Un análisis de los cambios de énfasis en el pensamiento social de la Iglesia en las últimas décadas y las exhortaciones del papa Francisco.
La enseñanza social de la Iglesia ha cobrado un renovado ímpetu desde el comienzo del pontificado de Francisco, si bien es un tema de activa preocupación eclesial desde hace más de un siglo. Con todo, el estilo frontal de Francisco, con tecnologías de la comunicación que permiten una multiplicación de sus mensajes, es realmente novedoso. Generando una empatía asombrosa, el papa argentino sorprende por la contundencia y profundidad de algunas definiciones, que suelen ser de fácil divulgación en la plataforma informática global.
El pensamiento social de Francisco
Una crítica rotunda al capitalismo financiero, sostenidas dudas sobre el rol del mercado como quien asigna los recursos, un eje económico centrado en la distribución-equidad y no tanto en la producción y la generación de empleo, son características inconfundibles tanto en la exhortación Evangelii Gaudium (2013) como en las declaraciones papales en entrevistas y diálogos con la prensa. El sustento se encuentra en algunos ejes del magisterio social latinoamericano que, sin ubicarse en la tradición algo más extrema de Medellín (1968) y aún recogiendo imaginarios centrales de Puebla (1979), como la opción preferencial por los pobres, se centra en el documento de Aparecida (2007), del cual Bergoglio fue redactor principal; como así también en la Teología del pueblo, de raíces argentinas. Se trata de un camino paralelo y diferente a la Teología de la liberación, que se nutrió principalmente de la reflexión teológica de Lucio Gera, pero que hace más hincapié en la praxis pastoral que en el análisis intelectual. De este modo, se enriquece con los testimonios del padre Rafael Tello y con la pastoral de los obispos y curas villeros. En esta visión se eluden las experiencias de origen socialista o tercermundista basadas en la lucha de clases, y se exaltan las virtudes del «pueblo fiel», «pueblo pobre» que, pobre como Jesucristo, manifiesta su fe desde la piedad popular y no desde otra tradición, ajeno a la tentación de intelectualizar la fe. Valorando los orígenes y los valores de la cultura popular, esta teología se situa dentro de la propia cultura de cada pueblo donde se entiende la práctica de la fe.
De esto se desprende el mensaje social de la Iglesia en 2014, centrado exclusivamente en la persona del papa Francisco, donde la inequidad y la exclusión están en el centro del análisis, y el capitalismo financiero es central como generador de “estructuras de pecado” (en el sentido de Sollicitudo Rei Socialis, 1987), y el mercado no puede solucionar los problemas de la inequidad.
¿Cambios a lo largo del tiempo?
En muchos ámbitos, sobre todo eclesiales, surgen interrogantes acerca de los alcances de estas exhortaciones de Francisco, y en torno a algunos cambios de énfasis en el pensamiento social de la Iglesia en los últimos cincuenta años.
Es sabido que Pablo VI tuvo en Populorum Progressio su encíclica social por excelencia. En 1967 dominaba cierto optimismo en el mundo, en el sentido de que las colonias independizadas y las nuevas naciones subdesarrolladas podrían superarse a partir del rol del Estado y la industrialización, sustitutos del capitalismo de mercado. Grandes esperanzas se centraron en su momento en líderes como Nasser, Gandhi o Perón. Pablo VI expresa una confianza en el desarrollo de los pueblos, y su encíclica tiene base en el pensamiento del padre Lebret, economista y dominico francés, que se movía bajo la estela del desarrollismo de Francois Perroux. Las experiencias de desarrollo latinoamericano, en el contexto de Medellín, se hicieron eco de las políticas desarrollistas y esperanzadoras, como así también de propuestas más extremas por parte de algunas visiones de la Teología de la liberación.
Pocos años después, Juan Pablo II cambiaba algunos ejes de análisis. El papa polaco coincidió con la caída del muro de Berlín y con la Perestroika. En este sentido, su énfasis en contra del capitalismo fue mucho menos claro que el del magisterio precedente. Su opción filosófica y personal por la libertad humana, luego de vivir en lo personal experiencias de autoritarismo nazi y soviético, sin dudas marcó su vida y su magisterio. Las críticas a la Teología de la liberación en las dos instrucciones que elaborara el cardenal Ratzinger fueron condenatorias para buena parte del pensamiento latinoamericano –de hecho implicaron la sanción del teólogo Leonardo Boff– y estaban enmarcadas en la lucha del Papa por la libertad y en contra de cualquier simpatía por el comunismo o el socialismo. La menor profundidad social del documento de Santo Domingo, comparado con el de Medellín, no deja de llamar la atención; su posición ante el capitalismo, por ejemplo, fue menos condenatoria. No en vano Michael Novak era uno de los autores de consulta del Papa, con el pensamiento de Hayek detrás. Aún así, el capitalismo y sus excesos son justamente criticados en Sollicitudo Rei Sociallis (1987) y Centesimus Annus (1991).
