Reseña de Sabra. Solo contra un imperio, de Marcos Aguinis – Gustavo Perednik. (Buenos Aires, 2014, Sudamericana).

Historia y literatura se han asociado básicamente en dos diferentes subgéneros no siempre claramente diferenciados, y que, por lo mismo, resulta muchas veces difícil la clasificación estricta en uno u otro sentido. Ambos, pero sobre todo el primero, tienen su matriz en la narrativa romántica decimonónica que produjo obras admirables de la literatura universal, y que se prolonga en el tiempo. Tanto uno como otro, en efecto, han atravesado airosamente el siglo pasado y continúan expresándose también con gran vitalidad en el panorama cultural del presente posmoderno, como lo muestra, entre otros muchos ejemplos, la saga del afamado Capitán Alatriste del talentoso escritor español Arturo Pérez Reverte.
El primero de estos subgéneros, desde una mirada cronológica, es la novela de ambientación histórica, en la que se sitúan personajes y hechos reales y ficticios en el pasado, con predominio de la creación literaria. Este sería el caso de Les Trois mousquetaires (1844) de Alexandre Dumas (padre) y también el de I promessi sposi (1827) de Alessandro Manzoni, que guarda analogías con otra célebre novela histórica, Ivanhoe (1819) de Walter Scott, consagrada universalmente como un verdadero paradigma del género. Hay que recordar aquí que Los novios es una de las obras literarias preferidas de Jorge Mario Bergoglio (él mismo ha admitido haberla leído tres o cuatro veces) y por dicho motivo acaba de ser reeditada por La Civiltá Cattolica y Il Corriere della Sera como parte de una colección titulada La Biblioteca del papa Francisco. Aunque menos conocida en su importancia fuera del país, el cardenal Albino Luciani, futuro papa Juan Pablo I, la comenta en su libro Ilustrissimi (1976) como la novela más importante de la literatura italiana.
El otro subgénero es la novela histórica en la que se recrea la historia real sobre la base de un relato ficcional, pero que busca respetar especialmente la realidad del dato histórico, otorgándole una primacía sobre la dimensión imaginaria. La ficción está en este caso al servicio de la realidad histórica. Ese sería quizás el caso de los célebres Episodios nacionales (1872-1912), de Benito Pérez Galdós, un obra cumbre de la literatura española. En este rubro podría tal vez incluirse también Quo Vadis (1896), la célebre novela de Henryk Sienkiewicz, que fue una de las predilectas de su paisano Karol Wojtyla.
Uno y otro subgénero, tanto la novela de ambientación histórica como la novela histórica propiamente dicha, pertenecen a un mismo género literario: la novela, pero en ambos casos están presentes la historia y la literatura, sólo que en diversos grados. En el primero predomina una intención literaria y en el segundo está presente una intención histórica. Sucede que como esto no es fácil de discernir, algunos novelistas han publicado libros que en realidad serían más bien de naturaleza histórica, así como algunos historiadores han escrito obras que se encuentran en el rubro novelas históricas o de ambiente histórico o si se prefiere, historias noveladas.
En la Argentina el género ha conocido ilustres antecedentes, entre los que destacan, siguiendo los pasos de Amalia (1851) de José Mármol, el Hugo Wast de Lucía Miranda (1929) (hay versiones anteriores de este mito colonizador como la de Eduarda Mansilla) y Manuel Gálvez con La Muerte en las calles (1949). Su nieta, la historiadora Lucía Gálvez, especializada en el periodo hispánico, ha publicado la novela histórica Titaquin. El inca andaluz. En la actualidad ha destacado Cristina Bajo, escritora de novelas románticas de ambiente histórico local.
Finalmente, para culminar esta inevitablemente incompleta serie de nombres y títulos, acaba de reeditarse María de los Angeles, una novela que narra el romance de una criolla y un español escrita a cuatro manos por Constanza Menezes (Lucrecia Devoto de Godoy) y Virginia Carreño (Elsie Krasting de Rivero Haedo), esta última recientemente fallecida habiendo superado en dos años un lúcido centenario.
Las novelas históricas han sido frecuentemente llevadas al cine, por ejemplo la misma María de los Angeles, que fue protagonizada por Mecha Ortiz (1948), pero otros casos son más conocidos como el de Quo Vadis, que lo fue por Robert Taylor, Deborah Kerr y Peter Unstinov (1951), y La muerte en las calles, dirigida por Leo Fleider (1958), en cuyo elenco revistaron Carlos Cores y Norma Aleandro. En los últimos años ha aflorado una gran cantidad de series televisivas que asumen también este formato histórico, una modalidad ya presente en la célebre I Claudius (1934), de Robert Graves. Esta novela biográfica está considerada hoy uno de los grandes bestsellers del siglo XX, cuyo título seguramente inspirara el Soy Roca (1989), tal vez la obra maestra de Félix Luna, sobre un personaje real y controversial biografiado con cuidado rigor histórico. Soy Roca parece una novela pero en realidad es un libro de historia que podría ser utilizado (y posiblemente lo sea en más de un caso) como un texto de uso didáctico en las escuelas.
Sabra. Solo contra un imperio narra también en clave novelística una historia real que tiene como protagonista a Absalon Fenberg, un resistente judío contra el imperio otomano, donde se entrelaza la áspera vida cotidiana de un ambiente hostil, con la épica nacionalista en el escenario inhóspito del Medio Oriente. La trama se enmarca en los años de la Belle époque y la primera Gran Guerra. Aunque el ambiente es histórico, la novela refiere una realidad muy viva de la más refulgente actualidad.
Ciertamente no es la única novela histórica de Aguinis, quien ya había incursionado en el género con La gesta del marrano (1991), un alegato a favor de la libertad de conciencia en el virreinato inquisitorial, además de otra menos conocidas como la titulada El combate perpetuo (1971), y definida por el autor como una biografía con ritmo de novela sobre la vida del almirante Brown. Podría decirse que debido a la fuerte sensibilidad social y políticamente comprometida que es característica del escritor, una parte considerable de su obra refleja este sesgo marcadamente histórico.
Según aclaran Marcos Aguinis y Gustavo Perednik, todo el relato está fundamentado en hechos verídicos y los acontecimientos narrados en el texto gozan de similar veracidad, incluso aquellos menos relevantes. Sabra reúne todos los elementos clásicos del género (incluido el romance) pero al mismo tiempo ilumina con el talento propio del afamado escritor y el de su compañero, en el escenario histórico de Eretz Israel, la epopeya de los años prefundacionales de un nuevo Estado.

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