El relato kirchnerista en 200 expresiones, de Pablo Mendelevich (Buenos Aires, 2013, Ediciones B).
Polonius: What do you read, my lord?
Hamlet: Words, words, words.
William Shakespeare, Hamlet.
Desde muy pibe sentí una percutiva atracción por el mundo de los signos y los símbolos. Fragmentos de un paraíso perdido de mi infancia: figuritas con los héroes occidentales de la segunda guerra mundial que portaban los chocolatines Godet, curiosas estampillas romboidales de un país escasamente real llamado Tannu Tuva, prototipos humanos como el capitán Nemo, el prodigioso anarca submarino, como diría Jünger, sin olvidar la magia primitiva de las banderas, verde la libia, granate la de Zanzíbar. En el arduo camino a la adolescencia, me topé con Rabelais: quedé fascinado por el capítulo XX del libro tercero de Gargantúa y Pantagruel, “De cómo Napiadecabra responde por señas a Panurgo”, en una lid gestual que puede hallarse también en Juan Ruiz e Ibn Asim de Granada, pero que en la reciente traducción de Rabelais hecha por Gabriel Hormaechea cobra notable vigor.
Por fin, llegué a los léxicos, exhaustivas recopilaciones de vocablos de castísima ortodoxia como el Diccionario Real de la Lengua Española de la RAE o el Diccionario Enciclopédico de Espasa-Calpe, sin soslayar a la imperial Enciclopedia Británica. Pero existen, más ocultos otros léxicos, en el sendero al libro de Pablo Mendelevich. En primer lugar, el Diccionario de los lugares comunes de Gustave Flaubert, en la cuidada traducción de Alberto Ciria (Jorge Álvarez, 1965), reeditado por libros del Zorzal en 2004, un sagaz catálogo de la estupidez humana. Una percepción más vitriólica de la sociedad puede encontrarse en el Diccionario del diablo del norteamericano Ambrose Bierce, editado por Jorge Álvarez en 1965 e ilustrado por Brascó, con definiciones como la de “Historiador, chismoso de trocha ancha”. Más cerca nuestro está el Breve diccionario del argentino exquisito de Adolfo Bioy Casares (Emecé, 1978), irónico repertorio sobre los modismos cursis de la clase media porteña. Por último, no es demasiado conocida la inteligente recopilación lexical de Francis Korn y Miguel de Asúa, editada por la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires en 2004, Errores eruditos y otras consideraciones, que revisa críticamente los principales conceptos de las ciencias sociales. Siempre tuve a la mano el valiosísimo Dictionnaire des Symboles de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, editado en París por Robert Laffont en 1982.
He aquí que un nuevo léxico se ha incorporado a este atractivo repertorio. Se trata de El relato kirchnerista en 200 expresiones, de Pablo Mendelevich. El autor, periodista de larga y prestigiosa trayectoria, ha consumado una lectura notable del lenguaje K, a través de expresiones discursivas, modismos, neologismos partidarios, ideologemas tácticos, todo ello con un conocimiento de la historia argentina reciente que envidiaría un historiador académico. El mismo autor se encarga de juzgar críticamente la noción de revisionismo, con una acertada pulcritud conceptual. Hasta las cartas de lectores enriquecen el análisis del autor; basta mencionar la entrada Gurú, donde se habla de Ernesto Laclau. Conceptos como gorila, error de tipeo o liberación son examinados sine ira et cum studio.
Un rasgo encomiable del libro es la claridad y la precisión de su estilo diestro en la ironía. Para el historiador de la Argentina de las últimas décadas, la obra de Mendelevich se convertirá en una herramienta imprescindible.
Concluyo esta nota como la inicié, con Shakespeare en un homenaje a periodistas como Pablo Mendelevich o Álvaro Abós: en medio de este “laberinto de furia” ellos prueban que “el Tiempo es como un huésped elegante” (For Time is like a fashionable host).