Benedicto XVI sorprende con Caritas in Veritate (2009). El mundo había cambiado bastante, y el atrevido optimismo de Fukuyama acerca “del fin de la historia” y el predominio del capitalismo era algo del pasado, crisis de las hipotecas en 2008 mediante. Es sabido que detrás de Caritas in Veritate se encuentran tanto las recomendaciones de la Comisión de Justicia y Paz, para retomar a la idea de desarrollo de Populorum Progressio, como el pensamiento del economista italiano Stefano Zamagni, con eje en el relacionamiento personal en el mercado desde una visión de fraternidad económica entre los hombres, de tradición franciscana y más reciente desde los Focolares. En este sentido, el documento es algo más amigable con el mercado (en la visión de relacionalidad italiana, no en la anglosajona), realizando advertencias sobre los riesgos del capitalismo. Apenas cinco años después, Francisco vuelve a cambiar el eje del análisis, planteando una posición que muchas veces ubica al capitalismo financiero en el centro de los problemas de exclusión e injusticia.
¿El mundo descubrió la inequidad?
Una interpretación de la posición actual de Francisco se encuentra en el renovado reconocimiento de la inequidad como un problema central. No en vano el libro del año es El Capital en el Siglo XXI (2013) de Thomas Piketty, un economista francés especialista en historia, desigualdad económica y distribución del ingreso, cuya idea es volver a poner esta cuestión en el centro del análisis económico.
Sin dudas una explicación del éxito del libro de Piketty es el contexto de las economías occidentales a partir de la crisis financiera de 2008 y su lenta resolución hasta nuestros días, que ha provocado bajo crecimiento, alto desempleo y ha agravado –y resaltado– las cuestiones de la inequidad. La pobreza en los Estados Unidos, que trepó al 15% de la población en el pico de la crisis, superó los tradicionales grandes enclaves regionales de pobreza, para expandirse a otras regiones y ciudades. Por eso las políticas sociales del presidente Obama: la reforma de salud en su primer mandato, y los intentos de reformar la cuestión migratoria y la dificultosa aplicación de la reforma de salud en su segundo mandato. Por su parte, la crisis laboral y social en la Unión Europea combina una preocupación por la falta de crecimiento con efectos en el empleo, con el consecuente incremento de la inequidad. El problema de los inmigrantes es otra manifestación. En este contexto, el papa Francisco ha hecho central su prédica contra las inequidades generadas por el capitalismo, sobre todo financiero.
Reflexiones finales
Ante todo, debe quedar claro que no es tarea de la Iglesia proponer un nuevo modelo socio-económico, pero sí iluminar la realidad en materia de justicia y dignidad.
Desde una lectura algo más eclesiológica, el cambio en los énfasis en el magisterio social en los últimos cincuenta años puede deberse a una lectura de los «signos» de cada tiempo. Es decir, en los ’60, la expectativa por el desarrollo era relativamente razonable. En los ’80 y ’90, la caída del comunismo permitió a muchos creer en las bondades del capitalismo. En los ‘2010, la mayor inequidad o los problemas de los inmigrantes son evidentes, con lo cual, los signos de los tiempos alientan a denunciar proféticamente estas cuestiones.
Finalmente, ¿qué nos queda a los católicos como camino a seguir? Como dijera san Juan de la Cruz, en la tarde de la vida seremos juzgados en el amor. No en la ideología, ni en acaloradas charlas de café o debates académicos a favor o en contra de una idea, sino en cómo construimos un mundo más fraterno, con menos estructuras de pecado, y con mayor compromiso social y personal.
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Join discussionConsidero que construir «un mundo más fraterno, con menos estructuras de pecado, y con mayor compromiso social y personal», de acuerdo con algunas de las últimas palabras del autor del artículo, constituye un compromiso para todo auténtico cristiano. Es decir, para todos aquellos que nos hemos arrepentido de nuestros pecados y que, por lo tanto, ante el dolor de haber fallado delante de Dios, hemos estado dispuestos a cambiar de mentalidad, de camino y de vida bajo la guía del Espíritu Santo. Y que, simultáneamente, hemos decidido aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador, o sea como quien conduzca nuestra vida y la libre de las consecuencias destructoras del pecado. Oro a favor de que todos aquellos que tengamos esta experiencia de fe podamos cumplir adecuadamente con nuestra misión.
Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez.
Doctor en Teología (SITB).
Doctor en Ciencias Sociales (UBA).
Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
Licenciado y Profesor en Letras (UBA).
No, no Sr O´Connor, Ud. no será juzgado “en el amor”; Ud. será juzgado como “especialista en economía” por todos los pobres que dejó en su camino. Ni duda le quepa.
Es que no quiere entender que al papa Francisco le interesa el pobre. Pareciera que a Uds. los “especialistas en economía de mercado” se les hace difícil reconocer al pobre; y mucho menos, reconocer que es, en parte, víctima de las políticas económicas implementadas por Uds. los especialistas.
