de integración, para esos hombres. Y sirve sobre todo para la reflexión de cada uno sobre sí mismo.

La pieza que representarán este año es el Julius Caesar de Shakespeare. Un drama de traiciones, venganzas, crímenes, reclamos de libertad, confusos sentimientos de patria y sociedad, peleas campales. Algo que los reos conocen bastante. Y los hermanos filman eso con tal inteligencia que a veces no sabemos si los condenados están ensayando una escena o están discutiendo de veras entre ellos. Porque encima –otra decisión inteligente– se les ha pedido que mantengan sus entonaciones regionales, incluso sus recursos dialectales, para sonar más verosímiles. Hacen Shakespeare, si, con todo respeto y notable talento, pero lo hacen a su manera y con toda la enfurecida amargura que les provoca ese encierro. Y se les ha dicho que ese año la sala de teatro habitualmente empleada está en refacciones, así que deberán practicar sus parlamentos por los diversos rincones de la cárcel.

Algo más. No se trata de un documental de inclusión social. Lo que hacen los Taviani es ir escenificando los ensayos en el mismo orden en que avanza la obra teatral, de tal modo que los presos parecieran estar preparando un verdadero ajuste de cuentas en el presidio. Cuando matan a César en el fondo de un pasillo, cuando Bruto se explica desde el patio ante los monos que gritan encaramados en las ventanas, y Marcantonio los solivianta con su discurso emponzoñado, bueno, si no fuera porque están recitando a Shakespeare, creeríamos que se trata de un auténtico drama carcelario. Filmado, además, en impactante blanco y negro como las viejas películas de cárcel, un blanco y negro que remarca las facciones de esos actores tan particulares.

Pero luego, en colores, van a una sala con público invitado, se visten para la obra, la actúan, y en medio de los aplausos, terminada la representación, César ha resucitado, le tiende la mano a su asesino y juntos saludan al público. Sentimos ahí que no sólo hemos visto una actuación teatral, sino un llamado a la conciliación entre las gentes. ¿La salvación por el arte? Puede ser, u otra cosa. Porque cuando el intérprete de Casio, mirando a cámara, dice “Desde que conocí el arte, esta celda se ha convertido en una prisión”, deja pensando.

Todo eso, toda esa potencia y esa sugerencia que ofrecen Shakespeare, los Taviani, y el elenco de Rebibbia-Cavalli, en apenas 76 minutos. Admirablemente editado por Renzo Perpignani, montajista casi habitual de los hermanos, con quienes hizo las inolvidables Padre padrone, La noche de San Lorenzo y tantas otras.

Pequeño detalle: Salvatore Striano, el que hace de Bruto, ya no estaba preso. Allí aprendió a actuar y cuando pagó su condena en el 2006 se integró al arte escénico italiano (lo hemos visto en Gomorra), escribió un libro sobre la experiencia del taller carcelario, Libero dentro; y se integró como un refuerzo al elenco actual. Dicho sea de paso, su apellido nos despierta el recuerdo del dúo cómico Buono-Striano, muy popular en el Buenos Aires de otrora hasta que Rafael Buono, en un ataque de rabia, mató de un tiro a la mujer que lo estaba viviendo. Estuvo en Devoto varios años, y cuando salió e intentaron reiniciar el dúo, el público ya no los recordaba.

Otro detalle, volviendo a la película. Quien interpreta al Decio, el que maliciosamente instiga al César a presentarse en la plaza donde lo esperan los conjurados, se llama Juan Darío Bonetti, porteño preso por narcotráfico. Tiene verdadera pasta de actor, si se nos permite decirlo. Es así, los argentinos tenemos buenos actores hasta en las cárceles italianas.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?