La conexión íntima entre el celibato y el ministerio sacerdotal se cristalizó en la conciencia de la Iglesia desde muy temprano. Hoy es lo primero que salta a la vista para la cultura, la opinión pública y la investigación científica.

A comienzos de año el diario alemán Süddeutsche Zeitung se hizo eco de un documento –hasta entonces inédito– publicado por la revista Pipeline, órgano de difusión del Círculo de Acción de Ratisbona (AKR), grupo de católicos críticos. Se trata del Memorando para la Discusión sobre el Celibato (1970), que nueve teólogos –Joseph Ratzinger entre ellos– dirigieron a los obispos alemanes, solicitándoles que propiciaran ante Pablo VI una revisión de la ley de celibato, que éste había confirmado en su encíclica Sacerdotalis caelibatus (1967). Ratzinger –hoy papa Benedicto XVI– tenía entonces 42 años y era profesor de teología. Entre los firmantes figuran Karl Rahner, Karl Lehmann (luego cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana) y Walter Kasper (hoy cardenal de la Curia romana). Los teólogos lamentan la ausencia de un “verdadero debate” sobre la cuestión que consideran necesario.

En nuestra web publicamos la traducción de la versión original alemana del Memorando junto a la encíclica de Pablo VI (www.revistacriterio.com.ar). A continuación transcribimos los conceptos principales de ambos documentos y los de Juan Pablo II y Benedicto XVI, en sendas exhortaciones postsinodales; la primera sobre la formación de los sacerdotes (1992) y la otra sobre la Eucaristía (2007) donde la cuestión del celibato se aborda tangencialmente: ambas ratifican la Sacerdotalis caelibatus. Destacamos también una reflexión del teólogo alemán Gisbert Greshake, autorizado especialista en lo referido al ministerio sacerdotal. Gustavo Irrazábal escribe la habitual reflexión final. Los lectores que deseen expresar sus opiniones pueden hacerlo en esta sección. En números siguientes, esta sección continuará con el tema.

Arturo Prins

Pablo VI / 1967 De la encíclica Sacerdotalis caelibatus (sobre el Celibato sacerdotal)
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La ley vigente del sagrado celibato debe también hoy, y firmemente, estar unida al ministerio eclesiástico; ella debe sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia (…)

La vocación sacerdotal, aunque divina en su inspiración, no viene a ser definitiva y operante sin la prueba y la aceptación de quien en la Iglesia tiene la potestad y la responsabilidad del ministerio para la comunidad eclesial; y por consiguiente, toca a la autoridad de la Iglesia determinar, según los tiempos y los lugares, cuáles deben ser en concreto los hombres y cuáles sus requisitos, para que puedan considerarse idóneos para el servicio religioso y pastoral de la Iglesia misma. (…) Cristo permaneció toda la vida en el estado de virginidad, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el sacerdocio en Cristo se refleja en los que tienen la suerte de participar de la dignidad y de la misión del mediador y sacerdote eterno, y esta participación será tanto más perfecta cuanto el sagrado ministro esté más libre de vínculos de carne y de sangre (…)

La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia “como señal y estímulo de caridad”; señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos. (…)

La consagración a Cristo, en virtud de un título nuevo y excelso cual es el celibato, permite además al sacerdote, como es evidente también en el campo práctico, la mayor eficiencia y la mejor actitud psicológica y afectiva para el ejercicio continuo de la caridad perfecta, que le permitirá, de manera más amplia y concreta, darse todo para utilidad de todos (2Cor 12, 15) (…)

No se puede asentir fácilmente la idea de que con la abolición del celibato eclesiástico, crecerán por el mero hecho y de modo considerable, las vocaciones sagradas: la experiencia contemporánea de la Iglesia y de las comunidades eclesiales que permiten el matrimonio a sus ministros, parece testificar lo contrario. La causa de la disminución de las vocaciones sacerdotales hay que buscarla en otra parte, principalmente, por ejemplo, en la pérdida o en la atenuación del sentido de Dios y de lo sagrado en los individuos y en las familias, de la estima de la Iglesia como institución salvadora mediante la fe y los sacramentos; por lo cual, el problema hay que estudiarlo en su verdadera raíz. (…)

No es justo repetir todavía, después de lo que la ciencia ha demostrado ya, que el celibato es contra la naturaleza, por contrariar exigencias físicas, psicológicas y afectivas legítimas, cuya realización sería necesaria para completar y madurar la personalidad humana: el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (Gén 1, 26-27), no es solamente carne, ni el instinto sexual lo es en él todo; el hombre es también, y sobre todo, inteligencia, voluntad, libertad; gracias a estas facultades es y debe tenerse como superior al universo; ellas le hacen dominador de los propios apetitos físicos, psicológicos y afectivos. (…)

El deseo natural y legítimo del hombre de amar a una mujer y de formarse una familia son, ciertamente, superados en el celibato; pero no se prueba que el matrimonio y la familia sean la única vía para la maduración integral de la persona humana. En el corazón del sacerdote no se ha apagado el amor. La caridad, bebida en su más puro manantial (1Jn 4,8-16), ejercitada a imitación de Dios y de Cristo, no menos que cualquier auténtico amor, es exigente y concreta (1Jn 3,16-18), ensancha hasta el infinito el horizonte del sacerdote (…)

Joseph Ratzinger y otros teólogos / 1970

MEMORANDO PARA LA DISCUSIÓN SOBRE EL CELIBATO

Los abajo firmantes, de la confianza de los obispos alemanes, elegidos en calidad de teólogos por la Conferencia Episcopal Alemana para tratar sobre cuestiones de la fe y la moral, se sienten obligados a presentar a los obispos alemanes las siguientes consideraciones. Nuestras reflexiones incluyen la necesidad de una revisión urgente y una mirada diferenciada de la ley del celibato de la Iglesia latina para Alemania y la Iglesia universal (debido a que ambos puntos de vista no pueden separarse completamente unos de otros). Si se quiere llamar a este nuevo examen «debate» o no es un problema secundario, terminológico. Sobre la cuestión de cómo se podría hacer esta revisión, se dirá algo más adelante. (Ver especialmente V).

I

La urgente necesidad de esta revisión no prejuzga en absoluto sobre la decisión de lo que deba surgir como resultado o de lo que concretamente resulte. Esta petición no es un reclamo de opositores al celibato sacerdotal. Los abajo firmantes tampoco han acordado hasta ahora una visión común de lo que ellos creen en particular sobre la cuestión de fondo. Pero todos están convencidos de que es apropiado y necesario que este examen se lleve a cabo en un alto y en el más alto nivel de la iglesia. Sólo para tal fin se redactaron las siguientes palabras, y no tocan ya el contenido específico de tal «discusión» en sí misma. Los firmantes pedimos a los Obispos alemanes no malinterpretar las consideraciones aquí presentadas como una lucha contra el celibato en sí.

Estamos convencidos de que el celibato libremente escogido como lo propone Mateo 19 no sólo representa una manera de existencia cristiana con sentido, esencial en todo momento para la iglesia como signo indispensable de su carácter escatológico, sino que también existen buenas razones teológicas para la relación entre la libre elección del celibato y el sacerdocio, ya que este ministerio requiere una amplia y definitiva entrega del ministro al servicio de Cristo y su Iglesia. En este sentido, ratificamos lo que recientemente se afirmó sobre el celibato en la «Carta de los obispos alemanes sobre el ministerio sacerdotal» (véase el apartado 45, 4to. párrafo; apartado 53, 2do. párrafo). Del mismo modo, también estamos convencidos de que, sin perjuicio del resultado de la discusión, el sacerdocio célibe permanecerá siendo una forma esencial del sacerdocio en la Iglesia latina. Además resulta claro que, en nuestra Iglesia, el sacerdocio célibe debe permanecer –a diferencia de la práctica protestante- como forma auténtica y real del el clero secular, ya que, también en la conciencia pública social y psicológica, la vida soltera sin lugar a duda es asumida como un deber ante la Iglesia. Sin duda alguna los sacerdotes ya ordenados por supuesto no pueden ser liberados sencillamente y en forma general de sus promesas en la ordenación por una legislación nueva, posiblemente modificada, resulte ésta como resulte. En principio, una vez que el celibato es libremente escogido, obliga, y no se puede transformar en un compromiso revocable. A partir de estas razones, un verdadero debate de la ley del celibato no debe incrementar la confusión en nuestros seminarios sacerdotales hasta lo insostenible o provocar mayoritariamente una suspensión de todas las decisiones en los jóvenes. Nuestra solicitud, por tanto, no debe identificarse sólo con el tipo de discusión o con la «solución» dada en Holanda a esta pregunta, aún cuando no deben ser ignoradas la necesidad común y la urgencia del problema para la Iglesia universal.

Por lo tanto, el planteo de la revisión aquí mentada cuestiona, si la forma en la que se dio la existencia sacerdotal hasta la actualidad en la Iglesia latina pueda ser la única forma de vida y deba seguir siéndolo. Son conocidas las objeciones presentadas a menudo en contra de dicha revisión; en realidad concretamente sólo podría darse una forma de vida sacerdotal; en el caso de aprobarse otras formas de vida, habría de esperarse la desaparición del sacerdote célibe. Somos conscientes de estas razones. Pero quien de antemano considera como superfluo este esclarecimiento, parece tener poca fe en el poder de este consejo del evangélico y en la gracia de Dios, de la que luego en otro lugar afirma que está operando – no la mera «ley» – sino este don de Cristo. (Esto no está claro)

II

Ciertamente, esta revisión puede llevarse a cabo. – Es que no es teológicamente correcto que en las nuevas situaciones históricas y sociales algo no se pueda revisar y, en ese sentido, no se pueda «discutir» lo que es una ley humana en la Iglesia (mandato del celibato) por una parte y, por otra, lo que existe como una realidad aceptada en otro ámbito de la Iglesia (véanse las Iglesias de Oriente). Afirmar lo contrario no encuentra sustento en ningún argumento teológico serio. Si se dijera, que el principal pastor de la Iglesia prohíbe este «debate» y que para exigirlo posee por lo menos razones psicológicas muy buenas y por tanto de peso (debido a que un debate adicional está minando la voluntad real al celibato en la iglesia), deberá responderse al menos lo siguiente:

a) En la posición, que la doctrina eclesiástica del Concilio Vaticano II asigna a los obispos, éstos no pueden ser liberados por dicha declaración papal (siempre y cuando haya acontecido) de su propia responsabilidad de reconsiderar por sí mismos y específicamente en modo novedoso esta pregunta; el Papa tampoco puede aliviarlos de esta responsabilidad. Ellos no son funcionarios papales o simplemente ejecutores de su voluntad, sino como un cuerpo (junto al sucesor de Pedro), verdadero soporte del máximo poder de toma de decisiones en la Iglesia. En tanto claustro, por lo menos son interlocutores dignos de ser escuchados por el Papa (aún cuando éste pueda hacer uso de su poder primacial!) y aunque un consejo de esta índole sea tomado con reticencia (ver a Pablo y Pedro: Ga. 2). Pero para cumplir con esta tarea, los obispos deben revisar tal pregunta entre ellos de modo colegial y por su propia iniciativa. Si hasta un simple subordinado tiene el derecho y la obligación de cuestionarse, si no debe y puede presentar sus preocupaciones y advertencias en cuestiones importantes a su superior, aun sin serle requerido, ¿cuánto más es válido este principio también para los obispos de la Iglesia Católica frente al Papa? Y justamente esto requiere de una reconsideración especial de la cuestión.

Hubiese sido mucho mejor, si los ministros responsables de la Iglesia hubieran considerado ya hace unos años seriamente y con detalle la situación creada. Entonces, las reflexiones necesarias probablemente hubiesen transcurrido en una atmósfera más apropiada para el asunto y no cargadas de tanta emotividad. Esto no altera el hecho de que la mentada revisión se ha vuelto más urgente hoy día.

b) Es sabido que ya está en marcha una discusión, y es un hecho duro y crudo a tener en cuenta, que esta disputa continúa. Si no avanza en el nivel más alto, lo hace, ciertamente, en los niveles inferiores (por no hablar de los medios de comunicación). Sin embargo, si continúa sólo aquí, se espera que cobre formas que colocarán a los obispos ante situaciones muy difíciles, sencillamente intolerables, como por ej. las encuestas públicas, que perjudican en extremo su autoridad ; desobediencia manifestada colectivamente; renuncias masivas de sacerdotes a su vida sacerdotal, etc. Tampoco es cierto – como lo demuestra el ejemplo de Roboam en el Antiguo Testamento – que cualquier dureza en el mantenimiento de una posición garantice la victoria, y cada «ceder» conduzca a la derrota (ver l Reyes 11 – 12). Los que deciden adherir a la legislación vigente del celibato, deberían haber defendido en el transcurso de los últimos años argumentos prácticamente convincentes con un espíritu de coraje y compromiso, es decir utilizando una táctica «ofensiva». En su lugar, en gran medida se han escudado detrás de la «ley», y fueron los regentes, los espirituales y otros los que quedaron peleando en el frente concreto. Ahora sale a la luz esta situación y empuja sin descanso a encontrar una respuesta valedera.

III

Estas consideraciones deben tenerse en cuenta al abordar una revisión. – No es cierto que todo resulta claro y seguro en esta cuestión y que deba mantenerse lo establecido exclusivamente en base a la confianza en Dios y al valor. Honestamente hay que reconocer que la encíclica «Sacerdotalis Coelibatus”, del 24 de junio de 1967 no dice nada acerca de muchos temas, en los cuales debería haberse explayado, y que en algunos aspectos incluso queda por detrás de la teología del Concilio Vaticano II (por no hablar de la forma de discurso elegida para desplegar la cuestión). En cualquier caso, resultó ser muy ineficiente y ha provocado en los sacerdotes jóvenes más bien la impresión de que se está defendiendo algo, que luego caerá , tal como ha ocurrido en varias combates de retirada de la Iglesia oficial (véanse, por ejemplo, tan sólo las diferentes fases de la reforma litúrgica ). Es necesario repensar muchos temas con mayor precisión en cuanto a las cuestiones psicológicas, sociológicas, jurídicas, espirituales, morales y teológicas, y en vista de los problemas frecuentemente pasados por alto surgidos de la concreta forma de vida del sacerdocio célibe de hoy (inclusive las cuestiones referidas a formas todavía hoy día indignas para disponer la dispensa al celibato).

Tampoco es cierto, que la totalidad del problema de la insuficiencia de sacerdotes no guarde relación con estas consideraciones. Por supuesto, la escasez de sacerdotes no es causada únicamente por el requisito del celibato, sino posee además múltiples y más profundas causas. Pero sería erróneo concluir que las dos cuestiones no tienen nada que ver entre ambas. Si, sin modificación de la ley del celibato no es posible ganar un aumento suficientemente importante de sacerdotes – y esta pregunta es también para nuestro país aún una amenaza abierta – entonces la Iglesia sencillamente tiene el deber de realizar alguna modificación. La convicción, de que Dios obtendría siempre en cualquier caso suficientes sacerdotes célibes por su gracia, es una esperanza buena y piadosa, pero teológicamente imposible de demostrar, y no puede permanecer en estas consideraciones como punto de vista único y decisivo. Especialmente los jóvenes sacerdotes que aún tienen un largo trayecto de su vida sacerdotal por delante y una exigencia cada vez mayor en su servicio a la Iglesia, se preguntan, en vistas de la escasez cada vez más aguda de sacerdotes, de qué manera resolverán estos problemas de la vida de la iglesia y de su propio destino en los próximos años, cuando ellos mismos deban asumir mayor responsabilidad. Para ellos, la mirada idealizada hacia atrás no alcanza, aún cuando ellos mismos mantengan su modo de vida previamente elegido.