Ud. es el segundo “especialista” en economía en esta edición de la revista Criterio que muestra un evidente rechazo al énfasis que pone el papa Francisco en el problema económico. Debo reconocer que su colega, el Sr. De Pablo, me pareció más positivo. A instancias de los dichos del papa Francisco, su colega De Pablo reconoce la necesidad de Uds. los “especialistas”, de comenzar a “pensar” las causales de los problemas denunciados.
Algunos colegas suyos ya lo están haciendo. El Sr. Piketty, citado por Ud., no es “un economista especializado en historia”, es un economista especializado en economía; que tiene la honradez profesional de reconocer que el tema de la distribución merece ser estudiado de manera sistemática y metódica. Reconoce también que el análisis de los “especialistas” de la distribución de la riqueza nunca sirve para dar fin a la violencia política que genera la desigualdad. Las visiones son opuestas; algunos «especialistas» creen que las desigualdades crecen junto con las injusticias, y otros no. Se produce un diálogo de sordos, con justificaciones débiles por todos. El Sr Piketty “pensó” el pasado económico para aportar con su estudio al esclarecimiento e identificación las fuerzas convergentes y divergentes de la desigualdad.
¿qué nos queda a los católicos como camino a seguir? Es su pregunta. Mi respuesta es «pensar» más en la doctrina de la iglesia y en la economía, en ese orden.
La paradoja del cristiano es que la verdad la hacemos juntos, es algo colectivo donde estamos todos, pero el alma cristiana es algo íntimo e incomunicable. El alma, inmortal, es obra propia.
El título del artículo es correcto: “énfasis” es la palabra exacta. No hay novedad en lo doctrinario sino claridad en el lenguaje y actualidad de la exposición, que se suma a los fuertes gestos y la coherencia de vida de Francisco.
El centro del mensaje del Papa está en denunciar la idolatría, el verdadero culto religioso al dios dinero que nos exige el sistema económico financiero. Nos muestra como este dios es un dictador, que gobierna y no sirve, destruyendo nuestras relaciones con los demás, generando exclusión y violencia. Guerras inclusive, negarlo es imposible.
Deja bien claro que este sistema es injusto de raíz, que debemos cambiarlo y que tanto los cristianos como la Iglesia tenemos la responsabilidad de participar para lograrlo. Somos todos los que, mediante el diálogo, debemos proponer formas de hacerlo y este es el único camino que nos queda seguir, no hay otro si queremos ser fieles a Cristo.
Desde la ortodoxia económica neoliberal se intenta hacernos creer que los problemas concretos de desempleo, miseria y sobre todo exclusión se resuelven con “más mercado y menos estado”. Como bien señala Zamagni, esto lo plantean como un tema ideológico: libre mercado o comunismo. Un recurso maniqueo de marketing, una mentira que les facilita etiquetar y descartar todo lo que pueda afectar a los ultraricos.
Piketty demuestra con contundencia y rigor que el derrame no existe, que la concentración de la riqueza es cada vez mayor y que se acelera exponencialmente. Prueba que la razón de esto es el capitalismo de libre mercado, que no difunde la riqueza y liquida las libertades humanas. No un fenómeno pasajero. Leerlo les vendría muy bien a algunos consultores.
Paul Krugman se ha referido “al pánico que causa Piketty que ha desatado la ira de los apologistas de los oligarcas estadounidenses”, viendo el virulento ataque del que es objeto por la derecha y sus medios, desde el Wall Street Journal al Financial Times. Insultos y diatribas más que críticas, incluso una que se popularizó porque comenzaba diciendo que “no había leído el libro”.
Propone “un impuesto progresivo global al capital”, más específicamente un impuesto sobre la riqueza que no posea “utilidad social” como forma de evitar la concentración de la misma y favorecer el uso del capital en el proceso de crecimiento de la economía. Queda claro que es comprensible el odio de los muy ricos.
Como todavía no se ha publicado en español, se puede ver la Guía para que parezca que has leído el libro del que todo el mundo habla: http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/05/02/guia_para_que_parezca_que_has_leido_libro_del_que_todo_mundo_habla_16483_1023.html
La visión de nuestro Papa Francisco no es nueva para la Iglesia. Abajo copio un artículo de quién era presidente de Caritas, Mons. Jorge Casaretto, publicado en esta misma revista Criterio 16 años atrás, en Agosto de 1998, que providencialmente encontré buscando otras cosas.
Me interesó especialmente a partir de «¿Quiénes pueden encontrar respuestas a estos problemas? » donde propone nada menos que ¡pensar! como se resuelven los problemas sociales !!y meterse!!
Yo sigo creyendo que nosotros los católicos tenemos que meternos, renovar y amplificar el mensaje en el terreno de lo social llevándolo mucho más allá. Y creo que Francisco es el catalizador que puede comenzar el fuego necesario que nos lleve a mirar y cambiar el mundo.
