En nuestro editorial de septiembre de 2013 (Criterio N°2396), escrito al calor del resultado de las PASO (las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias), nos planteábamos el desafío que significaba la transición hacia un cambio político en 2015, en razón del tablero electoral que finalmente arrojaron las elecciones de octubre de ese año. La situación política mostraba incertidumbre a partir de los resultados y la salud de la Presidenta, sumado al complejo contexto económico que atravesaba el país, signado, entre otras cosas, por la presión sobre el dólar, la caída de reservas del BCRA, la inflación y el aislamiento internacional resultado de la propia política gubernamental.Diciembre fue testigo de un recambio ministerial y enero de 2014 –un mes de furia financiera– necesitó de un enorme ejercicio de poder para conjurar un conato de crisis económica con resultados impredecibles.

Marzo, por el contrario, mostró un escenario distinto. Superada la incertidumbre generada en torno a la salud de la Presidenta, la gobernabilidad parece fortalecida, a costa del inicial protagonismo del Jefe de Gabinete, hoy transmutado en un vocero oficioso. Quizá la clave más relevante de este “cambio de clima” tenga que ver con el fuerte ajuste económico ortodoxo que se está llevando adelante, para corregir las distorsiones que sus propias políticas habían creado. Dicho ajuste estuvo matizado con nuevos impuestos, la introducción de los “precios cuidados”, la publicación de un nuevo índice nacional de precios minoristas que arrojó una inflación muy alta pero estadísticamente previsible en el primer bimestre, una devaluación monetaria del 30%, y la suba de tarifas de transportes metropolitanos, exceptuando los trenes.

El condimento más desconcertante (para estar en la lógica del oficialismo) fue la fuerte suba de tasas de interés, que por primera vez en el ciclo iniciado en 2003, casi alcanzaron a la inflación. El Banco Central incrementó la tasa pagada por las Letras al 30% anual, mientras ofrecía una liberalización acotada del cepo cambiario, permitiendo realizar compras individuales mensuales de hasta US$ 2.000; elementos suficientes para desalentar el mercado del dólar paralelo (blue), que se ha estabilizado desde marzo, a la par del dólar oficial, con una brecha estable inferior al 40%.

Por otra parte, el cierre del acuerdo con Repsol por la expropiación de YPF ha sido otro giro notable, teniendo en cuenta los discursos y la gestión 2011-2013. Esto permitiría intentar abrir las puertas al escenario internacional para un eventual retorno al financiamiento, en la visión oficial.

La incertidumbre económica de enero parece haber sido controlada, pero el costo del ajuste lo paga fundamentalmente el sector privado, en particular los asalariados y jubilados. El sector público, en principio, no prevé ajustar el gasto: los impuestos subieron y no hay anuncios de recortes de un gasto público consolidado del 50% del PIB, contando Nación, provincias y municipios.

La cosecha de soja promete –como siempre en los últimos años– ingreso de dólares en el segundo trimestre y una estabilidad para el esquema de ajuste vigente, por lo menos hasta el tercer trimestre. El último ingrediente de esta receta es, ciertamente, el porcentaje de aumento salarial que se resuelva en las paritarias, que el Gobierno aspira a contener por debajo del 30% anual, en conjunto con una meta de inflación de similares características. El paso siguiente, que parece preanunciarse, sería la eliminación o recorte de los subsidios a la energía, el gas y el agua en el área metropolitana.

Hasta aquí, un breve análisis del rotundo cambio en materia económica implementado por el Gobierno, el cual estuvo matizado con un discurso menos agresivo, aunque manteniendo ciertos instrumentos coercitivos, como la presión a los empresarios y supermercados y la insistencia en su culpabilidad en el proceso de formación de precios.

Los sindicatos más alineados se muestran sorprendentemente calmos ante una inflación que tendría un piso de 35% anual en 2014 y que arrastra 28% desde 2013, lo que requeriría acuerdos salariales por lo menos semestrales y con paritarias como mínimo en el orden de 35%, necesarias para recomponer los ingresos a marzo. Tampoco han renovado el reclamo por la actualización de los pisos del impuesto a las Ganancias, aunque pareciera que está en estudio su ajuste.

Con todo, algunos efectos son inevitables: la caída de los salarios reales post-paritarias como resultado de la inflación inercial; el reclamo de las bases sindicales y el fuerte crecimiento del sindicalismo de izquierda, nutrido de este problema y de cierta anestesia del sindicalismo oficial;  y el impacto pleno que sufrirán los trabajadores informales (35% de la población) son sólo algunos ejemplos.