De cualquier modo, es imperioso hacer una advertencia sobre el argumento, según el cual el número real de católicos en el futuro será en poco tiempo lo suficientemente pequeño, que un número menor de clero célibe alcanzará. Si tal vez tenemos que prever por diversas razones un desarrollo en esta dirección, esto no deberá ser la causa que devenga en un derrotismo o en una ideología del «pequeño resto». La Iglesia debe tener fuerzas misioneras para la ofensiva, siempre donde exista una posibilidad. La legislación anterior acerca del celibato desde luego no puede entenderse como una referencia absoluta para las reflexiones, según la cual deban orientarse con exclusividad todas las demás consideraciones eclesiásticas y pastorales. Si pese a los «graves reparos» el Papa mismo aparentemente no rechaza la idea de la consagración de hombres mayores casados («viri probati») a priori y absolutamente como indiscutible (de hecho, en algunos casos ya se está haciendo), entonces implícitamente se acepta la nueva revisión de la legislación vigente del celibato y su práctica. A su vez debemos admitir – por lo que percibimos en nuestros estudiantes de teología – que a menudo tenemos la impresión, de que nuestra actual reglamentación en gran medida conduce no sólo a una disminución en el número de candidatos para el sacerdocio, sino también a un empobrecimiento del talento, y por tanto a una reducción en las exigencias y la eficacia de los sacerdotes aún disponibles; sin perjuicio de un número muy reducido de teólogos muy talentosos, que a menudo se acercan a nosotros con el propósito de una segunda formación. Los que aseguran a su obispo no tener ninguna dificultad con respecto a la aceptación del celibato, no han demostrado por esto de modo concluyente que son aptos para la consagración.

Todavía queda abierta la pregunta, hasta qué punto estas explicaciones pueden plantearse sin despertar reservas internas y ser tomadas con seriedad por los obispos. Casi en todas partes experiencias recientes documentan nuestra duda. Por su parte, los resultados de los votos a favor o en contra del celibato obtenidos o esperables entre los alumnos dan lugar a muy serios reparos. La situación real es muy alarmante en la mayoría de las casas de estudio y seminarios.

IV

Cuando se trata de un asunto, que no es dogmático en sentido estricto, el legislador eclesiástico también tiene la obligación de considerar debidamente el impacto de su legislación (incluyendo la adhesión a esta misma). En primer lugar, deben enfocarse los efectos que por una parte son previsibles y por otra parte son los más dañinos (en comparación con sus buenas intenciones). Esto vale incluso, si los efectos «en sí» no se producirían y en cierto modo representasen una reacción indeseada de aquellos, que están afectados por esta «ley». Además, un legislador de la Iglesia no puede limitarse a decir: nuestra “ley “ y nuestras intenciones son en sí mismas buenas por su contenido, son formalmente legítimas y sólo pueden tener buenos resultados, siempre que esta «ley» sea acatada (como debería ser). Cada legislador a su vez debe reflexionar sobre las consecuencias reales de sus disposiciones. Esta consideración sencilla, a primera vista aparentemente abstracta, pero de ninguna manera secundaria, no parece efectuarse siempre suficientemente. Ya hemos fijado la vista en esta cuestión de modo objetivo en cuanto al cumplimiento del mandato de la Iglesia y del ministerio (prioridad del servicio de salvación pastoral, escasez de sacerdotes, los requisitos cualitativos del sacerdote, etc.)

Este problema, empero, también debe pensarse en cuanto a la viabilidad de la vida de celibato de los sacerdotes jóvenes de hoy (véase, por ejemplo, la cuestión de la atención en el hogar – «ama de casa»; el creciente aislamiento y la pérdida de verdadero «reconocimiento» de numerosos sacerdotes en medio de muchas comunidades; la falta de nitidez de la imagen sacerdotal; la indecisión y la inestabilidad psicológica de cuantiosos jóvenes para llevar adelante hoy día en la sociedad sexualmente sobre-estimulada una «saludable» vida de celibato, etc.) La situación totalmente modificada por todo esto no es por sí misma un argumento concluyente contra la ley del celibato, pero requiere sin embargo una revisión muy seria de la cuestión desde numerosos puntos de vista.

V

1. El nuevo examen sobre la cuestión del celibato debería ser realizado por los obispos alemanes entre sí, en primer lugar. Por supuesto, deberían ser invitados a participar expertos de todos los ámbitos que puedan aportar un esclarecimiento real a esta cuestión. Tampoco hay razones para excluir otros representantes imparciales, no manipulados y genuinos de los sacerdotes y sobre todo del clero más joven. En caso contrario, el episcopado sólo daría la impresión de no creer realmente en la fuerza interior de la recomendación evangélica del celibato «por el bien del Reino Divino”, sino únicamente en el poder de la autoridad formal. Tal inventario positivo y análisis del problema debe llevarse a cabo, a su vez, porque el asunto del celibato debe ser expuesto comprensiblemente y con sentido, mismo dentro de los condicionamientos de la opinión pública y de la sociedad actuales – en tanto esto sea posible – conociendo los límites muy claros de este esfuerzo. Constituirá un «estorbo», permanente pero no eximirá de ser presentado con los mejores argumentos, si se realiza una revisión seria y se puede arribar a resultados positivos (ver también más arriba la sección l). Por más que sepamos, que el celibato es ante todo un fruto de experiencia espiritual, como representantes de la ciencia teológica, tenemos que llamar la atención sobre la función positiva, esclarecedora e indispensable de una revisión.

2. Además, estamos convencidos de que los obispos alemanes deben propiciar ante Pablo VI una revisión seria de la ley de celibato y sugerir aclaraciones y medidas pertinentes. Los obispos tienen el derecho a esto y, en la situación actual, creemos también una real obligación. Un verdadero «debate», que ya debiera haberse producido en lugar de la charla pública, tampoco sería un precedente para una respuesta negativa a la cuestión. Dicha revisión no debería realizarse bajo la premisa, que la Iglesia y el Papa se encuentren sólo ante el dilema de «abolir» el celibato o mantener la legislación y práctica vigentes sin todos los matices. El dilema así planteado no existe. Creemos que esta cuestión de Roma sólo puede resolverse en cooperación verdaderamente sincera y colegial con el episcopado del mundo. Cualquier proceder según los últimos pasos pone en extremo peligro la autoridad efectiva del ministerio eclesiástico (del Papa y los obispos). Pedimos a los obispos alemanes una pronta intervención en Roma, en vistas de la evolución reciente de este asunto. La experiencia hecha con «Humanae Vitae» y también en nuestra presente cuestión (sobre todo en los últimos 10 días) demuestra lo que ocurre y como las dificultades van en aumento casi trágico, si falta la cooperación. Esta opinión no cuestiona ni limita la primacía papal. Es sólo la aplicación de la afirmación implícita, que también el Papa debe utilizar en sus decisiones las “apta media» para encontrar la decisión adecuada. En la situación actual, esta cooperación con el episcopado mundial es, al tratar estas cuestiones, prácticamente parte de estas “apta et – hodie necessaria – media”, y no un simple «simulacro de disputa”.

Tal vez nuestra opinión sea rotulada con el veredicto de la ambigüedad o incluso de la contradicción, y sea pasada por alto. Pero las reales dificultades descansan en la situación objetiva muchas veces confusa, resultado de diversos factores. Hemos querido enfrentarnos a esta situación, sin ignorar la fuerza y la exigencia del Evangelio. No debemos hacer prescripciones a los obispos alemanes. Pero tenemos el derecho y el deber de decir en esta grave situación a los miembros de la Conferencia Episcopal Alemana, basándonos en nuestro ministerio como teólogos y en nuestra misión como consultores con todo respecto a la dignidad y gran responsabilidad de su cargo, que deben tomar una nueva iniciativa en el asunto del celibato y no pueden considerarse dispensados sólo debido a la práctica actual de la Iglesia y a las declaraciones del Papa.

9 de febrero de 1970

suscribe Ludwig Berg, Mainz
suscribe Alfons Deissler, Freiburg
suscribe Richard Egenter, München
suscribe Walter Kasper, Münster
suscribe Karl Lehmann, Mainz
suscribe Karl Rahner, Münster-München
suscribe Joseph Ratzinger, Regensburg
suscribe Rudolf Schnackenburg, Würzburg
suscribe Otto Semmelroth, Frankfurt

(Al final publicamos la versión en alemán)

Juan Pablo II / 1992

De la exhortación apostólica postsinodal Pastores Dabo Vobis (sobre la formación de los sacerdotes)

Los Padres sinodales han expresado con claridad y fuerza su pensamiento con una Proposición importante, que merece ser transcripta íntegra y literalmente: “Quedando en pie la disciplina de las Iglesias Orientales, el Sínodo, convencido de que la castidad perfecta en el celibato sacerdotal es un carisma, recuerda a los presbíteros que ella constituye un don inestimable de Dios a la Iglesia y representa un valor profético para el mundo actual. Este Sínodo afirma nuevamente y con fuerza cuanto la Iglesia Latina y algunos ritos orientales determinan, a saber, que el sacerdocio se confiera solamente a aquellos hombres que han recibido de Dios el don de la vocación a la castidad célibe (sin menoscabo de la tradición de algunas Iglesias orientales y de los casos particulares del clero casado proveniente de las conversiones al catolicismo, para los que se hace excepción en la encíclica de Pablo VI sobre el celibato sacerdotal). El Sínodo no quiere dejar ninguna duda en la mente de nadie sobre la firme voluntad de la Iglesia de mantener la ley que exige el celibato libremente escogido y perpetuo para los candidatos a la ordenación sacerdotal en el rito latino. El Sínodo solicita que el celibato sea presentado y explicado en su plena riqueza bíblica, teológica y espiritual, como precioso don dado por Dios a su Iglesia y como signo del Reino que no es de este mundo, signo también del amor de Dios a este mundo, y del amor indiviso del sacerdote a Dios y al Pueblo de Dios, de modo que el celibato sea visto como enriquecimiento positivo del sacerdocio”.

Es particularmente importante que el sacerdote comprenda la motivación teológica de la ley eclesiástica sobre el celibato. En cuanto ley, ella expresa la voluntad de la Iglesia, antes aún que la voluntad que el sujeto manifiesta con su disponibilidad. Pero esta voluntad de la Iglesia encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado. Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor.

Benedicto XVI / 2007

De la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (sobre la Eucaristía)

Respetando la praxis y las diferentes tradiciones orientales, es necesario reafirmar el

sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado con razón como una riqueza inestimable y confirmado por la praxis oriental de elegir como obispos sólo entre los que viven el celibato, y que tiene en gran estima la opción por el celibato que hacen numerosos presbíteros.

En efecto, esta opción del sacerdote es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega exclusiva de sí mismo por el Reino de Dios. El hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad, es el punto de referencia seguro para entender el sentido de la tradición de la Iglesia latina a este respecto. No basta con comprender el celibato sacerdotal en términos meramente funcionales. En realidad representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo. Dicha opción es ante todo esponsal; es una identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa. Junto con la tradición eclesial, el Concilio Vaticano II y los Sumos Pontífices predecesores míos, reafirmo la belleza e importancia de una vida sacerdotal vivida en el celibato, como signo que expresa la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios, y confirmo por tanto su carácter obligatorio para la tradición latina. El celibato sacerdotal, vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma.

Gisbert Greshake

Teólogo alemán, profesor emérito en teología dogmática y ecuménica (Universidad de Friburgo).

El celibato no es sólo un “signo escatológico”, sino que además es un constante “aguijón en la carne” (…) Precisamente la vida célibe representa una exigencia existencial elevada y es una norma según la cual un joven puede medir –y por cierto a lo largo de toda una vida– la seriedad de su compromiso y la intensidad con la que está dispuesto a poner su vida al servicio de Cristo.

Finalmente, aunque no sea lo de menor importancia, el celibato deja libre al sacerdote para ponerse de manera íntegra al servicio de la “causa de Cristo”. Aunque el celibato sólo pertenece al “derecho eclesiástico”, sin embargo está profundamente enraizado en la Sagrada Escritura, en la historia de la Iglesia y en la esencia del servicio ministerial. (…)

Cuando la Iglesia católica de Occidente presupone esta unidad como condición para impartir las sagradas órdenes, entonces expresa con claridad insuperable que sólo quiere tener como ministros a “carismáticos”, es decir, a personas que hayan recibido los dones especiales de gracia del Espíritu santo y aspiren a recibir más dones. Demuestra con esta praxis que, para ella, se trata de la unidad – atestiguada ya en la Escritura– entre ministerio sacerdotal y existencia sacerdotal. (…) La vinculación institucional entre el carisma y el celibato, por un lado, y la vocación al ministerio, por otro, no tiene por qué significar una limitación de la libertad, sino que puede muy bien significar –en sentido perfectamente bíblico– una invitación a “aspirar” a ese carisma.

El vínculo jurídico-institucional entre el ministerio sacerdotal y el celibato no debe suprimirse sin sustituir por algo lo que el celibato expresa y logra concretamente: la unidad entre la misión ministerial y la existencia del sacerdote. Por consiguiente, si alguien, basándose en buenas razones, está convencido de que en el futuro debe existir también la figura del sacerdote casado, tendrá que desarrollar un modelo en el que pueda quedar realizada esa unidad, de manera diferente pero análoga.

De su libro Ser sacerdote hoy Sígueme, Salamanca 2003, pp.381-90

Reflexión final

Celibato sacerdotal: el ideal y la realidad

La conexión íntima entre el celibato y el ministerio sacerdotal se cristalizó en la conciencia de la Iglesia desde muy temprano, cuando la visión de la sexualidad no permitía apreciar la real complejidad de semejante ideal.

Hoy, esta complejidad del celibato sacerdotal es lo primero que salta a la vista para la cultura, la opinión pública y la investigación científica. No se trata, sin embargo, de enfoques contradictorios: el primero se refiere ante todo al valor del celibato en sí mismo; el segundo se centra en su realización práctica; dos cuestiones que se relacionan, pero no se identifican entre sí.

En efecto, las estadísticas más serias, al mismo tiempo que señalan algunos datos preocupantes sobre vivencias fallidas del celibato, constatan la existencia de un porcentaje no despreciable de ministros célibes que logran vivir en este estado con relativo éxito, manifestado en la alegría de vivir, en la madurez, la creatividad y la fecundidad pastoral, lo que impide cuestionar la disciplina actual de modo indiscriminado.

Sin embargo, los numerosos fracasos constituyen un serio desafío, ante todo en lo referente a la selección y formación de los candidatos al sacerdocio, y al acompañamiento de los ya ordenados, más allá de los progresos verificados en las últimas décadas. Los criterios de selección se ven relajados muchas veces por una confianza excesiva en la obra de la gracia (que de ordinario perfecciona la naturaleza pero no la suple). En la formación, prevalece un discurso idealizado y voluntarista, poco apto para incidir eficazmente en la afectividad y en la conducta. Finalmente, a los ministros ya ordenados no se les brinda suficiente acompañamiento institucional, a la vez que se los inserta en estructuras que suelen favorecer el individualismo y el aislamiento. A mi juicio, mientras no se encaren adecuadamente estas cuestiones, un eventual cambio de la disciplina eclesiástica se parecerá más a una escapatoria que a una solución.