El desafío de la exclusión
por Casaretto, Jorge
La exclusión social
¿Qué es la exclusión social ?
Cuando se habla de excluidos, se está hablando de pobres , pero además se está señalando el porqué de su pobreza: son pobres porque han quedado afuera.
¿Afuera de qué? Genéricamente podríamos responder: aunque vivan en la sociedad, los nuevos pobres han quedado afuera de ella. Fundamentalmente debido a la desocupación, estos hermanos están afuera de las estructuras de trabajo, afuera de las necesidades mínimas de comida, educación, vestido, afuera de lo que significa vivir dignamente. Afuera de los seguros sociales, al margen de la vida normal de la sociedad.
Los excluidos no tienen tampoco quien los represente, no están en los sindicatos ni en ningún tipo de organización; quedan librados a su capacidad de sobrevivir y a tomar las migajas que caen del orden social establecido. Por eso, los sociólogos hoy dicen que en lugar de hablar de los de abajo , habría que hablar de los de afuera .
Los excluidos no sólo están en la periferia de las ciudades, sino también en la periferia de los derechos y de las posibilidades de insertarse dignamente en la sociedad.
Los sociólogos nos dicen que desde hace unos veinte años, se ha venido dando entre nosotros un proceso de división, de fragmentación de la estructura social. ¿Qué significa esto? Significa que nuestra sociedad se está pareciendo a un cristal que se parte: se está rompiendo en muchos pedazos, fragmentos cada vez más pequeños. Se ha dado una ruptura de un cierto equilibrio social que estaba sustentado en la clase media y se han incrementado las diferencias entre los que más tienen y los que menos tienen.
Hay un pequeño grupo de ricos (personas, empresas, grupos financieros), cada vez más ricos, y una mayoría pobre, cada vez más pobre, a la que se va sumando la alicaída ex-clase media argentina.
Los nuevos conflictos que atraviesan las sociedades occidentales debido a la desocupación generalizada, hacen que las personas queden atrapadas en una determinada clase social. Años atrás, un obrero trabajando mucho podía convertirse en capataz, tener una casa propia, etc. La realidad socioeconómica de hoy hace casi imposible esta movilidad social. Podríamos decir que hoy las personas nacen y mueren sin poder cambiar, prácticamente, su ubicación en el panorama social.
La sociedad ya no funciona como una red que sostiene a todos, sino más bien como una empresa que conserva sólo a los ciudadanos eficientes .
La sociedad tiene un mapa nuevo
El problema de la exclusión está estrechamente ligado al de la educación. La proporción es simple: a mayor caudal de conocimientos, mayores posibilidades de integración social.
Los trabajos que en otro tiempo podían ser realizados por personas sin estudios (estaciones de servicio, vigilancia, limpieza, etc.), hoy requieren una creciente capacitación. Para la mayor parte de los empleos que hoy se ofrecen, es necesaria una formación de nivel terciario.
Por otro lado, para los que nacen y crecen en la exclusión, al no acceder a buenos niveles de educación, sus posibilidades de trabajo son muy limitadas. Muchos de ellos, se ven obligados a vivir del cirujeo y a otros tantos el ocio los lleva al alcohol y a las drogas, con lo que se produce un círculo vicioso que aumenta la inseguridad que caracteriza nuestro tiempo.
Esta situación se manifiesta también en la organización de los barrios en las ciudades. Desde siempre (y ahora forzosamente cada vez más), los pobres se han ubicado en la periferia de las poblaciones, en los barrios marginales. Al mismo tiempo, muchas familias buscan nuclearse en barrios cerrados, que estén vigilados y protegidos de la creciente inseguridad de la que hablábamos. Se da un hecho curioso: ahora no sólo tenemos las ciudades con sus barrios marginales en la periferia, sino también este nuevo estilo de agrupación urbana, en el que muchas veces al lado de un barrio cerrado, convive una villa de emergencia. Se trata de nuevos desafíos pastorales, a los que se debe responder desde el Evangelio, porque esta nueva situación puede crear una cultura de mutua desconfianza, posible generadora de resentimientos y agresiones.
Dentro de este cuadro general, el problema se ve agravado por el fenómeno de la corrupción. En nuestro país, lamentablemente, se han ido generalizando los hechos de corrupción, y hay casos en los que se habla de cifras millonarias… Lo cierto es que la corrupción es una práctica intrínsecamente inmoral que afecta directamente a los más pobres y es uno de los hechos que más contribuye a la exclusión social.
Los cristianos y la exclusión
Generalmente cuando los obispos o los sacerdotes abordamos estos temas se nos contesta de diversos modos: que somos teóricos e idealistas , que no sabemos de economía , que no presentamos soluciones concretas , etc. Sin duda hay algo de cierto en esas afirmaciones. Pero también es cierto que los que entienden de economía y los pragmáticos, tampoco solucionan estos problemas.
