bingemerLa reconocida teóloga brasileña laica recorre las preocupaciones de la Iglesia de su país y recupera el protagonismo de la institución durante las últimas décadas.

–¿Cuáles han sido los alcances del Concilio Vaticano II en la Iglesia brasileña?

–Después del Concilio y hasta finales de los años ochenta hubo una recepción vigorosa de la primavera conciliar, sobre todo a nivel episcopal y laical. La conferencia episcopal brasileña fue una de las que asimiló el espíritu conciliar con mayor fuerza en la región, que se tradujo tanto en Medellín como en Puebla, con tres ejes principales: la opción por los pobres, la teología de la liberación y las comunidades eclesiales de base; éstas últimas formaron un nuevo tipo de laicado en el ámbito popular. Sobre todo se dio a partir de la difusión de la lectura de la palabra de Dios, que permitió una articulación de las bases de la Iglesia donde antes había una pastoral más centrada en los sacramentos y muy dependiente de un clero que no daba abasto en un país tan grande. Desde el inicio, los liderazgos de las comunidades eclesiales de base estuvieron en manos de laicos sobre todo de mujeres. En los noventa hubo una gran crisis de militancia, con la caída del muro de Berlín, la nueva disciplina eclesial introducida por el pontificado de Juan Pablo II y los nombramientos de obispos.

 

-¿Cuáles fueron los rasgos distintivos de la Iglesia brasileña en los años sesenta y setenta?

-La opción por los pobres, una nueva manera de hacer teología, gran apertura a la lectura e interpretación de la Biblia como configuradora de la vida cristiana, mayor participación de los laicos y de las mujeres, y un episcopado comprometido y valiente, que se jugó y arriesgó levantando la voz en la dictadura militar y defendiendo los derechos humanos.

 

-¿Cuánto hubo de mito y cuánto de realidad en la capacidad de transformación social de las comunidades eclesiales de base?

-Creo que hubo más realidad que mito, y que aún hoy perdura, si bien no son la solución para todo lugar y para todo tipo de comunidad y cultura. Han dado muy buenos resultados en el norte y nordeste del país, pero ya no son lo mismo en las ciudades grandes y desarrolladas como San Pablo o Río de Janeiro. En los medios rurales y en las periferias de estas grandes ciudades, sin embargo, representaron una evolución de los círculos bíblicos con el método verjuzgar- actuar. Fueron muy eficaces y transformadoras en términos de concientizar a los pobres de que podían ser protagonistas de su historia, que podían tomarla en sus manos: la mediación eclesial ubicándose entre la realidad oprimida del pobre y su liberación, puente y camino.

 

-¿Qué rol específico tuvieron las mujeres (religiosas y laicas) en las agrupaciones católicas de aquellos años?

-Un protagonismo muy importante. Las religiosas armaron la “cocina” de la teología de la liberación, fueron ellas las que se insertaron en los ambientes más pobres, suscitando hechos eclesiales importantes como la coordinación de comunidades y el liderazgo a nivel espiritual y litúrgico. Esas mujeres tuvieron una dedicación sin límites al pueblo hasta dar su sangre, como la hermana Dorothy Stang y tantas otras. A ellas les deben muchísimo las luchas y victorias de los pobres en Brasil.

 

-Un tema sensible a la Iglesia como institución, sobre todo para la jerarquía, es su relación con las dictaduras latinoamericanas de los años setenta. ¿Cómo explicarías el apoyo decidido que la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) le dio a la oposición al gobierno militar?

– En un primer momento, muchos obispos brasileños creyeron que los militares defendían del comunismo al mayor país católico del mundo. Pero poco tiempo después empezaron a ver que lo que se implantaba era la dictadura militar con sus terribles y duras consecuencias, incluida la tortura. Al constatarlo, los obispos empezaron a denunciar las violaciones a los derechos humanos y se transformaron en la oposición más tenaz y fuerte que tuvo que enfrentar el régimen militar y que, de

alguna manera, aceleró el derrumbe del régimen.

 

-¿Qué papel jugó la Iglesia en la etapa democrática? ¿Cómo ha sido su relación con los partidos políticos y los movimientos sociales?