Aus dem Archiv

Anno 1970

Den Unterfertigten zur Erinnerung

MEMORANDUM ZUR ZÖLIBATSDISKUSSION

Die Unterzeichneten, die durch das Vertrauen der deutschen Bischöfe als Theologen in die Kommission für Fragen der Glaubens- und Sittenlehre der Deutschen Bischofskonferenz berufen worden sind, fühlen sich gedrängt, den deutschen Bischöfen folgende Erwägungen zu unterbreiten.

Unsere Überlegungen betreffen die Notwendigkeit einer eindringlichen Überprüfung und differenzierten Betrachtung des Zölibatsgesetzes der lateinischen Kirche für Deutschlandund die Weltkirche in ganzen (weil beide Gesichtspunkte nicht gänzlich voneinander getrennt werden können). Ob man diese erneute Prüfung «Diskussion» nennen will oder nicht, ist ein sekundäres, terminologisches Problem. Über die Frage, wie diese Überprüfung angestellt werden könnte, soll in folgenden noch einiges gesagt werden (vgl. bes. V).

I

Die dringliche Forderung nach einer solchen Überprüfung präjudiziert in keiner Weise eine Entscheidung darüber, was als Ergebnis resultieren soll oder faktisch herauskommt, Diese Petition ist keine Forderung von Gegnern des priesterlichen Zölibats. Die Unterzeichneten haben sich bis jetzt auch gar nicht zu einer gemeinsamen Ansicht darüber verständigt, was sie über die Sachfrage selbst im einzelnen meinen. Aber sie sind alle davon überzeugt, daß eine solche Überprüfung auf hoher und höchster kirchlicher Ebene angebracht, ja notwendig ist, Nur dazu soll im folgenden etwas gesagt werden, nicht aber schon zum konkreten Inhalt einer solchen «Diskussion» selbst. Die Unterzeichner bitten die deutschen Bischöfe, die hier unternommenen Überlegungen in keiner Weise als eine Bekämpfung dos Zölibats selber mißzuverstehen.

Wir sind davon überzeugt, daß die freigewählte Ehelosigkeit in Sinne von Mt 19 nicht nur eine sinnvolle Möglichkeit christlicher Existenz darstellt, die für die Kirche als Zeichen ihres eschatologischen Charakters zu jeder Zeit unabdingbar ist, sondern daß es auch gute theologische Gründe für die Verbindung von freigewählter Ehelosigkeit und priesterlichem Amt gibt, weil dieses Amt seinen Träger eben endgültig und umfassend in den Dienst Christi und seiner Kirche nimmt. In diesem Sinne bejahen wir, was jüngst in dem «Schreiben der deutschen Bischöfe über das priesterliche Amt» zum Zölibat gesagt wurde (vgl. Nr. 45,4.Absatz; Nr. 53,2.Ab­satz). Und in diesem Sinne sind wir auch davon überzeugt, daß unbeschadet des Ausgangs der Diskussion das ehelose Priestertum eine wesentliche Form des Priestertums in der lateinischen Kirche bleiben wird. Es ist darüber hinaus klar, daß in unserer Kirche für den Weltklerus – im Unterschied zur protestantischen Praxis – auch im psychologischen und gesellschaftlich-öffentlichen Bewußtsein ein eheloses Priestertum als echte und reale Möglichkeit bestehen bleiben muß, wobei das ehelose Leben durchaus als Verpflichtung auch der Kirche gegenüber übernommen wird. Es unterliegt auch keinem Zweifel, daß die schon geweihten Priester selbstverständlich nicht einfach generell und durch eine neue, möglicherweise modifizierte Gesetzgebung, wie immer sie ausfallen sollte, aus ihrem Versprechen bei der Weihe entlassen werden könnten. Im Prinzip bleibt der einmal frei übernommene Zölibat verbindlich und kann nicht in eine Verpflichtung auf Widerruf umgewandelt werden. Von diesen Gründen her braucht eine echte Diskussion des Zölibatsgesetzes die Verwirrung in unseren Priesterseminaren nicht bis zur Unerträglichkeit zu steigern oder zur weitgehenden Suspendierung aller Entscheidungen bei jungen Menschen zu führen. Unsere Bitte ist also auch nicht einfachhin mit der Art der Erörterung oder der «Lösung» dieser Frage in Holland zu identifizieren, wenn auch die gemeinsame Not und die Dringlichkeit des Problems für die ganze Weltkirche nicht außer acht gelassen werden dürfen.

Die Fragerichtung der hier gemeinten Überprüfung geht folglich nur dahin, ob die bisherige Weise, in der die priesterliche Existenz realisiert wird, in der lateinischen Kirche die einzige Lebensform sein könne und bleiben müsse. Die öfter vorgetragenen Einwände gegen eine solche Überprüfung sind bekannt; Es könne konkret nur eine Form des priesterlichen Lebens geben; im Falle der Zulassung anderer Lebensformen sei zu erwarten, daß der ehelose Priester aussterben würde. Wir verkennen diese Gründe nicht. Wer aber von vornherein deswegen eine solche Klärung für überflüssig hält, scheint uns wenig Glauben an die Kraft dieser Empfehlung des Evangeliums und an die Gnade Gottes zu haben, von der er dann an anderer Stelle wieder behauptet, sie – also nicht das bloße «Gesetz» – wirke diese Gnadengabe Christi.

II

Eine solche Überprüfung kann stattfinden. – Es ist theologisch einfach nicht richtig, daß man in neuen geschichtlichen und gesellschaftlichen Situationen etwas nicht überprüfen und in diesem Sinne «diskutieren» könne, was einerseits ein menschliches Gesetz (Gebot der Ehelosigkeit) in der Kirche ist und was als eine anerkannte Wirklichkeit in einem anderen Bereich der Kirche als reale Übung besteht (vgl. die Ostkirchen). Das Gegenteil zu behaupten, wird durch kein ernsthaftes theologisches Argument gestützt. Wenn gesagt würde, der oberste Hirte der Kirche verbiete eine solche «Diskussion» und er habe dafür mindestens psychologisch sehr gute und darum auch schwerwiegende Gründe (weil nämlich eine weitere Diskussion den faktischen Willen zum Zölibat in der Kirche untergrabe), so ist zu dieser Argumentation mindestens folgendes zu sagen:

a) Bei der Stellung, die die kirchliche Lehre des II. Vatikanischen Konzils den Bischöfen zuweist, können die Bischöfe durch eine solche päpstliche Erklärung (sie einmal im obigen Sinne vorausgesetzt) nicht aus ihrer eigenen Verantwortung entlassen werden, diese Frage auch selbst und eigens neu zu überdenken; diese Verantwortung kann ihnen auch der Papst nicht abnehmen. Sie sind keine Beamte des Papstes oder lediglich Exekutoren des päpstlichen Willens, sondern als Kollegium (mit dem Nachfolger Petri) selbst Träger höchster Entscheidungsgewalt in der Kirche. Als solches Kollegium sind sie auch mindestens anzuhörende Ratgeber des Papstes (auch wo der Papst von seiner eigenen Primatialgewalt Gebrauch macht!) , selbst wenn ein solcher Rat ungern gehört würde (vgl. Paulus und Petrus: Gal 2). Um diese Aufgabe aber erfüllen zu können, müssen die Bischöfe unter sich und kollegial in eigener Initiative eine solche Frage prüfen. Wenn schon ein einfacher Untergebener Recht und Pflicht hat, sich zu fragen, ob er den ihn Übergeordneten nicht in wichtigen Dingen ungefragt Bedenken und Warnungen vortragen dürfe und müsse, um wieviel mehr gilt dies auch für die Bischöfe in der katholischen Kirche, auch gegenüber dem Papst. Und eben dies verlangt eine eigene Prüfung der Angelegenheit.

Es wäre viel besser gewesen, die verantwortlichen Amtsträger der Kirche hätten schon vor ein paar Jahren ernsthaft und genau die entstandene Situation geprüft. Dann wären die notwendigen Überlegungen wahrscheinlich in einer Atmosphäre vorlaufen, die der Sache günstiger gewesen und nicht mit so viel Emotionen geladen worden wäre. Dies ändert aber nichts daran, daß die erwähnte Überprüfung heute noch dringender geworden ist.

b) Eine Diskussion ist bekanntermaßen schon in Gang, und es ist eine Tatsache, mit der hart und nüchtern zu rechnen ist, daß diese Auseinandersetzung weitergeht. Wenn sie nicht auf hoher und höchster Ebene fortgeführt wird, dann sicher auf den niedrigeren Stufen (ganz abgesehen von den Massenmedien). Wenn sie aber nur hier weitergeführt wird, dann ist zu erwarten, daß sie Formen annimmt, welche die Bischöfe vor äußerst schwierige Situationen stellen, die sie nicht leichten Herzens zulassen können, z. B. öffentliche Abstimmungen, die ihrer Autorität aufs höchste schaden; kollektiv sich äußernder Ungehorsam; Massenaustritte von Priestern aus ihrem priesterlichen Beruf usw. Es ist – wie schon das Beispiel Roboams im Alten Testament beweist – auch nicht wahr, daß jede Härte in der Aufrechterhaltung einer Position zum Sieg und jedes «Nachgeben» zum Untergang führt (vgl. l Kg 11 – 12). Diejenigen, welche entschieden für die bisherige Zölibatsgesetz­gebung eintreten, hätten sich im Laufe der letzten Jahre in einem Geist des Mutes und des persönlichen Engagements auch durch praktisch überzeugende Argu­mente einsetzen sollen, also in einer «offensiven» Taktik. Stattdessen hat man sich doch weitgehend hinter dem «Gesetz» verschanzt, und ließ Regenten, Spirituale und andere an der konkreten Front kämpfen. Diese Situation kommt nun an den Tag und drängt unaufhaltsam nach einer genuinen Antwort.

III

Solche Erwägungen in Sinne einer Überprüfung müssen angestellt werden. – Es ist nicht wahr, daß in dieser Frage alles klar bzw. sicher sei und daß man nur mit Gottvertrauen und Mut an dem Bisherigen festhalten müsse. Man muß ehrlich zugeben, daß die Enzyklika «Sacerdotalis Coelibatus» vom 24. Juni 1967 über vieles nichts sagt, worüber hätte gesprochen werden müssen, und daß sie in manchem sogar hinter der Theologie des Zweiten Vatikanischen Konzils zurückbleibt (ganz abgesehen von der gewählten Sprachform, in der über diesen Sachverhalt die Rede ist). Auf jeden Fall ist sie höchst ineffizient geblieben und hat bei jungen Priestern eher den Eindruck erweckt, hier werde etwas verteidigt, was dann doch fallen werde, so wie es in manchen Rückzugsgefechten der amt­lichen Kirche geschehen ist (vgl. z.B. nur die verschiedenen Phasen der Liturgiereform). Es ist sehr vieles ge­nauer zu überlegen hinsichtlich psychologischer, soziolo­gischer, rechtlicher, spiritueller, moralischer und theologischer Fragen und in Blick auf die häufig zu sehr übersehenen Probleme der konkreten Lebensform des heutigen ehelosen Priestertums (bis zu den Fragen über auch heute noch unwürdige Formen, unter denen sich die Dispens von der Zölibatsverpflichtung abspielt).

Es ist auch nicht so, daß das ganze Problem des Priestermangels in Zusammenhang dieser Überlegungen keine Rolle zu spielen habe. Natürlich ist der Priestermangel nicht allein durch die Zölibatsverpflichtung bedingt, sondern hat auch viele andere und tiefer liegende Gründe. Es wäre aber dennoch falsch, daraus zu schließen, daß die beiden Dinge gar nichts miteinander zu tun hätten. Wenn ohne Modifizierung der Zölibatsgesetzgebung ein genügend großer Priesternachwuchs nicht zu gewinnen ist – und diese Frage ist auch für unser Land immer noch bedrohlich offen – , dann hat die Kirche einfach die Pflicht, eine gewisse Modifizierung vorzunehmen. Die Überzeugung, daß Gott auf jeden Fall genügend ehelose Priester durch seine Gnade zu allen Zeiten erwirken werde, ist eine gute und fromme Hoffnung, theologisch aber unbeweisbar und kann in diesen Überlegungen nicht der einzige, ausschlaggebende Gesichtspunkt bleiben. Gerade die jungen Priester, die noch einen großen Teil ihres priesterlichen Lebens und ein steigendes Ausmaß ihres Dienstes für die Kirche vor sich sehen, fragen sich angesichts dieses akuter werdenden Priestermangels, wie diese Lebensprobleme der Kirche und ihres eigenen Amtes in einigen Jahren noch gemeistert werden können, wenn sie selbst einmal größere Verantwortung übernehmen müssen. Für sie genügt der ideale Blick nach rückwärts nicht, auch wenn sie selbst an der von ihnen gewählten Lebensform festhalten.

Es ist auch dringend vor der Argumentation zu warnen, die Zahl der wirklichen Katholiken werde in Zukunft sehr rasch so klein sein, daß auch ein zahlenmäßig kleiner eheloser Klerus genügen werde. Wenn wir vielleicht auch aus den verschiedensten Gründen eine solche Entwicklung in etwa vorauszusehen haben, so darf so etwas dennoch nicht zum Grund eines resignierenden Defaitismus oder zu einer Ideologie des «kleinen Restes» gemacht worden. Die Kirche muß missionarische Kräfte zur Offensive haben, wo immer eine solche möglich ist. Die bisherige Zölibatsgesetzgebung kann jedenfalls nicht zum absoluten Fixpunkt der Überlegungen gemacht werden, nach dem sich alle anderen kirchlichen und pastoralen Erwägungen ausschließlich zu richten hätten. Wenn bei allen «schwersten Bedenken» selbst der Papst offenbar die Vorstellung der Weihe älterer verheirateter Männer («viri probati») nicht von vornherein und schlechterdings als indiskutabel zurückweist (sie wird ja auch in einigen Fällen schon praktiziert), dann ist doch schon damit gesagt, daß neue Überlegungen die bisherige Zölibatsgesetzgebung und -praxis überprüfen können. Wir müssen auch – soweit wir unsere Theologiestudenten kennen – gestehen, sehr oft den Eindruck zu haben, daß die jetzige Regelung bei uns in einen nicht unerheblichen Ausmaß nicht bloß zu einer Schrumpfung der Zahl der Priesteramtskandidaten, sondern auch zu einer Senkung der Begabung, damit faktisch der Anforderungen und auch der Einsatzfähigkeit der künftig noch zur Verfügung stehenden Priester führt; dies gilt unbeschadet einer sehr kleinen Zahl hochbegabter Theologen, die nicht selten über ein Zweitstudium zu uns stoßen. Diejenigen, die ihrem Bischof versichern, sie hätten hinsichtlich der Übernahme des Zölibats keine Schwierigkeiten, haben dadurch noch längst nicht bewiesen, daß sie für die Weihe geeignet sind.

Dabei bleibt auch die Frage noch offen, wie weit solche Erklärungen wirklich ohne innere Vorbehalte gegeben werden und von den Bischöfen ernst genommen werden können. Jüngste Erfahrungen be­legen dies fast überall. Die gegebenen oder zu befürchtenden Abstimmungsergebnisse über den Zölibat unter den Alumnen veranlassen ihrerseits sehr ernste Bedenken. Die wirkliche Lage ist in den meisten Konvikten und Seminaren höchst alarmierend.