Por eso, el primer camino de solución que quiero plantear es un llamado a la verdad y a la humildad. Estamos ante una cuestión muy difícil de abordar, frente a la cual no hay demasiada claridad. Todos tenemos algún grado de responsabilidad, aunque diverso, en esta dura situación que viven los excluidos.
¿Quiénes pueden encontrar respuestas a estos problemas?
Creo que son los que tienen sensibilidad hacia los más pobres y, como decíamos, los que intentan encarar estos temas con humildad. Aquí tenemos que volver la mirada hacia las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y decir: sólo los que buscan tener alma de pobres, los humildes, los que luchan por la justicia y los que intentan practicar la misericordia, podrán encontrar respuestas válidas.
En cambio los poderosos de este mundo , es decir, los que están tranquilos porque esta situación favorece sus negocios, o los resignados que piensan que nada se puede hacer, o los insensibles frente al sufrimiento de los demás, todos ellos no podrán hacer nada, porque se auto-excluyen de la búsqueda de soluciones. Mucho menos podrán hacer los corruptos, y los que han perdido el sentido ético de la vida.
El difícil diálogo entre los ideales y las soluciones prácticas
Entre los que estamos preocupados por estos problemas, genéricamente, podemos encontrar dos grandes corrientes:
– Los que responden a esta problemática de un modo idealista: Hay en esta postura una buena descripción de las situaciones de injusticia, se compara la situación con los ideales evangélicos o con los elementales principios de convivencia y se concluye que la situación es escandalosa. Lo positivo de esta posición es la claridad para defender lo bueno y lo justo, que en definitiva son valores cristianos que se encuentran en la doctrina social de la Iglesia. Lo negativo es que no se suelen presentar soluciones concretas.
– La otra corriente la podemos definir como más pragmática : Se acepta con realismo el hecho de que vivimos en un orden internacional determinado y que es a partir de allí desde donde deben tomarse todas las decisiones. Una apelación a los principios es vista como excesivamente teórica. En algunos casos esta corriente no sólo acepta, sino que proclama la validez de este orden establecido. En otros aparece una aceptación más crítica.
Muchas veces tengo la sensación de que entre estas corrientes se dan mutuas acusaciones y enfrentamientos, porque se hablan dos lenguajes distintos. Por eso creo que una primera línea de solución puede ser la de generar un diálogo más intenso entre los ideales y las soluciones prácticas.
Partiendo del hecho de que en ambas corrientes hay personas de buena voluntad, que están sinceramente preocupadas por la cuestión social, hay que derribar las barreras de la soberbia desde la humildad, superar prejuicios y preconceptos y dialogar más sinceramente.
Creo que los más idealistas necesitamos hacer un esfuerzo de mayor comprensión de quienes día a día tienen que tomar decisiones concretas, y los más pragmáticos deben fundamentar cada vez más su acción en los principios.
Algunas reflexiones para empezar a ensayar soluciones
Siempre es más fácil describir los problemas que encontrar soluciones. Por otra parte, las respuestas evangélicas a situaciones tan complejas las tenemos que encontrar entre todos.
En los siguientes párrafos me voy a limitar a esbozar algunos caminos muy amplios que pueden configurar un marco de solución general, dentro del cual todos podemos trabajar en la búsqueda de respuestas.
1. Por supuesto que el principal responsable en la conducción de esta acción solidaria de toda la sociedad es el Estado. El papel de los hombres de Estado y de los políticos es prioritario en la lucha por incluir a todos en el marco social del país. Ellos son los principales responsables de jerarquizar la misión tan noble que tienen, por medio de actividades transparentes, privilegiando siempre la ética y a través de políticas inteligentes y eficientes que en todo busquen el bien común.
En este sentido, una de las tareas más urgentes de la dirigencia parece ser la de redescubrir la misión del Estado, que no puede ser un simple observador de esta difícil problemática de la exclusión. Lamentablemente, la realidad nos muestra una dirigencia política que está más preocupada por satisfacer sus ansias de poder (personales o de grupo) que por el bien común y por los pobres. Sólo con espíritu de grandeza y magnanimidad nuestros dirigentes podrán cambiar esta actitud. Me voy a referir en estas líneas sobre todo a quienes, sin tener cargos públicos, debemos también asumir nuestra propia responsabilidad frente a estos problemas.
2. A lo largo de todas las reflexiones hechas hasta ahora, hemos podido verificar que el origen de muchos problemas y lo que da lugar a esta estructura social de tanta injusticia, es la primacía de lo económico por encima de todas las dimensiones de la vida de los pueblos. Hablar de primacía de lo económico es pensar que el dinero y el lucro es la raíz de toda acción social. Juan Pablo II habla del afán de ganancia unido a la sed de poder (Cfr. SRS n.37).
Es aquí donde debemos apelar a los valores: todos, los más idealistas y los más pragmáticos, debemos reconocer que no será fácil avanzar en las soluciones si no partimos de la firmísima convicción de que una sociedad que se estructura sobre una sobrevaloración de lo económico está radicalmente equivocada.
