Un recorrido por los principales gestos y acciones del Papa argentino que cautivaron a la prensa internacional y a la población europea.

Es difícil hacer una síntesis de la recepción del papa Francisco en el contexto europeo. Cada país tiene sus particularidades, que dependen también de su relación con el catolicismo: España no es Gran Bretaña, y Suecia no es Grecia. La nacionalidad de los papas juega también un rol. Pienso en Polonia y en Alemania, sin mencionar a Italia que en algún momento había pensado volver a encontrar “su” papa. Es claro también que dentro de cada país las reacciones han sido, además, muy diversificadas.

No obstante esta gran diversidad, se pueden encontrar puntos comunes entre los países.  Hasta el acto de renuncia de Benedicto XVI, la Iglesia católica había dejado de ser un tema de interés central para la mayoría de los medios de comunicación. El fenómeno de secularización ha alcanzado en mayor o menor medida a todos los países europeos: asistencia más débil a las iglesias, baja cultura religiosa, referencia decreciente de los factores religiosos en los debates públicos. A ello se agregaban los escándalos que opacaron la vida de la Iglesia.  De allí que su imagen mediática tendía a degradarse cada vez más. La palabra de la Iglesia como “institución” era escuchada cada vez con mayor esfuerzo a través de los diferentes medios, fuera de la prensa católica lógicamente, ubicada cada vez más a la defensiva. Se podía tener el percepción de que los periodistas se interesaban sólo en las “revelaciones”, en las “pequeñas frases”, en los propósitos marginales en relación a la vida de la Iglesia, pero sólo por temas como el preservativo, el aborto o el matrimonio igualitario.

La renuncia de Benedicto  fue un primer acto, que intrigó. Algunos presentían que algo nuevo estaba por suceder.  El segundo acto fue la sorpresiva elección de Jorge Mario Bergoglio, el 13 de marzo de 2013. Los pronósticos apuntaban más bien a un italiano. Se esperaba una figura de consenso que pudiera finalmente encaminar la reforma de la Curia. El cardenal Bergoglio no figuraba entre los favoritos. Desde su aparición en el balcón de San Pedro, se tuvo la clara impresión de que estaba sucediendo algo nuevo. Del hecho que sea un jesuita, aún no se han sacado muchas consecuencias por el momento. El origen latinoamericano fue destacado, pero sin un énfasis excesivo: después de todo se trata de un continente masivamente católico; podía esperarse que, tarde o temprano, un papa viniera de allí (algunos pronosticaban incluso un papa africano).  Lo que llamó la atención fue su manera simple de presentarse: sotana blanca, pedido de oración, saludo familiar (“Buenas noches”).  El dirigirse en italiano y el nombre Francisco (el santo más popular en Italia) conquistó rápidamente al pueblo de Roma, y más allá.

Durante algunos días hubo polémicas –iniciadas en las redes sociales– en torno a su comportamiento durante la última dictadura argentina. El hecho de que nadie se hubiera esperado una elección así había impedido a los periodistas europeos informarse con antelación. Informaciones contradictorias llegaban de América latina, y se sumaba su reputación de profundamente conservador. Ciertos comentaristas interpretaron sus primeros gestos como una “cortina de humo”. Pero muy rápidamente la prensa comprendió que sus palabras y sus gestos eran auténticos, que su “colaboración” con el régimen militar era una invención malvada, y la polémica se desplomó rápidamente.

En la Compañía de Jesús, las cosas no eran tampoco muy simples al comienzo, porque, si el nombre de Bergoglio era menos conocido que el de Martini, algunos sostenían que su provincialado en la Argentina había sido problemático.  Se sabía también que como obispo sus relaciones con la Compañía habían sido distantes. ¿Qué podía esperarse? Las reacciones eran algo más delicadas que los periodistas, que generalmente no están muy al tanto de esas cuestiones, y esperaban de nuestra parte más entusiasmo. Felizmente, se advertía que se instauraban relaciones buenas con el Superior General y con otros jesuitas, cosa que el futuro debía confirmar.

Un tercer acontecimiento que faltaba fue, en efecto, la publicación el 17 de septiembre por el conjunto de revistas culturales jesuitas de una larga entrevista al Papa realizada por el padre Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica.  Ella fue tanto más notable por cuanto el secreto había sido muy bien guardado. Las reacciones de la prensa fueron importantes y ampliamente positivas. Algunos periódicos tuvieron que añadir in extremis un editorial para mostrar la importancia que se le daba a ese documento.  Lo que cautivó fue sobre todo la simplicidad del estilo.

La consagración del papa Francisco como “el hombre del año” por la revista norteamericana Time tuvo un gran impacto en Europa, ya que algunos diarios, haciendo un balance del año transcurrido, destacaban como acontecimiento central la elección de Francisco. El fenómeno se acentuó tras el deceso de Nelson Mandela, una de las últimas figuras de autoridad  moral en el mundo contemporáneo.

A través de estos acontecimientos se percibe que la palabra de la Iglesia sigue siendo objeto de una fuerte atención, a pesar del secularismo. En una cultura moderna “mecanizada”,

¿dónde encontrar las “reservas de sentido” si no en las tradiciones de sabiduría? Las espiritualidades orientales fascinan, como lo demuestra la popularidad del Dalai Lama. Pero ese modo parece estancarse, porque muchos perciben que no corresponde realmente a nuestra tradición. Si bien muchas personas tienen dificultades con las normas morales de la Iglesia, ello no quiere decir necesariamente que el cristianismo o el Evangelio no susciten ningún interés en ellos. Basta una palabra simple, “evangélica”, para despertar ese interés. ¿Será perdurable en el tiempo? Es demasiado pronto para decirlo. Pero los primeros signos son alentadores.

El autor es sacerdote jesuita, jefe de redacción de la revista Études.

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