IV

Wo es sich um eine Sache handelt, die kein Dogma im strengen Sinne ist, hat auch ein kirchlicher Gesetzgeber die Pflicht, die Auswirkungen seiner Gesetzgebung (einschließlich des Festhaltens an einer solchen) gebührend mitzuberücksichtigen. Dabei muß zuerst an jene Auswirkungen gedacht werden, die einerseits voraussehbar sind und anderseits einen größeren Schaden (im Vergleich zum Guten seiner Absichten) bewirken. Dies gilt auch dann, wenn diese Auswirkungen «an sich» nicht zu sein brauchten und in gewisser Weise eine nicht sein sollende Reaktion derer darstellen, die von einem solchen «Gesetz» betroffen werden. Auch ein kirchlicher Gesetzgeber kann nicht bloß sagen: Unser «Gesetz» und unsere Absichten sind an und für sich inhaltlich gut, formal legitim und können nur gute Folgen haben, sofern dieses «Gesetz» (wie es sein sollte) beachtet wird. Jeder Gesetzgeber muß auch die faktischen Folgen seiner Anordnungen mitbedenken. Diese einfache, im ersten Augenblick abstrakt erscheinende, aber keineswegs nebensächliche Erwägung scheint nicht überall hinreichend angestellt zu werden. Wir haben diese Frage schon objektiv von seiten der Erfüllung des kirchlichen Auftrags und des Amtes her in den Blick gefaßt (Vorrangigkeit des pastoralen Heilsdienstes, Priestermangel, qualitative Anforderungen an den Priester usf.). Dieses Problem ist aber auch von der Realisierbarkeit des ehelosen Lebens des heutigen jungen Priesters her zu bedenken (vgl. z.B. die Frage der häuslichen Versorgung – «Haushälterin»; Die zunehmende Vereinsamung und der Verlust echter «Anerkennung» bei vielen Priestern inmitten vieler Gemeinden; die Unsicherheit des Priesterbildes; die Entscheidungsschwäche und die psychische Labilität vieler junger Menschen, in der heutigen sexuell überreizten Gesellschaft ein «gesundes» eheloses Leben führen zu können usw.). Die dadurch im ganzen stark veränderte Situation ist für sich noch kein durchschlagendes Argument gegen das Zölibatsgesetz, verlangt aber eine sehr ernsthafte Überprüfung der Frage unter sehr vielenGesichtspunkten.

V

1. Die Neuüberprüfung der Zölibatsfrage müßte von den deutschen Bischöfen zunächst unter sich geschehen. Selbstverständlich wären dabei Fachleute aus allen Gebieten heranzuziehen, die für eine wirkliche Klärung dieser Frage in Betracht kommen. Es ist auch nicht einzusehen, warum hierbei nicht unbefangene unmanipulierte und wirkliche Vertretungen der Priester und vor allem der jüngeren Geistlichen herangezogen werden könnten. In einem anderen Falle würde der Episkopat nur den Eindruck erwecken, er glaube gar nicht wirklich an die innere Kraft der evangelischen Empfehlung des ehelosen Lebens «um des Himmelreiches willen», sondern nur an die Macht einer formalen Autorität. Eine solche positive Bestandsaufnahme und Aufarbeitung des Problems muß auch deswegen stattfinden, weil die Sache des Zölibats selbst unter den Bedingungen der heutigen Öffentlichkeit und Gesellschaft – soweit dies nur geht – bei allem Wissen um sehr deutliche Grenzen dieses Bemühens verständlich und sinnvoll dargestellt werden muß. Er wird ein «Ärgernis» bleiben, aber dies entbindet nicht, ihn mit den besten Gründen werbend zu empfehlen, falls eine Überprüfung ernsthaft angestellt wird und zu positiven Ergebnissen kommen kann (vgl. auch oben Abschnitt l). Wenn wir auch wissen, daß der Zölibat primär eine Frucht geistlicher Erfahrung ist, so müssen wir doch auch als Vertreter der theologischen Wissenschaft auf diese positive, klärende und unumgängliche Funktion einer Überprüfung aufmerksam machen.

2. Wir sind darüber hinaus auch der Überzeugung, daß der deutsche Episkopat bei Paul VI. für eine ernsthafte Überprüfung der Zölibatsgesetzgebung und seiner eigenen Erklärungen und Maßnahmen eintreten sollte. Dazu haben die Bischöfe das Recht und nach unserer Meinung in der heutigen Situation auch eine wirkliche Pflicht. Eine echte «Diskussion», die schon längst an die Stelle des öffentlichen Geredes hätte treten sollen, würde auch hier kein Präjudiz für eine negative Lösung der Frage bedeuten. Eine solche Überprüfung sollte nicht unter der Voraussetzung erfolgen, Kirche und Papst ständen einfach vor den Dilemma, den Zölibat «abzuschaffen» oder ohne jede Nuance an der bisherigen Gesetzgebung und Praxis festzuhalten. Dieses Dilemma besteht in dieser Form nicht. Wir sind der Überzeugung, daß diese Frage von Rom nur in einer wirklich echten und kollegialen Zusammenarbeit mit dem Episkopat der Welt geklärt werden kann. Jedes weitere Vorgehen nach Art der letzten Schritte gefährdet die effektive Autorität des kirch­lichen Amtes (des Papstes und der Bischöfe) auf das äußerste. Wir bitten die deutschen Bischöfe angesichts der jüngsten Entwicklungen in dieser Frage um eine baldige Intervention in Rom. Die Erfahrungen, die man mit «Humanae vitae» und auch in dieser unserer Frage (gerade in den letzten 10 Tagen) bisher gemacht hat, zeigen, was sich ereignet und wie die Schwierigkeiten sich geradezu tragisch steigern, wenn diese Zusammenarbeit fehlt. Eine solche Meinung bestreitet oder beschränkt den päpstlichen Primat nicht. Sie ist nur die Anwendung des selbstverständlichen Satzes, daß auch der Papst bei seinen Entscheidungen die «apta media» zur Findung einer richtigen Entscheidung anwenden muß. In der heutigen Situation gehört eine solche Zusammenarbeit mit dem Weltepiskopat, die kein bloßes «Scheingefecht» ist, praktisch für solche Fragen wie die eben genannten, zu diesen «apta et – hodie necessaria – media».

Unsere Stellungnahme wird man vielleicht mit dem Urteil der Zwiespältigkeit oder gar der Widersprüchlichkeit belegen oder übergehen. Die tatsächlichen Schwierigkeiten liegen aber in der vielfach verwirrten objektiven Situation, die ein Ergebnis vieler Faktoren ist. Wir wollten uns dieser Lage stellen, ohne die Kraft und den Anspruch des Evangeliums zu übergehen. Wir haben den deutschen Bischöfen keine Vorschriften zu machen. Wir haben aber das Recht und die Pflicht, in dieser notvollen Situation den Mitgliedern der Deutschen Bischofskonferenz auf Grund unseres Amtes als Theologen und unseres Auftrags als Consultoren in aller Ehrfurcht vor ihrem hohen und verantwortungsvollen Amt zu sagen, daß sie in der Zölibatsfrage eine neue Initiative ergreifen müssen und weder durch die bisherige Praxis der Kirche noch durch die Erklärungen des Papstes allein sich davon dispensiert halten dürfen.

9. Februar 1970

gez. Ludwig Berg, Mainz
gez. Alfons Deissler, Freiburg
ges. Richard Egenter, München
gez. Walter Kasper, Münster
gez. Karl Lehmann, Mainz
gez. Karl Rahner, Münster-München
gez. Joseph Ratzinger, Regensburg
gez. Rudolf Schnackenburg, Würzburg
gez. Otto Semmelroth, Frankfurt

30 Readers Commented

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  1. Luis Alejandro Rizzi on 2 junio, 2011

    Pido disculpas si estas ideas las expreso desordenadamente.
    Primero pienso que no se puede afirmar que la castidad es un «don». La sexualidad es una virtud de la persona y pienso que los ministros de la Iglesia son quienen podrían demostrar con el ejemplo de su vida el uso virtuoso de la «virtud sexual», si se me permite la redundancia.
    Queda claro el celibato es una ley humana y como tal debería superar el test de ser una norma o una ordenación racional con el objeto de promover el bien común, lo que me parece imposible.
    Decimos que Cristo permaneció en estado de virginidad, pero en todo caso fue su libre elección como persona, nadie se la impuso.
    Estoy convencido, pero abierto al diálogo, en el sentido que la Iglesia no le ha encontrado respuesta a la cuestión de la «sexualidad» y en verdad creo que de algun modo la «sexualidad» se asocia a lo «pecaminoso» .
    Es racional pensar que Dios les exige o les impone a los sacerdotes o a sus ministros la abstinencia sexual, porque de eso se trata. ¿Puede Dios poner en duda el ejercicio de una virtud que nos viene dada por él?
    En definitiva, pienso que el «celibato» o la «virginidad» no es un «don», otra cosa es que haya personas, incluidos ministros de la Iglesia, que la asuman voluntariamente y decidan ser célibes.
    Otra cuestión es la constante pérdida por parte de los hombres del sentido de lo sagrado y de la presencia de Dios y creo que la cosa pasa precisamente porque en un inconsciente (o consciente) colectivo está la idea que las prácticas sexuales son pecaminosas, como decía antes.
    ¿La vida sexual no nos hará sentirnos en falta con Dios?
    Queda el otro lado de la cuestión: la derogación de la ley humana del celibato nos pondrá frente a otra gran cuestión, que es la indisolubilidad del vínculo matrimonial, ya que habrá más de un caso de sacerdotes no célibes que decidan separarse y creo que a la Iglesia esta cuestión la paraliza porque no tiene respuesta alguna.
    Pero no podemos tapar la luz del sol cerrando los ojos…

    • Elena Estrella Beolchi on 15 julio, 2014

      Gracias Luis Alejandro por tus reflexiones, por no callar tus inquietudes con tanta trasparencia. Nos haces bien a todos.

  2. Isidoro Cárdenas on 11 junio, 2011

    Pienso que el debate de que si el celibato es superior al matrimonio es una discusión semántica y bizantina. Me parece que el compromiso con Dios no pasa por allí, sino con la disposición personal de cada uno.

  3. ramón reyes on 16 junio, 2011

    El comentario de Isidoro Cárdenas me parece que da en el clavo. Siempre se ha predicado y creido entre los eclesiásticos que el celibato es superior al matrimonio. Los escritos y reflexiones de los artículos aquí presentados están alineados en un 90 por ciento en que el celibato es superior al matrimonio u otra forma de vida. Se habla mucho del llamado de Dios a la vida religiosa o sacerdotal
    como lo máximo y muy poco al llamado a desarrollar una sexualidad para la vida. O mejor díganlo de una vez que la sexualidad y el erotismo es el propio mal que enfrenta la humanidad.

  4. Carlos A. Trevisi on 19 junio, 2011

    En el ámbito de la Iglesia las diferencias entre un estado y otro son tan grandes que no se puede abordar ninguna semejanza que autorice siquiera comenzar a hablar del tema. Mi experiencia me dice, habiendo sido militante de la Iglesia, que el problema no tiene solución. No estaría de más, sin embargo, abrir el debate acerca de las circunstancias de vida empujan a un hombre a ser sacerdote. Por lo que he vivido no creo que sea una decisión impulsada por la vocación. Tampoco creo que la Iglesia pueda resolver un cambio habida cuenta la organización de la estructura que la sostiene.
    El debate que la Iglesia debería proponer es de otra naturaleza, verdaderamente esencial; aunque… si la cuestión del celibato SI o celibato NO no da lugar ni a comenzar a hablar del tema, ¿qué esperanza cabría si abriera un debate acerca de cómo volver a Cristo?

  5. Pedro Puente Olivera on 22 junio, 2011

    Cuando uno ejerce su sexualidad haciendo uso de toda su capacidad genital, se derrama sobre la persona amada, en todo el sentido del término: el cuerpo se hace uno con el alma y se sale de sí para lograr la mayor alegría en el amado. La intención del amante es darle al amado la experiencia de la mayor plenitud de la vida, del mayor gozo. Y el amado no distingue aquí entre cuerpo y alma… todo es “todo”. Pero, sin embargo, se puede hacer mucho daño en el ejercicio de la genitalidad que no expresa el amor, o lo expresa mal. De hecho es experiencia común descubrir que el buen ejercicio mutuo de la sexualidad de la pareja es un lenguaje que se aprende a medida que se ejercita en el tiempo, que se van conociendo los amantes, que se descubre al otro tal como él sabe expresarse y puede recibir mejor lo que se le da.
    El celibato tiene la misma dinámica porque no es asexuado. El celibato solo si quiere darse plenamente, totalmente al otro en el amor -como Cristo en la cruz- es, entonces, un don. (cuyo valor no está en el beneficio propio sino en el que recibe la comunidad donde se ejercita). Porque ambos maneras de amar son valida y han coexistido desde el principio. Pero son formas de amar. Sino pierden su valor y desvirtúan el modo de vida en que se ejercitan. La vida matrimonial plena, vivida como camino de unión en el amor, es imagen del amor divino por su Iglesia, sin duda, como bien lo señala Pablo. La vida célibe bien vivida y entregada, es imagen del amor total que viviremos en el seno de la Trinidad. Necesitamos de ambas luces que nos señalen el camino. Así está planteado en el ámbito del voto de castidad propio de los consagrados.
    Pero lo que yo veo en los sacerdotes, en su formación, y en su vida cotidiana actual poco tienen que ver celibato y amor. De hecho el planteo de «plena disponibilidad» con que se justifica, es una irrealidad: cada ves están menos disponible, tan recargados de cosas por la escasez de mano de obra, se refugian en «horarios de oficina», atendiendo a la gente solo de tal hora a tal hora. Y de hecho, privado de contención afectiva, esquivan las grandes cargas que los feligreses necesitan apoyar en sus hombros. Pobre –se escucha decir- no puede con todo. Por otro lado, y con poco conciencia y discernimiento en esta línea, el celibato muchas veces no alude a un mayor compromiso en el amor sino aun «evitar lazos», que puede interpretarse como un «no compromiso», un «no cargar con nadie», para que no me moleste en el servicio a Dios. Es una “huida honrosa” al verdadero compromiso en la comunidad y en el mundo. Algo así como un “amor platónicos” a todos… que no es nadie en particular
    No. Yo creo que la jerarquía eclesiástica debería retomar a nivel institucional lo que muchas veces hablan y dicen en sus despachos en diálogos personales: abrir los caminos para que el hombre ame más y mejor, no como los ángeles del cielo que están frente a Dios, sino como seres humanos, hasta alcanzar la medida de Cristo, el Maestro. Y la verdad es que hoy, en general, la soledad y el aislamiento, no ayudan a madurar el amor personal ni dan luz al mundo… y muchas veces han producido mucho daño.
    El celibato debería ser voluntario entre los sacerdote como lo es entre los laicos, no una legislación con el poder de determinar el ejercicio o no del ministerio. Después, si se sigue el ejemplo de las Iglesias Orientales de elevar al primer grado de sacerdocio (obispos) solo a sacerdotes célibes, es otro cantar que, estimo, esta dentro de la misma línea de los anterior: «quien tiene un amor probado en la entrega» haciendo de su estilo de vida un faro de referencia para quienes buscan el Camino, la Verdad y la Vida. Ese, que ha demostrado ser de la ovejas, será su Pastor

  6. Como parte de esa magnífica reflexión sobre el matrimonio que encontramos en el séptimo capítulo de la primera epístola que le escribiera a los corintios, Pablo expresa en el versículo siete: «Mi deseo es que todo el mundo sea como yo, pero cada uno recibe del Señor su don particular: unos este, otros aquel» («El libro de la nueva alianza»). Sin duda alguna podemos decir que hay cristianos que han recibido el don del celibato y que, al servir a Dios con base en el mismo, lo han hecho con gran bendición. Pero esto no debería llevar a establecer el celibato como una condición indispensable para actuar como ministro del evangelio. Permítanme presentar dos razones bíblicas para fundamentar este pensamiento. En primer lugar, el celibato no aparece en ninguna de las listas de los requisitos de los siervos de Dios en el Nuevo Testamento (ni en 1 Timoteo 3:1-7; ni en Tito 1:5-9); más bien, es todo lo contrario, ya que en 1 Timoteo 3:4 se dice, por ejemplo: «Que sepa gobernar su propia casa y mantener a sus hijos en la obediencia con toda dignidad» («El libro de la nueva alinaza»). En segundo lugar, al defender sus derechos como apóstol, Pablo expresa en 1 Corintios 9:4-5, siguiendo la misma versión que hemos usado antes: «¿Acaso no tenemos derecho a comer y a beber, a viajar en compañía de una mujer creyente, como lo hacen los demás Apóstoles, los hermanos del Señór y el mismo Cefas?». Algo que queda más claro si tomamos en cuenta que las palabras griegas traducidas «mujer creyente» son «adelphen gunaika», que podrían traducirse también «esposa creyente», ya que la palabra «guné, aikós» significa no sólo ‘mujer’, sino también ‘esposa’. Por todo lo antes dicho, ¡qué bueno es que se pueda llevar adelante un debate sobre un tema tan importante!
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
    Doctor en Teología
    Magíster en Ciencias Sociales
    Licenciado y Profesor en Letras.