La doctrina social de la Iglesia nos ayuda a darnos cuenta de que todo orden social debe estructurarse en función de la persona y del bien común. No hay duda que será bien difícil traducir esto en términos concretos, pero sería gravísimo que falte esta convicción como punto de partida de cualquier solución.
En nuestra mirada a la realidad, y aún viendo lo mucho que tenemos por corregir, no debemos olvidar las múltiples obras en favor del bien común que se hacen en la Argentina, dentro y fuera de la Iglesia. No me refiero solamente a las valiosas acciones encaminadas directamente a la promoción social, sino también a todos aquellos emprendimientos pequeños y grandes, conocidos u ocultos, que tienen como objetivo el bien de los hombres. Todo lo que sea atender a la persona y trabajar por la personalización, en la escuela, en el hospital, en el barrio, en el trabajo, en la actividad privada, etc., es una obra a favor de los excluidos de algún tipo.
3. En reiteradas oportunidades el papa Juan Pablo II nos ha dado un marco general para tratar este tema: debemos globalizar la solidaridad. Esto significa que en nuestro comportamiento cotidiano, en el ejercicio de nuestros trabajos y profesiones, en la vida del barrio y hasta en el descanso, debemos privilegiar esta actitud de saber dar y recibir que conforma una corriente de solidaridad.
Si los argentinos pudiéramos lograr que la actitud solidaria vivida en la época de las inundaciones se trasladara a nuestros comportamientos cotidianos y a las estructuras de nuestra sociedad, creo que estaríamos en el buen camino.
Los cristianos, además, nos estamos preparando para celebrar los 2000 años de la Encarnación. En este itinerario hacia el jubileo, nuestra conversión fundamental debe ser hacia el amor. Quienes seguimos a un Dios-Amor, no podemos ser sino abiertos, solidarios, desprendidos. Todo el ser y el obrar cristianos se sintetizan en el mandamiento del amor, un amor que se hace eficaz en la medida en que la caridad se expresa en términos de solidaridad. Si el deseo de hacer efectiva la comunión de bienes y la aspiración a que no haya ningún necesitado, es una constante en la vida de la Iglesia (ver Hechos 2,44-45; 4,34-35), la celebración del tercer milenio nos da una oportunidad privilegiada de ponerla en práctica. Oportunidad que no es sólo un buen deseo, sino una propuesta concreta del Papa a toda la Iglesia en vísperas del Gran Jubileo.
4. Sin duda, un camino urgente y que todos debemos recorrer es el de la lucha contra la corrupción y por la implantación de la ética en todos los ámbitos de la vida social argentina.
Sin embargo, esto no es suficiente. Porque si el excluido está expulsado (no es ciudadano), no alcanzarán las estructuras normales de una sociedad para afrontar este problema. Por ejemplo, la educación formal o los poderes de la justicia como tales llegan de hecho, sólo a los incluidos. Se trata de buscar soluciones que vayan más allá de las fronteras de la sociedad, para llegar al mundo de la marginalidad, de lo no-formal, de la exclusión. La crisis es tan grave que hoy no alcanza con hacer bien lo que a cada uno le toca.
5. A la hora de abordar cualquier solución a esta problemática, el primer paso consiste en preguntarse si realmente estoy o no escandalizado por las diferencias tan irritantes de nuestra sociedad y si considero que estamos ante una situación de objetiva injusticia.
En la medida en que exista en cada uno de nosotros una cierta resignación ante tremendas injusticias, quedaremos inmovilizados para actuar. A mayor resignación, mayor inmovilidad para reaccionar; a mayor actitud crítica, mayor posibilidad de obrar cambios.
Por todo esto, sería bueno que todos nos pusiéramos a pensar ¿cuánta creatividad, cuánto tiempo, cuánto dinero estamos decididos a invertir para generar cambios sociales que incluyan a los excluidos?
Dado que el problema que abordamos es el de la exclusión, verdadera expulsión de la vida social que afecta ya a un cuarto de la población argentina, toda actitud que implique incluir socialmente, es en principio una respuesta válida.
6. Sin lugar a dudas debemos rescatar todas las experiencias que desde la pastoral social de la Iglesia, desde Cáritas y desde las diversas instituciones, se realizan a favor de los pobres. Todas las tareas de asistencia y de promoción social tienen en estos momentos singular importancia.
En una sociedad tan fragmentada debemos alentar todas las posibilidades de un accionar superador de la desintegración social. Por ejemplo, las formas sociales participativas, las sociedades intermedias: sociedades de fomento, clubes de barrio, asociaciones benéficas, organizaciones no-gubernamentales, acciones sociales destinadas a la inclusión.
Por eso los laicos, además de sus ocupaciones habituales (por medio de las cuales se incluyen), deberían privilegiar la participación en las sociedades intermedias que parecen ser el camino más lógico para trabajar junto a los excluidos en la búsqueda de caminos de inclusión.