El Gobierno podrá controlar el empleo en las grandes firmas con métodos legales o coercitivos, pero no podrá evitar el desempleo alcista en el atomizado mundo de la pequeña y mediana empresa, que ve caer sus ventas de cara a una recesión. Vale decir, el escenario social se deteriora debido al ajuste económico que se implementa desde la Casa Rosada.

La Argentina, pues, se encuentra a las puertas de repetir su historia pendular de euforia y depresión, aunque quizá esta vez pueda atenuarse la oscilación apelando a medidas que equilibren la macroeconomía y evitar así una crisis mayor. Nuevos factores parecen coadyuvar en esta búsqueda de una transición plural, ordenada y civilizada; entre ellos, el rol relevante del Papa. En esta coyuntura, el mensaje global de Francisco en pos de la inclusión y la paz social retumba como trasfondo de la relativa tranquilidad política imperante en medio del particular ”acuerdo social” impulsado por el Gobierno, que ha mejorado notablemente su relación con la Iglesia, en otro giro de su política de la “década ganada”.

En este punto, es el futuro el que merece nuestra atención. Cabe preguntarse si como sociedad estamos dispuestos a continuar construyendo un destino común. Esa tarea significa, ni más ni menos, que integrar las distintas tradiciones que atraviesan nuestra sociedad.

¿Qué nos dejará la “década ganada”? Es una genuina pregunta que no puede responderse de la manera en que el kirchnerismo se refería a la década menemista: nada. Deja, claro está, multitud de experiencias y debates que enriquecieron la vida política: el rol del Estado, la asignación universal por hijo, el federalismo, la república y la democracia, los medios de comunicación y la justicia. Pero también deja el sabor amargo de la oportunidad perdida, cuando temas como la inflación, el dólar, el narcotráfico y la inseguridad continúan dominando la agenda, junto a una pobreza estructural que no se ha revertido sustancialmente en los últimos años, mientras la educación –ya de por sí deteriorada– comenzó tarde y mal en varios distritos, entre ellos en el más poblado del país.

Habrá que ver si los 12 años de experiencia del kirchnerismo perfilan un liderazgo nuevo, que integre y construya sobre lo que hoy existe. Estamos ante un porvenir lleno de desafíos, que requerirá de liderazgos nuevos con mirada al futuro. Ese parece ser el reto de la dirigencia en general, y en particular la política, para esta transición.

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  1. Juan Carlos Lafosse on 16 abril, 2014

    Francisco dice en EG 239 “Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones. El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural.”

    No parece casualidad que las palabras “Evangelii gaudium” ya no aparezcan en NINGÚN artículo de este número de Criterio. No veo que en este editorial haya memoria, ni que se busque justicia ni consensos y acuerdos ni que se piense en la gente y su cultura, en todos, con el mismo sentido que Francisco.

    El relato del editorial coincide con el de quienes Francisco llama “los que detentan el poder económico” y se puede leer, ver y oír con matices apenas diferenciados en todos sus medios. ¡Y se ilustra con una foto donde mujeres, jóvenes y hasta un perrito se enfrentan a un “poder” policial que tiene sus caras ocultas!

    Por eso, la cuestión se la reduce a construir un “liderazgo nuevo” que “integre las distintas tradiciones que atraviesan nuestra sociedad”, o sea: un relato que incluya al peronismo, para fabricar un Capriles que pueda ganarle al kirchnerismo. Único objetivo en realidad, ya que los posibles candidatos dependen del poder financiero y sus medios para poder instalarse.

    El problema es – o debería ser para una revista que se dice católica – que la base de ese relato que se propone construir requiere una fe absoluta en la ideología neoliberal, en la supuesta capacidad de “la libertad de mercado” para resolver todos los problemas de nuestra sociedad, pobreza incluida. Pero creer en ello, tal como Francisco nos explica con claridad en Evangelii gaudium, es una “burda ingenuidad” y que en realidad lo que así se instaura es una implacable tiranía: la del dinero y el poder económico.

    En cambio, Francisco nos propone comenzar por construir un espacio de diálogo concreto, donde se pueda lograr que se generen los consensos necesarios y que la propia sociedad los lleve adelante. No lo plantea como una tarea para la Iglesia sino para la humanidad toda y esto significa que cada uno de nosotros tiene su parte. Borrarse no es una opción moralmente aceptable y criticar sin involucrarse tampoco. O sea que debemos participar, lo que significa debatir y discutir, sin agresión pero también con pasión, con menos miedo a equivocarnos que a pasar de largo frente al hombre tirado en el camino que ayuda el samaritano.

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