  7. Aurelio Carlos Cercone on 28 junio, 2011

    El comentario de Pedro Puente Olivera me parece un excelente punto de partida. Pero la situación general de declinación, diría mejor de suicidio en que está encerrada nuestra ICR, en su rama Latina, exige otro tipo de modificaciones globales y profundas, como las que plantea el Memorandum de los 300 teólogos alemanes. Se necesita un nuevo Concilio, dado que el Vaticano II, dió respuestas a un mundo que ya no existe. La necesidad de ministros casados, junto con célibes, el acceso de la mujer al menos al nivel del diáconado, el tema sexual de manera general: la homosexualidad, la utilización de anticonceptivos (hoy utilizados por la inmensa mayoría de las mujeres), la necesidad de aceptar a las parejas en nueva unión (una buena referencia es la praxis de las Iglesias Orientales), la situación de la juventud donde es inconcebible el no ejercicio sexual, etc plantean desafíos y respuestas pendientes. Sin dejar de lado la necesidad de un nuevo lenguaje teológico, el poner a disposición de los fieles los avances consensuados de la exégesis bíblica, la reducción del poder de la Curia, y del papa, la asunción de que los obispos sean obispos y no meros dependientes de Roma, la decisión de un ecumenismo práctico que una a las Iglesias más afines, aunque falten detalles que se irán puliendo con el tiempo y la vida común… Este programa valiente debe ser asumido sin tardanza, porque el tiempo histórico corre a velocidades cuasi cósmicas y nuestros templos se llenan cada día más de polvo y menos de personas

  8. Mario T on 28 junio, 2011

    En primer lugar me gustaría aportar una observación: resulta llamativo el modo en que se omite de manera persistente contemplar que dentro del Orden Sagrado, el celibato solo es requerido a los presbíteros y obispos, pero no al ministerio de los diáconos. Por lo tanto, es incorrecto sostener que el celibato es la única opción admitida para el ministerio dentro de la Iglesia Católica de occidente.

    No veo la razón por la cual una vocación ministerial en conjunto con una vocación matrimonial dentro de la Iglesia no pueda ser encausada por el Diaconado. Advierto que, antes de pretender cambiar el celibato sacerdotal, habría que evaluar mejor si los canales para optar por el Diaconado están suficientemente abiertos. Es más, muchas veces me he preguntado, frente a sacerdotes probadamente fieles que no obstante no pueden eludir un llamado a la vida matrimonial, porqué se plantea como única solución la reducción al estado laical y no se administra una readaptación al estado diaconal, conservando ese ministerio en conjunto con el matrimonial.

    En segundo lugar considero importante destacar el conepto de «absouta disponibilidad» del célibe frente al hombre o mujer casados, cuyas prioridades, apegos, necesidades y afectos necesariamente deben cambiar por exigencia del mismo orden natural. Soy profesional, me desempeño activamente en el mundo del trabajo y cotidianamente observo entre mis colegas y entre profesionales de otras disciplinas la abundancia de ejemplos cada vez más numerosos de hombres y mujeres que hacen una opción personal por su ciencia y renuncian a tener una familia para dedicar todo su empeño a su trabajo. Los tiempos de los profesionales que se desempeñan en alta exigencia demandan hoy, además de muchas horas de estudio y preparación, viajes, estadías prolongadas en diferentes sitios, ocupación de horarios inhabituales para coordinarse con otros usos horarios en otras partes del mundo, etc. Diplomáticos, militares, funcionarios y muchos otras actividades presentan ejemplos de hombres y mujeres que aún casados deben vivir por tiempos muy prolongados lejos de su cónyuge y la fidelidad matrimonial le impone un celibato temporal, que sobrellevan sin mayores problemas. También es lamentable comprobar la cantidad de matrimonios y de vínculos estables que concluyen su relación por la influencia del trabajo de uno o ambos, y el modo en que, ante la disuyntiva, se elige la profesión antes que la propia pareja. Todo ello demuestra que la disponibilidad absoluta es parte sustancial de un llamado o vocación, no solo sacerdotal sino también profesional.

    Es cierto que la soledad y el aislamiento, como indica una opinión anterior, no son buenos, pero entonces es necesario operar sobre estas problemáticas, sin que se pueda asegurar que la eliminación del celibato solucionará este problema ¿O acaso no hay matrimonios en los que los cónyuges padecen de soledad y aislamiento?

    Y aquí vuelvo sobre el comentario anterior: si el llamado para el ministerio clerical con disponibilidad absoluta puede encausarse por el prebiteriado célibe y para el llamado al ministerio clerical pero de manera conjunta con la vocación de familia puede elegirse el orden diaconal, ¿no estamos pretendiendo debatir un tema que está mal planteado?

    En conclusión pienso que en la Iglesia hay espacio y camino para todos, sin que se observen a mi modo de ver razones suficientes para cambiar el celibato sacerdotal. Lo importante es que haya un correcto discernimiento de cada vocación, ya que los problemas surgen, muchas veces, por haber elegido un camino incorrecto o, ya iniciado el trayecto,por no reafirmar suficientemente y de manera cotidiana el camino elegido.

  9. Guillermo Battro on 28 junio, 2011

    No se entienden bien las razones de aquella aseveración que afirma que el celibato es superior al estado matrimonial. Para mi es lo mismo que afirmar que el estado militar es superior al civil, o que ser contador es mejor que ser artista. El mérito lo define la persona, no el estado. También se argumenta que el estado celibatario garantiza una mayor dedicación y compromiso religioso. Pienso que el amor ( que es lo importante) no ocupa espacio. Un padre de ocho hijos puede tener mas amor a Dios y al prójimo que un soltero. Miríadas de benefactores de la humanidad eran y son casados. La Iglesia debería revisar los criterios de selección y nombramiento de sus representantes, sin imponer limitaciones arbitrarias.

  10. Graciela Moranchel on 28 junio, 2011

    Ante todo, me sorprende el cambio de pensamiento de Ratzinger. Me parece valiente y clara la declaración de este grupo de obispos alemanes del cual el actual Papa formaba parte. Me apena el cambio de su pensamiento actual, que se ha vuelto rígido, intransigente, corto, características que acompañan al resto de las declaraciones magisteriales sobre el tema.
    Me parece que el «problema de fondo» sobre la obligación del celibato sacerdotal en la Iglesia Occidental es siempre el mismo: la «enemistad» de la Iglesia con la sexualidad, problema que en pleno siglo XXI aún no está superado.
    Creo que habría que «refrescar» en la reflexión actual los aportes del psicoanálisis sobre las relaciones entre las instituciones, como la Iglesia, y el «poder», para verificar cómo el control de la sexualidad es un mecanismo muy importante para lograr la cohesión de un grupo y la veneración absoluta hacia el líder (en este caso, el sacerdote, que ocupa el lugar del «padre» en una situación edípica irresuelta).
    En «Psicología de las masas y análisis del yo» de Freud, encontraremos elementos claves para comprender la resistencia de la autoridad eclesial a todo lo que implique tratar cuestiones donde la sexualidad se pone en juego.
    Mientras la Iglesia jerárquica persista en su objetivo de mantener a los fieles bajo su dominio, el control de ámbitos tan privados y delicados como la sexualidad, se mantendrá a rajatabla y no habrá posibilidad de cambios en lo que en definitiva, es una cuestión «disciplinar», pero no dogmática, que podría muy bien cambiarse y adaptarse a las necesidades de los tiempos que corren respetando la «libertad» y decisión de los candidatos al sacerdocio ministerial.
    Las modificaciones a esta norma tienen que ir acompañadas de cambios también en ciertas concepciones antropológicas dualistas que hoy siguen acompañando el discurso pastoral sobre el hombre, pero que se alejan absolutamente de la visión bíblica del mismo, sana y abierta, respetuosa de la naturaleza humana y tan «amigable» con la cuestión de la sexualidad.
    El respeto por el trabajo de la teología, que cada día dialoga más ampliamente con el resto de las ciencias, debe ser considerado por el Magisterio de la Iglesia, sin pretender que la primera se vea limitada en sus reflexiones y conclusiones por las declaraciones papales o por lo que muchas veces se entiende erróneamente como la «intocable tradición».
    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

  11. Celestino Viveros on 28 junio, 2011

    Creo que si se recuperara un aspecto de la vida celibataria, que es la entrega total al servicio de los demás, y desde ahí a Dios, podría recuperar el sentido y quizás podría interesar a las nuevas vocaciones. Nuestros sacerdotes viven con muchas dificultades su celibato, porque precisamente, no se «desgastan» en el servicio pastoral. Hoy el mundo necesita sacerdotes que le hechen mano a la cuestion social, a la educación, a la salud, a la inseguridad, a la lucha contra el narcotráfico, a la vida política, a darle sentido eminente social a la pastoral. Pero muy pocos se ocupan en primera persona de esto. Por eso les queda tiempo para «la crisis celibataria». El pueblo ya no le cree a nadie. Los casados, tememos por nuestros hijos y cónyuges, si nos metemos demasiado. Necesitamos héroes como «Pepe Iraola», entre el «paco» o «Padre Chifri», en Salta, entre los cerros y los pueblos originarios.

  12. Luis Raúl Boutigue on 29 junio, 2011

    A mi juicio, y con todo respeto a la postura «oficial» de la Iglesia, la atención pastoral a los feligreses(que obviamente incluye la celebración eucarística, la administración de los sacramentos y la predicación de «La Palabra») no es incompatible con la relación conyugal contemporánea al ministerio sacerdotal. No me juzgo conocedor a fondo de todos los textos evangélicos, pero creo que Jesús en ningún momento proclamó el celibato como condición esencial para sus discípulos.
    Es CONVENIENTE, sí; no hay duda, por la consagración que implica en servicio pastoral (recuerdo a un muy buen sacerdote que en mi parroquia -tras enunciar todas las formas de compromiso que involucraba su condición- agregaba enfáticamente: «Y ENCIMA MUCHOS QUIEREN QUE NOS CASEMOS…»!
    En principio parece bien claro… Pero entiéndaseme: lo uno no impide lo otro, y a mi ver, en tiempos que corren con alarmante escasez de vocaciones sacerdotales, yo creo que la Iglesia debería admitir la consagración de MATRIMONIOS en edad ya NO PROCREATIVA, digamos que pasados ya los 50 años de edad, cuando si tuvieron hijos ya podrían estar siendo adultos, y nada veo de incompatible la función pastoral, tanto por EL VARÓN como POR LA MUJER… (perdón por mi atrevimiento).

    He conocido (en Azul, mi ciudad natal), el caso de un excelente sacerdote (valga nombrarlo: el padre Alfredo Aristu, ya fallecido), que se hizo sacerdote en su viudez cuando sus (creo que CINCO) hijos ya eran entre adolescentes y adultos.
    Qué diferencia habría en que esto hubiera ocurrido, aún sobreviviendo su esposa, si ella lo hubiera consentido?

    Queda, mi opinión, como tema de reflexión para los demás lectores, si les parece….

    Y agrego, si me permiten: los tiempos …»seculares» han cambiado…. Hacemos bien en quedarnos como «paralizados» siglos atrás? las iglesias están CADA VEZ MÁS VACÍAS, sobre todo de JÓVENES! (no hay más que ir a Misa el domingo y mirar alrededor, discretamente…)

    Muchas gracias por darnos esta oportunidad de expresarnos.

  13. Mauricio Montenegro on 29 junio, 2011

    Sres, Revista Criterio:
    Espero que el siguiente texto nos ayude a valorar nuestra Fé, volviendo siempre a las fuentes de vida. Como no poseo el «don» de la escritura convincente, encontré este texto muy bello, a mi parecer, para regalárselos de todo corazón. (La familia espiritual «La obra»)

    La virginidad de María y su significado en nuestro tiempo
    Tema: Temas

    “Bienaventurados los puros de corazón” (Mt 5,8)

    Introducción

    Una empresa de detergentes, hace algunos años, usó estas palabras para la publicidad de sus productos: “La pureza tiene una fuerza penetrante”. Escuchando estas palabras, un creyente no piensa solamente en un vestido limpio, que – según las palabras mencionadas – tendría una fuerza penetrante.

    El cristiano aplica este slogan a su persona y piensa en la pureza en sentido más profundo. En un mundo muchas veces caracterizado por la mentira, por la avidez, por la violencia y la licenciosidad de las costumbres, una persona de corazón simple y pura irradia una fuerza penetrante. El mundo tiene necesidad de pureza. Como cristianos tenemos la tarea de ser sinceros y veraces en todo y de someter las pasiones a la fuerza ordenadora del espíritu haciendo que esté invadido por el amor.

    En la Familia espiritual “La Obra” la virginidad tiene un gran significado y es comprendida como virginidad de la fe, del espíritu, del corazón y del cuerpo. Como se sabe, algunos miembros de la Iglesia son escogidos por el Señor para vivir la perfecta continencia por el reino de los cielos; la gracia de Dios les dona la fuerza para renunciar al matrimonio y donar todo su amor a Cristo y a la edificación del reino de Dios en el mundo. Pero todos los cristianos están llamados a vivir la virginidad de la fe, del corazón y del espíritu, así como la virtud de la castidad, según su propio estado de vida. ¿Qué se entiende con ello? ¿Qué actualidad posee esta llamada en el mundo de hoy? Queremos responder a estas preguntas tomando como modelo a la bienaventurada Virgen María.

    La virginidad de la fe

    San Lucas cuenta de una mujer impresionada por la persona de Jesucristo. Escuchando las palabras de este hombre y viendo los milagros que realizaba, su pensamiento se dirigió espontáneamente a aquella que era su madre y exclamó: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11,27). Esta mujer desconocida admiraba a aquella madre a la que le había sido concedido generar, nutrir y educar a dicho hijo. Pero el Señor, respondiendo, indicó la verdadera grandeza de María con estas palabras: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28). Ciertamente para María era un privilegio que el Verbo de Diso se hubiese encarnado en su seno. Pero aquello que la hacía verdaderamente grande era la apertura de su corazón a la palabra de Dios. María es la primera a la que se aplica esta palabra del Señor: bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Ella ha escuchado como nadie más la palabra de Dios poniéndola en práctica en su vida. Por ello San Agustín dice: “María es más feliz recibiendo la fe de Cristo que concibiendo la carne de Cristo” (sancta virginitate, 3). La fe de María no estaba debilitada por duda alguna, en su corazón no habían reservas o miedos o cerrazones para con Dios.