-En los primeros años de la democracia la Iglesia pasó por un momento de desorientación: ya no había enemigo que combatir y la militancia entró en crisis con la caída de las utopías, los grandes cambios en el mundo y el ascenso de gobiernos neoliberales. Además, el pontificado de Juan Pablo II empezaba a nombrar obispos que pronto cambiarían el rostro del episcopado brasileño, del de América latina y de otros países. La Iglesia dejó de ser noticia en los medios y pasó a una especie de

ostracismo. Por otro lado, muchos obispos empezaron a denunciar en el exterior las injusticias que todavía se cometían, pero las opciones fundamentales, en la medida en que fue posible, se mantuvieron.

 

-¿Cuáles son hoy los temas prioritarios para la CNBB y en qué medida se adecuan a las demandas de la sociedad civil?

-El eje principal está en el documento de las conclusiones de la Conferencia latinoamericana de Aparecida: la misión continental y la formación de los discípulos misioneros, entre otros temas. También se observa la preocupación por una formación sólida en la fe y en la política, con acciones valientes como denunciar a los políticos que piden los votos de los cristianos pero no actúan éticamente. Al mismo tiempo hay una gran preocupación por temas de ética personal, bioética, moral sexual, aborto, ecología… Pero la Iglesia brasileña sigue centrada en los problemas sociales. Por ejemplo, la campaña de la fraternidad de este año es la relación con el dinero. También está presente con fuerza el diálogo con otras religiones y la preocupación porque muchos fieles hayan optado por las iglesias protestantes pentecostales.

 

-¿Cómo juzgarías el estado actual de la teología en América latina en cuanto a nuevos aportes temáticos, referentes intelectuales y diálogo con la teología europea?

-Creo que hemos vivido tiempos más brillantes y productivos. Y es natural: la teología latinoamericana ha sido muy golpeada. Sin embargo, hay algunos aportes que siguen siendo originales e interesantes, como la reflexión sobre teología y justicia. También la ecología, el género, la etnia. De esta manera creo que la teología de la liberación ha ensanchado su abanico y ha rescatado otras “pobrezas” antropológicas más culturales que económicas pero igualmente importantes. También ha habido buenas y originales contribuciones en el diálogo ecuménico e interreligioso, clave en el continente por la pluralidad que existe. Hoy no se puede hacer teología cristiana sin tener en cuenta esta pluralidad.

 

-¿Qué reflexión te merecen los escándalos de pedofilia en la Iglesia católica?

-Creo que ahora el Vaticano ha dado los pasos debidos, con medidas claras para el futuro, anunciadas por los medios de comunicación. Eso es lo que puede y debe hacer. Así se tranquilizan las familias y las víctimas, y la Iglesia recupera su credibilidad. Creo que hay una especie de fobia de los medios para con la Iglesia católica que los lleva a magnificar los hechos cuando suceden en el marco de la institución. Por otro lado, considero un error de la Iglesia el haber intentado camuflar los hechos, aunque lo hiciera con la mejor de las intenciones. El Papa fue valiente: reprendió a los obispos que no denunciaron esos comportamientos y ahora nadie puede decir que le falta firmeza. La crisis es muy lamentable, pero creo que ahora vemos transparencia y verdad y podemos caminar hacia un momento mejor.

 

 

1 Readers Commented

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  1. Graciela Moranchel on 12 mayo, 2010

    La preocupación porque muchos fieles hayan optado por las iglesias pentecostales que señala María Clara Bingemer, parece tener su raíz en la polarización que han desarrollado los sacerdotes de la Iglesia brasileña con el fin de solucionar los múltiples problemas sociales y económicos. Tal vez se hayan quedado en una pastoral más de las «urgencias» y de la «beneficencia», y hayan dejado de lado una perspectiva más espiritual y más mística.
    La experiencia viva de Cristo que algunos hermanos pentecostales refieren haber experimentado en sus comunidades, dista mucho de la espiritualidad más bien «receptiva», fría y falta de expresividad que se vive en el interior de nuestra iglesia católica.
    Una necesaria renovación de la Iglesia requiere volver a las fuentes de la espiritualidad más genuina: un mayor esmero en la profundización de la Palabra de Dios, una mayor libertad y expresividad celebrativas, una menor distancia entre clero y laicado, una vivencia más comunional de la Iglesia y de los misterios de la fe.
    La genuina preocupación de la Iglesia brasileña por cubrir las necesidades humanas, no tendría que descuidar la necesidad imperiosa de proveer de alimento espiritual a nuestros hermanos, que, a falta del Pan que alimenta, van a buscarlo en otras iglesias vecinas. Para pensarlo.
    Un cariño saludo cordial,
    Graciela Moranchel

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