El hilo de la bobina, de Liliana Guaragno. Buenos Aires, 2013, Paradiso
Escuchar. O hacer silencio. Aceptar. O soportar. Una familia sumida bajo la arrasadora autoridad de José, el padre, y la mirada hermética de Amanda, la madre, va forjando una madeja de sueños opacados, de temores y secretos, largas noches de pesadillas, hilos de sangre de las riñas de gallos y de perros del segundo patio. Mientras tanto, las pequeñas mujeres cosen “palabras de menos” para que no queden “marcas de los remordimientos” en El hilo de la bobina.
Las charlas con la tía Elena –“la que cuenta lo que nadie cuenta”– permiten desandar el anecdotario de dos generaciones en el que no faltan los mataderos en la ribera del Riachuelo, las fiestas de carnaval, una boda feliz, los radioteatros y los cumpleaños de quince. Así se van uniendo, entre parches y puntillas, los hilos de un origen, personajes que se tornan de carne y hueso, algunos desesperados y todos contrariados: el abuelo que se agrió, la abuela rezando por no más hijos y para que no tuvieran su suerte los ya nacidos, la niña que se dejó morir de amor, hambre y tristeza, la tía Nadia loca de tanta amarga insolencia. Hace falta respirar hondo para atravesar La centinela y Ceremonia nocturna, y luego será difícil olvidarlas.
En la contratapa, la escritora Hebe Uhart afirma que “Guaragno narra con notable destreza y sentido del detalle un proceso que se presenta según las reglas trágicas e inexorables del destino, desde el gobierno conservador hasta la década del 60: El hilo de la bobina es también una penetrante alegoría de los hábitos históricos, la moral y la política argentinas”.
En efecto, la nueva novela de Liliana Guaragno –Itinerario de una insensata y Desperfecto son las dos anteriores, además de varios libros de cuentos y poemas– se lee como un continuado de recuerdos propios y de recuerdos de otros que hay que atender, perseverantes en su potencia de querer exorcizar a las víctimas de injustos mandatos y caracteres.


