    Alcanzar una apertura así debe ser la aspiración de todos. La virginidad de la fe significa que acojamos, sin reserva, el mensaje del Evangelio como es anunciado por la Iglesia. Pueden haber momentos en los que quizás digamos: “Esto no lo entiendo. La Iglesia pide demasiado. Yo opino en modo diverso”. Pero si en esos momentos nos sometemos a la verdad enseñada por la Iglesia, nos acercamos más a Dios y encontramos la paz del corazón. La verdad nos libra y garantiza nuestra verdadera felicidad. La idea de que se puede ser buenos católicos aunque no se acepten todas las enseñanzas de la fe y de la moral está muy difundida. Se piensa que la propia conciencia es la última instancia que puede decidir lo que debemos aceptar o no en materia de fe. Esta opinión es equivocada. La fe virginal es una fe que escucha, que se confía plenamente a Dios, que sabe que el Señor no puede engañarnos.

    Obviamente existen siempre verdades que se oponen al espíritu de los tiempos. Por ejemplo, muchas personas hoy encuentran dificultad para reconocer la unicidad de Jesucristo respecto a los fundadores de otras religiones y para afirmar que nuestra fe no sólo es uno, sino el único camino que lleva al Dios verdadero y a la salvación. Otros se chocan con el hecho que, según la doctrina del Magisterio, la fecundación artificial está en contraste con el orden del amor y de la transmisión de la vida. El amor sincero por Dios incluye la disponibilidad a acoger, con alegría y reconocimiento, la doctrina de la Iglesia en toda su integridad y pureza. En la fuerza de una fe virginal digamos como San Pablo: “Nada podemos contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad” (2 Cor 13, 8).

    La virginidad del espíritu

    El diálogo entre el ángel Gabriel y María nos hace comprender cómo la fe penetraba el modo de pensar de la Virgen de Nazaret. Después de que el mensajero de Dios le ha anunciado que dará a luz a un hijo que deberá llamar Jesús (cf. Lc 1,30-33), ella pregunta: “¿Cómo es esto posible? No conozco a varón” (Lc 1,34). Esta pregunta ante todo testimonia que María no ha acogido el anuncio del ángel en un sentido puramente pasivo. La fe no sustituye el modo de pensar humano, sino que lo impulsa, hace crecer su horizonte y lo abre a los pensamientos y proyectos de Dios. Quien es creyente, pone todas las fuerzas de su espíritu al servicio del Señor. Escuchando las palabras del ángel, María es puesta en dificultad, porque, inesperadamente, se encuentra teniendo que escoger entre dos vocaciones, aparentemente contradictorias: por un lado se siente llamada a la virginidad, que le hace decir que no conoce a hombre; por otro el ángel le dice que concebirá a un hijo. En esta situación su modo de pensar puro y creyente se muestra por el hecho de que no rechaza el anuncio del ángel. No dice “¡No es posible!”. Simplemente hace la pregunta: “¿Cómo es posible?”. La palabra “cómo” expresa la virginidad de su mente. No dice un “no” sin fe al plan de Dios. El ángel viene en ayuda de la dificultad de su razón y recuerda que Isabel ha concebido un hijo en la vejez, más allá de toda expectativa humana. Esta constatación de que Dios puede hacer cosas aparentemente imposibles, le basta a la humilde Virgen de Nazaret para decir un “sí” lleno de fe, poniéndose a total disposición de Dios y de su obra.

    María tenía un pensamiento simple y profundo. Su espíritu no era complicado, ni ingenuo, no era egoísta o cerrado. Estaba dirigido totalmente a Dios y no conocía ese modo de pensar y de hablar replegado sobre sí mismo, tan típico de nosotros hombres. Madre Julia escribió al respecto: “La Virgen no conoce en sí misma la consciencia analítica con los desgarros y tumultos interiores que derivan de ella como frutos amargos que le siguen. En María no hay nada que no haya alcanzado la madurez. Por el contrario, la maravillosa e infinita grandeza de su vocación y toda su colaboración con el plan de la redención como Esposa y Madre surgen de su corazón puro e inmaculado, de su vida simple de hija de Dios, de su integralidad, disponibilidad y fidelidad virginales”.

    María nos enseña a combatir al “padre de la mentira” (Jn 8,44). Ella nos ayuda a no dejar entrar en nuestros pensamientos la duda, las excusas, el orgullos, los celos y la desconfianza contra Dios. La virginidad del espíritu significa que vigilamos sobre nuestro modo de pensar y no damos curso libre a nuestros pensamiento sin control. San Pablo nos exhorta a destruir “sofismas
y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios”; con el Apóstol debemos decir: “reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo” (2 Cor 10,5). Hay pensamientos verdaderos y buenos que nos abren nuevos horizontes y nos dirigen a Dios, nuestro sumo bien. Pero hay pensamientos peligrosos que nos alejan interiormente de la fidelidad a la Iglesia, del amor al cónyuge o a la vocación sacerdotal o consagrada y que conducen a los hombres por caminos peligrosos. San Pablo expresa en este sentido su preocupación porque los cristianos de Corinto, en sus pensamientos, podían ser pervertidos “apartándose de la sinceridad con Cristo” (2 Cor 11,3).

    La virginidad del espíritu significa dirigir continuamente el pensamiento a Dios y a su verdad. Quien tiene dicha disposición, expresión de auténtica humildad, se abre al rayo de la verdad que lo alcanza y es verdaderamente sincero en sus intenciones, en sus palabras y acciones. Con corazón puro escucha la voz de su conciencia y al mismo tiempo pone todas sus fuerzas al servicio del reino de Dios. Si somos personas de este tipo, obtenemos de Dios la sabiduría y podemos contar con su ayuda y su bendición.

    La virginidad del corazón

    Desde el primer pecado de Adán y Eva, el corazón del hombre está dividido. El pecado causa disturbios en nuestra armonía interior, en nuestra unión con Dios, con nosotros mismos y con los demás. María fue preservada del pecado original y de toda culpa personal. Toda su vida fue caridad y apertura al Señor. En el momento de su vocación se puso a disposición de Dios in ninguna reserva. No ha habido ningún momento de su vida en la que no haya vivido plenamente su “sí”. En nuestro camino de fe la santa Virgen nos ayuda a vivir una donación total y pura a Dios.

    Jesús nos dice: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero” (Lc 16,13). Con estas palabras el Señor nos pone en guardia frente a toda forma de idolatría, de compromiso con el mundo y falsedad. El mundo no necesita de cristianos superficiales, sino de hombres y mujeres que hagan penetrar la luz del Evangelio en todos los ambientes de la vida; necesita de testigos verdaderos y creíbles. No somos sinceros si pretendemos de los otros el ejercicio de la virtud pero nosotros no somos los primeros en esforzarnos en ese sentido; o si criticamos los yerros de los demás pero no trabajamos constantemente en mejorar nuestro carácter; o si acusamos a los demás tratando de camuflar de esa manera nuestros pecados. No es justo, si los padres rezan por la fe de sus hijos, pero los obstaculizan si sienten la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada.

    Para conservar la virginidad del corazón debemos luchar contra la concupiscencia de la carne. Nos ayudan la pureza de la mirada, la disciplina de los sentimientos y de la imaginación y el rechazo de toda complacencia en pensamientos impuros que induce a alejarse del camino de los mandamientos divinos. Es también importante un sano sentido del pudor, pues éste preserva la intimidad de la persona, regula los gestos de conformidad con la dignidad de las personas y de su unión, sugiere la paciencia y la moderación en la relación amorosa, inspira las preferencias en el modo de vestir y fomenta hace crecer la virtud de la discreción. En una oración a María, la Madre Julia escribía: “Has realizado todo lo que Dios esperaba de ti.” Este debe ser también nuestro deseo: realizar todo aquello que Dios espera de nosotros, con alegría y entera donación, en la virginidad del corazón.

    La virginidad del cuerpo

    La Iglesia siempre ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, y sin intervención humana. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, la virginidad de María manifiesta “la iniciativa absoluta de Dios en la encarnación” (n. 503). Jesús es el nuevo Adán que inaugura la nueva creación. El Hijo de la Virgen María viene directamente de Dios y todos aquellos que quieren ser sus hermanos y hermanas, han de ser regenerados desde lo alto. La participación en la vida divina no proviene “de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios” (Jn 1,13).

    Hoy nos vemos enfrentados a una suerte de fijación en relación con el sexo, bastante fuerte y, no pocas veces, enfermiza. Quisiéramos superar las tendencias de un presunto cristianismo del pasado, adversario de la corporeidad, y buscamos gustar plenamente del amor, también en su dimensión sexual. Pero por ese mismo sendero muchas veces se termina faltando el respeto a la dignidad del cuerpo humano. En la Encíclica Deus caritas est, el Papa Benedicto XVI escribe a propósito: “El modo de exaltar el cuerpo, como se puede constatar hoy en día, es engañoso. El eros degradado a puro ‘sexo’ se vuelve comercio, una especie de ‘cosa’ que se puede comprar y vender, más aún, el hombre se vuelve y producto comerciable. No es éste el gran “sí” que el hombre ha de dar a su cuerpo”.
    El hombre, compuesto de alma y cuerpo, puede alcanzar la felicidad y el verdadero amor sólo si está listo para “un camino de ascenso, de renuncias, de purificación y de sanación” (n. 5). La virtud que nos guía en esta vida es la castidad. Esta virtud nos ayuda a no dejarnos dominar por las pasiones, y a integrar en nuestra vida la sexualidad que, como don precioso de nuestro Creador, hace parte de nuestro ser hombre o mujer.

    Todo bautizado está llamado a la castidad. Para los esposos estos significa vivir cada día el amor sincero y permanecer fieles el uno al otros hasta la muerte. Están llamados a “poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios (1Ts 4,4s). La castidad matrimonial implica también el “no” a la contracepción, en fidelidad a la doctrina de la Humane Vitae del Papa Pablo VI, y la elección de métodos naturales de regulación de la natalidad, en caso hubiera motivos serios para no tener más hijos. Dicha disposición hace que el amor de los esposos se vuelva más fuerte y sincero. Las parejas que viven la castidad matrimonial ofrecen un gran aliento a las personas célibes, solteras o viudas para vivir la abstinencia, y pueden incluso ayudar a los prometidos a reservar para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de cariños propias del amor conyugal.

    Los grupos y movimientos que invitan a vivir la amistad con Jesús y a buscar la castidad y la continencia (como por ejemplo True Love Waits), pueden constituir una veradera ayuda para los jóvenes. También la consagración a María, difundida en algunos países, fortalece a los jóvenes en su compromiso de practicar con alegría la virtud de la castidad. Debido a que hoy en día los hijos, mediante los medios de comunicación y en la escuela, incluso ya en la escuela materna, están sumergidos de información no pocas veces unilateral sobre la sexualidad, quisiéramos pedir a los padres que pongan mucha atención en este aspecto de la educación y que hablen con ellos de estos temas cuando sea oportuno.

    Más que nunca, hoy en día se necesita el testimonio de personas que viven el celibato y la virginidad. En todos los tiempos el Señor se escoge hombres y mujeres que renuncian libremente —“por el reino de los cielos” (Mt 19,12)— al gran bien del matrimonio, donando todo su amor a Cristo y poniéndose al servicio del prójimo como padres y madres espirituales. Su vida es un don de Dios para la Iglesia y un fuerte signo para el mundo. Si los sacerdotes y las personas consagradas viven su vocación con alegría, ejercitan una gran influencia en los hombres y son, por así decir, un signo de que en Cristo se encuentra la verdadera y definitiva felicidad.

    El crecimiento en el amor

    María Santísima es un aliento para la vocación de toda persona. En María se cumple plenamente la bienaventuranza de Jesús: “Beatos los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). ¿Qué se entiende por bienaventuranza? En el Catecismo de la Iglesia Católica leemos: “Los “corazones limpios” designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual, el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe. Existe un vínculo entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe” (n. 2518).

    Bajo la guía de María podemos conservar o reconquistar la pureza del corazón, que nos hace capaces de adorar a Dios en espíritu y verdad, y de reconocer su bondad en el rostro de Jesucristo. La pureza de corazón es la condición preliminar para la visión de Dios en el cielo. Desde ahora ella nos permite ver el mundo según Dios, descubrir en el prójimo la imagen del Creador y percibir el cuerpo humano como templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina. María nos ayuda a ser cada vez más personas que aman. La virginidad de su fe, de su espíritu, de su corazón y de su cuerpo nos exhortan a confiarnos totalmente, como ella, al amor de Dios, y a crecer en la caridad hasta el último respiro de nuestra existencia en este mundo. La vida de María es un don de la misericordia de Dios para los hombres. Con la Madre Julia queremos rezar: “¡Aumenta en mi alma la sed de tu amor!”
    El Santo Padre en su Encíclica sobre el amor cristiano escribe que debemos mirar a María y pedir su ayuda: “María se ha convertido efectivamente en Madre de todos los creyentes. A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad; experimentan el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón… Santa María, Madre de Dios, tú has dado al mundo la verdadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios. Te has entregado por completo a la llamada de Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de Él. Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Enséñanos a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento” (n. 42).

  14. Emmanuel on 29 junio, 2011

    Hay muchas personas, algunas escriben aquí, que tienen la estúpida idea de que el celibato es algo «obligatorio» que impone la Iglesia… Les traigo noticias: NO LO ES. Lo es sólo para los sacerdotes, y no tiene ni debe tener nada de racional, pues se trata de una religión: nadie le cuestiona a los judíos las normas sobre el sacerdocio levítico, y sus estrictos requisitos, que rigieron hasta la invasión romana. Si no quieres ser célibe, puedes ser DIÁCONO, laico consagrado, o cualquier otra cosa, es así de simple.

    Los más celosos guardianes de la Tradición cristiana, los hermanos orientales ortodoxos, ellos TAMBIÉN ESTABLECEN EL CELIBATO como requisito para el ministerio sacerdotal, pero no para los sacerdotes, sino sólo para los obispos y patriarcas. ¿Acaso son discriminados los obispos por no poder «elegir» no ser célibes?, ¿o tal vez son discriminados los sacerdotes casados por no poder «ascender» a obispo? NO!!!, son todos cristianos, y cada cual cumple su función, no vivimos según el criterio mundano, somos cristianos, es una religión, no otra cosa.

    Por lo tanto no hay mucho que «debatir» al respecto (dudo mucho de las buenas intenciones de quienes ven esto como algo que se pueda cuestionar ligeramente como algo distinto a un mandato divino, dudo realmente de su sinceridad como cristianos), sino que más bien habría que cuestionarse por qué no se promueve más la consagración laica y el diaconado, que son alternativas totalmente válidas, menospreciadas y desconocidas por la mayoría de los cristianos.

    Quien, omitiendo voluntariamente esto que acabo de decir, insiste con el mismo discursillo de siempre del «debate abierto sobre el celibato», o no quiere entender, o tiene muy mala leche. ¡Viva el diaconado!