7. La educación de los pobres: es necesario que la Iglesia se ocupe cada vez más de esta cuestión. No sólo debemos defender la libertad de enseñanza y el derecho de los padres a ser los primeros educadores de sus hijos, sino también debemos colaborar con el Estado y otras instituciones en la educación de los pobres. Como hemos visto antes, la falta de educación es lo que en mayor medida genera exclusión, por eso este camino es uno de los más importantes para dar respuesta a estos problemas. Pero, como decíamos antes, lo que se hace actualmente no alcanza, se requiere una abundante dosis de creatividad para encontrar nuevos medios educativos.
Urge un diálogo más intenso y la posibilidad de trabajos complementarios entre las escuelas de gestión estatal y privada para que todos en nuestra Patria sean educados, de modo particular los excluidos.
8. Entre todas estas nuevas experiencias solidarias quiero mencionar de modo especial el Plan Compartir. Todo el Episcopado argentino está encarando, por ahora en algunas diócesis entre las que se encuentra la nuestra, y en el término de aproximadamente cuatro años en todo el país, la implantación de acciones solidarias. Se trata de compartir los tiempos, los talentos y los bienes materiales poniéndolos en una actitud solidaria en beneficio de todos, especialmente de los más pobres.
Esta experiencia se ha comenzado a realizar en dieciséis parroquias de nuestra diócesis y, poco a poco, intentaremos que llegue a todas las parroquias. Antes de fin de año tendremos orientaciones más concretas, pero desde ya quería hacerlos partícipes de este plan que demandará muchos esfuerzos por parte de cada uno de nosotros, y cuyo objetivo fundamental es poner a toda la Iglesia en clave de solidaridad.
Conclusión
Estamos viviendo este año en camino hacia el tercer milenio, en apertura a la acción del Espíritu Santo y animados por la esperanza. Muchos podrán decir: ¿Justo este año de la esperanza nos plantea este problema tan duro y desalentador? .
Creo sinceramente que no se trata de algo casual. Los temas y los tiempos de estas cartas pastorales son objeto de mucho discernimiento personal. Por eso quiero terminar esta carta pidiendo que el Espíritu de Dios descienda sobre todos nosotros con mucha fuerza, para que cada uno personalmente y todos como comunidad cristiana, podamos dar una respuesta al desafío de la exclusión. Estoy convencido de que Dios nos llama a cada uno de nosotros a ser un signo de esperanza para nuestros hermanos excluidos. Más que aguardar un cambio venido de afuera, tenemos que trabajar para transformar entre todos esta realidad tan dura. Si nos dejamos animar por el Espíritu, la vida de cada uno puede convertirse en ese signo de esperanza que necesita nuestro pueblo, sobre todo los que más sufren. Que María, Mujer de la Esperanza acompañe este camino. Con una afectuosa bendición.
Bien, Bien, Juan Carlos Lafosse.
Muchos desean que prospere una buena causa, pero pocos se ocupan de ayudarla, y todavía menos arriesgan algo en su apoyo.
Alguien tiene que hacerlo, ¿¡ Pero no yo¡? Es el grito de cualquier servidor.
Los católicos tenemos el desafío del papa Francisco, y ahora la «letra», por intermedio de la Revista Criterio, de Stefano Zamagni y de Monseñor Casaretto para comenzar a «pensar» un nuevo orden menos desigual.
Monseñor Casaretto dice, sabiamente, que primero debemos preguntarnos si realmente estamos o no escandalizados por las diferencias tan irritantes de nuestra sociedad y si consideramos que estamos ante una situación de objetiva injusticia. Debo decir, no sin pena, que ante la denuncia del papa Francisco, el Consejo de redacción de nuestra revista sugiere ¡a misma Iglesia¡, evitar la sutil invasión de la “autonomía de lo temporal”.
¿ Están los miembros del Consejo de redacción de nuestra Revista Criterio escandalizados por las desigualdades? Son 17 miembro y un solo Sí, o No. Así de simple.
Amigo Lucas, hubo un tiempo en que Criterio era una revista de pensamiento abierto al mundo y preocupada por toda la realidad social.
Por ejemplo, en el mismo número que el artículo de Mons. Casaretto hay una interesante crítica al grupo de rock Los Caballeros de la Quema, que termina con los dos párrafos que copio abajo. Estoy entre aquellos que prefieren otra música, pero no ignoro ni menosprecio a priori otras formas de mostrarnos la realidad. Solo así se aprende a no ser dogmático.
«…
El trabajo presenta, por ejemplo, «Rajá Rata», que abre el CD (en alusión al presidente Menem, el ministro Corach y al capitán Astiz), «Me voy yendo» (reggae que recuerda a los Sumo) u «Oxidado», y «Madres», que cierra el trabajo y está dedicado a las madres de plaza de Mayo. «Van en ronda mareada / remando en silencio / a orillas de un tiempo / de grises y ausencias / de niebla en la voz», canta Noble.