  15. René Játiva on 29 junio, 2011

    Muy interesante esta selección de artículos sobre el celibato sacerdotal. Yo como hombre casado y padre de familia entiendo las dificultades prácticas que conlleva el matrimonio y el sostenimiento de la familia y admiro profundamente la profunda entrega de nuestros sacerdotes que viven su celibato con corazón indiviso en una entrega profunda a su ministerio sacerdotal y a las actividades propias de su condición sacerdotal. Admiro esa disponibilidad para atender los requerimientos de nosotros sus feligreses, para orientarnos y ayudarnos en nuestra identificación con Cristo, para exigirnos a responder también como ellos lo hacen. Pienso que cualquier revisión a las prácticas milenarias de la Iglesia deben realizarse siempre atendiendo a lo que entendemos que Dios nos pide a cada cristiano en particular y a los llamados al sacerdocio en particular. No podemos rebajar nuestra entrega, sea esta la que sea. Dios nos pide una entrega siempre creciente sea en el estado matrimonial o en el estado sacerdotal. Rescato en este sentido la práctica de las Iglesias Orientales en las cuales una vez hecha la opción al celibato este se mantiene de por vida, aunque ellos permitan la ordenación de candidatos célibes. Una nueva regulación no debería suponer la liberación de compromisos en aquellos que libremente asumieron el celibato al ordenarse, o una forma de regular la situación de aquellos clérigos que actuando deshonestamente con los compromisos que libremente adquirieron con Dios a través de la Iglesia mantienen una mentalidad burocrática de funcionarios y no como ministros de Jesucristo. El celibato es ciertamente un don entregado por Dios a su Iglesia y que puede y debe ser adecuadamente regulado por la Iglesia.

  16. Guillermo Battro on 29 junio, 2011

    Coincido con el Sr Mario T. en que una opción para salir de la estéril discusión si el celibato sí o el celibato no, sería potenciar el diaconado, institución que existe desde el principio del cristianismo, y que admite personas casadas. Pienso que cada parroquia podría contar con varios diáconos que ayuden al párroco. Pero también deberían de flexibilizarse las normas que actualmente rigen para los diáconos en el sentido que si ellos enviudan se les permita casarse nuevamente (es un contrasentido no permitirlo) y también ampliar lo mas posible sus facultades (administración de sacramentos, celebración de actos litúrgicos, etc).

  17. aurelio carlos cercone on 29 junio, 2011

    Quiero, como diácono permanente, clarificar algunas cuestiones que sin duda, por desconocimiento de lo que es el diaconado se expresan en algunas intervenciones: Digamos con el Concilio que el Diácono es «el servidor de la Palabra, de la Liturgia y de la Caridad». Y dicho esto es posible inferir las muchas funciones que de ello se derivan: la celebración solemne del Bautismo, del Matrimonio, de la Celebraciones de la Palabra con Comunión, de la Homilía en la Eucaristía y en otros sacramentos, de funciones como Delegado diocesano de Ecumenismo, de la Misericordia, de Cáritas,del servicio a los Migrantes, de la Pastoral Carcelaria, de bendiciones de todo tipo, por ej, de los hogares, responsable de la Catequesis, de Grupos Bíblicos, etc.
    Soy diácono de una diócesis suburbana, donde el cuerpo diaconal ha crecido a 29 ministros en 10 años, para lo cual no se ha creído necesario orar de manera particular en la Oraciones de los Fieles, ni explicar a las comunidades qué es un diácono….Sin embargo el Espíritu ha iliuminado a hombres casados que de manera espontánea se han ido presentando para prepararse durante unos cuantos años para ser ordenados en este ministerio. Mientras vemos la tremenda declinación de vocaciones al presbiterado se asiste en las Diócesis donde el Obispo acepta tenerlos, a una floreciente respuesta al llamado a la Diakonia, al Servicio a las comunidades. Todos nosotros somos casados, padres de familia, en mi caso con 5 hijos y me parece desde estas realidades prácticas, imaginar lo que sería también el poder contar junto con curas célibes otros casados que enriquecerían el presbiterio y el testimonio evangélico. El caso bien claro y ejemplar de las Iglesias Orientales, tanto Ortodoxas como las mismas ramas uniatas católicas donde coexisten ambos tipos de presbíteros desde la más remota antigüedad, así lo testifica. ¿Porqué no habría de ser así en Occidente? ¿Porqúe dos criterios distintos y contrapuestos dentro de nuestra misma Iglesia??

  18. aurelio carlos cercone on 30 junio, 2011

    Quiero completar mi intervención anterior, para aclarar qué ocurre con los diáconos que eventualmente enviuden. El tema está claramente tratado en el Documento «EL DIACONADO PERMANENTE», Declaración conjunta e introducción: «Normas básicas de la formación de los diáconos permanentes y Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes», producido por las Congregaciones para le Educación Católica y la Congregación para el Clero, de 1998, en el punto 38 y la «nota aclaratoria» al pie n° 44 se clarifica en qué condiciones un diácono viudo puede volver a contraer matrimonio (que como puede verse leyendo dicha Nota son muy amplias).

  19. Manuel de Elía on 1 julio, 2011

    El debate, para ser serio, necesita estudio. En ámbitos ricos y relevantes lo más valioso no sale de la variedad (mucho menos del número) sino de la profundidad y pertinencia de lo que se dice o escribe.

    Decir que no ha habido debate sobre el celibato es «quantomeno azzardato», por decir poco arriesgado, dicen los italianos. Desde el «Sacerdoce et célibat» de Coppens et al. hasta el último estudio del historiador y teólogo S. Heide se ha podido decir de todo. Decir que «sorprende el cambio de pensamiento de Ratzinger» es no conocer que la aproximación a la verdad se da siempre «en camino», y que es saludablemente normal que después de estudiar mejor un tema se puede «evolucionar». Decir que «mujer creyente» es ciertamente traducido como «esposa» es una falta de rigor filológico e histórico. Decir que «es una creación humana» es dar por definitiva «una» lectura de los datos históricos. No se puede decir cualquier cosa. Y lo verosímil no se identifica con lo verdadero. El documento publicado es ciertamente interesante, pero es viejo de factura y de pensamiento: muchas de las preguntas y perplejidades que plantea han sido respondidas por los mismos autores del documento a lo largo de sus proficuas vidas.

    Me sorprende que entre todos los comentarios publicados no hay alguno que haga referencia a motivos verdaderamente «teológicos». ¿El motivo del celibato es la disponibilidad? ¿Lo es la necesidad de la pureza ritual por parte del sacerdote? ¿Es una creación del siglo V? ¿Una imposición del siglo XI?

    Si vamos a lo histórico, hay dos claras líneas de investigación y estudio. Un de ellas, la de quienes han dado por cierta la tesis llena de dudas sobre el origen «eclesiástico» del celibato sacerdotal. La otra, la de quienes se inclinan a considerar el origen de la praxis celibataria como postuladamente «apostólico»: así la denominan los textos más antiguos.

    A lo histórico habría que sumar lo más teológico: ¿es una casualidad que en toda la Iglesia -incluso en las separadas- la plenitud del sacerdocio fue «siempre y en todos lados» celibatario? ¿es una casualidad que Cristo mismo sea célibe, cuando hubiera podido no serlo? ¿es una mera coincidencia la virginidad de María? Lo mismo podría decirse de José, en lo que a Jesús se refiere. Históricamente, lo más «raro» es el sacerdocio casado -mejor: que «use» el matrimonio-, como lo muestra curiosamente -para los entendidos- el fraude histórico del egipcio obispo Pafnucio.

    Vuelvo a lo de antes: el debate exige estudio. No se puede decir cualquier cosa. No es verdad lo que opina una mayoría, ni lo que se grita más fuerte. Es verdad lo que se ajusta a realidad. Se debata! Por favor, no se deje de hacerlo, pero no sin antes saber qué se dijo, qué se dice, qué se puede y qué no se puede decir (no por «censura» sino por seriedad intelectual), porque ya se ha dicho antes o se ha corregido.

    Lo sociológico no alcanza para hablar de un misterio que desborda nuestras categorías. Lo sicológico tampoco. Usemos esas ciencias, pero no achatemos la fe a «lo que hay». Como bien dice el copete del artículo, a veces el celibato es «lo primero que salta a la vista», y a muchos choca. Como en tiempos de Jesús: opinan quienes saben que los logoi de Jesús sobre los Eunukoi serían respuesta a quienes lo acusaban de «todavía no haberse casado». Hoy como ayer, «no todos entienden esto» (Mt 19,11).

  20. Mario T on 4 julio, 2011

    Deseo compartir una reflexión personal sobre la opinión aportada por Graciela Moranchel, quien se sorprende «del cambio de pensamiento de Ratzinger» a partir de lo que sostenía antes y lo que afirma ahora.

    Si lo que en buena fe sostenía antes el padre Ratzinger no es suscripto ahora por Bendeicto XVI, ¿no obedecerá tal vez a que el Espíritu Santo, que inspira y sostiene los pasos del Santo Padre, le está revelando ahora un camino diferente, o en todo caso un tiempo que aún no llega? ¿No debiera pensar yo con humildad y evaluar con mucho cuidado si antes que equivocarse la Iglesia y su Pontífice, el equivocado puede ser mi punto de vista?

    El tema del celibato sacerdotal parece mucho más un parche que batimos los laicos que los propios sacerdotes. ¿Porqué pensar que el voto del celibato es más pesado que la obediencia o que el desapego a lo material?

    La clave siempre pareciera ser un correcto discernimiento de la vocación. La vocación sacerdotal lleva a la elección de una vida dedicada de manera exclusiva y excluente de toda otra al ministerio de los presbíteros. Para quienes son llamados a la vocación del Orden Sagrado en concurrencia con el sacramento del matrimonio está disponible el Diaconado. En la Iglesia hay lugar para todos, sin necesidad de confundir una vocación en exclusividad con una vocación en concurrencia.

  21. Noto que las miradas y las reflexiones que defienden la actual disciplica del celibato obligatorio para los presbíteros no tienen presente la realidad de las iglesias orientales: sea las antiguas orientales, las varias Ortodoxas, y las ramas uniatas católicas de ritos orientales, en las que siguiendo la tradición más antigua conviven ministros célibes y casados. Creo que lo que se pretende y desea, en principio, no es que los actuales presbíteros célibes dejen de serlo, sino que junto con ellos se permita que haya una categoría de presbíteros casados (mejor dicho que aúnan su ministerio ordenado con el estado matrimonial) La realidad práctica de esta nueva situación en Occidente deberá estudiarse así como sus consecuencias, pero el espejo de Oriente será sin duda importantes pues tiene 2000 años de práctica pacífica. Tal vez se podría comenzar en algunas diócesis a modo de prueba, incluso ordenando un porcentaje de diáconos permanentes, dado que las realidades no son iguales en todas ellas ni en todos los continentes. No olvidemos que en todas las Iglesias y comunidades cristianas; Anglicanas, Luteranas, Reformadas, Evangélicas, etc en la prácita solo se conoce al ministro, presbítero o pastor casado y raro el célibe y en este caso por propia decisión. La ICR -rama Latina se presenta como una isla dentro del mundo cristiano cada día menos entendible por los hermanos separados.,

  22. Juan Manuel on 9 julio, 2011

    Siempre me pregunte realmente si la quita de la norma del celibato aumentaría la cantidad de sacerdotes. He conocido seminaristas, ninguno por lo menos abiertamente planteaba sus dudas acerca del celibato. También he estado en un grupo misionero y compartido vida de fe con muchos amigos, y ninguno planteaba una lucha interna entre el matrimonio y la vida sacerdotal (de hecho ninguno se ha casado aun y ninguno entró al seminario). Es una visión muy personal de lo que he visto, pero sinceramente no creo que muchos jóvenes estén en lucha entre una vida matrimonial y una sacerdotal. Si conozco a partir de los medios de comunicación casos de sacerdotes que quieren casarse, tema complicado porque ya hicieron su juramento de vida celibal.
    Creo que la Iglesia si revocara esta norma, nada cambiaría.
    Es todo un tema el de la «adaptación» de la Iglesia a la sociedad actual. Me parece que es un error, fijemos que en el mismo nacimiento de la Iglesia hay una ruptura total con la sociedad de la época, es cierto que siempre se toman algunas cosas como ser expresiones artísticas, readaptación de algunas costumbres paganas para facilitar la evangelización, etc.. Pero en cuanto al que creer y al modo de vivir la Iglesia no se ha adaptado nunca a ninguna sociedad. Hay un comentario que me llamó mucho la atención: «la situación de la juventud donde es inconcebible el no ejercicio sexual» a los romanos también se les hacía difícil el no ejercicio de la sexualidad y no por eso Cristo permitió las orgías.
    Lo peor que puede hacer la Iglesia es «adaptarse» y perder su esencia que la mantuvo dos mil años, los templos no se llenarían de gente si se permitiese el divorcio, el aborto, las relaciones sexuales extra-matrimoniales por el contrario se vaciarían, eso ya lo ofrecen en todos lados. Lo que la Iglesia ofrece es una vida diferente, sin duda difícil de llevar porque nos cuesta. Como dijo San Pablo muchas veces hago el mal que no quiero, pero hay que ser humilde y aceptar los males que hacemos y no intentar cambiar lo que esta mal o bien para adaptarlo a nuestras conductas, no olvidemos Jesús perdona siempre que aceptemos nuestros errores. Saludos

  23. Mario T on 11 julio, 2011

    En relación a los comentarios de del Sr. Aurelio Carlos Cercone quiero anotar algunos comentarios:

    Las iglesias orientales, en comunión o no con Roma, son iglesias locales: tienen una región o territorio, una lengua, una tradición. Cuando un presbítero casado de estas iglesias debe trasladarse, lo hace con su familia pero en el ámbito de su región, de su lengua y de sus costumbres. Es muy limitada la capacidad de traslado de un sacerdote y de toda su familia a otra región, con otras costumbres y otro idioma. No puede negarse que el ministerio sacerdotal, en concurrencia con el sacramento matrimonial y los consiguientes deberes paternales, encuentra límites muy fuertes y concretos. ¿O no es así?

    Hay en Buenos Aires un par de comunidades de sacerdotes ortodoxos rusos (no en comunión con Roma) algunos de ellos casados y otros no, cuya experiencia es muy rica en la materia. También hay una eparquía de la Iglesia Ucraniana en comunión con Roma, que también puede aportar información. No todo es campo de rosas para los presbíteros casados… De ésto tambíén es necesario hablar, así como del problema de las prioridades que se plantea de manera descarnada entre ministerio y deberes familiares.

    Respecto de los pastores de las diferentes denominaciones cristianas disidentes, debe recordarse que su ministerio se desarrolla en base a un contrato con la comunidad a la que sirven, y que sus esposas también participan de esa contratación. Además, toda la comunidad «contratante» ayuda pero también vigila que las prioridades familiares y pastorales no entren en conflicto.

    Ninguno de estos ejemplos sirve para un sacerdote de una Iglesia que es por naturaleza «universal» y que debe estar disponible para dar su servicio donde se requiera, ya sea en Buenos Aires o en Madagascar.

    Vuelvo por lo tanto a sostener que pareciera muy sabio tener dos caminos abiertos: el ministerio sacerdotal, con entrega absoluta y dedicación exclusiva para los presbíteros y, además, el ministerio diaconal para las vocaciones en concurrencia con el matrimonio, sin por ello pretender que una es mejor o superior que la otra.

    Pongamos luz donde se necesita luz, sin pretender alumbrar donde el sol brilla.