Probablemente, muchos lectores de la revista no escuchen a Los Caballeros… Acaso sus gustos musicales estén en las antípodas de esta banda. Sin embargo, hay pasajes de su obra que vale la pena escuchar, en este disco sobre todo. El mensaje de ellos no desborda optimismo, pero tampoco es apocalíptico: es real, y aquí se apela a la paciencia y también a la memoria.»
MENSAJE DEL GRUPO DE CURAS EN LA OPCIÓN POR LOS POBRES CON MOTIVO DEL 27mo ENCUENTRO NACIONAL
«HAY QUE SEGUIR ANDANDO NOMÁS»
El grupo nacional de Curas en Opción por los Pobres nos hemos reunido esta semana en nuestro 27º encuentro anual. Desde la vida y la fe expresamos nuestra mirada de las presencias del Espíritu de Dios en la realidad, y aquellas en donde es rechazado.
· No podemos callar frente a la imposición global del capitalismo liberal que multiplica la desigualdad y la pobreza y acelera la concentración inmoral de la riqueza en manos de pocos. Mientras el patrón económico sea la acumulación de capital y las reglas del sistema estén solo en función de eso, no habrá salida para las situaciones más críticas que vivimos en el mundo y en nuestra patria.
· No podemos callar ante la presión de la usura internacional, de los fondos “buitres” y sus cómplices en nuestra tierra que responden genuflexos ante las voces imperiales siendo responsables de políticas que en nuestro país nos condujeron a la debacle, a la crisis más grave de nuestra historia, al hambre y la desocupación.
· No podemos callar frente a los dolores de los pobres, como la amenaza del virus del ébola, cuyo tratamiento fue priorizado sólo cuando se convirtió en amenazante para los países desarrollados; cuando miles y miles de inocentes son asesinados en la franja de Gaza desarmados e inertes ante el silencio cómplice y aberrante especialmente de las grandes potencias occidentales. Para este sistema injusto la vida de los pobres no vale nada.
· No podemos callar ante posturas eclesiásticas que simpatizan con políticas en favor de los poderosos y en contra de los pobres, que son indiferentes al neoliberalismo, y que se resisten a la continuidad de los juicios por los crímenes de lesa humanidad. Ante las condenas a los responsables del asesinato del obispo de La Rioja Enrique Angelelli, seguimos aguardando una palabra episcopal, omitida y negada por 40 años.
Pero a su vez celebramos y queremos compartir nuestra alegría porque
· Nos parece entender que el gobierno nacional confronta con los sectores poderosos que se niegan al necesario protagonismo regulador del Estado en favor del bien común con herramientas como la Ley de Abastecimiento, habituados como están a hacer siempre lo que quieren, en su propio beneficio y en perjuicio de la población entera;
· Celebramos la aparición de cada nieto restituido, en este caso – por todo su valor simbólico – la recuperación de la identidad tanto tiempo robada de Ignacio Guido Montoya Carlotto;
· Seguimos celebrando la democracia, que con todas sus – y nuestras – limitaciones, nos permite vivir en libertad, y celebrando la vida, a pesar de tantas sombras que tantos quieren arrojar en las calles de nuestra patria;
· Seguimos celebrando la unidad latinoamericana, solidariamente expresada con respecto a nuestro país en los últimos tiempos, y el encuentro de caminos y vidas, culturas y pueblos, de fe y de fiestas que se expresan en las distintas instancias en las que las diferencias nos unen y no nos distancian;
· Celebramos los derechos tan variados que se han ido adquiriendo y ampliando en todos estos tiempos recientes. Tenemos la esperanza que cual sea el resultado de las futuras elecciones estos derechos sean ratificados y el pueblo pueda sentirse feliz poseedor de lo que legítimamente le pertenece;
· Celebramos con nuestro pueblo su experiencia creyente, en el dolor y la fiesta, en la muerte y la vida y queremos seguir acompañando estos momentos de fe y de esperanza, aprendiendo de ellos y dejándonos con ellos conducir por el Espíritu;
· Las figuras de nuestros mártires, especialmente de Carlos Mugica, de quien conmemoramos 40 años de su martirio en meses pasados, y de Enrique Angelelli, a la vez que recordamos grandes obispos de nuestra patria, y de América Latina, como Carlos Ponce de León, Jaime de Nevares, Alberto Devoto, Oscar Romero y tantos otros miembros de las comunidades, curas, religiosos, laicos y laicas, sabiendo que en ellos y en su testimonio Dios nos marca un camino, nos señala un rumbo y nos habla de la Iglesia que debiéramos ser y vivir.
Creemos que el Espíritu de Dios guía la historia, acompaña e ilumina, aunque muchas veces no sepamos escucharlo. Y por eso celebramos cada encuentro de hermanos, cada espacio de vida y cada signo en el que queremos aprender a reconocer la presencia de Dios entre nosotros y la protección de la Virgen María.
Castelar (Buenos Aires), 21 de agosto de 2014