  24. Graciela Moranchel on 13 julio, 2011

    Estimado Mario T.:

    Con respecto a su comentario (donde cita explícitamente mis palabras y mi nombre), debo decirle que «luego de evaluar con mucho cuidado», como Ud. dice, el cambio de postura del actual Benedicto XVI, llego a la conclusión de que el Espíritu Santo, que había iluminado al otrora Joseph Ratzinger en el tema que nos ocupa, tal vez haya dejado de hacerlo en la actualidad, a lo mejor por cuestiones de «política eclesial», o de presiones internas de uno u otro partido conservador dentro de la estructura del Vaticano, que por supuesto, nada tienen que ver con una lúcida lectura de los «signos de los tiempos». El análisis del tema que plantearon Ratzinger y el grupo de teólogos es sumamente lúcido, y no se puede descartar así como así, o sostener que opinaban así porque antes no estaban iluminados por ser simples sacerdotes.

    Por otro lado, es cierto lo que Ud. dice sobre que el celibato sacerdotal no es un tema que interese directamente a los laicos. Deben resolverlo los sacerdotes que, muy por el contrario de lo que algunos opinan en este foro, «sí» es un tema candente hoy entre los sacerdotes. Negarlo sería desconocer la realidad cotidiana.

    Más allá de nuestras diferencias de opinión, el tema de «fondo» sigue siendo el mismo: la mirada «negativa» que tiene el Magisterio de la Iglesia con respecto a la sexualidad humana, y que repercute en el asunto del celibato sacerdotal, como así también en otros muchos puntos que tienen que ver con el laicado.

    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

  25. p. juan carlos hotze on 17 julio, 2011

    El sacerdocio es una configuracion con Jesucristo unico y eterno sacerdote,quien siendo y asi lo creemos celibe en sentido de castidad perfecta no se hizo ningun problema critico en llamar a gente casada como Pedro y algunos de los demas al ministerio sacerdotal y episcopal del apostolado. Estoy plenamente deacuerdo que es mejor que el sacerdote no se case, y que sea figura de la vida futura donde no se casan, ademas que la castidad perfecta es un don de Dios, entendiendo la castidad por el Reino de los cielos, pero quien dice ser celibe que viva su celibato con sinceridad no con queridas ni faltando a la pureza.
    Ahora bien, hay una diferencia clara entre celibe y casto. Uno puedo ser celibe (soltero en el sentido etimologico pero no obsta que no viva el sexto ni noveno mandamiento porque tiene malas costumbres o vicios contra la castidad). Uno puede ser casto en el sentido propio; castidad segun su estado de vida: castidad del novio, del casado, de la viuda, del consagrado. Asi el sacerdote que hizo voto de castidad de debe estar dispuesta a vivir la castidad y el celibato es decir no solo a no casarse sino a no tener vida sexual y no engendrar, lo que lamewntablemante esta muy trastocado.

    Si dicen que el sacerdocio esta intimamente unido al celibato van contra la Palabra y la enseñanza revelada por Cristo. Acaso Uds. hermanos, van a cuestionar al Señor que llamo a gente casada como a Pedro y que incluso su hija, Petronila (31 de mayo) es santa y que ahora tenemos incluso en los altares y que sus santas reliquias se veneran desde la epoca apostolica??
    Esto es falta de cultura de historia de la Iglesia que se que no les falta, es razon de revisar un poco.
    Vean las cartas de san Pablo a Timoteo y a Tito :» varon de una sola mujer… el que no gobierna su casa, como va a gobernar la Iglesia de Dios?

    Si celibe: no para el EGOISMO de acumular y vivir para uno mismo; si CASADO, para ser ejemplo de familia cristiana como el hogar de Nazareth. Ambos caminos son duros y tienen sus propias alegrias y dificultades.

    Dios este con Uds querido lectores!

  26. Aurelio Carlos Cercone on 19 julio, 2011

    Me parece que en el debate se siguen introduciendo elementos erróneos, falta de información histórica y teológica y que no refuerzan los argumentos de los que se oponen a un presbiterado con celibato opcional. Para no repetir o desarrollar algunas de mis afirmaciones en las varias intervenciones quiero recalcar lo siguiente:

    1. Juan Pablo II insistió repetidas veces que la Iglesia para ser «verdaderamente universal o sea católica debe funcionar con sus dos pulmones: occidental y oriental». Se dice que las Iglesias orientales sean uniatas u ortodoxas o antiguas orientales (armenia, copta, siria, caldea…) son «locales», cuando ser Iglesia Local es una de las características básicas de la Iglesia: Justamente una iglesia verdaderamente local es universal. Parece que la Iglesia Latina fuera la única que puede ser la Católica, la universal y esto es un craso error. Pero además la Iglesia Latina cuenta con sus varios ritos: ambrosiano, toledano, congoleño, incluso el concedido al Mov. Neocatecumenal). Si bien el rito Romano es el que prima de lejos, no podemos hacer de un rito el prototipo de la Iglesia Católica pues entonces en ese mismo momento deja de ser universal. Está en la diversidad la riqueza de la Iglesia Católica y el movimiento Ecuménico justamente busca la Unidad de las diversas Iglesias y Comunidades cristianas «en la diversidad reconcilida» no en la simple vuelta o absorción por Roma.

    2. Afirmé y sigo afirmando que el tema del celibato opcional debe incribirse en el marco más amplio y profundo de la actualización, renovación y reforma de la Iglesia en el marco de la profundización del Concilio Vaticano II y de cara a esta nueva sociedad pluralista, globalizada, descristianizada, teconológica, científica a la que hay que darle respuestas desde el Evangelio, con un espíritu de misericordia, acogida, con un nuevo lenguaje teológico inclusivo. Al respecto ponía como ejemplo el manifiesto de los teólogos alemanes donde se dan los criterios básicos a considerar, aunque hay muchas propuestas desde América Latina.

    3. El desconocimiento de la evolución histórica de como se fue dando el celibato obligatorio así como de la praxis que al respecto siempre han seguido las Iglesias Ortodoxas, Antiguo-Orientales y Uniatas en estos 2000 años de historia donde el clero es en un 90% casado y solo el 10% célibe no puede ser desconocido. No puede nuestra Iglesia tener dos criterios: uno para el Latino y otro para las Iglesias uniatas de ritos orientales. No pretendo que de la noche a la mañana se elimine el celibato obligatorio, tal solo que se permita y como sucede con el Diaconado permanente, en las diócesis que el Obispo lo requiera y a modo de experiencia reconocida. El clero que ha jurado libremente vivir el celibato y la consiguiente castidad debe mantener su juramento. Tampoco se puede ignorar la praxis universal de Todas la Iglesias y Comunidades cristianas, donde a ningún pastor o presbítero se le exige el celibato. Y no ignoremos a tantos miles y miles de pastores y misioneros que con sus esposas han extendido la fe cristina por todo el mundo y en muchísimos casos han dado su vida por el Evangelio.

    4. Me parece ilustrativo incluir una nota difundida por Prensa Ecuménica este 17/07 y firmada por Susana Merino que nos da un punto de vista más global sobre el tema y que además nos refresca de manera sintética la evolución histórica de esta disciplina eclesiástica de la Iglesia Latina:

    A Su Imagen Y Semejanza, Por Susana Merino,

    Dos vertientes se derraman desde la cumbre bíblica, tratando de encontrar casi infructuosamente argumentos explícitos que respalden la imposición o no del celibato eclesiástico pero son pocas, escasas, las referencias que justifiquen la decisiva importancia que dentro de la iglesia católica se le ha venido asignando a través de los siglos.

    Tanto dentro del Antiguo como del Nuevo Testamento son numerosas las exhortaciones a la caridad, al amor al prójimo, a la abnegación, a la hospitalidad, a la justicia, a la misericordia, a la paciencia, a la piedad o las prevenciones contra la ira, la mentira, el odio, el orgullo, la usura, la soberbia, la avaricia como “causa de todos los males” y a la que San Pablo califica como una “especie de idolatría”, pero casi ninguna referente a la preferencia del celibato sobre la vida conyugal a excepción de las recomendaciones, aunque no taxativas, del mismo apóstol a Timoteo (4.12 y 5.22 en que le aconseja “castidad” y pureza).

    Sería injusto no reconocer que también Mateo hace referencia a la castidad (Mt. 19.10/12) pero en la que precisamente destaca su carácter de voluntaria aunque del Eclesiástico (Eclo 36.24) surge como más recomendable que el hombre no permanezca célibe, cuando dice: “El que tiene una mujer tiene ya el comienzo de la fortuna, una ayuda semejante a sí y columna en qué apoyarse”

    Contrariamente en casi todo el Antiguo Testamento, la esterilidad y por consiguiente la incapacidad de engendrar vida, es considerada casi un oprobio y motivo de súplicas y de invocaciones a Yaveh para no morir sin descendencia. Y así desde Abraham y Sara, pasando por Isaac y Rebeca, Jacob y Raquel y llegando hasta Zacarías e Isabel fueron bendecidos con hijos aún edad provecta porque como dice el profeta Isaías: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé” (Is 55, 10-11).

    No intento ni siquiera mínimamente ser exégeta de la Biblia ni mucho menos adentrarme en su hermenéutica pero hay una expresión básica del Génesis que me lleva a reflexionar: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gen. 1:26) y que automáticamente me transporta a las figuras miguelangelescas de la Capilla Sixtina, es decir a la imagen de un magnífico señor de barba tupida y pelo cano que aproximándose apenas a otro ser, fundacional, le transfiere generosamente su propia y singular energía para comenzar a compartir con él la chispa de la vida.

    Porque ¿de qué otra manera de puede interpretar esa “imagen y semejanza” con el Creador, sino con esa capacidad de dar vida y vida espiritual que nos vuelve únicos sobre la faz de la tierra? No parece lógico suponer que esa semejanza pueda referirse específicamente a los aspectos físicos de los seres humanos sino más bien a nuestra capacidad de convertirnos en co-creadores de las sucesivas generaciones que desde sus orígenes habitaron y habitamos el planeta.

    Creo que estos veinte siglos de cristianismo no han destacado lo suficiente el misterio del amor que se hace carne y espíritu convirtiéndonos en partícipes permanentes de la suprema creación y que desestimar la importancia de este don, cuya gratuidad estamos por otra parte lejos de valorar, constituye casi una ofensa para el mismo Dios que manifestamos amar.

    Renunciar voluntariamente a estar dispuesto a generar nueva vida, cuando es el mismo Dios quién nos impartió el mandato de “creced y multiplicaos” no parece ser la mejor manera de honrarlo, aun cuando se esté inspirado por los más nobles fines. Cuanto más grave parece ser la imposición eclesiástica del celibato a aquellos seres que se hallan convocados a ejercer el ministerio y la pastoral cristianos.

    En los primeros siglos del cristianismo no existía la dicotomía o sacerdote célibe o seglar casado, dado que Cristo no hizo sobre esa base acepción de personas y solo invitó a seguirle a quienes creyeran y compartieran su mensaje.

    Fue en los primeros Concilios, el de Elvira en España, luego el de Nicea (actualmente Turquía) y el de Tours en Francia los que fueron generando progresivamente la idea de que los sacerdotes, muchos de ellos casados, debían dejar a sus esposas y permanecer nuevamente “solteros”. Ello no obstó para que aún después hubiera hasta Papas casados o dispuestos a renunciar al Papado para casarse como lo hiciera el Papa Bonifacio IX, a principios del siglo II. Posteriormente los Concilios de Letrán I y II decretaron la nulidad de los casamientos clericales y ya en el siglo XVI el Concilio de Trento termina por establecer que el celibato y la virginidad son superiores al matrimonio, con lo que va perfilándose el canon que exige a los aspirantes al orden sacerdotal el voto de celibato.

    Sin embargo ya Juan XXIII, en 1963 durante el Concilio Vaticano II manifestó que el matrimonio es equivalente a la virginidad y hasta el Papa actual, cuando era Cardenal Ratzinger y profesor de teología en Ratisbona (Alemania) firmó en 1970 junto a otros ocho sacerdotes un documento que fue enviado a la Conferencia Episcopal de Alemania en el cual instaban a realizar una “urgente revisión” de la regla del celibato ya que es, a sus juicios, una de las causas de la escasez de candidatos al sacerdocio.

    Recientemente la Junta Directiva de la Asociación de Teólogos Juan XXIII ha declarado también que: “Es necesaria la supresión del celibato obligatorio para los sacerdotes, medida disciplinar represiva de la sexualidad que carece de todo fundamento bíblico e histórico, que no responde a exigencia pastoral alguna”

    Una declaración más que pone sin duda de manifiesto que el problema sigue candente y pendiente de resolución, pero lo lamentable, a mi criterio, es que la probable futura eliminación del celibato eclesiástico no se funde en principios religiosos más profundos como el que he señalado, por los que nadie con verdadera vocación sacerdotal se vea obligado a renunciar al don más maravilloso que le ha otorgado ese Dios al que quiere consagrarse y que de seguro vería con buenos ojos, por decirlo de alguna manera, que esos seres capaces de amar al prójimo como Él nos lo pide puedan ser también transmisores de vida, de ejemplo, de esa profunda y altruista espiritualidad a que precisamente los convoca el sacerdocio.

    En nuestras hermanas religiones conocidas como protestantes a partir del cisma luterano, sus pastores y pastoras (sin obligatoriedad celibataria) dan pruebas fehacientes de supervivencia, de espiritualidad, de compromiso humano sin que su fe se haya desvirtuado, ni sus comunidades diezmado, ni el servicio a sus fieles menoscabado.

    Baste recordar a figuras señeras como Martin Luther King considerado como uno de los mayores exponentes de la historia de la no violencia o el arzobispo anglicano Desmond Tutu, opositor y luchador contra el apartheid sudafricano, ambos Premios Nobel de la Paz en 1964 y 1984 respectivamente y tantos otros que siguen dando cotidianas muestras de abnegación, de amor al prójimo y de verdadero testimonio cristiano, sin renunciar al privilegio de la co-creación humana.+ (PE)

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  27. Guillermo Battro on 21 julio, 2011

    Creo que el problema está planteado por las dos partes en un terreno erróneo, las que se oponen al celibato y las que lo aprueban. No es una cuestión teológica. CUALQUIERA puede ser el trasmisor de la Buena Nueva: casados, solteros, viudos, abuelos, maestros etc etc. con su palabra o su ejemplo . El Concilio Vaticano II afirma que los laicos tenemos tambien una función sacerdotal . Elijamos pues a los mejores, haciendo prescindencia del su estado . La Iglesia debería adoptar otros criterios mas amplios y flexibles para elegir a sus representantes.

    Guillermo Battro

  28. Ale on 5 octubre, 2014

    Cada ser humano es dueño de su cuerpo y libre de elegir sobre su vida. Si cualquiera de nosotros puede elegir tener sexo o no, porque no los sacerdotes? No estoy de acuerdo con que si es soltero puede servir mejor a la comunidad.
    El sexo no es pecado. El sexo es amor, con él se da vida a un ser humano y eso es lo más maravilloso que existe.

  29. JEAN DE MULDER F. on 12 julio, 2020

    Cuando la Iglesia ha tratado de asuntos de discusión histórica (el celibato lo es) como si fuesen dogmas, los errores en las conclusiones han sido nefastas en todas las áreas humanas y científicas. Es insostenible pensar que el celibato se justifique para «ser mejores pastores». a todas luces y con un sano discernimiento, se entiende que la Iglesia debe abrir la discusión del tema sin preconceptos. La dimensión humana de la sexualidad trasciende la opción célibe o no.

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